Memorias de solidaridad y violencia política durante la última dictadura argentina. Historias conectadas en el documental Exilio en África

 

 

Moira Cristiá(*) y Mario Ayala(**)

 

 

Resumen

 

La represión estatal desatada en Argentina a mediados de la década del setenta provocó el exilio a gran escala. A pesar de que la mayoría encontró refugio en diversos países latinoamericanos y europeos, más de medio centenar decidió emigrar o re-emigrar a la República Popular de Mozambique. Este artículo analiza el documental Exilio en África (Aguilar y Suppicich, 2019) que aborda un conjunto de experiencias de exiliados argentinos en Mozambique a través de testimonios, imágenes de archivo televisivo y documentos personales. Se estudia la selección y montaje de las entrevistas originales para intentar dar cuenta de un proceso social que conectó los territorios e historias de Argentina y Mozambique. Los testimonios reconstruyen los imaginarios, sentidos y prácticas que hicieron de esas circulaciones internacionales una apuesta colectiva justificada en los valores de la solidaridad internacional y dieron continuidad a un proyecto revolucionario interrumpido en Argentina.

 

Palabras clave: Cine documental; Testimonios; Exilio argentino; Solidaridad internacional; Historia conectada.

 

 

Memories of Solidarity and Political Violence during the last Dictatorship in Argentina. Connected Histories in the documentary Exilio en África

 

Abstract

 

The state repression unleashed in Argentina in the mid-1970s caused exile on a large scale. Although the majority found refuge in various Latin American and European countries, more than fifty decided to emigrate or re-emigrate to the People's Republic of Mozambique. This article analyzes the documentary Exilio en África (Aguilar and Suppicich, 2019) that addresses a set of experiences of Argentine exiles in Mozambique through testimonies, television archive images and personal documents. The selection and montage of the original interviews is studied to try to account for a social process that connected the territories and histories of Argentina and Mozambique. The testimonies reconstruct the imaginaries, meanings and practices that made these international circulations a justified collective bet on the values ​​of international solidarity and gave continuity to an interrupted revolutionary project in Argentina.

 

Keywords: Documentary; Testimonies; Argentinean exile; International solidarity; Connected history.


 

Memorias de solidaridad y violencia política durante la última dictadura argentina. Historias conectadas en el documental Exilio en África

 

Introducción

 

La represión estatal y paraestatal iniciada en Argentina durante el tercer gobierno peronista (1973-1976) y profundizada en la dictadura militar (1976-1983) provocó el exilio de miles de argentinos. Aunque comenzado antes del golpe de Estado como consecuencia de la acción de grupos parapoliciales, el flujo exiliar se profundizó tras el 24 de marzo de 1976. Las salidas del país fueron un modo de resguardar la vida y la libertad en un contexto de persecución, encarcelamientos, asesinatos y desapariciones forzadas. El exilio se convirtió así en un proceso colectivo que, sin tener un carácter organizado, se desarrolló a partir de una sumatoria de acciones de carácter individual o familiar a lo largo de varios años (Yankelevich, 2008, p. 208-209). Este fue el exilio más importante de argentinos por su alcance transcontinental, la diversidad de países de refugio y su impacto en la denuncia humanitaria contra la dictadura militar en el ámbito internacional (Jensen, 2007, 14).

Si bien la mayoría de quienes salieron del país se dirigieron a países latinoamericanos y europeos, entre 1978 y 1981 alrededor de 70 argentinos[1] emigraron o re-emigraron hacia a la República Popular de Mozambique. Producto de re-exilios o de la desadaptación a los países de refugio, esta decisión permitió dar continuidad a sus proyectos e imaginarios políticos participando en la solidaridad internacional revolucionaria. Tras el levantamiento militar de abril de 1974 que derribó a la dictadura portuguesa en el poder desde hacía cinco décadas,[2] la “revolución de los claveles” había abierto el camino para la descolonización de los territorios africanos lusófonos de Angola, Guinea-Bissau y Mozambique. Entre ellos, este último se independizó del gobierno colonial portugués el 25 de junio de 1975. Bajo el liderazgo de Samora Machel del Frente para la Liberación de Mozambique (FRELIMO) se inició la transformación del país a un Estado socialista, atrayendo la atención internacional, la solidaridad de la izquierda global y de los países socialistas (Gleijeses, 2007; Aires Oliveira, 2017).

La historiografía del último exilio argentino carece aún de análisis sistemáticos sobre experiencias en el continente africano, en contraste con los de otros países de acogida en América y Europa.[3] Esta vacancia temática en el caso argentino difiere en los estudios sobre los exilios brasileño, chileno y uruguayo del mismo período, los cuales cuentan con aproximaciones a sus experiencias en Argelia (Cruz, 2016 y Strieder Kreuz, 2020 para brasileños; Palieraki, 2018 y 2021 para chilenos), Angola (Decia y Diez, 2012 sobre uruguayos) y Mozambique (Massena, 2005; Azevedo, 2011 sobre brasileños). En particular el caso de los exiliados argentinos en Mozambique no fue profundizado por los estudios sobre exilios hasta recientemente (Pérez Haristoy & Ayala, 2021). Su especificidad se basa en que esta excolonia portuguesa, tras independizarse, requería construir planteles profesionales y técnicos para reemplazar aquellos que administraban el Estado colonial, para lo cual recurrieron a la solidaridad internacional. Fue así que tanto argentinos como otros exiliados latinoamericanos llegaron a Mozambique como cooperantes internacionales para hacerse cargo de las tareas de planificación, gestión y puesta en marcha de las nuevas estructuras estatales en las distintas áreas y, al mismo tiempo, capacitar a los futuros profesionales y técnicos mozambiqueños.

