Política exterior radical, unidad continental y pensamiento económico argentino: La visita de Marcelo T. de Alvear a Brasil y Uruguay en 1922
Lucia Irene Lacunza(*)
ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24690732/3ip0urkxk
Resumen
En 1922, previo a su regreso a Buenos Aires desde París, Marcelo T. de Alvear realizó escalas en Brasil y Uruguay, donde fue homenajeado de manera oficial como presidente electo de los argentinos. Durante las presidencias de la Unión Cívica Radical (1916-1930) los lazos económicos con Gran Bretaña y Estados Unidos fueron predominantes, por lo que son escasos los estudios que abordan las relaciones con los países vecinos durante este período. Por ello, el presente artículo busca analizar estas visitas, teniendo en cuenta el clima de ideas regional y los debates económicos argentinos, los cuales permearon la política exterior radical. Mediante un estudio cualitativo de los documentos del Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, las Memorias de dicho organismo, y un exhaustivo corpus periodístico, se sostiene que estas visitas conforman un antecedente por parte del radicalismo en estrechar los vínculos con los países del Cono Sur.
Palabras clave: Visita presidencial; UCR; Política exterior; Unidad continental; Pensamiento económico argentino.
Argentine radical party’s foreign policy, continental unity and Argentine economic thought: Marcelo T. de Alvear's visits to Brazil and Uruguay in 1922
Abstract
In 1922, before his returning to Buenos Aires from Paris, Marcelo T. de Alvear visited Brazil and Uruguay, where he was officially honored as elected president of the Argentinian people. During the argentine radical party presidencies (1916-1930) economic ties with Great Britain and the United States were predominant, so there have been few studies that address relations with neighboring countries during that period. Therefore, this article seeks to analyze these visits, taking into account the regional climate of ideas and the Argentine economic debates, which influenced radical party’s foreign policy. Through a qualitative study of the documents of the Archive of the Ministry of Foreign Affairs and Worship of the Argentinian Republic, the Memories of said organization, and an exhaustive journalistic corpus, it is maintained that these visits constitute a precedent for argentine radical party in strengthening ties with the countries of the Southern Cone.
Key words: Presidential visit; UCR; Foreign policy; Continental unity; Argentine economic thought.
Política exterior radical, unidad continental y pensamiento económico argentino: La visita de Marcelo T. de Alvear a Brasil y Uruguay en 1922
Introducción[1]
En agosto de 1922, el entonces embajador argentino en Francia, Marcelo T. de Alvear, regresaba a la Argentina luego de ganar las elecciones presidenciales, encabezando la fórmula de la Unión Cívica Radical (UCR) frente a la concertación conservadora. Antes de desembarcar en Buenos Aires, realizó escalas en las ciudades de Río de Janeiro (Brasil) y Montevideo (Uruguay) en donde fue homenajeado de manera oficial como presidente electo de los argentinos.
El contexto de las visitas fue el de grandes cambios en la inserción internacional de la Argentina como consecuencia de la Primera Guerra Mundial (primera Guerra Mundial). Desde finales del siglo XIX, Gran Bretaña se había consolidado como el principal mercado para la exportación de productos primarios argentinos y como el mayor exportador de productos manufacturados hacia el país del Plata. Sin embargo, se encontraba en decadencia como potencia industrial desde hacía décadas, y la disminución de sus exportaciones industriales como consecuencia de la conflagración mundial, aceleró su caída. Por el contrario, el poder económico fue desplazado a favor de los Estados Unidos, cuyos capitales se expandieron en la Argentina durante la década de 1920, constituyéndose como el principal exportador industrial y de capitales del país. A pesar de esta situación, con respecto a las exportaciones agropecuarias argentinas, se dio en sentido inverso a lo que sucedía con Gran Bretaña en el período previo, ya que el país del Norte se autoabastecía de éstas. De esta forma, Argentina comenzó a utilizar los excedentes de exportación de Gran Bretaña para la importación de productos manufacturados estadounidenses, generándose así el llamado comercio triangular entre Estados Unidos, Argentina y Gran Bretaña (Fodor y O’ Connell, 1973; Rapoport, 1988).[2]
En términos económicos, con el estallido de la conflagración bélica se evidenciaron importantes límites del denominado modelo agroexportador. Esta situación hizo surgir una corriente de opinión –integrada por economistas, ingenieros, oficiales de las Fuerzas Armadas y dirigentes empresarios– que resaltó los problemas derivados de la especialización agroexportadora (Belini, 2010) y comenzó a cuestionar el modelo de inserción internacional que tenía a la Argentina como exportadora de materias primas, dependiente de la demanda británica. Uno de los mayores exponentes fue Alejandro Bunge, quien fue asesor durante un breve período del ministro de Hacienda de Marcelo T. de Alvear, Rafael Herrera. Bunge fue impulsor de la propuesta de una Unión Aduanera del Sud, y desde la Revista de Economía Argentina advirtió sobre el error de expandir la producción agrícola, con el convencimiento de que era necesario generar desarrollo industrial para adaptarse al mundo de posguerra (Tirre, 1999). Asimismo, en el plano regional, la década de 1920 estuvo signada por debates y corrientes ideológicas antiimperialistas y latinoamericanistas como consecuencia del avance económico y político de los Estados Unidos en el continente. La difusión de las ideas de unidad continental y la postura a favor de la independencia económica puede entenderse en estos años como la de formación de una conciencia integracionista (Lagos, 1967).
En el plano interno argentino, este fue el período de las presidencias de la UCR (1916-1930) y por lo tanto de la ampliación del sistema político, donde se evidenciaron cambios y continuidades con los gobiernos conservadores (1880-1916). En lo que respecta a la política internacional en particular, durante las presidencias radicales es posible identificar una serie de formulaciones donde el rol de la región latinoamericana y la relación con los países vecinos ocupa un lugar relevante, en contraposición con las relaciones mantenidas durante los gobiernos anteriores, las cuales estuvieron mediatizadas, en gran medida, por conflictos fronterizos (Figallo y Lacunza, 2022). Varios trabajos sobre este período han puesto el énfasis en las relaciones con los países centrales o en los conflictos limítrofes con los países del Cono Sur.
Por ese motivo, el presente artículo busca analizar la visita de Marcelo T. de Alvear a las ciudades de Río de Janeiro y Montevideo previo a su asunción como presidente en 1922, teniendo en cuenta la coyuntura signada por un clima de ideas de unidad continental y por los debates económicos a nivel nacional luego de evidenciarse las limitaciones del denominado modelo agroexportador, en tanto entendemos que las relaciones internacionales argentinas se vieron permeadas por estos debates económicos y corrientes ideológicas. En esta investigación se utiliza el enfoque histórico, ya que el mismo permite vincular la política exterior con los procesos globales que la condicionan. De esta manera se considera que los condicionantes internos de orden político, económico y social constituyen, en determinadas coyunturas históricas, variables centrales para explicar la política exterior (Míguez e Inda, 2022). En este sentido, las presidencias radicales se dieron en el marco de una estructura y coyuntura particular, y es objetivo de este trabajo vincularlas (Vilar, 1980). Mediante un estudio cualitativo de documentos del Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, las Memorias de dicho organismo, y un corpus periodístico construido con los periódicos La Época y La Nación, se examinan diversas posiciones de la dirigencia política en el marco de las visitas y se sostiene que la visita a los países vecinos formó parte de una estrategia del radicalismo en pos de estrechar lazos y futuros acuerdos con los países del Cono Sur.
