Género, trabajo, familia y militancia en la comunidad metalúrgica de Villa Constitución durante los tempranos ´70

 

Andrea Andújar(*) y Victoria Basualdo(**)

 

ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24690732/lz1vkm6zk

 

Resumen

 

Este artículo examina la historia de la organización obrera y sindical que tuvo lugar en Villa Constitución, en el sur de la provincia de Santa Fe, a partir de la historia de tres mujeres. Su propósito es analizar las conexiones de sus trayectorias vitales y experiencias con las dinámicas comunitarias, las relaciones sociales y los procesos de organización y conflictividad obrera en ese territorio durante la primera mitad de la década de 1970. Apuesta en tal sentido, a renovar las interpretaciones sobre las luchas que libró esa comunidad obrera contra las patronales siderúrgicas, la dirigencia nacional de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) -el gremio más poderoso de ese momento- y el gobierno nacional, considerando el género como una dimensión central de la experiencia de clase. Para su recorrido, organizado en dos apartados, aborda el análisis de las entrevistas orales realizadas con las tres protagonistas principales de esta historia contrastándola con documentación escrita de diversa factura.

 

Palabras clave: Género; Conflictividad obrera; Villa Constitución.

 

 

 

Gender, work, family and militancy in the metallurgical community of Villa Constitución during the early 70's

 

Abstract

 

This article examines the history of the worker and union organization that took place in Villa Constitución, in the south of the province of Santa Fe, based on the story of three women. Its purpose is to analyze the connections of their vital trajectories and their experiences with the dynamics of this community, the social relationships and the processes of organization and the labour conflict in that territory during the first half of the 1970s. It bets, in that that sense, to renew the interpretations of the struggles waged by that worker community against the steel bosses, the national leadership of the Unión Obrera Metalúrgica (UOM) -the most powerful union at the time- and the national government, considering gender as a central dimension of the class experience. For his tour, organized in two sections, he analyzes the oral interviews carried out with the three main protagonists of this story, contrasting it with written documentation of different types.

 

Keywords: Gender; Labor conflict; Villa Constitución.

 

Género, trabajo, familia y militancia en la comunidad metalúrgica de Villa Constitución durante los tempranos ´70

 

Introducción

 

Este artículo analiza la historia de la organización obrera y sindical que tuvo lugar en Villa Constitución, en el sur de la provincia de Santa Fe, durante los años 1970 a partir de la experiencia de tres mujeres: Gabriela Sosa, Lidia Figueroa -apodada cariñosamente Pocha-[1] y la hija de esta última, llamada también Lidia. Su intención es presentar una mirada renovada sobre un proceso densamente indagado desde diversos campos y disciplinas: las luchas que libró esa comunidad obrera contra las patronales siderúrgicas, la dirigencia nacional de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) -el gremio más poderoso de ese momento- y el gobierno nacional. Para ello cifra su apuesta en comprender de qué manera el género gravitó en el ritmo, la dirección y la forma que asumió la conflictividad obrera en ese territorio durante la primera mitad de la década de 1970.

A pesar de los vínculos de amistad y parentesco que las unen, así como de la común pertenencia a la clase trabajadora, las trayectorias de las tres mujeres convocadas para este trabajo guardan significativas diferencias. Pocha, la mayor de ellas, llegó a Villa Constitución en 1964, donde consiguió trabajo en el hospital local como planchadora. En 1965 se casó con Carlos Sosa, trabajador ferroviario y militante del Partido Comunista con quien había comenzado un noviazgo antes de su arribo a la ciudad metalúrgica. De esa unión nació en 1970 Lidia, la única hija del matrimonio, quien debió afrontar con su mamá las persecuciones desatadas por las fuerzas policiales y parapoliciales contra la clase trabajadora a partir del 20 de marzo de 1975. Gabriela, hija de Dominga Bustos, una amiga de Pocha, trabajó en ACINDAR durante la primera mitad de los años ‘70. Activista sindical y militante política, se desempeñó en la empresa en el marco de una pasantía rentada y luego, ni bien terminó la escuela secundaria, como empleada del Departamento de Control de Calidad. Estas diferentes pertenencias generacionales, laborales y de involucramiento político marcaron su participación en las luchas que tuvieron a la planta de ACINDAR como protagonista principal en 1974 y 1975. Qué fue lo que ellas hicieron, cómo y por qué son las preguntas iniciales a las que estas páginas buscarán dar respuesta recurriendo a las remembranzas que Gabriela, Pocha y Lidia edificaron sobre ese pasado.

El activismo y la militancia en Villa Constitución durante los años ‘70 han sido objeto de diversas aproximaciones. El vasto universo de estudios existentes sobre la clase trabajadora, focalizados mayoritariamente sobre los obreros de ACINDAR, METCON Y MARATHON, las empresas que dominaban la vida económica de la localidad, examinó el alcance del clasismo y las experiencias antiburocráticas, los vínculos entre la clase trabajadora y las organizaciones político armadas y no armadas de izquierda y peronistas, las dinámicas y alcances que asumieron los procesos de radicalización política, los límites del modelo de acumulación tanto en la segunda etapa de la industrialización por sustitución de importaciones (ISI) como a partir de las transformaciones operadas a mediados de los años ‘70, el papel de diversos sectores del gobierno peronista y de la dirigencia de la UOM en la búsqueda del disciplinamiento obrero, y la alianza empresarial-militar en la política represiva.

Esta multiplicidad de abordajes produjo resultados analíticos valiosos, que enriquecieron los debates sobre el período. Pero partió de una fuerte naturalización de este movimiento obrero predominantemente masculino, sin formular preguntas en clave de género. Así, las formas que asumió la masculinidad obrera y militante no fueron interrogadas ni exploradas. En la mayor parte de los casos tampoco se indagó por las mujeres de esa historia, relegándolas a ocupar, a lo sumo, el rol de acompañantes de una agencia masculina protagónica. Mencionadas como vecinas, esposas o hijas de los obreros metalúrgicos, los intereses, cosmovisiones y objetivos que ellas pusieron en juego en esas luchas no se indexaron al relato del pasado.[2] Esta ausencia interpretativa nos alienta a asumir aquí un recorrido diferente. El proceso de historia oral que encaramos con Gabriela, Pocha y Lidia permite no sólo reponer historias de mujeres que iluminan aristas claves de las trayectorias laborales y las militancias políticas en Villa Constitución durante los años 70. También coloca en primer plano dimensiones y aspectos de la cotidianeidad de esa comunidad que fueron cardinales en las experiencias, identidades y expectativas del conjunto de sectores y actores involucrados en ese conflictivo proceso histórico. Los lazos barriales, el trajinar en las calles y en los negocios de la ciudad, el día a día de las trabajadoras de planta en ACINDAR, las redes familiares del activismo sindical y de la militancia política en organizaciones de izquierda menos examinadas -como el Partido Comunista-, la vivencia cotidiana de una represión que encontró en los barrios proletarios el desafío de la resistencia son algunas de las cuestiones que los relatos de Gabriela, Pocha y Lidia sacan de la opacidad invitándonos a profundizar la compresión de ese pasado. En suma, entendemos que situar el foco en estas tres mujeres a la luz de una perspectiva que generiza las luchas obreras, las formas de organización en que se sostuvieron, los variados senderos de su decurso y sus horizontes políticos, posibilita comprender más cabalmente los conflictos ocurridos en esta comunidad obrera a partir de una interpretación más compleja de sus protagonistas.

La elaboración de este artículo resulta de la confluencia de dos voluntades e intenciones de distinta procedencia. La primera concierne a sus autoras. La escritura del texto partió de nuestro acercamiento previo al proceso histórico de Villa Constitución. Las investigaciones realizadas en diferentes momentos de nuestras trayectorias académicas nos brindaron conocimientos y contactos que facilitaron el diálogo con las entrevistadas a partir de referencias compartidas sobre personas, eventos, organizaciones políticas y sindicales de ese pasado (Andújar, 1997; Basualdo, 2010). Este reconocimiento de saberes comunes posibilitó gestar una cercanía que logró sobreponerse al contexto de la pandemia COVID-19, donde las limitaciones del formato virtual fueron un enorme desafío a salvar. Si el contacto personal en la ocasión de la entrevista es un sustento central del intercambio dialógico entre quien investiga y quien relata sus vivencias, sortear su imposibilidad exigió adaptarse a la mediación de las computadoras en un vínculo donde la visión de la otra persona y sus gestos quedó circunscripta al recuadro de la pantalla. La generación de un ambiente relajado y cálido, tan necesario para la fluidez del diálogo, se enfrentó entonces a dificultades propias de la conectividad. Los problemas con la señal de internet amenazaron más de una vez las posibilidades de un ida y vuelta ágil entre preguntas y respuestas, dotando a las pausas o los silencios, además, de sentidos muy distintos a los que estábamos acostumbradas a escudriñar bajo los consejos pioneros de Ronald Fraser (1989), Luisa Passerini (1991) y Alessandro Portelli (1991). A pesar de ello, la conjugación del interés por narrar y escuchar se impuso dando lugar a encuentros en los que, en un marco de confianza y afecto, fueron aflorando tópicos, dimensiones y experiencias que desconocíamos sobre ese pasado.