Este trabajo analiza los modos en los que se utilizan los testimonios y los archivos en el documental Exilio en África (Ernesto Aguilar y Marcela Suppicich, 2019, 73’).[4] El mismo aborda un conjunto de experiencias de exiliados argentinos en Mozambique a través de los registros de entrevistas, imágenes de archivo televisivo y familiar, así como documentos varios. El potencial epistemológico de la historia oral vehiculizada por el documental apunta a exponer un conjunto de experiencias históricas minoritarias, hasta el momento invisibilizadas o marginalizadas. La obra audiovisual estudiada busca incidir así en la memoria social y contribuye a la agenda académica dando cuenta de un proceso social que conectó la historia argentina con la de aquel país africano, en un marco global de Guerra Fría. En Exilio en África, los testimonios reconstruyen los eslabones de sentido que hicieron de esas circulaciones internacionales una apuesta colectiva, iluminando el imaginario puesto en juego y los modos en los que éstas contribuyeron a dar continuidad de un proyecto político que había quedado trunco por el golpe de Estado en Argentina. Así, este material funciona como agente tanto en el proceso de construcción de las memorias sociales como fuente para el estudio de la historia (Aprea, 2015, p. 18).

El artículo se estructura en tres apartados: el primero analiza la incorporación de la historia oral en Exilio en África estudiándola en relación a la producción audiovisual y a la historiografía sobre el pasado reciente; el segundo aborda los perfiles de lxs entrevistadxs en este documental, así como el tratamiento otorgado allí a sus intervenciones; finalmente, el tercero, se centra en la perspectiva de la historia conectada y cómo se visualizan esas relaciones en el film en torno a dos ejes: la violencia política y la solidaridad internacional.

 

Memorias en el documental y en la historia oral

 

Exilio en África presenta una estructura coral de testimonios que arman la trama del film, combinada con otras fuentes y documentos. A diferencia del “gran relato” o la voz unívoca del documental tradicional, es decir de un “montaje expositivo” que combinaba las imágenes de archivos con una voz over omniexplicativa (Piedras, 2014, p. 156-157), la propuesta de este documental es presentar una diversidad de actos de memoria, construyendo un relato común que engloba un conjunto de experiencias. Se distancia así de la pretensión de objetividad para poner en el centro de escena las “historias con h minúscula”, las experiencias subjetivas de aquellos que vivieron en primera persona este proceso. Si en aquel formato tradicional, la voz over asume un timbre, tono y cadencia de locutor, adoptando características de neutralidad y autoridad, en este tipo de documentales contemporáneos las voces que lo habitan son múltiples, con las características personales de individuos concretos, con sus modismos, sus dudas, sus silencios y sus afectividades.

Lejos de perseguir “la verdad histórica”, el documental de Ernesto Aguilar y Marcela Suppicich apunta a rescatar las percepciones, memorias e interpretaciones de un conjunto de actores que decidieron dedicar años de su vida a contribuir con esa “utopía africana”. De hecho, lxs realizadores se abstuvieron de incluir entrevistas a periodistas, historiadores o cientistas políticos que pudieran hacer un análisis distanciado de esos acontecimientos y aportar otros elementos de interpretación, a pesar de haberse documentado para elaborar el guion.[5] Asimismo, en ningún momento aparecen lxs realizadores en imagen o sonido, escapando a una estrategia en la que sí habían incursionado algunos documentales contemporáneos.[6] El foco está puesto, de este modo, en recuperar la voz y la mirada de sus protagonistas.[7]

 

 

Imagen 1: Afiche de Exilio en África, 2019.

 

Así como su afiche presenta un collage de documentos e imágenes que atraviesan un cielo de amanecer, el film se encuentra estructurado por la agrupación temática de fragmentos de esas narraciones subjetivas que construye colectivamente un relato compuesto. Las siluetas típicas de la sabana africana que recortan el horizonte en la placa de presentación del film ubican al espectador en el territorio en el que se desarrollaron principalmente esas experiencias. En la elección narrativa se evidencia la jerarquía de las entrevistas para la reconstrucción de una memoria colectiva, perspectiva que se instaló en el documental argentino sobre la historia reciente desde los años noventa[8] (Piedras, 2014). Este proceso fue simultáneo a la revalorización de los testimonios en las disciplinas de las ciencias sociales y humanas (Wieviorka, 2007), que en Argentina se volcó principalmente al análisis de las militancias de la historia reciente (Oberti y Pittaluga, 2006; Carnovale, Lorenz y Pittaluga, 2006). La historia oral fue también una práctica de trabajo constitutiva del campo de investigaciones sobre los exilios latinoamericanos, a partir de proyectos basados en entrevistas y la organización de archivos orales.[9] Como en el caso de otros temas de la historia reciente y, tras el reconocimiento del exilio como una violación a los derechos humanos en las últimas décadas del siglo pasado, la coexistencia de los investigadores con los protagonistas permitió el trabajo de construcción dialógica de fuentes orales. Esta estrategia suplió la escasez de registros escritos o visuales, por tener su origen en experiencias violentas y traumáticas, y permitió atesorar las memorias de sus protagonistas.[10]

El momento histórico de convocar los relatos de los cooperantes en Mozambique para reconstruir su experiencia merece una reflexión. El silencio social en torno a estas vivencias minoritarias parece responder a, al menos, dos factores. Por un lado, la atención se centró primero en aquellos recorridos más numerosos, cuyos destinos fueron países americanos y europeos. Por otro, es probable que desde la caída del campo socialista no despertaran especial interés las experiencias de quienes a principios de los años noventa se obstinaban con seguir con ese proyecto en un contexto internacional en el que parecía que ya no había espacio para esa utopía. Es interesante notar también que la realización del film se gestó entre dos épocas: los últimos meses del gobierno kirchnerista a fines de 2015 y los primeros años de la gestión macrista. La obtención del subsidio de fondos públicos para realizar el documental se concretó antes del cambio de autoridades,[11] pero la transformación contextual también influyó en la aproximación ofrecida al tema. Sus realizadores destacan haber intentado abandonar una lectura más reivindicativa de esa militancia para pasar a rescatar principalmente “lo humano” en estas vivencias.[12]