El marco estructural: La inserción internacional argentina y el vínculo con Estados Unidos y Gran Bretaña (1880-1930)
La política internacional argentina estuvo, desde el período de consolidación del Estado nacional, condicionada por su particular inserción internacional. El ingreso del país al mercado mundial se dio en marco de grandes transformaciones del capitalismo global. La crisis económica iniciada en Europa en 1873 generó un freno al crecimiento que venía manteniéndose sostenido desde la mitad del siglo y constituyó el inicio de la primera Gran Depresión. Su principal rasgo fue la caída de precios en los principales mercados mundiales, sobre todo en los productos primarios, y, por ende, en los términos de intercambio. Esta situación se revirtió recién a partir de la mitad de la década de 1890 con la recuperación de los precios de esos bienes, dando inicio al período de expansión capitalista que se prolongó hasta la primera Guerra Mundial (1914-1918). Entre las características de esta nueva economía capitalista mundial se encontraban las innovaciones tecnológicas en transporte, comunicaciones, y el frigorífico. Este último tuvo un rol fundamental en el esquema económico argentino.
En este marco de expansión, el esquema de división internacional de trabajo vigente tenía en uno de sus extremos a Gran Bretaña como principal exportadora de manufacturas, a la vez que centro financiero internacional. En el otro extremo, la mayoría de los países periféricos —entre los que se hallaba Argentina— comenzaron su incorporación definitiva al mercado mundial, como proveedores de materias primas y alimentos y receptores de los capitales externos que fueron incorporados en sus economías.
El rasgo principal de la estructura económica del país era el latifundio, por lo que los terratenientes del país se beneficiaron con la inserción internacional que permitía colocar sus productos en el exterior, particularmente en Gran Bretaña, quien encontraba en la Argentina un mercado para sus productos manufacturados, a la vez que podía abastecerse con productos agropecuarios a bajo costo. En muchos de estos países periféricos se produjeron alianzas entre sus clases dominantes y los representantes de los capitales extranjeros de los países centrales. De esta forma, en el caso argentino se generaba la llamada complementariedad subordinada (Ciafardini, 1990), es decir, se complementaba la economía de exportación de pocos productos primarios argentinos con la economía industrial británica.
El elemento principal que caracterizaba el comercio entre Argentina y Gran Bretaña era que el balance comercial entre ambos países presentaba un excedente a favor de la Argentina, cubierto del lado británico por los intereses y dividendos invertidos en el país, los fletes y los pagos de intereses de la deuda (Rapoport, 1988). Esto pudo darse de esta manera ya que, a partir de 1880, el flujo de las inversiones se canalizó en ferrocarriles, títulos externos, servicios públicos, sector financiero, frigoríficos y empresas agropecuarias. El capital británico tuvo por ello una fuerte incidencia en la economía argentina y contribuyó a diseñar su perfil agroexportador (Madrid, 1996). El salto de estas inversiones se dio entre 1880 y 1890: mientras que, en firmas y bancos comerciales, servicios de transportes alcanzaban para 1875 menos de diez millones de libras esterlinas y los empréstitos otros doce, en 1911 el total de capital británico invertido en el país, por todos esos conceptos, alcanzaba la suma de 542 millones de libras esterlinas (Tirre, 1999, p. 110-113). En términos comerciales, fue en este momento en que el país insular se convirtió en el socio comercial privilegiado del sudamericano, representando cerca del 30% del comercio exterior nacional (Rapoport, 2020, p. 81).
Por otra parte, la relación comercial entre Argentina y Estados Unidos era casi nula antes de la década de 1920. Ello a pesar de los intentos que había tenido el país del Norte de impulsar el proyecto panamericano, con el objetivo de incrementar el comercio interamericano y establecer una mayor injerencia en América Latina, para así poner freno a la influencia de Europa y consolidar la Doctrina Monroe. Dichas iniciativas fueron infructuosas desde las primeras reuniones panamericanas (1889 y 1906), cuando la clase dominante argentina decidió mantener el vínculo atlántico.
Si bien hasta 1914 Gran Bretaña había logrado sostener su estatus de centro financiero mundial, se encontraba en decadencia como potencia industrial desde hacía décadas, y la disminución de sus exportaciones industriales –consecuencia de la primera Guerra Mundial– aceleró su caída. Su posición hegemónica en el comercio internacional fue desplazada hacia los Estados Unidos, país que había comenzado a exportar maquinarias y artículos con tecnología incorporada. Asimismo, y muy importante, el país del norte luego de la contienda transformó su condición de país deudor en país acreedor aumentando de manera exponencial sus inversiones en el exterior (Rapoport, 1980). A principios de siglo XX el capital norteamericano irrumpió en la Argentina cuando se instaló el Trust de Chicago, comprando diversos frigoríficos. De todos modos, la expansión del capital estadounidense fue mayor luego de la conflagración mundial, más particularmente en la década de 1920, con empresas dedicadas a la actividad industrial, pero también compañías de seguros y bancos, e inversiones; consolidándose como el principal exportador industrial y de capitales del país. Entre 1913 y 1929, sus inversiones totales en Argentina crecieron un 1.429 por ciento contra solo un 15 por ciento británico (Peterson, 1986, p. 65).
La diferencia que existía entre las inversiones realizadas por los Estados Unidos y las de Gran Bretaña era que ésta era importadora de alimentos y materias primas argentinas mientras que la economía norteamericana se autoabastecía de los productos primarios y contaba con una tecnología más avanzada que la inglesa, desplazando a sus equivalentes británicos y provocando el llamado comercio triangular (Fodor y O’ Connell, 1973; Rapoport, 1988) que prevalecería durante toda la década de 1920. Lo más importante era que los saldos de la balanza comercial con Gran Bretaña eran favorables para la Argentina, contrario a lo que sucedía con los Estados Unidos. Para compensar estos saldos, la Argentina apelaba a los superávits de sus operaciones con Inglaterra.
Finalizada la primera Guerra Mundial, el sistema bancario de Estados Unidos experimentó una expansión sin precedentes. Con una gran cantidad de bancos independientes, y una pequeña cantidad de instituciones concentrando los depósitos nacionales, los empresarios y los inversores comenzaron a invertir, creándose un ambiente especulativo. Sin embargo, los desequilibrios estructurales del sistema financiero internacional y de la propia economía norteamericana impedirían la continuidad de este período de auge. En octubre de 1929 la economía internacional experimentó un crack y se dio inicio al período conocido como la Gran Depresión, caracterizada por generar un gran retroceso en la producción industrial, la caída del comercio exterior a nivel global y del empleo en proporciones nunca antes vistas. En términos económicos, la crisis económica mundial tuvo un impacto profundo en la economía argentina, debido a que contaba con una muy limitada autonomía para atacar el ciclo económico (O’ Connell, 1984).