La segunda voluntad que trasunta en este texto -y que en realidad obró como precondición fundamental de su arquitectura- provino de la decisión consciente y sostenida asumida por Gabriela de compartir la historia de esta comunidad obrera a través de un escrito autobiográfico que generosamente puso a nuestra disposición. Como ella misma destacó, la producción de ese relato fue resultado de procesos personales de trabajo en ámbitos diversos que contemplaron desde la asistencia a seminarios de arte-terapia -que la ayudaron a reflexionar sobre su propia historia- hasta la participación en espacios de memoria sustanciados con un conjunto de pobladores y sobrevivientes de las experiencias de las últimas décadas en Villa Constitución. La invitación de nuestro querido colega Ernesto Rodríguez para participar en una reunión de tal espacio en septiembre de 2020, realizada en el marco de la virtualidad, nos puso en relación con Gabriela y con su escrito. Ese encuentro fue el punto de partida de las entrevistas que llevamos adelante con ella, con Pocha y con Lidia en función de una decisión también compartida: la de desbordar la historia masculinizada de la conflictividad obrera en Villa Constitución y su memoria a la luz de un análisis de género capaz de reponer el protagonismo femenino.[3]

Concretamos dos entrevistas individuales con Gabriela y una entrevista colectiva con Gabriela, Pocha y su hija Lidia, que fueron desgrabadas de manera inmediata.[4] Sus relatos nos proporcionaron un material valiosísimo cuyo análisis se complementó y cruzó con fuentes escritas compuestas por periódicos comerciales de tirada nacional, prensa política partidaria y sindical, expedientes judiciales, papeles de diversos archivos públicos y de acervos documentales personales.

Queremos destacar, asimismo, que este artículo se enriqueció con el diálogo y el compañerismo que sostuvo la planificación del texto, el diseño y la realización de las entrevistas, así como los análisis de las fuentes documentales escritas y orales. También, de los comentarios de un grupo de colegas con quienes mantuvimos reuniones periódicas de intercambio y debate sobre los avances del trabajo, sus opciones teóricas y metodológicas, así como la actualización bibliográfica.[5]

El desarrollo de estas páginas se organiza en dos apartados. El primero parte de la historia de Gabriela deteniéndose particularmente en su trayectoria educativa y laboral dentro de ACINDAR. Siguiendo sus huellas, la sección se adentra en los recovecos del Villazo, el conflicto de marzo de 1974 que aunó a la comunidad de Villa Constitución tras las exigencias y reivindicaciones planteadas por las y los trabajadores metalúrgicos. El segundo tiene como punto de partida la historia de Pocha y de su hija Lidia. Su preocupación es comprender cómo la represión estatal desatada sobre esa comunidad obrera por el gobierno nacional con participación de la dirigencia empresarial y sindical, afectó la cotidianeidad de sus vidas obligándolas a un derrotero de resistencias que se jugó en los barrios proletarios, en sus casas, en sus calles y en sus negocios. El artículo concluye con una serie de reflexiones en las que hilvanamos los principales argumentos presentados a lo largo de estos párrafos.

 

Chicas con temple de acero: de la escuela técnica a la planta de ACINDAR

 

Gabriela nació en 1954 en Villa Constitución, ciudad cabecera del Departamento Constitución fundada a mediados del siglo XIX. Su padre, Zenón Luis Sosa, se había mudado allí desde el campo, donde había nacido y empezado a trabajar con apenas cinco años de edad como boyero. Gabriela contaba que él era tan pequeño que debían atarlo al caballo para que no se cayera. La experiencia ganada en esas faenas desde su infancia le permitió conseguir empleo en los tambos ni bien llegó a Villa Constitución. Para ese entonces, la ciudad no dejaba de crecer. Convertida en polo cerealero a comienzos del siglo XX, con una intensa actividad ferroviaria y portuaria (Prospitti y Videla, 2012), su pujanza se amplió al promediar la centuria con el establecimiento de ACINDAR. Esta firma siderúrgica conformada en 1942, había decidido levantar una planta allí debido a la relativa cercanía de Villa Constitución con San Nicolás, ciudad donde estaba emplazada su principal proveedora de acero, la empresa estatal SOMISA. Zenón fue contratado para trabajar en su construcción y luego, una vez terminada la fábrica en 1951, entró como trabajador ascendiendo en poco tiempo al puesto de supervisor. Fue fundador, con otros obreros, de la Cooperativa de Transporte para el personal de ACINDAR. También fue elegido delegado de su sector y participó del proceso de organización de la seccional de la Asociación de Supervisores de la Industria Metalúrgica de la República Argentina (ASIMRA),[6] que agremiaba a supervisores y técnicos. Ese compromiso dejó una marca indeleble en la memoria de Gabriela.

Su mamá, Dominga Bustos, tuvo diversos trabajos y oficios pues al mismo tiempo que criaba a Gabriela y a su hermano, “bordaba, cosía, tejía, tuvo almacén, participaba en el Club de Madres de la Escuela Belgrano”.[7]  El proceso de creciente activismo hacia finales de los años ‘60 en Villa Constitución marcó un cambio en su vida. Dominga no solo participó en esos tiempos de la toma del hospital zonal exigiendo una mejor atención, sino que también fue nombrada Ecónoma del mismo por impulso de las y los militantes de la Juventud Peronista que habían protagonizado la protesta, quedando efectiva en ese puesto posteriormente.[8] Peronista al igual que su esposo, Dominga fue militante de la Rama Femenina del Partido Justicialista, delegada zonal del sindicato Unión Personal Civil de la Nación -cargo que mantuvo hasta que se jubiló-, e integró la Multisectorial y la CGT Regional; pero esto último ocurrió a partir del inicio de los años ‘70.

A mediados de la década de 1960, ya concluida la escuela primaria, Gabriela inició la secundaria en la Escuela Normal recordando haber gozado allí de “una libertad maravillosa, de creación, arte, lecturas, música”.[9] Sin embargo, cuando por una reforma curricular se quitó el título de magisterio para ese trayecto educativo, ella resolvió continuar sus estudios en la Escuela Nacional de Educación Técnica (ENET) N° 1 de San Nicolás.[10]  Esta decisión implicó una gran movilización y tuvo que enfrentar la total oposición de su madre. Sólo logró convencerla cuando, interpelando a su padre, explicó que ella quería “ser técnico y trabajar en fábrica”. Aunque le deparó costos, esta decisión también le brindó aprendizajes y nuevas experiencias. La ENET N° 1 tenía un régimen sumamente estricto de saludos, rituales, uniformes y “un panóptico en la preceptoría” desde donde observaban “todo el patio y te gritaban por micrófono.” Además, las prácticas deportivas se realizaban en un Batallón y un sábado al mes hacían prácticas de tiro en el Tiro Federal.[11]  Pero aún en este contexto, se logró conformar un Centro de Estudiantes, un espacio que le permitió a Gabriela y sus compañeros despuntar el debate político en función de intereses y expectativas sobre la realidad, y articular de manera colectiva sus demandas a las autoridades escolares. En las elecciones para las autoridades del centro estudiantil compitieron dos listas. Una, alineada con el peronismo y otra, que terminó imponiéndose, ligada a la Federación Juvenil Comunista (FJC). Desde ese espacio organizativo se llevaron a cabo varias acciones como, por ejemplo, la organización de movilizaciones con otras escuelas de San Nicolás en repudio del derrocamiento de Salvador Allende en Chile el 11 de septiembre de 1973.

La ENET Nº 1 también trajo aparejado un proceso de formación intenso y especializado, esfuerzo que se sumaba al viaje entre su casa y la escuela, imposible de sostener diariamente. Debido a esto, Gabriela acordó con su familia ir a vivir con una tía abuela en San Nicolás, lo cual le permitía cumplir con la jornada extendida de la escuela pues ingresaba a las 7:30 h de la mañana y salía a las 12:00 h del mediodía para luego volver a entrar a las 13:30 h y permanecer allí hasta las 19:20 h. Al mismo tiempo, al haberse anotado para estudiar Química, tuvo que hacer un año de equivalencias mientras cubría, simultáneamente, el taller de primero, segundo y tercer año. Así, mientras sus compañeros iban tres veces por semana durante 4 horas, ella debía concurrir todos los días de la semana por tiempos más extensos. Estos desafíos estaban atravesados además por su condición de género: sobre un total de 750 estudiantes, solamente 7 eran mujeres en la especialidad de Química -mientras que apenas 1 en electromecánica-. La escasa presencia femenina en ese espacio educativo guardaba correspondencia con lo que sucedía en el resto del país. Para 1960, la modalidad de Química y Minería dentro de la formación técnica del ciclo escolar secundario contaba apenas con 486 mujeres frente a 7016 varones.[12] Sin embargo, Gabriela no vivió esto como una desventaja o una incomodidad. Tal vez, porque esta situación se conjugaba con los intereses típicos de la adolescencia que incluían los contactos sociales, amistades y romances. Ella recordaba que iba al taller a la mañana, por lo cual “mis compañeras me odiaban porque iba con los chicos de quinto y sexto año. ¡Qué maravilla!”.[13]

Ese trayecto le permitió adquirir conocimientos de metalurgia, electricidad, fundición y hojalatería. A pesar del régimen estricto de la ENET Nº 1 en comparación con la libertad y apertura que vivió dentro de la Escuela Normal, estos saberes fueron decisivos para su vida.[14]  Gracias a esa formación pudo ingresar a ACINDAR con 16 años de edad, durante el verano de 1970-1971, para realizar unas prácticas rentadas.

En ese contexto, enmarcado por la segunda etapa de la ISI en la Argentina, la actividad siderúrgica se había convertido en una de las ramas más dinámicas (Basualdo, E., 2006). En esos años ACINDAR pugnaba por expandirse aumentando su capacidad productiva y con ello, el plantel de obreros y empleados. Gabriela recordaba haberse enterado de casualidad, estando aún en la escuela, de que la empresa iba a recibir “gente del Politécnico de Rosario”. Con otro estudiante compañero suyo, cuyo padre trabajaba en la empresa al igual que Zenón, su padre, decidieron averiguar cómo postularse. El ingreso de Gabriela a las prácticas rentadas se concretó gracias a otro familiar, su tío Carlos, que trabajaba en la empresa de limpieza y repartía la leche dentro de la planta, lo que le permitió averiguar si existía la posibilidad de que su sobrina se incorporara. Gabriela presentó la carta que le pidieron y la llamaron como resultado en definitiva, no de los vínculos de su padre, que estaba muy bien conceptuado, sino del “chico de la limpieza”, su tío, lo cual revela la presencia en la fábrica de una trama compleja de relaciones familiares y de amistad.[15] Todo esto resulta interesante porque no era usual en ese entonces (ni ahora) que las mujeres escogieran formarse en escuelas técnicas especializadas en química, minerales o metalurgia dado los estereotipos de género que asociaban estos saberes con habilidades y destrezas físicas masculinas (Bloj, 2017; D´Andrea y Buontempo, 2019). Menos aún lo era que se involucraran en pasantías para ingresar en fábricas dominantemente masculinas en su fuerza de trabajo y en el imaginario de su propia existencia. Que ACINDAR tuviera en cuenta a estudiantes secundarias mujeres para esas pasantías también constituyó una novedad que, por otro lado, tampoco involucró algún análisis al respecto para una empresa que ha sido muy estudiada. Fue nuevamente una situación casual y un vínculo personal lo que le permitió ser nuevamente contratada en ACINDAR.