En Exilio en África el relato combina las razones subjetivas con la narración de las variaciones contextuales, siempre construidas a través de la voz de lxs entrevistados. Sin embargo, no se elabora exclusivamente sobre el recuerdo presente, sino que también se invita a lxs testimoniantes a leer lo que aparentan ser cartas o diarios íntimos en los que expresan la percepción que en ese entonces tenían del proceso mozambiqueño. Esos materiales son, en realidad, reconstrucciones que elaboraron lxs realizadores en el guion como una estrategia para ofrecer a los espectadores elementos de comprensión del marco ideológico de lxs testimoniantes.[13] Se trata, así, de una suerte de “efecto archivo” (Baron, 2014) que legitima la propuesta del documental.[14] En lugar de presentar placas con datos sistematizados e información clave sobre el contexto, el film comienza con esas impresiones, leídas por los supuestos autores de las correspondencias: a la vez que la voz emerge del off, vemos yuxtaponerse las líneas escritas en su materialidad, con la singularidad de las escrituras, somos testigos de sus énfasis en los subrayados o en el uso de las mayúsculas. Las referencias al imaginario revolucionario como marco de interpretación del contexto aparecen allí en afirmaciones tales como:

 

Siempre supe que, así como las decisiones de la política y el Estado condicionan la vida de cada uno en lo más cotidiano, es a su vez desde las bases que, con convicciones, voluntad y organización, podemos redireccionar el rumbo de cualquier política y cualquier Estado. (leído por Ana Gruteiman, min. 0:50-1:05)

Son los 70 y el socialismo se extiende a nivel mundial como una red, una red que conecta y a la vez sostiene, abraza (leído por Miguel Yanson, min. 1:06-1:15 min.).

 

 

Imagen 2: fotograma de fade-in de un texto a una ruta en Mozambique, min.0:50.

 

Así, el discurso de la militancia revolucionaria de las décadas del setenta y ochenta emerge en esas declaraciones, que escapan de las lecturas que puedan realizar lxs protagonistas desde el presente. Como es sabido, la memoria no está fijada, sino que “es cualitativa, singular, poco cuidadosa de las comparaciones, de la contextualización, de las generalizaciones, no tiene necesidad de pruebas para quien la transporta” (Traverso, 2007, p. 73). En cambio, esas cartas revelan el lenguaje, las “estructura de sentimiento” (Williams, 1977, p. 128-135) desde las cuales interpretaban la realidad en tiempo presente: “Duele Argentina, el exilio te enfrenta a sentimientos contradictorios, pero sobre todo a la impotencia de estar afuera, fuera de todo. No puedo quedarme de brazos cruzados. No, no podemos.” (Carmen Báez, min. 1:47-2:05)

Estas imágenes filmadas de la materialidad de las cartas también dan lugar en fade-out y fade-in, a imágenes de archivo televisivo, filmaciones familiares que ilustran el contexto de su vida en Mozambique (militantes revolucionarios desfilando por las calles de Maputo en una marcha del 1º de Mayo, latinoamericanos mezclados con la población local durante una asamblea, entre otras), paisajes locales filmados recientemente y documentos oficiales de ese entonces que atestiguan esos recorridos (listado de cooperantes, cartas de un ministerio, etc.).

 

 

Imagen 3: Fotografía de manifestación en Maputo en solidaridad con Argentina, c. 1980, proveniente del Archivo Personal de Carmen Báez y Martin Rall, inserta en min 28:49 del documental.

 

El uso del archivo es a veces ilustrativo del relato, otras complementario y, en ocasiones, se emplea para movilizar esa memoria que se va desplegando en la voz del testimoniante. Aquel recurso a la lectura de escritos personales por parte de lxs protagonistas se reitera en otros momentos del documental, apuntando a integrar distintos tiempos de esa historia. El proceso social y político aparece entonces abordado tanto desde el prisma personal como desde una épica colectiva.[15] En la construcción documental, sus protagonistas son englobados en la categoría de “exiliados” si bien se expone la diversidad de sus recorridos. Además de que es conocido que durante la dictadura militar existió cierta resistencia a asumir la condición de exiliado por parte de la militancia desterrada, el propósito de la solidaridad internacional en la forma de cooperación técnico-profesional al que se plegaron estos sujetos probablemente haya imperado por sobre las razones de la partida de su país de origen. Por eso mismo, la mayoría de ellos no se autodefinían como exiliados al momento de llegar a Mozambique, sino como cooperantes internacionales, aunque tampoco insisten en ese primer término en las entrevistas.

 

Los protagonistas de esta historia y el tratamiento de sus relatos

 

El film aborda un cúmulo de experiencias diversas, de variados orígenes sociales y culturales, de adscripciones ideológicas, formaciones y trayectorias de distinto tipo. Los relatos insisten en las necesidades que venían a suplir lxs cooperantes (cuadros medios y profesionales) en la construcción del nuevo Estado y así del “nuevo hombre” que creían emergería del proceso de independencia y de la revolución liderada por el FRELIMO y encabezada por Samora Machel. El recorrido compone progresivamente la heterogeneidad de la comunidad argentina y cooperante en Mozambique. Se invocan así fragmentos de las entrevistas a ocho argentinos (de igual número de mujeres y varones),[16] además del relato del cooperante sudafricano Martin Rall, casado con una de las argentinas (Carmen Báez).