La crisis condujo a un marcado deterioro de los términos de intercambio, ya que los precios de las materias primas descendían por sobre los precios de los productos manufacturados. Durante la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen (1928-1930), el gobierno británico envió al país la Misión D’Abernon (1929) con el objetivo de realizar un estudio y plantear que el intercambio comercial bilateral se encontraba desequilibrado, ya que Argentina estaba reemplazando productos manufacturados ingleses por otros estadounidenses o bien por la incipiente producción nacional, resultado de la caída de las importaciones. El acuerdo anglo-argentino establecía un crédito reciproco por cien millones de pesos oro para la compra de material ferroviario inglés, a cambio de carnes y cereales. Sin embargo, no llegó a aprobarse en el Congreso antes del golpe de Estado que derrocó a Yrigoyen en 1930.
La presión británica para incrementar el comercio bilateral iba acompañada de sectores internos que se beneficiaban del aumento de las exportaciones, como fue la Sociedad Rural Argentina, que bajo el lema de comprar a quien nos compra pretendían reforzar el vínculo con Gran Bretaña, dadas las dificultades para entrar en el mercado estadounidense por las distintas trabas proteccionistas y sanitarias que establecía dicho país, las cuales fueron manifestadas por Honorio Pueyrredón –ex canciller de Yrigoyen y embajador en Estados Unidos durante el gobierno de Alvear–en la Sexta Conferencia Panamericana de 1928.[3] Esto se dio justamente por una paradoja de la relación argentino-estadounidense durante los años veinte. Por un lado, se profundizó la relación económica, tanto a nivel comercial, como de las inversiones y los préstamos, y por otro, aumentaron las tensiones diplomáticas (Morgenfeld, 2011, p. 190).
En su intervención en la Conferencia de 1928, Pueyrredón hizo hincapié en dos cuestiones centrales para la política exterior argentina: el principio de no intervención y el rechazo a las barreras aduaneras entre Estados americanos –esto último hacía referencia, sobre todo, al proteccionismo norteamericano–. El tono intransigente de Pueyrredón generó un enfrentamiento con el entonces presidente argentino, Marcelo T. Alvear y su canciller, Ángel Gallardo, que derivó en la posterior renuncia de Pueyrredón. Sin embargo, no debe confundirse la oposición al avance estadounidense, la cual era compartida por la clase dirigente argentina, con las orientaciones más autonomistas que expresaban en ese entonces el propio Yrigoyen y Pueyrredón, o con las corrientes antiimperialistas o latinoamericanistas que empezaban a desarrollarse en el continente (Morgenfeld, 2011) y que se desarrollan en los próximos apartados.
El radicalismo y el Cono Sur: los vínculos con Brasil y Uruguay
La visita realizada por Marcelo T. de Alvear a Brasil y Uruguay se enmarcó en una política más general del radicalismo hacia los países vecinos. A pesar del vínculo predominante de la Argentina con los países centrales, desde el inicio de la presidencia de Yrigoyen, en 1916, se reiteró la intención de asignarle más importancia que en el pasado a las relaciones con la región (Simonoff, 1996), marcando, de esta manera, una clara diferencia con los gobiernos anteriores (Puig, 1975). Ello fue así ya que la agenda diplomática de los gobiernos conservadores argentinos (1880-1916) estuvo signada, en general, por el aislamiento de América Latina (Ferrari, 1981; Puig, 1988) y, en particular, por los litigios limítrofes con los países vecinos, los cuales provocaron fricciones con casi todos ellos (Paradiso, 1993).
Con respecto a Uruguay, la situación de indefinición en los límites en el Río de la Plata había sido motivo de frecuentes roces y dificultades entre ambos países (Etchepareborda, 1982; Rodríguez Ayçaguer, 2015). Con Brasil, fue la disputa por las misiones jesuíticas, la cual recién se resolvió en 1895, y la cual contó con el arbitraje del presidente estadounidense Grover Cleveland, quien falló a favor de las pretensiones brasileñas. A pesar de que este hecho parecía haber alejado las diferencias, las relaciones entre ambos países volvieron a tensionarse durante la primera década del siglo XX por el ambicioso plan naval impulsado por el ministro brasileño de Relaciones Exteriores, Rio Branco, con la sanción de la ley de armamentos navales de Brasil (1904) y el desplazamiento del eje de sus relaciones especiales de Londres a Washington (Paradiso, 1993). Estos dos elementos fueron interpretados por el entonces canciller argentino, Estanislao Zeballos, como una voluntad de Brasil de expandirse, por lo que el gigante sudamericano comenzó a ser considerado como un “rival geopolítico” (Russell y Tokatlian, 2003). Las fricciones fronterizas parecían haber terminado con la visita a Brasil en 1899 por parte del entonces presidente, Julio A. Roca, sin embargo, a fines de 1900, con la aprobación del proyecto de rearmamento argentino, la guerra entre ambos países estuvo a punto de acontecer (Moniz Bandeira, 2001). A pesar de las manifestaciones a favor de las relaciones amistosas y pacíficas, primaban en realidad fuertes rivalidades que se manifestaban en forma manifiesta y otras en forma encubierta (Solveira, 1992; Orso, 2009).
Luego las relaciones entre los dos países transcurrieron en el marco de orientaciones de tipo cooperativas expresadas en la firma del Tratado ABC (1915), el cual tenía el objetivo de solucionar de manera pacífica los conflictos que podrían suscitarse entre los países adherentes –Argentina, Brasil y Chile–. Sin embargo, éste tomaba como base las confrontaciones de poder, pero no visualizaba ninguna formulación acerca de las relaciones interregionales o asumir compromisos más amplios (Otero, 2001). En este sentido, el Tratado fue reflejo de los antagonismos existentes en la región, y en particular para la dirigencia conservadora argentina, se trataba de promover un acercamiento con sus vecinos a fin de impedir una posible alianza entre Brasil y Chile en su contra (Orso, 2009). Dicho acuerdo recibió críticas en Argentina. Carlos Becú, futuro canciller de Yrigoyen consideraba que el acuerdo tenía inspiración hegemónica e intervencionista, e imposibilitaba la solidaridad de las naciones de América Latina (Becú, 1915). La política exterior con los países vecinos en este período podía resumirse en las palabras del expresidente Carlos Pellegrini quien afirmaba que para las “Repúblicas sudamericanas no puede existir una política continental” (Paradiso, 1993, p. 37).