Corría el año 1973 y Gabriela ya había terminado el ciclo secundario en la ENET. Un día, estando en la verdulería de su barrio, se cruzó con quien había sido su jefe durante la pasantía rentada, un ingeniero que para este entonces había ascendido al puesto de Gerente. Al enterarse de que ya estaba recibida, la convocó a presentarse en la planta al lunes siguiente. Fue así como ingresó a trabajar como empleada de la empresa siderúrgica dentro del Laboratorio de Ensayos Metalográficos en el Departamento de Control de Calidad. Allí debía estudiar la estructura de los materiales a partir de testeos químicos y físicos, tarea que incluía la utilización de un microscopio, y también, encargarse de la atención a clientes por reclamos. Era la única mujer entre más de ciento cincuenta inspectores y laboratoristas.[16]

La narrativa de Gabriela sobre la fábrica a la que había ingresado, una empresa de importancia decisiva no solo para la localidad y la provincia sino también para la economía nacional, subrayaba aspectos abordados en general a partir de protagonistas exclusivamente masculinos. Su memoria sobre ese tiempo de trabajo discurría entre el disfrute por el aprendizaje del oficio y la construcción de redes informales de transmisión de conocimientos y de sociabilidad. Así, ella comentaba que había aprendido “cuanto podía de materiales, defectos” ya que “iba a la planta, hablaba con los operarios de trefilado para ver por qué se cortaban los alambres para Pirelli” y “al tren laminador cuando las palanquillas latigueaban, volviéndose esculturas ardientes”. En el recuerdo de esas vivencias ganaban presencia varias personas como el “Sr. Brengio” que le explicaba diversos procedimientos, o el bibliotecario que “me prestaba libros para interpretar las muestras en el microscopio.” También se materializaban otros momentos y actividades vinculados con el uso del tiempo libre dentro de la fábrica, como compartir asados con su padre y los operarios, momentos donde se imponían además las risas y el compañerismo.[17]

Esta trayectoria de formación y trabajo resulta sorprendente en muchos sentidos. En principio, por las tareas que tenía a cargo, vinculadas con el control de calidad en metalografía en todo el proceso productivo. Además de estudiar una posible falla de los materiales, debía consultar con el operario que manejaba la máquina y conocía los procesos al detalle, cuestión que le permitía ampliar su saber sobre el funcionamiento del proceso productivo y sin dudas, de las condiciones de trabajo. Asimismo, usaba el laboratorio de fotografía de la empresa para dejar registro del control de calidad, aprovechando la oportunidad para revelar fotos de ella misma y de sus compañeros que captaban diversos momentos de la vida cotidiana, familiar y laboral, “porque ACINDAR nos daba cajas de rollos”.[18] En definitiva, el recorrido laboral de Gabriela era excepcional en una fábrica como ACINDAR, en la que las mujeres solían ocuparse de labores administrativas, realizando trabajos que les brindaban prestigio social y las salvaguardaban de los prejuicios morales existentes sobre su género en el mundo laboral (Queirolo, 2018). Desempeñaban tareas, por tanto, dentro del área de contabilidad, como secretarias de distintos funcionarios jerárquicos o asistentes en las áreas de ingeniería (Contreras, 2019). Gabriela estaba en planta, desempeñándose como “técnico”, situación compartida solamente con otra trabajadora, una ingeniera electrónica. En este espacio ostensiblemente distintivo de las experiencias de la mayoría de las trabajadoras de la actividad metalúrgica, ella se sentía a gusto y cómoda.[19] Como veremos luego, esto además se articuló con diversas formas de militancia y organización tanto sindical como política, particularmente vinculadas al Partido Comunista.

A la hora de analizar cómo la propia empresa concebía el papel de las mujeres, por su parte, el reglamento interno resulta una fuente muy útil. Éste marcaba claramente el anclaje patriarcal de sus interpelaciones a los trabajadores y sus familias, reforzando la tradicional división sexual del trabajo.[20] Desde el inicio, la ilustración que acompaña la leyenda “Ud. es parte de Acindar” incluye a una mano gigante y su sombra señalando a tres figuras con distinta vestimenta: una de traje, otra de mameluco y otra de delantal, que tienen como factor común su género masculino.

 

Ilustración 1. Reglamento interno de ACINDAR

 

 

Fuente: Archivo de las autoras

 

El “mensaje de la gerencia” dejaba en claro cuáles eran los tres grupos de personas “imprescindibles” dentro de la empresa: “los obreros y empleados, que aportan su tiempo, ideas y esfuerzo”, “los accionistas, que invierten sus ahorros” y “los clientes, que compran todo lo que fabricamos”, afirmando además que “el éxito de cada uno de ellos es necesario para el éxito de todos”. De tal modo, las ilustraciones desplegadas a lo largo del documento evidenciaban la mirada y la expectativa empresarial sobre la figura varonil de todos los protagonistas del proceso de trabajo en la fábrica, incluyendo no sólo a obreros, sino también a empleados, supervisores, personal jerárquico y al personal de salud. Esa naturalización absoluta que el documento mostraba en cada una de sus páginas sobre la identidad masculina de estos protagonistas, acompañaba asimismo el esfuerzo por denotar la diversidad de jerarquías, tareas y papeles que cada uno jugaba en ese “universo fabril” y que se distinguían muy cuidadosamente.

 

Ilustración 2. Reglamento Interno de ACINDAR

 

 

Fuente: Archivo de las autoras

 

Las mujeres sólo aparecían retratadas y mencionadas en dos instancias que claramente se ubicaban fuera de la fábrica. La primera era en referencia a las ausencias por motivos de salud, donde la ilustración muestra a un obrero en cama y a una mujer, su esposa presumiblemente, sentada a su lado, con el pelo perfectamente arreglado y muy bien vestida, llamando a la empresa para dar correcto aviso de la ausencia obligada.

 

Ilustración 3. Reglamento interno de ACINDAR

 

 

Fuente: Archivo de las autoras

 

La segunda ocasión también está ubicada en relación con la familia. En su rol de cuidadora del hogar, se solicitaba a la mujer que prestara aviso a la empresa de cualquier cambio en la conformación familiar. La ilustración muestra una pareja vestida como para un casamiento, con la mujer de blanco y de largo y el hombre de traje, explicitando con claridad la expectativa matrimonial para sus trabajadores varones.

 

Ilustración 4. Reglamento interno de ACINDAR

 

 

Fuente: Archivo de las autoras

 

Todo esto resulta muy importante para comprender algunas de las dificultades y desafíos que enfrentó Gabriela como una de las dos mujeres trabajando en la planta, empezando por cuestiones prácticas básicas como el baño que iba a usar. En base al diagnóstico de que los trabajadores debían ser varones, la empresa no tenía previsto que hubiera un baño para mujeres y “fue toda una historieta que haya un baño para mí. Al final fui a un baño de otra sección.”[21] Gabriela destacaba de todos modos que las relaciones con sus compañeros de trabajo fueron cordiales y cómodas ya que “jamás me faltaron al respeto, jamás tuve malos momentos y eran ciento y pico.”[22]  Sin embargo, se percibía cierto control por parte de la empresa respecto de las interacciones entre varones y mujeres dado que recibió comentarios reprobatorios por haber sostenido conversaciones cercanas con algún compañero que la había elogiado. También registró una incomodidad con un “alto jefe de gerencias” que la observaba, y que en alguna ocasión le preguntó, cuando ella estaba inclinada trabajando, si se iba a quedar mucho tiempo en esa posición. Ante lo que percibió como un ataque, ella le respondió: “Sí, ingeniero, todo el tiempo que sea necesario”, después de lo cual “los muchachos que estaban cerca y que escucharon, porque además lo había dicho fuerte” se rieron y “se cortó la cuestión.”

El tema de la vestimenta en fábrica aparece como una cuestión clave. El tipo de ropa denotaba jerarquías ocupacionales y la presencia de mujeres implicaba un desafío adicional en este campo. Gabriela narraba que ella estaba “acostumbrada a usar minifalda de 33 centímetros que apenas me tapaba la cola, me las hacía mi madre. Tenía de todo, tableada, acampanada, alta y flaca era en ese momento, de patas largas.”[23]  En una charla sostenida con un compañero luego del episodio con el jefe, ella le decía que “me rompe las bolas que me miren diferente”, a lo que él respondió que “nosotros no te miramos diferente, no hacemos…” “No”, le digo “pero fíjate este jefe que sí lo hizo”. Gabriela cuenta que entonces empezó a usar ropa de fábrica en el trabajo. Recuerda que iba y venía con la minifalda, pero usaba el equipo de fábrica, “pantalón Grafa, guardapolvo, casco, usaba todo. Y cuando me sentí segura con mis compañeros empecé a usar otra ropa.” Destaca, en ese sentido que “a mí me hicieron sentir una reina”, “siempre me hicieron sentir bien” y “la gente de adentro de planta, el obrero raso, también”, marcando la diferencia con los jefes más altos. [24] Esta trayectoria de Gabriela ilumina también algunos hitos del proceso de organización sindical en dicha empresa y en el movimiento obrero en la localidad de Villa Constitución, en diálogo con los ciclos de grandes luchas obreras a nivel nacional.