Las presentaciones de los primeros casos permiten apreciar la diversidad de lxs protagonistas y nos involucra en su intimidad. Ana Gutreiman, por ejemplo, llegó directamente desde Argentina al ser convocado su marido médico. Mientras él era de tendencia anarquista, ella, peronista, se dedicaría a la docencia en Mozambique. Otros llegaron desde México, Suecia, Francia o Suiza. Algunos de los casos mencionados trabajaron en el área de salud, educación, o en la producción (técnicos de distintas ramas). La mayoría tenía entre 20 y 40 años al momento de llegar y, en gran parte, habían quedado desvinculados de sus pertenencias políticas previas al exilio. Obturado el escenario político argentino, estos militantes desterrados encontraron en el proceso de descolonización socialista de aquel país distante geográfica y culturalmente, un espacio político para continuar desplegando su esfuerzo revolucionario.

El relato de Exilio en África se basa principalmente en el “formato testimonial”, que recurre a los “bustos parlantes”. Según Piedras, esta construcción narrativa que devino canónica en los años noventa, registra y monta la imagen de lxs entrevistadxs “en un plano de medio cuerpo, con la dirección ligeramente oblicua de la mirada respecto de la cámara, acompañado por un montaje que, en la mayoría de los casos, excluye de la diégesis la voz y el cuerpo del entrevistador” (Piedras, 2014, p. 197). Sin embargo, lxs realizadores del documental estudiado usan dos modos diferenciados de filmarlas: 1) la entrevista en el contexto de vida de los protagonistas, filmadas con la vista de los testigos dirigida al entrevistador; y 2) algunos de ellos se presentan recortados en un marco homogéneo negro, aislados de su entorno y mirando directo a la cámara.

En el primer caso, el marco de la entrevista se grafica en el recorrido de la cámara por algunos objetos decorativos africanos en el hogar y, por lo tanto, revelan el marco de identificación construido en la intimidad. Estas tomas son seguidas de otras del testimoniante hablando, yuxtapuestas con imágenes fijas o en movimiento familiares.

Algunos testigos son mostrados revisando papeles, hojeando álbumes familiares, y usándolos como vehículo del trabajo de memoria. Lxs realizadores las incluyen como soportes en los que los testimonios se anclan, proponiendo al público “imaginar” –en el sentido de poner en imagen– mejor aquello que cuentan, buscando dar una dimensión visual a los relatos.

Esas imágenes expresan en forma material, en su carácter de índices, traen al presente las huellas de lo sucedido (Feld & Stites Mor, 2009). En términos de Roland Barthes (2000), el referente captado por la cámara tiene que haber existido, por lo que la fotografía funciona como documento probatorio de lo que presenta el relato testimonial.

 

 

Imagen 4: Fotograma de Ana Gruteiman testimoniando desde su hogar, min. 9 del documental.

 

Esa materialidad, al filmarla y conjugarla con los relatos de ex exiliados cooperantes internacionales en Mozambique, pasan de ser historias privadas a transformarse en una historia colectiva y pública. Esas imágenes documentales tejen lo íntimo con lo colectivo y lo público, funcionan de vehículos para construir e interpretar ese pasado, para transmitir una historia que de otra manera quedaría silenciada dentro de las historias de las comunidades más importantes de exiliados argentinos formadas en países de América o Europa entre 1974 y 1983. Una experiencia colectiva que se disolvería sin transmitirse a nuevas generaciones, cobra existencia, una presencia material, en esas imágenes.

El segundo tipo de relato testimonial, recortado su figura en el fondo negro, es parte de una estrategia planteada por los realizadores para favorecer la superación de silencios, bloqueos y resistencias a contar sus vivencias.

 

 

Imagen 5: Fotograma del testimonio de Carmen Báez, presentado en abstracción del contexto, min 11 del documental.

 

Retomando una estrategia utilizada con los actores en las películas de ficción, cuando se les solicita convocar la memoria emotiva, lxs realizadores propusieron a lxs entrevistados situarse en ese momento de sus vidas.[17] Pareciendo dirigirse directamente al espectador, los entrevistadxs emplean una fórmula preconstruida: “Me llamo X, tengo X años”. Dando allí la edad con la que llegaron a Mozambique, lxs protagonistas narran el recuerdo de sus primeras impresiones. El contraste entre la cifra enunciada y las huellas del tiempo en los cuerpos que vemos en pantalla genera un efecto de extrañamiento que probablemente busque evidenciar el ejercicio propuesto por lxs directorxs de la película.

La selección y orden del montaje de los relatos permite construir un arco temporal que se extiende desde las huidas de Argentina hasta el momento en el cual, al descubrir que ese sueño de construir una nueva sociedad en Mozambique fue resquebrajándose, decidieron seguir su rumbo. En el documental de Aguilar y Suppicich estos itinerarios de destierro se dividen en cuatro momentos: 1) la vida antes del exilio, las razones que lo impulsaron a salir de Argentina, sus rutas y circulaciones; 2) la llegada a Mozambique, los primeros tiempos en esa nueva vida y su desarrollo cotidiano en el nuevo contexto, así como el modo en el que lograron organizarse como comunidad argentina en el país del sureste de África e impulsar la denuncia contra la dictadura militar argentina; 3) el avance de la guerra civil, la obturación del proceso de transformación socialista, el desencanto y la frustración del proyecto; 4) la decisión de partir y el curso que dio la trayectoria vital.