Con la sanción de la ley Sáenz Peña, en 1912, se abrió un proceso democrático en la Argentina que posibilitó la llegada a la presidencia del líder de la UCR, Hipólito Yrigoyen, quien anunció la intención de estrechar los vínculos con los países latinoamericanos. Luego del triunfo de Marcelo T. de Alvear, en las elecciones presidenciales de 1922, comenzaron a producirse diferencias al interior del partido, el cual terminó dividiéndose en dos en 1924 entre personalistas —partidarios de Yrigoyen— y antipersonalistas —un grupo heterogéneo que cuestionaba al gobierno yrigoyenista por su arbitrariedad y personalismo— (Persello, 2004, p. 37). Si bien Alvear se encolumnó dentro de la tradición de la política exterior inaugurada por Yrigoyen, quien puso en su discurso a América en un lugar privilegiado en la búsqueda de una alianza política (Simonoff, 1996), tras la división partidaria, se evidenciaron tanto rupturas como continuidades en la política hacia los países vecinos. Las continuidades, por un lado, se vieron reflejadas en el aspecto diplomático y económico de la política exterior.
En el plano económico, si bien las relaciones se mantuvieron con Europa, durante el período de la primera Guerra Mundial se produjo un reacomodamiento de los mercados con consecuencias en el comercio exterior argentino. En lo que respecta al intercambio comercial, a pesar de la profundización con el vínculo anglo-argentino, el radicalismo intentó trascender la estructura triangular, esbozando un esquema multipolar (Simonoff, 1999, p. 35) que incluía el estrechamiento de los vínculos comerciales con los países vecinos. Durante la década de 1920 el intercambio con el Cono Sur se incrementó, llegando a representar el diez por ciento de las exportaciones totales argentinas en 1921. Asimismo, en este período se evidencia la importancia del intercambio comercial con Brasil. Hacia 1924, la Argentina se posicionaba en segundo lugar —solo superada por Estados Unidos— como receptora de las exportaciones brasileñas al continente americano.[4] De igual modo, las importaciones de productos argentinos por parte de Brasil pasaron de 6.902.000 libras esterlinas en 1921 a 9.837.000 libras esterlinas en 1925.[5] Este flujo llevó a los representantes argentinos en el país vecino a incentivar la firma de un acuerdo comercial, que recién se suscribiría una década más tarde.[6]
En el aspecto diplomático, Yrigoyen se negó a ratificar el mencionado Tratado ABC firmado por su antecesor conservador De la Plaza. Al igual que para Becú, Yrigoyen creía que el documento representaba la línea panamericanista estadounidense y resultaba un medio para obtener mayor injerencia en los asuntos del extremo sur del continente (Solveira, 1992). Asimismo, excluía a otras naciones, en tanto colocaba a Argentina, Brasil y Chile en carácter de superioridad. Otro hito diplomático con los países de la región fue la convocatoria, para enero de 1918, a una Conferencia de Países Neutrales latinoamericanos en Buenos Aires, con el objetivo de buscar una salida conjunta e independiente a lo pautado por Estados Unidos de la primera Guerra Mundial. Las continuidades durante los gobiernos de Yrigoyen y Alvear también se dieron en la resolución de las disputas fronterizas, aspirando a la “armonía” entre los países vecinos en donde aún permanecieran resquemores.[7] Luego de la Convención sobre la Triangulación del Río Uruguay, en abril de 1918 fue suscripto con Uruguay, en junio de 1922, el Convenio Técnico y Administrativo de dicha triangulación, mientras que con Brasil fue firmado un Convenio para la delimitación de la frontera entre este país y la Argentina sobre el Río Uruguay, en 1927.
Por último, las divergencias se dieron en el aspecto militar y fueron reflejadas durante la presidencia de Alvear, en la Conferencia Panamericana de Santiago de Chile, en 1923. Fue en esta instancia en donde reflotó la vieja rivalidad geopolítica entre ambos países y en donde el nuevo gobierno radical sentó posición frente a Brasil que, respaldado por los abastecimientos provenientes de los Estados Unidos, buscaba negociar con los países del ABC el equilibrio regional militar.
El marco coyuntural: La influencia del pensamiento económico argentino y la unidad continental en los años veinte
La política exterior de las presidencias radicales estuvo permeada por clima de ideas nacional y regional difundidos en los años veinte. Tanto en los debates económicos argentinos, como en las ideas de unidad continental, aparecía América Latina como protagonista, poniéndose en cuestión el rol de Europa, la hegemonía estadounidense en el escenario internacional, y la dependencia del vínculo histórico de Argentina con Gran Bretaña.
Las ideas en el plano nacional deben ser consideradas en el marco de la Gran Guerra y su impacto en la economía argentina. Ello en tanto el conflicto desarticuló progresivamente el comercio internacional, incrementó el costo de los fletes y modificó la demanda en los mercados europeos, generando una caída del volumen de las exportaciones de los países agroexportadores, incluida la Argentina (Belini y Badoza, 2014). El país del Plata sufrió una gran caída del Producto Bruto Interno (PBI) entre 1914 y 1917, ya que para ese entonces las exportaciones representaban un 30 por ciento del mismo. La corriente de capitales extranjeros hacia el país se revirtió, creando dificultades en la cuenta capital de la balanza de pagos. La salida de capitales derivó en una situación de iliquidez, obligando al entonces presidente Victorino de la Plaza (1914-1916) a tomar medidas de emergencia, como el cierre de la Caja de Conversión y la suspensión de la convertibilidad. Si bien el comercio exterior fue superavitario a partir de 1915, esto fue por el descenso brusco de las importaciones y no por el aumento de las exportaciones (Rapoport, 2020, p. 136).
El incipiente proceso de sustitución de importaciones dado por la guerra tendió a revertirse a partir de 1918, con la finalización de la contienda y la normalización de la economía mundial, la cual posibilitó el incremento de las exportaciones agrícolas argentinas hacia Europa. Sin embargo, hacia fines de 1920, como consecuencia de la caída de los precios internacionales de los precios de las materias primas, se generó en nuestro país una crisis agrícola ganadera y como consecuencia de ésta, una nueva caída del PBI, que recién repuntaría en 1922.
Respecto al sector industrial, existen diferentes hipótesis respecto al impacto de la contienda. Por un lado, la interrupción de las importaciones impulsó la incipiente industria nacional, y por otro, se sostiene que dicha interrupción provocó una desaceleración del crecimiento de la actividad. En realidad, las industrias cuyas materias primas eran locales incrementaron su producción, mientras que las que dependían de la importación de hierro, acero y químicas sufrieron grandes problemas (Belini y Badoza, 2014).