En el año 1973, luego de intentos de organización frustrados por respuestas patronales que incluyeron despidos de activistas, la Lista 7 de septiembre-Marrón, una agrupación identificada con el sindicalismo combativo, se impuso en la comisión interna de ACINDAR. Enfrentando una serie de obstáculos e impedimentos, motorizó diversas movilizaciones exigiendo el llamado a elecciones sindicales para normalizar la seccional de la UOM-Villa Constitución. Entre ellas se destacó el mítico “Villazo”, un acontecimiento que puso en el centro de la escena política regional y nacional a esa comunidad obrera cuando los y las trabajadoras decidieron ocupar las plantas de ACINDAR, MARATHON y METCON el 9 de marzo de 1974 en defensa de su derecho a elegir a la conducción de la organización sindical que debía representarlos (Winter y Balech, 1985; Andújar, 1996; Rodríguez et al., 1999; Santella y Andújar, 2007; Winter, 2010; Basualdo, 2011; Paulón, 2012). Gabriela recordaba nítidamente el inicio de ese conflicto que rápidamente ganó el apoyo solidario de los ferroviarios, aceiteros, docentes, textiles, entre otros gremios y sectores laborales. En su escrito, ella contaba que: “el día de la asamblea y decisión de toma de fábrica, nosotros estábamos trabajando porque éramos de ASIMRA. El problema se armó a las 16 h, cuando debían salir los empleados. La idea era “no sale nadie”, pero… estábamos las mujeres.”[25]

Esa presencia femenina no era un tema menor. La representación sindical estaba dividida. La UOM congregaba a las empleadas de contaduría, las secretarias de la jefatura y las administrativas de la parte de ingeniería, algunas de las cuales eran activistas de la lista Marrón o simpatizaban con sus propuestas. Entre tanto, a Gabriela, que apoyaba informalmente a la lista Marrón, le correspondía ASIMRA al desempeñarse como técnica. La decisión de ocupar las fábricas el 9 de marzo a partir de las 16 h, lo cual implicaba que nadie podía entrar o salir de las instalaciones, había incluido tomar como rehenes a los jefes y gerentes a fin de impedir cualquier intento de desalojo violento. Gabriela era parte de ese grupo y cumplía un horario laboral que se extendía desde las 8 h de la mañana hasta las 16 h de la tarde. Dejarla a ella y a otras mujeres que trabajaban en el mismo horario adentro de la planta involucraba una decisión compleja. Podía tensionar las relaciones entre los obreros y sus familias cuando no desatar abiertos conflictos capaces de minar el apoyo de la comunidad que los trabajadores esperaban tener. Los posibles celos de las esposas o la puesta en duda de la moral sexual de las mujeres que deseaban participar de la toma eran cuestiones que no se podían desatender fácilmente. Pero a su vez, contrariar la voluntad de aquellas trabajadoras que querían participar de la toma tampoco era una opción sencilla de asumir. Finalmente, luego de “debates, idas y vueltas”, se resolvió que “las mujeres salen”.[26]

Desde ese momento, la participación de las mujeres se concentró en la organización del apoyo externo al conflicto. Reunir alimentos y abrigo era central para mantener en pie la toma lo cual exigía, ante todo, apelar a la solidaridad de los y las comerciantes para que donaran diversos productos. Gabriela logró la adhesión de una panadería donde “todas las mañanas pasaba a buscar un canasto grande, lleno de facturas y lo llevaba al portón.”[27]  Y de esa manera se fueron sumando diversos comercios de la comunidad en función de los vínculos personales, pero también de las coincidencias políticas con lo exigido por la clase trabajadora de las tres empresas. Justamente, el peso de esos lazos personales había sido vital para el involucramiento político de mujeres como Gabriela. Ella comentaba que conocía a Alberto Piccinini desde que:

 

tendría 5 ó 6 años. Él era el novio de Alicia Medina que vivía a la vuelta de mi casa …. El viejo Medina era terrible, trabajaba en la Junta Nacional de Granos … No los dejaba salir y me llevaban a mí al cine. Yo aprovechaba, me veía toda la película …. Salir así a dar una vuelta iba con ellos, el primer tiempo no los dejaban. Después Alberto hace el bachillerato para adultos y va mi hermano y 3 o 4 amigos del barrio.[28]

 

La relación no sólo provenía de estos episodios en la infancia, sino que continuó y se profundizó, incluyendo a otras figuras como la de Tito Martín, dirigente ferroviario y una figura muy importante en los círculos comunistas:

 

Van al bachillerato de adultos aquí en Villa y viven ahí una experiencia muy importante con Don Tito Martín … Era profesor del bachillerato, había gente muy capa para trabajar con adultos de lo que pasó a ser después en Villa la conducción del movimiento. Entonces, ahí también porque venían a casa, discutían, hablaban. Entonces mi adolescencia también fue con ellos. La otra cosa importante también eran los encuentros. Mi viejo era de hacer reuniones y en mi casa siempre había reuniones, asado, choripanes. Y en el náutico, nosotros íbamos muchísimo y ahí estaban los muchachos de la UOM. Obreros que eran de la edad de mi hermano.[29]

 

Esa cercanía forjada en los tiempos de estudio, de trabajo y de diversión dio sustento a esos lazos políticos que definieron los límites de esa comunidad obrera, con sus sentidos de pertenencia y sus identidades políticas. En esa comunidad, las mujeres jugaron múltiples roles en tanto trabajadoras, madres y esposas, aunque fueron vistas por los varones como un foco de tensiones. Tanto si se quedaban en la fábrica o si lo hacían en el hogar, su lugar adquirió ribetes difíciles de moldear o predecir en el conflicto. Los varones obreros estaban en las fábricas, pero las mujeres de esos obreros, reales o potenciales, no tenían un lugar seguro. Tal vez por ello, se las convocaba a apoyar a los esposos para que estos se mantuvieran en la lucha ofreciéndoles el sosiego de un mate bien cebado y el aliento de la palabra adecuada, pronunciada en caso de que el cansancio hiciera flaquear la voluntad de continuar con la protesta, como lo había expresado Piccinini ante una multitudinaria asamblea realizada en la planta el 13 de marzo (Winter y Balech, 1985).

Esos lugares diferenciales y desiguales para varones y mujeres no impidieron, de todos modos, conjugar una apuesta política colectiva que concluyó en una victoria. Como la propia Gabriela señala, “el 16 de marzo … fue un triunfo de todos, obreros, pueblos de Ramallo a Rosario, comerciantes, gremios amigos, sindicalistas como Tosco, toda la Argentina siguió esa lucha y LA GANAMOS!!!!!!”.[30]  En efecto, ese día se firmó un acta acuerdo para realizar las elecciones en el mes de julio. Aunque la dirigencia burocrática pretendió incumplirlo dilatando la convocatoria, diversas acciones llevadas adelante por las y los activistas de la lista Marrón lograron su realización, concretada entre el 25 y el 29 de noviembre de 1974. Votaron aproximadamente 4.200 obreros metalúrgicos. La Lista Marrón se llevó el triunfo con el 64% de los votos, sobre la Lista Rosa, asociada a los sectores ortodoxos del sindicalismo peronista. Alberto Piccinini se consagró como Secretario General de la UOM-Villa Constitución y la seccional se convirtió en uno de los exponentes más visibles del sindicalismo combativo y radicalizado a nivel nacional, logrando significativos cambios en las condiciones de trabajo y de salud laboral durante los escasos meses en los que pudo estar al frente del sindicato.

La respuesta a este creciente activismo político y sindical en el cordón industrial de zona norte, al igual que en otras regiones de fuerte activismo obrero, fue brutal, exigiéndole a esa comunidad obrera y sobre toda a las mujeres, un enorme esfuerzo para resistir y sobrevivir a la ferocidad de la acción represiva lanzada desde el gobierno nacional.

 

Desde Rusia con amor: la serpiente roja del Paraná también usaba tacones

 

Pocha y Carlos se casaron en Villa Constitución el 28 de abril de 1965. Se habían conocido en Godoy, un pueblo agricultor situado a unos 25 km al sudeste de la localidad siderúrgica a la que ella se había mudado cuando era pequeña. Nacida en la ciudad de Rosario, Pocha vivió sus primeros años en el seno de una familia numerosa, conformada por su padre, su madre y seis hermanos y hermanas.[31] Sin embargo, ese núcleo original quedó desmembrado con la muerte de su padre cuando ella tenía siete años. Posiblemente, las dificultades para sostener a tantos niños y niñas, condujo a su mamá a distribuir a algunos de ellos entre parientes cercanos que pudieran encargarse de su crianza.[32] A Pocha le tocó ir a vivir a Godoy, quedando al cuidado de una tía, hermana de su padre, y de su marido, un subcomisario partidario del líder demócrata progresista Lisandro de La Torre.

Como su nueva familia ganaba el sustento trabajando también “como peones de campo”,[33] ella se incorporó a las labores agrícolas dedicándose a hacer “asientos de silla de junco” y a coser y zurcir bolsas de arpillera que servían para almacenar la producción, tareas que desde los albores de la economía agroexportadora realizaban fundamentalmente mujeres, niñas y niños. En esos tiempos de infancia, además, se hizo amiga de Dominga Bustos, hija de un pariente de su papá. El afecto que cultivaron una por la otra alimentó una amistad que perduró toda la vida y que, de chicas, las hermanaba haciéndolas parecer “mellizas” pues, según recordó Pocha, su tía -a quien se acostumbró a llamar como mamá- y la madre de Dominga compraban la misma tela para hacerles los vestidos. Esa amistad, además, le permitió disfrutar de unos tiempos de diversión que alternaba con el trabajo y la asistencia a la escuela primaria. Si bien era muy aplicada en sus estudios, un accidente sufrido por su tía la obligó a abandonar el colegio cuando empezaba sexto grado, el último que completaba el ciclo de la educación primaria en esos tiempos. Debió concentrarse en el trabajo, aunque eso no le impidió alimentar una destreza con la que, como muchas chicas, fue creciendo: la de bailar. Fue gracias a ella que conoció a Carlos en un baile en Godoy. Como él “sabía poco bailar”, ella le enseñaba.[34] Entre paso y paso, iniciaron un noviazgo que duró cinco años, hasta que se casaron en el registro civil de Villa Constitución, la ciudad a la que él había decidido mudarse un tiempo antes. Pocha tenía para ese entonces 33 años.