Las memorias individuales evocadas en la película conforman así una memoria colectiva, no ausente de conflictos y contradicciones: la de la comunidad de cooperantes internacionales (en particular la de los exiliados argentinos) que llegaron a Mozambique. Las fragilidades de la memoria, lejos de ser negadas, son integradas y expuestas voluntariamente en una escena en la que, al entrevistar conjuntamente a una pareja de ex cooperantes, la mujer intenta corregir varias declaraciones de su marido y, en un punto, pregunta al entrevistador sonriendo: “¿se puede contradecir en la misma afirmación?” (Carmen Báez, min. 25:10-14). Así, al incluirlo, lxs realizadores visibilizan las tensiones e inexactitudes de las memorias, cuestionando la posibilidad de cierre de las interpretaciones sobre el pasado.

Recordemos que la memoria es un campo de batalla, en donde los distintos actores sociales intentan instalar sentidos y perspectivas sobre el pasado. Sabemos desde los trabajos clásicos de Halbwachs (2004) que la memoria se construye en el presente, en el propio acto de recordar. El “trabajo de la memoria” (Jelin, 2002) recompone lo vivido en el pasado con las herramientas y materiales del hoy, pero que ese proceso social de interpretar el pasado se da en distintos niveles (individual, grupal, social). Por eso, lxs realizadores de Exilio en África ponen en escena el acto de recordar: filman e incluyen imágenes de lxs testimoniantes revisando documentos, recorriendo fotografías y conversando entre ellxs sobre sus pasados vividos y los objetos de ese pasado que conservaron en sus archivos personales.

 

 

 

Imagen 6: Fotograma de la secuencia de una de las testimoniantes recorriendo sus álbumes familiares, min. 4:23-24 del documental.

 

En la construcción de Exilio en África se puede observar lo que Baron (2014) ha denominado como el “efecto de archivo” que genera la producción audiovisual, movilizando recursos para crear historias alternativas o nuevos sentidos a las ya conocidas. En este documental se construye un relato que altera de algún modo el sentido del testimonio original, utilizando la edición y el montaje para armar una serie que apuntala el argumento del film, omitiendo elementos que podrían desentonar y así revelando alguna “verdad”. Esto puede aparecer como una estrategia intencional de cierto desordenamiento de la secuencia temporal, no explicitada en el film.

La escala de valores y la perspectiva ideológica tanto de lxs testigos como de lxs realizadores se impregna en la construcción, en la decisión de los primeros de qué contar, en la decisión de los segundos de lo que se incluye y lo que se deja afuera, en la jerarquización de la información y la búsqueda de afectar de un modo a los espectadores.[18] El tono, las pausas, titubeos, posibilitan una empatía con el espectador. La decisión de darle espacio hacia el final a los fantasmas que rondan sus ilusiones pasadas (no querer volver a Mozambique, y ver de frente el fracaso del proyecto… “Nunca más volví, no puedo volver, quiero dejar recordándolo como lo dejé”, (Miguel Yanson, min 59), y el temor de ver a sus antiguos jefes manejando autos lujosos.[19] A pesar del malestar que genera la desilusión de aquello que quedó interrumpido, algunos evocan la esperanza aún vigente: (“Nunca se va todo, siempre queda una semilla. Esperamos que vuelva a florecer”, Marta Lucas) refiriéndose a que lo que queda en la memoria colectiva mozambiqueña podría reactivarse.

 

Una mirada desde las historias conectadas: entre violencias y solidaridad

 

Siguiendo la propuesta del historiador indio Sanjay Subrahmanyam (1997), el francés Serge Gruzinski afirma que para asumir una perspectiva de historia conectada el/la investigador/a debe actuar como “una suerte de electricista”, identificando aquellas “conexiones continentales e intercontinentales que las historiografías nacionales se esforzaron para desconectar o escamotear impermeabilizando sus fronteras” (2001, p. 87). Desde este ángulo de análisis, las historias múltiples y relacionadas entre ellas se comunican, y permiten explicar fenómenos sociales reconociendo los focos de contacto –epicentros históricos– donde se produjeron diálogos e intercambios, y donde la influencia mutua reverberó a nivel local, regional y global. Por su parte, Carmen Bernard (2018), retomando las reflexiones de Subrahmanyam, señala que la historia conectada se enriquece de los estudios de caso, por lo que analizar las trayectorias de los actores de las conexiones resultará productivo para comprender las dinámicas que nutren esos procesos históricos. Los estudios sobre las acciones políticas de grupos, organizaciones y redes en un ámbito transnacional (Badan Ribeiro, 2016; Cristiá y Ayala, 2020; Cristiá, 2021) demuestran que sus conexiones, intercambios e interacciones realizadas fuera del país –o región– de origen, generalmente pretenden reforzar posiciones de actores en disputas y luchas dentro de una nación, como ha sugerido Weinstein (2013).

En el documental analizado, al iluminar un conjunto diverso de trayectorias personales de argentinos que vivieron parte de su exilio en Mozambique, se reconstruyen las circulaciones internacionales que permitieron conexiones entre, al menos, la historia argentina y la de aquel país africano. Además, este proceso aparece lateralmente conectado con la historia de Sudáfrica por dos razones. Por un lado, a partir del vínculo afectivo de una de las protagonistas del film con un joven militante de ese origen también cooperante. El sudafricano Martin Rall llegó expulsado de su propio país como opositor al régimen opresivo del Apartheid. En el film, él narra su partida tras una larga rebelión de la juventud en 1976, la rebelión de Soweto, protesta que fue finalmente sofocada por la represión.[20] Por otro lado, la historia de ese país tiene una incidencia directa en el proceso abordado por el film, en tanto el régimen sudafricano tenía una importante influencia política, económica y militar en el Cono Sur de África. De hecho, intervino de manera abierta y encubierta para fomentar sus intereses en la región, intereses que identificó con los del occidente capitalista en el contexto de la Guerra Fría.