Esta dependencia y vulnerabilidad evidenciaba los límites del modelo agroexportador vigente, en tanto los factores que lo sustentaban –como la entrada de capitales extranjeros y mano de obra– se habían interrumpido. De esta manera, se evidenciaba que la economía argentina contaba con una muy limitada autonomía para atacar el ciclo económico como así también una alta dependencia de las circunstancias externas (O’ Connell, 1984). Es durante estos años que surgió una corriente de opinión que, integrada por economistas, ingenieros, oficiales de las Fuerzas Armadas y dirigentes empresarios, resaltaba los problemas derivados de la especialización agroexportadora (Belini, 2010). A través de distintas ideas y debates empezaba a cuestionarse, entonces, el modelo de inserción internacional que tenía a la Argentina como exportadora de materias primas, dependiente de la demanda británica. Alejandro Bunge (1880-1943) fue uno de los principales referentes de este nuevo clima de ideas económicas que realizará críticas al modelo de inserción, ahondó en iniciativas sobre la política económica y el desarrollo industrial, y en posibles alternativas para el comercio exterior, teniendo al Cono Sur como protagonista. En este sentido, resulta importante revisar las ideas sobre el desarrollo industrial del período de posguerra ya que pueden considerarse el sustrato de las políticas que condicionaron su despliegue (Rougier y Odisio, 2017).
Al formarse en Alemania, Bunge tuvo contacto con los postulados de la Escuela Histórica Alemana. Inspirado en la idea de List –precursor de la Escuela– para abolir las aduanas internas y forjar un arancel común en la Alemania de comienzos del siglo XIX, Bunge retomó cien años después en su propuesta de una Unión Aduanera del Sud (Asiain, 2014). En 1909, durante una conferencia, propuso unificar las tarifas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, de acuerdo con los derechos más altos en cualquiera de los países para cada bien. Bunge para ese momento creía necesario conformar un mercado más amplio para estimular la producción, y consideraba “para los países de América estrechar los vínculos comerciales” (Bunge, 1987, p. 301-302).
A dos años del inicio de la contienda, y ante las restricciones que imponía a la economía argentina, Bunge sostenía que la Argentina no podía ni debía seguir siendo “un país exclusivamente exportador de carnes, lanas cueros y cereales” (Bunge, 1987, p. 251). Por el contrario, el estancamiento económico del período demostraba que era necesario un cambio: “la producción uniforme debe ser sustituida por la del fomento y protección de lo que produce y puede producir el país y de las manufacturas nacionales” (Bunge, 1987, p. 250). Al criticar al modelo agroexportador, indirectamente lo hacía contra la teoría de las ventajas comparativas en el comercio internacional, ya que cuando la capacidad de consumo del principal comprador –Gran Bretaña– disminuyera, la economía argentina se vería amenazada.
En 1918 comenzó a dirigir la Revista de Economía Argentina (REA), de tirada mensual, con una línea editorial contraria a la de la Revista de Ciencias Económicas, de tendencia librecambista. Desde los inicios de su circulación, Bunge cuestionó el excesivo letargo en el que se había sumido la economía argentina desde 1908 y que ya manifestaba sus consecuencias perniciosas (Regalsky, 2010). El de pensamiento de Bunge y la REA se sintetizaba en la necesidad de adoptar una política que estimulara y fomentara la industria nacional, ya que la Argentina tenía una política económica que le “imponían los demás países” (Bunge, 1918, p.185). Por ello, era necesaria una política proteccionista que garantizara el desarrollo industrial con aranceles aduaneros como herramienta fundamental (Villanueva, 2010). En la REA también fueron publicadas las ideas de Francisco Oliver, quien fuera ministro de Hacienda de Victorino de la Plaza. Oliver era fuertemente crítico de la política económica radical, la cual, sostenía, no estaba preocupada por el impulso industrial sino por el encarecimiento de los bienes de consumo. El radicalismo no adoptó una política explícita en favor del proteccionismo, ya que la industria era considerada la principal responsable del encarecimiento del costo de la vida –concepción que era compartida por el Partido Socialista– (Bravo, 2008). Oliver, en efecto, concordaba que a corto plazo la política de protección industrial encarecería los bienes de consumo, pero lo que se pagara por esos productos quedaría en el país. Entre otras iniciativas, propuso una nueva ley de aduana y sostuvo la necesidad de alcanzar acuerdos con los países vecinos, idea que iba de la mano con la idea de Bunge de que constituir un mercado común.
A través de la REA, Bunge y su grupo de colaboradores intentaron influir en la orientación de las políticas de gobierno y varios directores fueron hombres de consulta permanente por parte de las autoridades nacionales, organismos públicos y corporaciones durante los años veinte (Scheinkman y Odisio, 2021). De esta manera, cuando se incorporó en el equipo conducido por el ministro de Hacienda de Marcelo T. de Alvear, Rafael Herrera Vegas, creyó que sus ideas tendrían eco en el diseño y planificación de las políticas económicas. El mensaje presidencial de apertura de sesiones de 1923 de Alvear, donde anunciaba la puesta en marcha de una nueva orientación a la política industrial, no hizo más que acentuar la ilusión del ingeniero. En junio, Herrera Vegas invitó a las corporaciones empresarias a integrarse en cuatro comisiones para un estudio y elaboración de una ley de fomento industrial (Belini, 2010).
Las ideas llegaron a influir hasta en diplomáticos del Cono Sur. En 1922, Ángel Gallardo –quien se desempeñaba como embajador en Italia antes de ser designado canciller por Alvear–, comentaba que podía “tener consecuencias gravísimas si no nos preocupamos a tiempo de nuestra industrialización” (Paradiso, 1993, p.72). De igual modo, y en ese mismo año, el embajador chileno, Guillermo Subercaseaux, daba su opinión a La Nación sobre cuál debería ser el vínculo económico entre las naciones sudamericanas: “Es de capital importancia establecer normas especiales y excepcionales que tiendan a ligar y vincular a nuestras Repúblicas. Nuestras fronteras deben ofrecer facilidades aduaneras especiales al comercio de los productos nacionales de nuestras repúblicas”.[8]
A pesar de esto, las esperanzas de los grupos pro industriales no duraron mucho. Al año de haber asumido como ministro, Herrera Vegas renunció y su sucesor, Víctor Molina, de tendencia liberal, dio por finalizadas las tareas de las comisiones. Bunge renunciaría al poco tiempo. Si bien se vislumbraba un sesgo industrial y proteccionista en la conducción de Alvear, como fue ya mencionado, al poco tiempo de mandato comenzó a haber discrepancias al interior del partido respecto al rumbo económico.
La decepción de los promotores de la industria con los gobiernos radicales fue grande. Si bien el gobierno sostenía que en la actividad fabril se encontraba “la independencia económica” que el país anhelaba (Rapoport, 2020, p. 139), no modificaron sustancialmente la política aduanera ni introdujeron una legislación específica para fomentar el sector industrial (Belini, 2011). En este sentido, una sociedad de base eminentemente rentística como la Argentina, percibía las crisis como meros "accidentes" y cada recuperación como un "retorno a la normalidad” (Llach, 1985). Los gobiernos radicales no fueron ajenos a identificar el crecimiento económico con el modelo de desarrollo agroexportador, desestimando la alternativa industrial.[9]
Si bien los planteos favorables a la industrialización de Bunge no lograron influir en las esferas oficiales ya que, en algunas ocasiones las ideas no son operativas o exitosas en el contexto que se desarrollan, éstas pueden constituir una reserva de pensamiento latente hasta que vuelven a ser rescatadas (Rougier y Odisio, 2017) y esto puede decirse que fue lo que sucedió con las ideas de Bunge en la década siguiente.