Carlos, que era menor que ella, militaba en el Partido Comunista, bregando por difundir su ideario entre los ferroviarios, actividad en la que se desempañaba trabajando en la “planta de durmientes”. A Pocha no le importaba la diferencia de edad ni le preocupaba demasiado la opinión de su familia sobre la opción política de Carlos. De hecho, compartía con él la militancia aunque, llamativamente, ni ella ni su hija Lidia ni Gabriela, la hija de Dominga, inscriben sus tareas en ese terreno como parte de una actividad militante. Por el contrario, ellas la sindican como una mujer sin militancia propia aunque resuelta acompañante de su marido, apreciación con la que Pocha concuerda. Quizá, porque en la mirada de las tres mujeres, la intensidad de la vida partidaria y sindical de Carlos en los gremios del riel eclipsó otras formas de compromiso político como el asumido por ella.

El mundo del trabajo ferroviario marcó mucho la vida de la familia que Pocha y Carlos armaron en Villa Constitución. En principio, determinó el lugar donde emplazarían su vivienda, buscando acercarse a Talleres, un barrio ferroviario situado al noroeste de la ciudad (Prospitti y Videla, 2012). Así, se ubicaron primero en Malugani, un barrio donde convivieron inicialmente con el padre de Pocha hasta instalarse finalmente cerca del barrio 25 de Mayo, en una casa que iban pagando en cuotas mientras avanzaba su construcción. Hecha de ladrillos y material, la nueva morada, con sus dos dormitorios, un comedor, una cocina y un baño, cobijó el nacimiento de Lidia en 1970. Pocha, que aún vive allí, recuerda con detalle cómo durante esos años debió repartir sus esfuerzos entre el trabajo asalariado en el planchadero del hospital -donde había ingresado cuando llegó a Villa Constitución en 1964 y en el que se desempeñaba bajo las órdenes de su amiga Dominga-, y el trabajo en su hogar. Allí, además de las tareas de “ama de casa”, debió encargarse de cuidar a su padre, aquejado de alzheimer, hasta su fallecimiento ocurrido un año antes del nacimiento de su pequeña.

Esas múltiples ocupaciones no le impidieron acompañar a Carlos “siempre, en los buenos y malos momentos”, como afirmó, aunque la militancia de él no dejaba de despertarle temor, sobre todo a partir del aceleramiento provocado por el Cordobazo en la dinámica de una movilización obrera de la cual fue parte Villa Constitución. Es que a fines de los años ‘60 y comienzos de los ‘70, mientras las agrupaciones metalúrgicas de base se organizaron capilarmente empresa por empresa para disputar el poder a la dirigencia de la UOM y limitar el de las patronales, los gremios del riel, animados por el activismo comunista, sumaron su potencialidad combativa (Schulman, 1996). Tal vez por la prédica de Tito Martín, con quien profundizó la relación comenzada en la escuela para adultos durante los cursos de capacitación laboral ofrecidos por La Fraternidad a sus afiliados,[35] Carlos se sumó al Partido Comunista decidido a colaborar con el desarrollo de una organización proletaria que proponía impulsar cambios profundos en la sociedad. El carácter febril que le dio a su militancia tenía en Pocha una aliada. Ella recordaba que: “A veces le traían cosas escritas, le atendía el teléfono, siempre lo llamaban para una reunión u otra y le anotaba todo. Nunca le hice problema por nada yo. Era la ideología de él y yo se la respeté”.[36]

En verdad, hizo más que respetarlo. En ocasión de una huelga ferroviaria ocurrida antes del Villazo de 1974, a la que no logra fechar con exactitud aunque la que recuerda como “brava”, Pocha se plantó en la calle frente a un trabajador ferroviario conocido espetándole “¿A dónde vas carnero?, ¡Volvete a tu casa!”.[37] Esta intervención de las compañeras y esposas de los trabajadores en los paros ferroviarios contaba con una larga historia marcada por hitos como la gran huelga de 1917 en el marco de la crisis desatada por los efectos de la Primera Guerra Mundial, y la de 1961 lanzada contra los intentos privatistas del gobierno de Arturo Frondizi (Palermo, 2007; Agostini, 2018). La presencia femenina en esas protestas fue cardinal para la publicitación de sus motivos, así como a la hora de enfrentar a crumiros o rompehuelgas, tal como había hecho Pocha cuando se le presentó la ocasión. Se trataba de una tradición subterránea (Thompson, 1989) a la que esta mujer, por su parte, sumaba sus propios saberes ganados a fuerza de astucia para volver clandestinas ciertas prácticas que podían poner en peligro su integridad y la de su familia. Pocha contaba que:

 

mucho tiempo repartí la prensa … Mucha gente…viste Alfaro? la mujer, Rafaela, era de familia de militares. Yo repartía mucha prensa. Muchos no se daban cuenta porque yo vendía productos de Avón también y llevaba la prensa … Uno era un matrimonio. Y yo le daba al marido y él agarraba el diario y la otra miraba. Yo ya tenía más o menos arreglado cómo debía hacer. Yo se lo daba al marido y la otra miraba. Alfaro siempre me sabía decir: “vos, cuando ves a mi mujer ni entrés porque después empezaba a sospechar”. Tenía que leer a escondidas porque ella era de familia de militares.[38]

 

La distribución de la prensa partidaria era una actividad muy valorada dentro del Partido Comunista, haciendo propia una tradición compartida por las organizaciones de izquierda en general (Casola, 2015). La venta del periódico perseguía un amplio abanico de objetivos que comprendían desde la difusión de la actividad partidaria y su línea de pensamiento en varios tópicos de interés político, económico y social de la coyuntura hasta la recolección de fondos para las finanzas del partido. Sin dudas, llevarla a cabo suponía correr ciertos riesgos que Pocha conocía bien pues en ese entonces, a su marido “se lo llevaban, estaba dos o tres días y después lo traían”, en referencia a las veces que lo había detenido la policía.[39] Por tanto, terminar en la cárcel era algo posible. De ahí que aprovechar para hacer el reparto de la prensa el recorrido para la venta de productos de Avón, una marca de perfumes y cosméticos que mercantilizaba su producción mediante la venta de boca en boca realizada por mujeres a partir de sus conexiones comunitarias, familiares y de amistad, era una idea astuta. Además, requería de ciertos conocimientos sobre la militancia partidaria como, por ejemplo, la identidad de los militantes, sus direcciones, la composición de su entorno y de su quehacer cotidiano de modo tal de saber dónde, en qué momento y bajo qué circunstancias era posible hallarlos para entregarles la prensa. Esto evidencia que Pocha formaba parte de un entramado de vínculos políticos construidos en base a acuerdos y confianzas.

Seguramente, en su determinación de acompañar a Carlos en su militancia pesó también el amor que ambos se profesaban, así como una mirada compartida sobre lo que deseaban para sus vidas y la de su comunidad. Esta percepción animó la edificación de su memoria, privilegiando el recuerdo de ciertos acontecimientos sobre otros. De hecho, la memoria sobre estos aspectos tan indisolublemente ligados a su vida con Carlos pareciera haber opacado otros pasajes y momentos de ese transcurrir juntos para retornar con fuerza cuando Villa Constitución se transformó en tierra invadida por las fuerzas represivas, el 20 de marzo de 1975. Ese día María Estela Martínez de Perón denunció la existencia de un supuesto un “complot subversivo” en el cordón industrial del norte de la provincia de Buenos Aires y sur de la provincia de Santa Fe con eje en Villa Constitución al que denominó “La Serpiente Roja del Paraná,” destinado a paralizar la producción industrial vital para el país, usurpar los sindicatos y obligar a los obreros a no concurrir al trabajo.

La ciudad fue ocupada por un conjunto de fuerzas represivas, que incluyeron 4000 agentes de fuerzas policiales, militares, de inteligencia y grupos parapoliciales que llegaron en patrulleros, Ford falcons verdes que venían por la ruta desde Buenos Aires -autos muy recordados por su uso para realizar secuestros y diversas formas de detenciones ilegales de personas-, carros de asalto, lanchas y helicópteros. Este proceso, que tuvo como foco central a los trabajadores metalúrgicos de ACINDAR y a los sectores sindicales y políticos movilizados de Villa Constitución en general, se convirtió en uno de los casos paradigmáticos de represión a los y las trabajadoras en la etapa previa al golpe del 24 de marzo de 1976. De acuerdo con el informe “Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad”, que reconstruyó parte del proceso represivo desplegado desde 1975 sobre víctimas conectadas en forma directa o indirecta con la empresa Acindar y el proceso de activismo sindical, casi un centenar de trabajadores y allegados/as fueron víctimas de delitos de lesa humanidad: 18 fueron asesinados, 8 se encuentran desaparecidos y 69 estuvieron detenidos y luego fueron liberados (AEyT de FLACSO, CELS, PVJ y SDH, 2015). En el marco de este operativo que incluyó el despliegue de violencia en toda la localidad, la casi totalidad de la Comisión Directiva de la seccional metalúrgica fue encarcelada. La respuesta obrera fue una huelga que se sostuvo desde la comunidad durante casi dos meses, en medio de un proceso represivo que se caracterizó por un grado inédito de violencia.