La política intervencionista de Sudáfrica se manifestó en la intrusión de diversas formas en la política de países vecinos como Angola, Namibia, Mozambique y Zimbabwe. Con la excusa de la lucha contra el comunismo, Sudáfrica buscó revertir los procesos de independencia dirigidas por fuerzas nacionalistas de izquierda, llegando a la invasión militar de Angola, manteniendo la ocupación territorial sobre Namibia, así como apoyando la insurgencia contrarrevolucionaria en Angola y Mozambique. Mientras que la Resistencia Nacional Mozambiqueña (RENAMO) fue sostenida y financiada por Sudáfrica, Inglaterra, Francia y Estados Unidos, el FRELIMO, protagonista de la independencia y la construcción del socialismo, recibió apoyos de la Unión Soviética, Libia, Cuba y Angola.

 

 

Imagen 7: Fotografía de encuentro de Samora Machel y Fidel Castro, incluida en min 39;30 de Exilio en África.[21]

 

En ese reparto de influencias y alianzas internacionales, la documentación existente muestra que, si bien las relaciones entre Argentina y Sudáfrica se formalizaron durante la dictadura de la autodenominada “Revolución Argentina” (1966-1973) con la firma de tratados y acuerdos de colaboración militar en 1969, fue durante la última dictadura cuando se registró una profundización de la relación bilateral. Según Gladys Lechini (2006: 146), las coincidencias de Argentina con Sudáfrica se reforzaron en tanto “ambos gobiernos estaban aislados internacionalmente por su política contra los derechos humanos (…), y se consideraban defensores de los valores de Occidente en la región del Atlántico Sur al enfrentar al enemigo común, el comunismo internacional”. En consecuencia, según la autora, desarrollaron una cooperación en el ámbito de las Fuerzas Armadas, y especialmente de sus Marinas (Lechini, 2006: 147).[22]

Demostrando estas conexiones internacionales, el relato colectivo construido por el documental se mueve entre dos ejes trasversales: la violencia política, por un lado, y los imaginarios y prácticas de la solidaridad internacional, por el otro. El primero aparece en el escenario de origen, en quienes vivieron la represión en primera persona y el horror por los asesinatos y desapariciones de sus allegados.[23] En los testimonios las marcas de la represión se traslucen además en lo no dicho, en lo sugerido lateralmente, en la utilización de eufemismos para mencionar, por ejemplo, la tortura, buscando así evitar revictimizarse: “...caen una noche a la casa, una patota, un grupo de tareas, y nos secuestran... nos aplicaron elpaquete completo’”, (Carmen Báez, min. 7-7:20; el resaltado es nuestro).

La violencia reaparece luego en el país de acogida, en Mozambique, tanto en la forma de conflicto armado interno, como encarnándose en las consecuencias de una historia de cuatro siglos de explotación colonialista. Los testigos relatan las condiciones de vida extremas con las que deben lidiar sus habitantes (un 80% de la población descalza, el 92% de analfabetismo negro, etc.) y aquellas que los cooperantes aceptaron compartir para contribuir con el futuro de ese país: la falta de alimentos, la escasez de agua, el contexto bélico, etc. Así, se mencionan las zonas controladas por la RENAMO y las minas personales a lo largo del territorio nacional con las que tenían que lidiar al desplazarse, debiendo ser escoltados por soldados armados ante la posibilidad de ataques. También se mencionan las consecuencias del aislamiento económico del país y los toques de queda por el conflicto armado interno. Esas descripciones de los testimonios se comprueban con crudeza, por ejemplo, en imágenes de niños mozambiqueños de cuerpos desnutridos.

El momento de giro de esa historia irrumpió en octubre de 1986, cuando el presidente Samora Machel y parte de su gabinete murieron en un extraño accidente aéreo (cuyo principal sospechoso es el gobierno sudafricano). A partir de entonces, el FRELIMO apuntó a una transición hacia una economía de mercado capitalista, aceptó acuerdos con el FMI, y firmó un tratado de paz con la RENAMO en el contexto del fin de la Guerra Fría. Como parte de la negociación, se comprometió a evacuar gradualmente a las brigadas de cooperantes internacionales, poniendo fin al proceso de cambios socialistas. En los relatos de lxs entrevistadxs en Exilio en África este giro aparece con toda la carga histórica y emocional del desvanecimiento del proyecto político: “El sueño del hombre nuevo se desdibuja” (min. 58).

El segundo eje transversal de la narración documental, la solidaridad, emerge en los testimonios de Exilio en África como motivación de esa circulación internacional y de las prácticas políticas en el exilio. La solidaridad fue una idea central que justifico el traslado a Mozambique, junto con la toma de conciencia silenciosa, y poco tramitada en el momento, de la derrota de los proyectos revolucionarios en el Cono Sur. Los militantes argentinos que llegaron a ese país pertenecían a organizaciones de la nueva izquierda surgida a fines de la década de 1960. Por lo tanto, los imaginarios y prácticas que sustentaron su experiencia de cooperantes internacionalistas en ese país se vinculaban con su trayectoria política como generación nacida del clima de ebullición de esos años (Pérez Haristoy & Ayala, 2021), como parte del segundo ciclo de movilización de la Nueva Izquierda en el Cono Sur (Cortina Orero, 2017, p. 83) cuya sensibilidad social, de alcance global, se estructuraba entorno a los valores de cooperación, solidaridad e internacionalismo con proyectos políticos revolucionarios y de liberación nacional (Pirker, 2017). Los testimonios de lxs protagonistas del documental permiten dar cuenta de este imaginario marcado por dichos valores, que les permitieron pensarse dentro de una comunidad imaginada global, de una utopía colectiva que le dio sentido a su activismo de solidaridad internacionalista en Mozambique.