El escenario de nuevas alternativas posibles en materia económica en la década de 1920 en Argentina, fue combinado con un clima de ideas antiimperialista y latinoamericanistas, originado en gran medida como consecuencia del avance económico y político de los Estados Unidos en la región.[10] Hacia finales del siglo XIX, la expansión estadounidense en el continente estuvo impulsada por la fundamentación del Destino Manifiesto y la necesidad de dicho país de encontrar mercados para sus excedentes industriales. Ésta se materializó en el flujo inversiones de capital, la extracción de recursos productivos y el control económico de diversos países. Esto conllevó una reacción política que puso el foco en el problema del imperialismo y el carácter dependiente de los países de la región, y que dio origen al señalamiento de la “comunidad de América Latina”, contribuyendo a reforzar rasgos de cohesión identitaria (Funes, 2006, p. 206).
A partir de 1898 –como resultado de la guerra hispano-estadounidense– comenzó en a surgir en la región la presencia de un sentimiento antinorteamericano, que en la década de 1920 tomó un fuerte impulso por la multiplicación de intervenciones militares de Estados Unidos (Betancourt Mendieta, 2013), como sucedieron en Haití (1915-1934), República Dominicana (1916-1924) y Nicaragua (1912-1925 y 1926-1933). Sobre este último, en 1927, Augusto César Sandino inició un levantamiento armado enfrentando la intervención norteamericana, acción de resistencia que recibió adhesiones en todo el mundo, y que incluyó la del presidente argentino, Hipólito Yrigoyen, al asumir su segundo mandato en 1928. Con respecto a República Dominicana, como forma de reconocimiento de su soberanía, en 1920 Yrigoyen dio instrucciones de saludar al pabellón de dicho país y no así a Estados Unidos, al arribar el crucero argentino 9 de Julio en Santo Domingo.
Las intervenciones cada vez más frecuentes fueron encontrando voces disidentes en diversos intelectuales latinoamericanos quienes no solo comenzaron a enfrentarse al expansionismo del Norte, sino a encontrar en la idea de latinidad un horizonte histórico de inspiración y unidad (Ardao, 1993). De esta manera, iban a comenzar a desplegarse por la región distintas propuestas de unidad latinoamericana. En 1891 fue publicada Nuestra América del cubano José Martí, en donde apelaba a la tradición continental de Simón Bolívar. Otro referente fue el argentino Manuel Ugarte, quien en varios escritos criticó la hegemonía estadounidense y planteó como contrapeso la unidad de los países de la región, los cuales constituían, según el intelectual, una sola nación, la Patria Grande. Asimismo, la obra de Haya de la Torre, en Perú, nucleó los términos del debate sobre imperialismo en la región durante toda la década de 1920, retomando el ideario de unidad regional. El referente peruano expresaba que “uno de los más importantes planes del imperialismo es mantener nuestra América dividida. América Latina unida formaría uno de los países más poderosos del mundo”.[11]
Estas propuestas tenían una serie de aspectos comunes, como un “programa ideológico latinoamericano del antiimperialismo” (Villasmil Espinosa y Barbesí de Salazar, 2007, p. 225-226). Entre estos puntos coincidentes se encontraban el logro de la independencia política efectiva; el desarrollo económico y social integral de los pueblos latinoamericanos; y la promoción de la unidad latinoamericana para la construcción de un bloque de poder en la región.
El latinoamericanismo estuvo influenciado también por la Gran Guerra. El estallido de la contienda y las imágenes que llegaban a las latitudes del Sur pusieron en duda a Europa como faro y guía de la cultura, y fue ese cuestionamiento el que implantó entre los jóvenes reformistas de los años veinte la idea de que América Latina estuviera llamada a tomar la posta civilizatoria y el lugar providencial abandonado por el viejo continente (Bergel y Mazzola, 2008). Así, desde el punto de vista de inserción internacional, en este período aparece el esfuerzo por ver a América Latina desde perspectivas regionales, diferenciadas del mundo anglosajón (Bernal Meza, 2005).
Otros factores que influyeron en el clima de la época propicio a la unidad continental fueron el triunfo de la Revolución Rusa –y su consecuente influencia en la conciencia política regional– y el impacto de la Revolución mexicana en el pensamiento de jóvenes universitarios e intelectuales (Yankelevich, 1995). Asimismo, fue determinante el rol de la Reforma Universitaria de 1918 en el ideario latinoamericanista, y fueron los intelectuales y universitarios como Alfredo Palacios, quienes se encargaron de difundir sus premisas en todo el continente. Estos determinantes regionales e internacionales calaron tan hondo que en los círculos conservadores argentinos se denominó al período como “la hora de las democracias” (Buchrucker, 1987, p. 35).
En términos económicos, los intelectuales latinoamericanistas consideraban sustanciales en su programa al desarrollo económico y la unidad latinoamericana. Por ello no es de sorprender que diversos intelectuales compartieran las ideas del ya citado Bunge. Este fue el caso de Ugarte, quien propugnó una tesis no solo política sino también económica, tanto para el orden interno como externo (Llairó y Siepe, 1997:71), criticando así, la postura librecambista de diversos dirigentes políticos. En este sentido sostenía: “Un país que solo exporta materias primas y recibe del extranjero los productos manufacturados será siempre un país que se halle en una etapa intermedia de su evolución” (Ugarte, 1910, p. XXV). Desde el periódico La Patria propiciaba el desarrollo de las industrias nacionales tomando los discursos proteccionistas de Carlos Pellegrini y Vicente Fidel López (Rougier y Odisio, 2017). Al igual que Ugarte, Bunge consideraba que aquellos que impulsaban el librecambismo simpatizaban también con la “producción uniforme y simple y resultan colaboradores de los estados astro” (Bunge, 1987, p. 250).
La visita de Marcelo T. de Alvear a Río de Janeiro y Montevideo: Un antecedente de la política exterior radical hacia el Cono Sur
A pesar del fuerte vínculo europeísta que mantenía la Argentina desde 1880, durante las presidencias de la UCR se pudo vislumbrar un campo más amplio de proyección hacia los países latinoamericanos, que se enmarcaba, a su vez, en un clima de ideas que promovían estos lazos, y el cual fue reflejado en los discursos de la dirigencia política en el transcurso de la gira de Marcelo T. de Alvear.