Gabriela, Pocha y Lidia vivieron el proceso represivo el mismo 20 de marzo en sus propias familias y en sus seres queridos más cercanos. Gabriela recuerda haber iniciado el día con militares en su casa buscando a su hermano:

 

Golpes, el fal en la ventanilla, otro asoma por la persiana. Mi madre abrió y entraron los del frente. Había más en el techo, apuntando al patio y la vereda. “¡Todos a la sala! ¿dónde está?!!!!”. Buscaban a Eduardo, “está en la fábrica”. “¡Sus cosas!!” El ropero, la cómoda, mesa de luz, cama, todo tirado, cayendo, golpeando y la Minga sirviéndoles café.[40]

 

Así fue como se llevaron preso a su hermano. Pero al sospechar de la posible detención de Tito Rusconi, un amigo de la familia, pensó que su esposa Cristina tal vez la precisara para cuidar de sus hijas mientras ella salía a buscarlo. Cuando llegó, encontró a las niñas “en bombachitas, sentadas. A la sala le había crecido una montaña de casi un metro de altura. Documentos, papeles, armas, cuadernos.”[41] Gabriela relata con detalles el recuerdo de lo sucedido aquel día:

Me agarraron de las pestañas. - ¿qué hacés acá? -Yo vengo a clases de guitarra y me olvidé unos cancioneros… - ¿Cómo te llamás?!!! Trabajás?!!!. -Sí. - - ¿Dónde?!!- -en Acindar. - ¿por qué no estás trabajando?!!!! –no me sentía bien, hoy…Acá están los libros- dije, sacando apresurada del estante, un cancionero con la cara barbuda de Guaraní.” -Ja!!!! y qué cantás de acá?!!!. Abrí, a tientas y apareció “cuando tenga la tierra”. Un empujón me mandó contra la pared del pasillo. La mesada de la cocina era un rompecabezas de cerámica y caños retorcidos, que flotaban, o trataban de mantenerse unidos? Los colchones acuchillados. Eso era una masacre. Me voltean y otra vez - ¿quién sos?!!! ¿qué hacés acá?!!!! ¿qué mirás?!!!!! Traela para el fondo.!!!!! A los empujones hacia el galponcito. Ahí estaban todas las herramientas de trabajo de Tito y también sus frascos con animales. Siguieron las preguntas atropelladas, incoherentes, todo valía. Yo pedía llevarme las nenas, porque estaban tomando frío. - ¿Dónde están los otros?!! ¿Dónde hay más armas?!!! En un momento, me acercaron un frasco con una víbora y provoque un escalofrío. Bastó para que siguieran maltratándome con eso y tiraban cosas y destruían todo. En la discusión de qué hacer conmigo, me van llevando nuevamente a la sala. Van acercándome documentos al grito de ¡quiénes son éstas?!!!! ¿dónde están?!!!! Miro y veo los nombres de las nenas. -Son las hijas de ellos.- Vos te hacés la viva!!!, ahora vamos a ir a tu casa, a ver qué hay!!!!!. –Dejenmé llevar las nenas, esos documentos son de ellas. Caro!!!! Nati!!!!! –-¿Dónde están las nenas?!!! “Se las llevaron los de al lado”, dijo el pibe que estaba afuera vigilando. ¡¡¡¡pedazo de boluuuuudo!!!!!. A ver, vamos al lado!!!!!!. Salen todos, entran a la casa del negro Argañaráz, a los golpes y gritos. Me dejan parada en la vereda. El pibe armado me mira, se acerca y me dice “rajá de acá, vos no vas a salir con vida, rajá”. No pensé un segundo, salí corriendo con mis sandalias taco chino de levantarme de la cama y una minifalda de jean que me maniataba las piernas.”[42]

 

Esta escena refleja varias cuestiones para destacar. La primera es el profundo nivel de violencia que se desató contra la población de Villa Constitución y, en tal sentido, la dureza del castigo que se cernía sobre los trabajadores y sus seres queridos. Esa persecución involucraba una amplia libertad de acción para las fuerzas represivas sobre las personas y sus pertenencias, pero además sobre sus familias. Sin embargo, y ese es el segundo punto a subrayar, fueron también esos lazos afectivos, esta vez en el plano de las relaciones barriales y comunitarias, los que lograron ofrecer reparo y resistencia a esa violencia estatal, como quedó claro en la reacción de los “de al lado” que acudieron a casa de Tito Rusconi y de Cristina para proteger a sus hijas, y de la propia Gabriela que clamaba por ellas a pesar de los empujones, los insultos y las amenazas. En tercer lugar, queda en evidencia cómo en ocasiones, el cruce entre astucia y contingencia podía alcanzar para torcer una mínima porción del destino funesto que estaba viviendo. Inventar que iba a tomar clases de guitarra para justificar su presencia en la casa y tener la mala suerte de abrir el cancionero en la página donde estaba Cuando tenga la tierra, zamba de Daniel Toro y Ariel Petrocelli grabada en 1973 por Mercedes Sosa, reivindicatoria de una reforma agraria que se esperaba próxima, solo podía contrarrestarse con la decisión, también fortuita, de quien la custodiaba. Gabriela logró salir de allí gracias a la opción del uniformado de dejarla escabullirse de una situación que podía marcar el límite de su vida.

Entre tanto, luego de buscarlo arduamente, lograron conocer el paradero de su hermano: apresado en Rosario, lo habían trasladado a la cárcel de Coronda, destino elegido además para la mayoría de los activistas reconocidos de la UOM de Villa Constitución entre los que se encontraban también Tito Martín y Carlos Sosa, apresado el 20 de marzo. Abonando a una suerte de tradición establecida por mujeres que las precedieron en el cuidado y la defensa de presos políticos, marcada por ir de cárcel en cárcel tras las huellas de las y los familiares y seres queridos, Gabriela narraba que “con la Pocha, mami y la Tota de Tito[43] nos pusimos en marcha para contratar un colectivo y viajar las mujeres.”[44] Tito Martín quedó detenido. Carlos, por una confusión con un homónimo que también estaba encarcelado, logró recuperar la libertad, al igual que el hermano de Gabriela. Sin embargo, este no volvió a ser el mismo pues vivía sobresaltándose y sin poder dormir, cuestión por la que su mamá decidió llevarlo a la costa balnearia de la provincia de Buenos Aires. Tampoco ellas recuperarían tranquilidad alguna.

La sensación de acorralamiento ante una represión de una extensión inesperada se iría incrementando, como puede advertirse en las palabras de Pocha al contar que cuando había ido a buscar al líder metalúrgico Alberto Piccinini para pedirle ayuda, “ya se lo habían llevado también. A Acuña lo habían llevado, yo fui a avisarles y ya se los habían llevado, a todos.”[45] Luis Segovia, uno de los integrantes de la Comisión Directiva de la UOM Villa Constitución, había logrado escapar de la captura de las fuerzas de seguridad gracias a la intervención de otra mujer, la esposa de un trabajador metalúrgico, que el mismo 20 de marzo lo alertó sobre lo que estaba sucediendo y le ofreció resguardo en su casa sugiriéndole que descansara un rato y que en caso de que llegara la policía, “salte por atrás del tapial y que vaya a la casa del vecino, que ya la vecina sabía que yo estaba en la casa de ella. Es por eso que a mí no me agarran (…) es el mismo pueblo el que me cuida a mí”.[46] Estos relatos permiten apreciar la participación central de las mujeres a la hora de alentar la solidaridad de ese “pueblo” que según Segovia, consiguió salvarle la vida. Ellas circulan sus pareceres y sus noticias de “boca en boca”, acudiendo a ese cotilleo femenino que Temma Kaplan (1990) quitó de lo banal para develar su profundo sentido político. Como señala esta historiadora, a través de ese chismorreo las mujeres de los sectores trabajadores logran compartir información y opiniones sobre el momento que les toca vivir y la vida que llevan acudiendo a redes previamente armadas con otras mujeres en el mercado, en la calle, en la puerta de una escuela o a la salida de un club. Es mediante esos tejidos colectivos y cercanos como las mujeres, en definitiva, intercambian información y pasan a la acción desplegando iniciativas de protección que, como en este caso, permiten salvar la vida.

Pero más allá del enorme impacto del proceso represivo desatado ese mismo 20 de marzo, el relato de Pocha y Lidia da cuenta de la transformación total de la vida cotidiana en esa época. Pocha cuenta al respecto que:

 

Una tenía miedo de quedarse sola en la casa. Habían puesto una bomba o dos a una periodista a mitad de cuadra e hicieron un desastre en toda la cuadra. Y yo me iba a dormir a la casa de una paraguaya que era del partido de Carlos, bahhh, eran todos, era cuñada de Tito Martin. Fue bastante dura la situación, no fue muy fácil.[47]

 

La represión no era algo nuevo en sus vidas porque como sostiene Pocha, a él “siempre” lo persiguieron mucho, “se lo llevaban, estaba dos- tres días y después lo traían.” Pero ese proceso tuvo un punto de inflexión desde mediados de los años ‘70 pues, comentaba:

 

lo peor de todo fue cuando vinieron los militares. … Me rompieron la casa, me rompieron el ropero, me llevaron mi sueldo de mi trabajo. Cuatro veces vinieron a la casa. Lidia era chiquita y una noche que llegaron, ella era chiquita y Carlos ya se había ido a trabajar a la planta, ella les dijo “no me rompan los juguetes”. Porque vio que los tipos pateaban y tiraban las cosas. No sé qué buscaban. Lo fueron a buscar a la planta…[48]

 

Lidia aportaba una mirada que suma elementos cruciales a la comprensión de las consecuencias de este proceso sobre su propia infancia:

 

Empieza un derrotero que no creíamos que era así, yo te cuento desde mi derrotero, de mi percepción de niña. En enero del 76 fuimos al norte, a Tucumán a una colonia de vacaciones que tenían los ferroviarios. Viajábamos gratis en tren, íbamos hasta allá, era un lujo el tren coche cama, no sabíamos lo que se nos venía. Hasta ese momento yo era una niña feliz, salíamos de vacaciones. No éramos ricos, pero yo me emocionaba. Ella tenía un mes de vacaciones y salíamos a pasear. A mí me dejó marcado que a la vuelta del tren, era enero ponele, y papi se entera que a alguien de Villa lo habían matado. ¿Quién habrá sido? Antes de la dictadura. Hay un derrotero de muerte desde el 75 al 76, pero en enero del 76 yo no me imaginaba que se venía la dictadura, mi papá me supongo que sí. Pero yo me acuerdo lo mal que él se puso cuando en una parada de tren él se enteró que algo había pasado, que habían matado a alguien o desaparecido a alguien.[49]