 

Conclusiones

 

A pesar de la profusa creación documental contemporánea sobre la historia reciente argentina, Exilio en África se ocupa de la experiencia de solidaridad internacional de un pequeño grupo de militantes en una geografía hasta entonces desconocida del último exilio argentino: Mozambique. Las voces recuperadas sobre esta historia colectiva eran hasta el momento inaudibles, por ser excepcionales, raras, escasas. Pero, asimismo, su excepcionalidad es su riqueza en tanto –además– nos habla de experiencias transfronterizas, de identidades complejizadas por esas circulaciones transnacionales. Muestra así que las exclusiones masivas en el Cono Sur de América Latina durante las décadas de 1970 facilitaron la participación de un grupo de actores de izquierdas en los procesos de independencia y descolonización tardía de las colonias portuguesas de África, durante la última etapa de la Guerra Fría. Movilizados por la solidaridad internacional, esos excluidos hicieron propio el proyecto que allí se iniciaba en la etapa poscolonial y socialista. En ese ensamble de vivencias que presenta el documental logramos reconstruir circuitos, presenciamos la conexión entre historias de América Latina, Europa y África. Poniendo en el centro de la escena esas trayectorias de militantes que residieron en Mozambique se rescataron experiencias personales que se inscribieron en al menos dos contextos nacionales interconectados por dichas migraciones.

La manera en la que fue elaborado Exilio en África se sitúa en una tradición documentalista contemporánea con amplio desarrollo en la producción de los últimos años que se ancla en los protagonistas y en sus memorias subjetivas, en sus impresiones, recuerdos, miedos, sus fantasmas, sus ilusiones aún vigentes. La exposición de esas voces que relatan en primera persona, evidenciando un punto de vista personal e íntimo, no aportan sólo información, sino que apelan a la empatía de los espectadores. El acto de recordar, el trabajo de memoria personal y colectiva, es registrado por la cámara, invitando al público a presenciarlo, a ser su testigo. Allí emergen al menos dos ejes transversales que fueron analizados en este artículo: la violencia política encarnada de distintos modos en ambos territorios y la solidaridad internacional reforzada en el exilio.

Desde el estudio de esta construcción documental pudimos valorar el aporte de Exilio en África tanto para recuperar y visibilizar experiencias pasadas que caerían en el olvido social, como en el posible impacto en la producción académica, fomentando los estudios sobre ese fenómeno. Palabra e imagen contribuyen en esta obra a la transmisión de una historia acotada respecto a la masa de los exilios, que transcurrió en escenarios exóticos para la mirada occidental, rodeados de una vegetación tupida y palmeras recortando el horizonte. Al ofrecer algunas vistas actuales de sus territorios y yuxtaponerlas a instantáneas y registros audiovisuales de los setenta-ochenta, los recuerdos de lxs entrevistadxs se sitúan espacialmente e invitan a lxs espectadorxs a “imaginar” esas vivencias.

 

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Recepción: 08/02/2022

Evaluado: 21/05/2022

Versión Final: 13/06/2022

 

 



(*) Profesora de enseñanza media y superior en Historia (Universidad Nacional de Rosario). Magíster y Doctora en Historia y Civilizaciones (École des Hautes Études en Sciences Sociales). Investigadora Adjunta (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas / Instituto de Investigaciones Gino Germani). Argentina. Email: moicristia@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5829-4126

(**) Profesor y Doctor en Historia (Universidad de Buenos Aires). Profesor Adjunto Regular (Universidad Nacional de Tierra

del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur). Investigador Asistente (Consejo Nacional de Investigación Científicas y Técnicas). Argentina. E-mail: mhayala@untdf.edu.ar ; marioayala75@yahoo.com.ar , ORCID: http://orcid.org/0000-0002-7667-4218

[1] Esta cifra es la que propone el siguiente documento reservado del Buró Político del Partido Comunista de Cuba de 1982: Jorge Risquet, “Informe de la visita a la República Popular de Mozambique de la delegación presidida por Jorge Risquet Valdés, Miembro del Buró Político y Secretariado del CC-PCC, realizada del 10 septiembre al 2 de septiembre al octubre 1982”, en History and Public Policy Program Digital Archive, Archives of the Central Committee of the Cuban Communist Party. Obtained and contributed to CWIHP by Piero Gleijeses and included in CWIHP e-Dossier No. 44. https://digitalarchive.wilsoncenter.org/document/117964

[2] El llamado “Estado Novo” se extendió 48 años, desde 1926 hasta 1974.

[3] Los estudios académicos sobre los exilios de argentinos en los setenta se multiplicaron en los últimos veinte años, focalizando en distintos países de refugio. Ver, entre otros, Meyer y Salgado, 2002; Yankelevich, 2002, 2010; Jensen 2007; Franco, 2008; Yankelevich, 2004; Yankelevich y Jensen, 2007; Jensen y Lastra, 2014.

[4] Ernesto Aguilar (Buenos Aires, 1971) y Marcela Suppicich (Buenos Aires, 1980) son realizadores, productores y guionistas con trayectoria en variadas experiencias profesionales. Aguilar ha rodado una docena de largometrajes, comenzando por El planeta de los hippies (1999), mientras que Suppich dirigió Alma (2011) y Lugano capital (2010). Exilio en África se estrenó en el complejo Gaumont de la ciudad autónoma de Buenos Aires el 24 de octubre de 2019 (cf. http://www.incaa.gov.ar/elementor-21123). Además de proyectarse en esa sala varias semanas, también circuló por festivales nacionales e internacionales de cine. Desde fines de noviembre de 2019 se ofreció en los estrenos de la plataforma Cine.ar, sitio en el que actualmente está disponible en libre acceso: https://play.cine.ar/INCAA/produccion/6024?fbclid=IwAR18P-I5S8Xq4nMiMgSeIisEfF364jg47t2SkfCRD8pw2Z__8LZ_14upaYo

[5] Además de consulta de bibliografía y archivos, en 2017 lxs realizadores solicitaron a Mario Ayala un texto de contextualización.