Desde su partida de Francia, la prensa argentina siguió de cerca el viaje del vapor Massilia a bordo del cual se trasladaba Alvear hacia Buenos Aires, luego de haber ganado las elecciones presidenciales en abril de 1922. En su trayecto de regreso, había recibido invitaciones por parte de la Santa Sede, Inglaterra, España, Italia y Bélgica y los gobiernos de Brasil, Alemania, Portugal y Uruguay para ser homenajeado de manera oficial como presidente electo de los argentinos.[12] Entre dichos países por los que decidió hacer escala fueron los sudamericanos Brasil y Uruguay.
Ya durante el primer mandato de Yrigoyen, en 1920, el secretario de la legación argentina en Río de Janeiro, Carlos Acuña, le comunicaba por telegrama al entonces canciller, Honorio Pueyrredón, que había tenido una reunión con el presidente brasileño Epitácio Pessoa (1919-1922) en donde le había expresado su opinión respecto a que los países sudamericanos deberían establecer una verdadera “federación de cooperación mutua” y que en ese escenario Argentina tenía un lugar especial por sus “intereses comunes” con Brasil.[13] Asimismo, en dicha reunión, el dirigente brasileño le expresó su voluntad de viajar de manera oficial a la Argentina antes de que se terminara su mandato. Sobre esto último, el secretario de la Legación, aconsejó a la cancillería argentina un intercambio de visitas presidenciales, las cuales serían “un gran acontecimiento de política americana”.[14] Al igual que el objetivo de resolución de los límites fronterizos, las visitas presidenciales resultaban de importancia en el aspecto político diplomático radical hacia América Latina.
A finales de agosto de 1922, el diario La Nación –periódico argentino que realizó una cobertura especial de las visitas– informaba que, al llegar al Brasil, el presidente electo haría “importantes declaraciones sobre política americana”.[15] El 31 de agosto de 1922 llegó a la entonces capital del país, Río de janeiro. Esa misma noche, el presidente brasileño ofreció un banquete en el Palacio de Cattete, sede del Ejecutivo, en donde participaron el cuerpo diplomático, ministros de Estado, altos jefes militares y representantes de las delegaciones argentinas que habían llegado al país para las fiestas de su Centenario.[16] Allí Pessoa ofreció el siguiente discurso:
No es esta la primera vez que la capital de Brasil tiene el honor de recibir a un presidente de la vecina República del Plata. Visitas anteriores sirvieron útilmente a la política de mayor aproximación y conocimiento entre ambos pueblos. Gracias a ellas, brasileños y argentinos comprenden hoy las propias afinidades … Nosotros, los brasileños y los argentinos, bien sabemos que en verdad sobre esta faz de la tierra ‘todo nos une, nada nos separa’.[17]
La última frase hacía alusión a la que, en su visita a Brasil en 1910, pronunció en su discurso Roque Sáenz Peña como presidente electo de la Argentina. Lo novedoso del discurso de Pessoa es que va más allá de la “amistad” o “fraternidad” histórica entre ambas naciones, para hacer mención a las futuras relaciones bilaterales en el plano económico:
Argentinos y brasileños uniéronse ya por vínculos inquebrantables de pueblo a pueblo … pero esto no es suficiente. A nosotros, políticos y jefes de Estado … Nos es preciso completar esta obra de aproximación … Es menester establecer la misma estrecha comunión en el terreno político y económico, de modo que más unida y conscientes de su importancia puedan las dos naciones concurrir … al progreso material y político del continente … Las condiciones físicas, étnicas, económicas y políticas de la América del Sur favorecen la realización de esa obra.[18]
Alvear devolvió el discurso felicitando al gobierno brasileño por el advenimiento del Centenario de su independencia y las festividades que allí se realizarían. En su discurso expresó la labor que llevaba Brasil a cabo en cuanto a la política americana: “habéis sostenido con las demás repúblicas del continente aquellos conceptos que hicieron coincidir al Brasil y Argentina en soluciones felices … América es un ideal de unión continental ofrecido a cada uno de nuestros pueblos”.[19]
También en el discurso de Alvear –si bien es más moderado con respecto a los objetivos futuros de las relaciones– aparece un elemento novedoso, como es el de unidad continental y el papel de las naciones sudamericanas en el contexto mundial. Los elementos novedosos fueron advertidos por el diputado brasileño Gilberto Amado, y en la sesión del 4 de septiembre, solicitó que se incorporen en los Anales de la Cámara Baja los discursos expresados por el presidente Pessoa y Alvear ya que “en ambos vibran notas nuevas, revelando en la conciencia de los dos jefes de Estado, una homogeneidad expresiva en relación al papel político de la Argentina, el Brasil y América”.[20] Amado hizo referencia a la mención por parte de Pessoa de la frase célebre de Roque S. Peña: “…pero todo nos une, nada nos separa, ¿para qué? En la respuesta de esta pregunta es que aparecen expresados los conceptos a mi parecer nuevos en boca de los dos jefes de Estado de la América del Sur … reflejando la conciencia actual de América y esto es el papel providencial de América”.[21]
Finalizados los agasajos en la ciudad brasileña, el 3 de septiembre, el presidente electo argentino desembarcó en Montevideo y fue recibido por el presidente uruguayo, Baltasar Brum (1919-1923). Para esa ocasión, fue realizada una recepción en la entonces Legación Argentina en donde se encontraban representantes argentinos enviados para darle la bienvenida al futuro presidente –entre ellos militares, representantes del Comité de la Juventud y Comité Torcuato de Alvear–. Fue el representante de éste último quien lo instaba a “continuar con la tarea de la organización de nuestro mecanismo económico y financiero a fin de alcanzar nuestra verdadera y anhelada independencia económica”.[22] El presidente Brum, por su parte, brindó una cena para homenajear a Alvear a la cual concurrieron el ministro de Relaciones Exteriores y miembros de gabinete, cuerpo diplomático, personal militar, el presidente del Senado y de la Cámara de Diputados y el presidente de la Corte de Justicia. A Alvear le expresó su felicitación por la victoria de las elecciones y por su futuro mandato, el cual se desarrollaría en momentos en que “el continente americano se exhibe en forma bien auspiciosa … Se nota un vivísimo deseo de terminar con antiguas querellas, de concluir injustificadas rivalidades, de estrechar vinculaciones entre los pueblos”. [23] Sobre ello, el presidente uruguayo se encargó de reconocer “la influencia que en el desarrollo de nuestras relaciones ha ejercido el presidente Yrigoyen”.[24]
El 4 de septiembre, Alvear dio por concluida su gira de regreso a Buenos Aires, fecha en la cual fue recibido por una manifestación popular en el puerto de la ciudad argentina, que para la prensa exteriorizaba “su aprobación al programa de fraternidad y estrechamiento de vínculos expresado por el futuro mandatario”.[25]
Conclusiones
En este artículo se ha buscado analizar las visitas de Marcelo T. de Alvear a Brasil y Uruguay, en el marco de un clima de ideas regional de unidad continental, y de debates económicos de promoción industrial e impulso del comercio con los países vecinos que se dio en la Argentina en la década de 1920. Ello en tanto se sostiene que las relaciones internacionales de este país se vieron permeadas por los mismos. Para ello se utilizó el enfoque histórico, el cual permite vincular los fenómenos estructurales de la Argentina —como el condicionamiento de su política internacional por su específica inserción internacional— con la dimensión coyuntural —determinada por las acciones de la dirigencia política y las corrientes ideológicas—.