 

Este testimonio repone algunas de las huellas indelebles que el proceso represivo dejó en las vidas no sólo de las personas adultas sino también de niñas y niños de la clase trabajadora. Sus recuerdos sobre la tristeza de su padre entremezclado con el temor ante la persecución y una presencia militar que arrasaba con sus juguetes brindan pistas para seguir indagando en los múltiples efectos que la represión provocó en la vida de una familia y de una comunidad obrera, sumando así mayores aristas analíticas a un tópico, el de las infancias en la dictadura, que viene siendo indagado con mayor detenimiento. Pocha indexa a la narrativa de su hija el recuerdo sobre algunas de las estrategias desplegadas para protegerla:

 

A veces ella se quedaba (refiriéndose a Lidia) con la señora que la cuidaba y yo con él nos íbamos a dormir a otro lado. Porque él siempre era perseguido y a veces estaba dos meses enteros, a veces fui a la casa de la abuela (la mamá de él) a quedarme. Pero nunca es como tu casa hasta que un día dije me voy a mi casa y que sea lo que Dios quiera porque no era vida andar de un lado para el otro con ella. Que al otro día tenía que ir a trabajar. Fue bastante duro, bastante difícil.[50]

 

En este contexto, las redes tejidas entre mujeres funcionaban como refugio frente al peligro permanente, habilitando espacios donde pasar la noche, esconderse o encontrar algo de tranquilidad y compañía ante la cotidianeidad de la zozobra. Ese trajinar, bastante duro y al que Pocha debía sobreponerse porque la exigencia de ir a trabajar así lo marcaba, guardaba otros vestigios para Lidia al recordar que:

 

uno se iba acompañando… vamos con Lilú (esta señora paraguaya enfermera muy solidaria con todo el mundo) (…) otro día con Elvira que era del partido pero no tenía hijos. Me parecía divertido ir a dormir a otras casas. Pero después comprendí cómo se venía la mano…[51]

 

En ese entender cómo venía la mano, el miedo era parte de un sentimiento constante, como denota Pocha al volver sobre su propia vida para enfatizar esa preocupación constante por Carlos que, como muchos otros militantes, debía estar escondido y huyendo permanentemente:

 

Uno con el miedo siempre de que le tiraban una bomba, la pieza daba a la calle y pensábamos que había que ir a dormir más atrás. Él no estaba, no sé dónde dormía. Porque nosotros sabíamos que enfrente había un terreno y ahí lo esperaban a él si llegaba de noche a casa. … Si no venía de día lo esperaban a la noche. Entonces no venía para nada. A veces a escondidas le mandaba la ropa, todas esas cosas. … Siempre tenía algún amigo que era muy de confianza que la podía llevar.[52]

 

Gabriela suma otros elementos que permiten comprender mejor algunas de estas redes y figuras que en forma invisible sostuvieron la supervivencia y la solidaridad explicando que Lilú, cuñada de Tito, era al igual que éste y su hermano, militante del Partido Comunista, opción que también la emparentaba con su actividad en los barrios, en las villas o en sus solidaridades. En suma, sólo teniendo en cuenta estas redes comunitarias, domésticas, colectivas y políticas, que permitieron dar refugio ante la represión y la persecución puede comprenderse que la huelga declarada por los y las trabajadores y las organizaciones sindicales haya podido extenderse durante 59 días luego del inicio del operativo el 20 de marzo de 1975. Estos testimonios ponen de manifiesto al mismo tiempo una cotidianeidad más íntima que se vincula con la mera supervivencia, con las estrategias para poder llevar adelante la vida en un contexto imposible.

La represión de 1975 y el golpe del 24 de marzo de 1976 implicaron una profundización de la política represiva que no podemos examinar en profundidad en este texto. Sin embargo, queremos dejar reflejados algunos pasajes y episodios desde la mirada de estas protagonistas que permiten vislumbrar cómo siguió esta historia, acercando voces y dimensiones que iluminan las relaciones estrechas entre los procesos de organización sindical, la militancia política y la represión.

En 1977 Carlos Sosa fue víctima de un nuevo secuestro permaneciendo desaparecido por más de un mes, lapso en el que padeció brutales torturas. Con el propósito de salvarle la vida, una vez que fue nuevamente liberado, la dirección del Partido Comunista decidió enviarlo a la URSS. Las penurias para Pocha y Lidia aumentaron más aún. Pocha continuó trabajando en el planchadero, donde comía al mediodía para poder saltearse la cena y lograr así que lo poco de lo que disponía alcanzara para alimentar a Lidia. En este contexto no pudo más que endeudarse pues con lo que ganaba al mes no llegaba a pagar las cuotas de su casa, acudiendo en más de una ocasión a la ayuda que le ofrecían sus vecinos y vecinas.

El silencio también se les impuso pues en ese período, madre e hija optaron por callar lo que estaban viviendo. Así, explicaban a toda la comunidad que la ausencia de Carlos se debía a que estaba en Roma, sobrellevando como podían esa especie de mixtura entre sentir la solidaridad y al mismo tiempo el estigma sustentado en haber optado por la militancia comunista. Lidia pone en palabras esos sentidos tan contradictorios al señalar que:

 

La familia de mi papá, si bien eran muchos hermanos, en el fondo de los 5 no todos fueron solidarios. Porque claro, total “el comunista que se arregle, se la habrá buscado”, o sea, olvidaron lo que él había hecho con sus hermanos más chicos. Porque él salió a trabajar a los 15 años para bancar a los hermanitos más chicos. Pero cuando llego la adultez sólo uno se acordaba. Viste cómo es la vida, la ingratitud de los demás. Yo no soy rencorosa, ya está. Ella siempre recuerda a un cuñado y una hermana que tenían un almacén y nos traían cosas, el hermano de ella tenía también un almacén, es el más cercano a la fecha, y nos traían la leche. Son los más solidarios, y mi abuela tuvo otro marido, se volvió a casar de vieja con un señor muy bueno. De vieja digo, como a la edad de mi mamá. De vez en cuando me traían cosas, zapatillas, se acordaban de la nieta olvidada. Cada uno sabe… viste. Pesaba mucho el “él era comunista”, como si hubiera sido… viste. Eran otras épocas. Gracias a tantas remadas no vamos a tener tantas discriminaciones por ideología, si bien existen, no es cómo antes.[53]

 

El regreso de Carlos puso un límite a ese panorama funesto vivido en la cotidianeidad. Pocha recuerda la inmensa alegría de la vuelta de su compañero, un retorno que marcaría el comienzo de otro tiempo pues “trajo un montón de regalos, juguetes para ella, muchas cosas lindas. Trajo de allá la mamushka que todavía tengo, ropa. El que tengo guardado es un traje que trajo de allá de Rusia.”[54]

Al tiempo que las trayectorias de Pocha y Lidia iluminan algunos de los impactos comunitarios de la dictadura en Villa Constitución, la historia de Gabriela permite visualizar también cómo esta historia represiva afectó profundamente el decurso laboral. Ella cuenta que luego del secuestro y aparición de su hermano, y de su partida a Mar del Plata:

 

nosotros, con mi viejo, seguíamos trabajando, éramos de ASIMRA. Pasábamos todos los días por el albergue de solteros, que se había transformado en un pequeño regimiento, que luego supimos fue Centro Clandestino de Detención y Torturas.

 

Pero su situación cambiaría rotundamente el 7 de diciembre de 1976. Ese día, cuando llegó al edificio en el que vivía, en la ciudad de Rosario, entró y escuchó el sonido de montar un arma:

 

Me paran y me hacen sacar todas mis cosas y yo llevaba un sándwich de fábrica para los muchachos, y me preguntaron para quién era y sí tenía a alguien escondido … y me llevan detenida a la comisaría segunda en Rosario. Ahí en la comisaría yo estoy un par de horas, me llevan, me traen, averiguaciones y demás, y después nos dejan en libertad a tres personas que habíamos caído.[55]

 

Al regresar a su casa vio que varios departamentos vecinos, donde habitaban estudiantes, estaban con todas las cosas revueltas y desparramadas, cuestión que ponía en evidencia que los habían revisado por completo. Ante ese espectáculo, decidió juntarse con otros compañeros para tratar de averiguar por qué no habían vuelto las personas detenidas por la mañana. Con esa intención fueron a buscar a un dirigente radical, suponiendo que él podría contactar a un abogado que pudiera indagar sobre el paradero de esos compañeros. Pero confundieron la dirección de su casa con la de un decano que había recibido amenazas de bomba, motivo por el cual fueron detenidos por la policía que estaba rodeando la vivienda del funcionario universitario y llevados a la comisaría primera. Esa noche los interrogaron y luego los trasladaron a la Jefatura Central de Policía.

El recuerdo de Gabriela muestra el tratamiento carcelario y la normalización del acoso a las prisioneras mujeres, un tema de creciente abordaje, pero que en general se conoce únicamente en sus manifestaciones más extremas. Ella comentó que “pasé una noche de perros, el milico me dejó dormir en un banco, pero venían los milicos y te daban vuelta, te manoseaban, eso que hicieron siempre ellos, me “acomodaban,” así decían ellos, “te vamos a acomodar”.”[56] Se pone de manifiesto aquí esta práctica de disponer del cuerpo de las mujeres presas, el efecto disciplinador que parece evidenciar este propósito de “acomodar” lo que estaría fuera de lugar, y los efectos de este “manoseo”, con evidente sesgo de género, que sumaba una afrenta, un rechazo y un temor más a la situación de peligro vivida.