[6] Si bien en un primer momento consideraron esa posibilidad, pronto la descartaron para asegurar la centralidad de los protagonistas de esa experiencia. Entrevista de los autores con Ernesto Aguilar por videollamada, 12/07/2021.

[7] Sin embargo, en nuestra entrevista con uno de lxs realizadores, Aguilar evocó diferentes recuerdos de infancia que lo vinculaban con esta historia. Remitió a las experiencias de exilio de algunos amigos de militancia de su padre en el Partido Comunista y lo que sorprendía al niño que él era cuando visitaban su casa. En vez de incluir este tipo de elementos para compartir con los espectadores su perspectiva personal y situar su mirada –estrategia recurrente en el documental contemporáneo– la apuesta fue acentuar el protagonismo de los entrevistados.

[8] Algunos films pioneros de esta propuesta son Cazadores de Utopías (David Blaustein, 1995) y Montoneros, una historia (Andrés Di Tella, 1994). Ambos referían a la historia de grupos juveniles de los setenta que, tras incorporarse organizaciones político-militares, sufrieron el terrorismo de Estado durante la dictadura.

[9] Por ejemplo, el proyecto de Eugenia Meyer y Pablo Yankelevich en los noventa, produjo entrevistas organizadas en el Archivo de la Palabra de la UNAM. Cf. Meyer y Salgado, 2002; Yankelevich, 2002.

[10] En Argentina, el Archivo Oral de Memoria Abierta cuenta con un corpus significativo de entrevistas en las que se relatan sus exilios, ver: https://memoriaabierta.indice.ar/inst/4-archivo-oral

[11] Se trata del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA).

[12] Entrevista de los autores con Ernesto Aguilar, videollamada, 12/07/2021.

[13] Entrevista de los autores con Ernesto Aguilar, 12/07/2021. Aguilar comentó que lxs entrevistadxs también cuestionaron y aportaron cambios al guion que ellos habían propuesto inicialmente, imprimiéndoles su propia interpretación tanto en las formas de expresarlo como en los énfasis.

[14] Con esa categoría Baron (2014) analiza los modos de apropiación del archivo fímico para propósitos históricos, y los conflictos de representación que le son propios. Así examina cómo los fragmentos de archivos son modificados al ser utilizados en diferentes textos y contextos, condicionando las lecturas del pasado y el modo en el que el espectador los percibe. También analiza el uso de “falsos documentos”, como en este caso, que al ser usados les brindan una cierta autoridad como “evidencia”.

[15] Distintos testigos relatan el momento en el que los exiliados argentinos, en un asado del 25 de mayo de 1981, decidieron fundar la Asociación de Argentinos Residentes en Mozambique. Desde entonces, organizándose, podrían reforzar sus reclamos y solidaridad con su país de origen.

[16] Ana Gutreiman, Miguel Yanson, Carmen Báez, Rodolfo Báez Valenzuela, Marta Lucas, Domingo Suppa, Rosana Colombo, Oscar Viñas.

[17] Entrevista de los autores con Ernesto Aguilar, 12/07/2021, minutos 53-54; 58-60. “La búsqueda de estos recursos fue para que hablaran, para que estuvieran más cómodos. Hubo personas que no quisieron hablar. Y otros tuvieron reparos para decir cosas ante la cámara. Para la gran mayoría fue difícil hablar (…)”

[18] Ernesto destacó que las entrevistas se interrumpieron cuando reconocieron que la información que buscaban ya era suficiente para mostrar la experiencia colectiva de solidaridad internacional en el exilio en Mozambique, desde la perspectiva de los actores que habían partido de ese país. Entrevista con los autores con Ernesto Aguilar, 12/07/2021.

[19] El FRELIMO terminó siendo la base de una nueva élite económica capitalista del país, proceso enmarcado en evidentes tramas de corrupción y el sostenimiento de condiciones de subdesarrollo y pobreza de la mayoría de la población. El contraste entre lo que pretendía construirse durante los años 1975 y 1986 y la situación actual en Mozambique constituye un consenso entre lxs entrevistadxs y lxs realizadores: el presente aparenta ser el opuesto diametral de lo entonces proyectado.

[20] Tras su experiencia de cooperantes en Mozambique Carmen Báez y Martin Rall se instalaron en el Sudáfrica post-Apartheid y continúan con tareas de solidaridad internacional desde allí en los años noventa. Más adelante se trasladarán con toda su familia a la Argentina, donde residen actualmente. Cf. Entrevista a ambos de Mario Ayala, Buenos Aires, 4 de abril de 2017.

[21] Aunque no está especificado en el film, la fotografía parece corresponder a la visita de Fidel Castro a la provincia de Beira, Mozambique, los 21-22 de marzo de 1977. Fuente de la visita: http://www.fidelcastro.cu/es/viajes/africa-europa-y-asia-1977

[22] Evidencia de esta colaboración parece ser el envío a Sudáfrica de marinos argentinos del Grupo de Tareas 3.3.2 responsable del centro de torturas que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada Argentina entre 1976 y 1978. Entre ellos, Rubén Chamorro fue designado en la Embajada Argentina en Pretoria desde el 14 de junio de 1979, al que le siguieron Jorge Perren y Alfredo Astiz (Lechini, 2006: 149).

[23] “yo venía de la Argentina de perder compañeros, de un proceso difícil” (Miguel Yanson, min. 5.59); “...sabíamos que la gente se la llevaban presa, se la chupaban, las desaparecían, las mataban, había tiroteos fraguados y todo ese tipo de cosas” (Ana Gutreiman, min. 4:57-5:03).