En cuanto a los fenómenos estructurales, la Gran Guerra introdujo transformaciones en la inserción internacional de la Argentina. Si bien se mantuvieron las relaciones con Gran Bretaña como principal mercado de las exportaciones argentinas al finalizar la contienda, los capitales norteamericanos irrumpieron en el país, expandiéndose no solo en empresas dedicadas a la actividad industrial sino también bancos, compañías de seguros e inversiones. De esta forma, Estados Unidos se consolidó como el principal exportador industrial y de capitales del país, y ello posibilitó un esquema de comercio triangular (Fodor y O’ Connell, 1973; Rapoport, 1988) que se mantuvo durante toda la década de 1920. Si bien las relaciones económicas de la Argentina mantuvieron un esquema predominante con los países centrales, el estallido del conflicto bélico habilitó otro esquema comercial con los países vecinos. En este sentido, se corroboró que el intercambio con el Cono Sur se incrementó, llegando a representar el diez por ciento de las exportaciones totales argentinas en 1921, momento en que la economía internacional ya se encontraba normalizada luego del fin de la guerra.
Respecto a la dimensión coyuntural, la contienda también dejó al descubierto la vulnerabilidad de la economía argentina. Su limitada autonomía para atacar el ciclo económico y su dependencia de las circunstancias externas (O’ Connell, 1984) habilitó una serie de debates e iniciativas por parte distintos sectores con el objetivo de delinear una alternativa al esquema económico vigente. Su principal referente fue el ingeniero Alejandro Bunge, quien impulsó distintas propuestas, como el estímulo al desarrollo industrial, la defensa de la economía nacional frente a la acción de otros países, la Unión Aduanera del Sud, y el consecuente fomento del comercio exterior con los países de Sudamérica. Asimismo, los cambios en el escenario internacional, junto con el cuestionamiento a la inserción internacional y la oposición del avance económico de Estados Unidos por vastos sectores intelectuales, permitió, a su vez el desarrollo, de ideologías antiimperialistas y latinoamericanistas que tenían en común ideas de unidad continental y de independencia económica y política. A su vez, las imágenes trágicas del conflicto que azotaba a los europeos promovieron un cuestionamiento sobre su rol civilizatorio, y dieron lugar a la posibilidad de que América Latina reemplace a Europa en ese lugar “providencial” o de faro civilizatorio.
En este marco, podemos entender este complejo clima de ideas como el sustrato (Rougier y Odisio, 2017) de la política desplegada por el radicalismo con los países vecinos, en contraposición a la de los gobiernos conservadores, caracterizada por los conflictos fronterizos o el aislamiento hacia la región (Ferrari, 1981; Puig, 1988). Si bien las dimensiones diplomática y económica de la política exterior implementada durante las dos presidencias radicales —Yrigoyen y Alvear— representaron una continuidad, durante el comienzo del mandato de Marcelo T. de Alvear se evidencia un momento en el que se auguraba un cambio en materia económica, a favor de la industria y el proteccionismo y, en cuanto a la política exterior, las posibilidades de vinculación con América Latina.
La complejidad que caracterizaba al período de posguerra podía verse materializado en los discursos de los mandatarios, diplomáticos y dirigentes políticos del Cono Sur durante las visitas del presidente electo argentino: la referencia a la unidad continental; el nuevo lugar “providencial” de América Latina en el escenario global; la insuficiencia del vínculo diplomático cordial entre los países de la región y la necesidad de estrechar los vínculos económicos. Todas estas referencias fueron características de los programas latinoamericanistas, que tenían como objetivo la independencia y el desarrollo económico, y muestran que permearon –al menos en principio– la política exterior radical, y a dichas visitas como un antecedente en el intento de estrechar los vínculos con los países vecinos.
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Recibido 12/03/2024
Evaluado: 07/04/2024
Versión Final: 16/04/2024
(*) Licenciada y Profesora en Ciencia Política, y Doctoranda en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires). Magíster en Relaciones Internacionales Europa-América Latina (Universidad de Bolonia), Italia. Becaria doctoral (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), Argentina. Email: lucialacunza@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0009-0009-8758-5729.
[1] El presente artículo es una versión ampliada de la ponencia presentada en las XVIII Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Santiago del Estero, Argentina. Agradezco los comentarios de Julián Kan, Leandro Morgenfeld y Alejandro Simonoff realizados en esa instancia.
[2] El esquema de comercio triangular se configuró finalizada la Primera Guerra Mundial, como resultado de la emergencia de los Estados Unidos como potencia hegemónica. El mismo estaba conformado por Gran Bretaña como principal mercado para la exportación de productos primarios argentinos, y por Estados Unidos como el principal proveedor de manufacturas industriales.
[3] Anales de la Sociedad Rural Argentina, Buenos Aires, 01/1927, p. 7-8.
[4] Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, 1926, p. 340.
[5] Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, 1926, p. 340.
[6] Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, 1925, p. 511-512.
[7] Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, 1916-1917, p. xi
[8] La Nación, Buenos Aires, 04/09/1922.
[9] Sobre el crecimiento de la economía argentina en la década de 1920 ver Di Tella y Zymelman (1967), Geller (1970), Llach (1985), O'Connell (1984), y Villanueva (1972).
[10] Sobre la cuestión de cómo es referida nominalmente la región latinoamericana por la dirigencia política, intelectuales y artistas en este período, ver Funes (2006).
[11] Haya de la Torre, V.R, Discurso de París, 29/6/1925.
[12] Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, 1922-1923, p. V.
[13] Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto (AMREC). Sección División de Política, Brasil, 1920, Caja N°1969, Expediente N° 20.
[14] Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto (AMREC). Sección División de Política, Brasil, 1920, Caja N°1969, Expediente N° 20.
[15] La Nación, Buenos Aires, 29/08/1922, p. 1.
[16] Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, 1922-1923, p. 121.
[17] La Época, Buenos Aires, 31/081922, p. 1.
[18] La Nación, Buenos Aires, 1/09/1922, p.1.
[19] La Nación, Buenos Aires, 01/09/1922, p. 1.
[20] La Nación, Buenos Aires, 01/09/1922, p. 2.
[21] La Nación, Buenos Aires, 01/09/1922, p. 2.
[22] La Nación, Buenos Aires, 01/09/1922, p. 2.
[23] La Nación, Buenos Aires, 04/09/1922, p. 1.
[24] La Nación, Buenos Aires, 04/09/1922, p. 1.
[25] La Época, Buenos Aires, 04/09/1922, p. 4.; La Nación, Buenos Aires, 05/09/1922, p. 1.