Al mismo tiempo, ni siquiera en estas circunstancias extremas se olvidaba el mundo de la fábrica, al que Gabriela intentaba desvincular de la situación represiva, sin éxito. A la mañana, dijo que tenía que llamar a ACINDAR ya que:

 

yo estaba de guardia, la empresa puede tener un desastre si yo no estoy controlando. Tanto le rompo la paciencia al pobre miliquito que me deja llamar. Llamo a la portería y aviso que no voy a ir a trabajar porque estoy detenida por averiguación de antecedentes. A partir de ahí a nosotros nos trasladan a la Jefatura central.[57]

 

Como resultado, le iniciaron un prontuario creándole aún mayores problemas pues le pusieron el número de prontuario en su DNI. “A partir de ahí, chau, me echan de ACINDAR y nunca más consigo trabajo. Porque tengo el número del prontuario escrito en el DNI, llaman a ACINDAR para pedir antecedentes y no consigo más trabajo. Eso fue así de cruel.”[58] En este sentido, el testimonio de Gabriela exhibe claramente que además de impactos físicos y psíquicos individuales, colectivos y comunitarios, el proceso represivo dejó también un impacto significativo en las trayectorias profesionales, de trabajo y de vida.

 

A modo de conclusión

 

Gabriela, Pocha y Lidia nos brindan la oportunidad de revisar la historia de la comunidad obrera de Villa Constitución, la profusa politización de la clase trabajadora y los conflictos que protagonizó en la primera mitad de la década de los años ‘70, indexando al género no para sumar a las mujeres a un relato de antemano configurado, sino para comprender de manera más acabada y compleja a los múltiples sujetos y dimensiones que gravitaron en ese pasado. Así, a través de sus voces y gracias a sus recuerdos, fue posible advertir con mayor detenimiento ciertas singularidades que hicieron a la participación de las mujeres en la fuerza laboral vinculada con la rama siderúrgica y también, con la manera en que otras mujeres ligadas a actividades diversas, como las de planchar y cocinar para otros y otras gratuitamente dentro de sus hogares o a cambio de un salario, tejieron relaciones entre sí y dieron vida con su práctica y sus energías al proceso de radicalización experimentado por la clase trabajadora villense que rodeó al Villazo.

Con la potencia de sus voces cabe destacar, además, la contundente -y sin dudas valiosísima- decisión de Gabriela Sosa de sacar del anonimato su experiencia y la de tantas otras mujeres de Villa Constitución a partir de una narrativa en primera persona. En efecto, son escasos los relatos de mujeres obreras con historias de esa época escritos con mano propia. Contamos con algunos textos procedentes de activistas políticas; también, con escritos de obreros que mapean su trayectoria a lo largo del siglo XX, sobre todo, ligados a las izquierdas; pero las memorias de mujeres trabajadoras son realmente una rareza. Este relato en primera persona, que dio pie además a una serie de entrevistas y conversaciones a las que se fueron sumando otras voces como las de Pocha y Lidia, permitió a su vez, iluminar aspectos poco visibilizados tanto de los procesos de represión como de las redes de resistencia y organización en un caso central como el de Villa Constitución en los años ‘70.

Por un lado, los relatos de estas mujeres posibilitan ilustrar de múltiples formas el impacto que tuvo la represión en la vida cotidiana de la población, transformando sus rutinas vertiginosa y hondamente, e imprimiendo un muy alto nivel de violencia, tensión y peligro, vivido tanto por las personas adultas como por las y los niños. Por el otro, estas narrativas dejan entrever retazos de una experiencia represiva que tenía dinámicas de género particulares, reservando un trato específico que buscaba “acomodar” lo que al parecer estaba fuera de lugar en las mujeres militantes. En tercer lugar, los relatos de Gabriela, Pocha y Lidia ponen de manifiesto que las mujeres fueron destinatarias privilegiadas de las políticas represivas, pero también, forjadoras infatigables de redes comunitarias que permitieron hacer frente a situaciones imposibles, morigerando el impacto devastador del terror y la violencia sobre la población.

En suma, estas voces posibilitan reconstruir dimensiones clave pero frecuentemente omitidas de la historia obrera reciente, contribuyendo a integrar aspectos de la vida cotidiana y las relaciones en los lugares de trabajo, los procesos de organización sindical y la militancia política, con dimensiones comunitarias, familiares y sociales que resultan decisivas para una comprensión más acabada de la historia de la clase trabajadora y su centralidad en el pasado reciente argentino.

 

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Recibido: 16/02/2023

Evaluado: 03/04/2023

Versión Final: 07/04/2023

 

 



(*) Doctora en Historia (Universidad de Buenos Aires. UBA). Investigadora (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y

Técnicas con sede en el Instituto de Investigaciones de Estudios de Género de la UBA. Argentina. E-mail: andreaandujar@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5713-9308

(**) Ph.D. in History (Columbia University), Estados Unidos. Investigadora (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas con sede en el Área de Economía y Tecnología de Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Argentina. E-mail: basuvic@yahoo.com.ar ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4150-9797

 

[1] A fin de evitar confusiones y aligerar la lectura, recurriremos también nosotras a este sobrenombre para identificarla.

[2] Una excepción de esta consideración se encuentra en la investigación de maestría de Julia Contreras (2019) quien, desde un enfoque situado en la historia de las mujeres, examina la participación femenina en los conflictos de 1974 y 1975 distinguiendo entre profesionales, familiares de los trabajadores, trabajadoras y militantes políticas.

[3] Para un repaso sobre la potencialidad del género para la historia oral y los estudios de memoria, véase Andújar, 2014.

[4] Agradecemos a Gabriela Lozano Rubello su comprometido empeño con la desgrabación de las entrevistas.

[5] En un principio, este artículo iba a formar parte del dossier “Clase y género en procesos de organización sindical y conflicto laboral en la Argentina de los años 70”, publicado por Historia Regional, 44, primer semestre, 2021. Aunque diversos inconvenientes impidieron su inclusión, este trabajo se vio profundamente enriquecido por las discusiones sostenidas con el grupo de colegas que participaron de esa iniciativa. Va nuestro agradecimiento, entonces, a Carolina Brandolini, Alejandra Esponda, Pablo Peláez, Gonzalo Pérez Álvarez, Silvia Nassif y María Laura Ortiz por sus valiosos aportes a este escrito.

[6] Posteriormente, el sindicato pasó a denominarse Asociación de Supervisores de la Industria Metalmecánica de la República Argentina, nombre que conserva hasta la actualidad.

[7] Sosa, Gabriela, “Mis Memorias”, 3 de septiembre de 2020.

[8] Primera entrevista con Gabriela Sosa realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre del 2020.

[9] Sosa, Gabriela, “Mis Memorias”, 3 de septiembre de 2020.

[10] Sosa, Gabriela, “Mis Memorias”, 3 de septiembre de 2020.

[11] Sosa, Gabriela, “Mis Memorias”, 3 de septiembre de 2020.

[12] Censo Nacional de Población de 1960. Dirección General de Estadísticas y Censos, Poder Ejecutivo Nacional. Según los datos censales registrados para ese momento, mientras las escuelas secundarias convocaban a 1.369.717 estudiantes, entre quienes 693.683 eran mujeres y 676.034 eran varones. Esta leve superioridad del número de mujeres frente a varones se invertía abruptamente para el caso de las escuelas técnicas donde las mujeres alcanzaban a ser 100.370 sobre un total de 302.199 estudiantes.

[13] Primera entrevista con Gabriela Sosa realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre del 2020.

[14] Primera entrevista con Gabriela Sosa realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre del 2020.

[15] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre de 2020.

[16] Sosa, Gabriela, “Mis Memorias”, 3 de septiembre de 2020.

[17] Sosa, Gabriela, “Mis Memorias”, 3 de septiembre de 2020.

[18] Primera entrevista con Gabriela Sosa realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre del 2020.

[19] Para un estudio sobre las trabajadoras metalúrgicas véase, además de Lobato (2007), la investigación de Darío Dawyd (2020) sobre las obreras de Philips, una firma que se expandió sensiblemente en los años ’60.

[20] Reglamento interno de ACINDAR, archivo de las autoras.

[21] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre del 2020.

[22] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre del 2020.

[23] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre del 2020.

[24] Primera entrevista con Gabriela Sosa realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre del 2020.

[25] Sosa, Gabriela, “Mis memorias”, 3 de septiembre 2020.

[26] Sosa, Gabriela, “Mis memorias”, 3 de septiembre 2020.

[27] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre de 2020.

[28] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre de 2020.

[29] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre de 2020.

[30] Sosa, Gabriela, “Mis memorias”, 3 de septiembre 2020.

[31] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[32] Como se desprende de diversos estudios, la circulación temporal de niñas y niños por fuera de sus familias de origen fue una práctica usual entre las familias obreras ante las dificultades económicas agravadas por el desempleo, el aumento del costo de vida o la ausencia del “varón proveedor”. Véase entre otros, Viano (2008) y Leo (2021).

[33] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[34] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[35] Esta práctica estuvo presente tanto en La Fraternidad como en la Unión Ferroviaria desde sus orígenes. Véase Palermo y D ´Uva (2015).

[36] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[37] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[38] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[39] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[40] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre de 2020.

[41] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre de 2020.

[42] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre de 2020.

[43] En referencia al dirigente ferroviario Tito Martín.

[44] Primera entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 13 de noviembre de 2020. Sobre este el tópico de la cárcel política y el rol de las mujeres de las y los presos políticos, véase D´Antonio, 2016.

[45] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[46] Un relato pormenorizado de este hecho se encuentra en Winter y Balech, 1985.

[47] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[48] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[49] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[50] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[51] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[52] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[53] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[54] Entrevista grupal realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, diciembre de 2020.

[55] Segunda entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 2 de diciembre de 2020.

[56] Segunda entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 2 de diciembre de 2020.

[57] Segunda entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 2 de diciembre de 2020.

[58] Segunda entrevista con Gabriela Sosa, realizada por Andrea Andújar y Victoria Basualdo, 2 de diciembre de 2020.