La visión de Rosas en Echeverría

 

Ernesto Jorge Rodríguez[1]

 

Introducción

Abordar el estudio de Juan Manuel de Rosas queda justificado, según John Lynch, porque nos brinda la posibilidad de “conocer las bases originales del poder político en Argentina; comprender más claramente la naturaleza de las relaciones de clientelismo y las raíces del caudillismo, discriminar más cuidadosamente hasta donde constituye una herencia del pasado colonial o cuánto de él deriva de la independencia o sus consecuencias. Observar a Rosas es visualizar la tendencia a la violencia en la sociedad de esos tiempos, así como el uso del terror como instrumento de la política”[2].

No obstante, a pesar de los variados temas que se pueden abordar mediante el estudio de Rosas, este trabajo tiene límites bien precisos. Sólo pretendemos analizar la imagen de Rosas y de su gobierno que Esteban Echeverría muestra en sus obras.

Elegimos a este escritor proscrito durante parte del segundo gobierno de Rosas porque por sus “aptitudes de conductor intelectual y por su función de líder del Salón Literario y de la Joven Generación Argentina”[3], probablemente se encontró en mejores condiciones para comprender y explicar los fenómenos políticos que se desarrollaron en nuestro país desde 1837 -año de la creación del Salón Literario- hasta su muerte en l851.

Por lo que indicáramos, sus obras pueden también suministrarnos una visión de ese periodo más amplia, fecunda y compleja que la que nos proveen otros miembros de la Generación del 37 o los unitarios; grupos que constituyen el núcleo de la abigarrada trama, heterogénea y fragmentada, de la oposición a Rosas.

Estudiar la visión de Rosas en Echeverría también nos permite discurrir y advertir la antigüedad de uno de los males de la Argentina: los intelectuales cooptados por el sistema o en palabras de Echeverría, intelectuales que entregan la dignidad en trueque por una ventaja material. Además, nos permitirá reflexionar sobre el papel del intelectual en Argentina y su posicionamiento frente al poder.

En Echeverría pueden advertirse al respecto dos periodos. En uno, trata de seducir a Rosas, de participar en su gobierno, de colaborar con un Rosas al que considera ignorante y que lo necesita para gobernar bien. Echeverría era un excéntrico y ególatra, él llevaría luz a la gestión de Rosas. ¿Pero cuánto de esto era desinteresado y por el bienestar del país y cuánto por miedo y conveniencia?

Posteriormente, en un segundo momento, cuando Rosas no lo convoca a salvar el país, Echeverría se siente rechazado y reacciona despechado, y como en un amor no correspondido, sólo tiene sentimientos de desprecio y repudio hacia Rosas.

Estas características personales de Echeverría también lo llevaron a despreciar a todo y a todos (¿El mal de la izquierda en Argentina?). Desprecia a los unitarios, a los federales, al periodo colonial. Así sólo le queda un hecho digno de identificarse con él: Mayo. Por eso lo endiosa, lo convierte en fetiche, en un objeto de adoración, lo mistifica.

Pero su desprecio no se detiene allí. Echeverría también repudia al pueblo ignorante, él es el culpable del envilecimiento de la democracia, el pueblo la pervierte y solo disminuye su odio al observar como sufre sus propios errores y únicamente ve un camino de redención para este pueblo y este país: la educación.

Por último, Echeverría es conflictivo y contradictorio. Las ideas que lo influencian también lo son. En sus escritos podemos advertir la presencia de las ideas de la Ilustración, del Romanticismo, de los socialistas utópicos, en un precursor como Saint Simon, como también de los primeros positivistas.

 

Los vaivenes de una mirada

Como afirmábamos más arriba, en la obra de Echeverría pueden distinguirse dos periodos. El primero se extiende desde su participación en el Salón Literario hasta 1840, año en el que junto a vecinos de San Andrés de Giles suscribió un manifiesto marcadamente crítico de la política de Rosas, declaración redactada conjuntamente con Juan María Gutiérrez y que lo condujo al exilio poco tiempo después.

Durante esta primera etapa, Echeverría estaba persuadido que Rosas sabría captar que él y su doctrina eran la salvación del país y que esta se produciría bajo el auspicio de la Federación[4].

Las “instrucciones al vicepresidente de la Joven Generación Argentina” mostraban claramente como Echeverría deseaba que Rosas convocara a los jóvenes a participar en la política nacional o provincial. Analizando retrospectivamente el período, el poeta manifestaba su decepción con el proceder de Rosas porque si este no fuera

 

“tan ignorante y tuviese un ápice de patriotismo en el alma, si hubiese comprendido su posición, habría en aquella época dado un puntapié a toda esa hedionda canalla de infames especuladores y de imbéciles beatos que lo rodea; habría llamado y patrocinado a la juventud y puéstole a trabajar en la obra de la organización nacional”[5].

 

Esto explicaría uno de los motivos por los cuales los primeros escritos de Echeverría no eran antirrosistas. Por el contrario, eran los unitarios los que ocupaban el centro de las diatribas y anatemas de Echeverría. En efecto, en la “Creencia”, reprocha a Rosas que no se haya valido de él para aniquilarlos, consolándose con intentarlo mediante la pluma[6].

Asimismo, sobre el tema de la modificación de la visión de Rosas en Echeverría, Ingenieros agrega que

 

“sin entrar en un cotejo de los detalles, pueden señalarse algunas de las variantes generales entre el Echeverría de 1837 y el de l846, atendiendo a las intrínsecas de la Creencia y a las que resultan de su comentario en la Ojeada: la Creencia no era antirrosista; el Dogma lo es. La Creencia era fríamente antiunitaria; el dogma lo es apasionadamente. La Creencia quería ser el código de una rama de las Jóvenes Europas; el Dogma aspira a servir de programa para un partido político argentino[7].

 

Además de éstas variaciones del pensamiento echeverriano, José Ingenieros encuentra también contradicciones entre las palabras y escritos de Echeverría aún dentro de esta primera etapa. Por estas incoherencias Ingenieros dudaba que el poeta hubiera escrito en Buenos Aires, en setiembre de l837, palabras que agraviaban a Rosas cuando sólo un mes antes rogaba que los principios de la Joven Generación Argentina pudieran cumplirse bajo los auspicios de la Federación[8]. Es probable que estas contradicciones se deban a modificaciones que Echeverría realizó posteriormente en el exilio a los textos originales más que a incoherencias propias del pensamiento echeverriano.

Las “Palabras simbólicas y el Dogma Socialista de la Asociación de Mayo”, obras escritas durante esta primera etapa fueron redactadas de tal modo que el nombre del dictador resultó ser el gran ausente. Cabría suponer que Echeverría eligió esta táctica con el objeto de no provocar la animosidad de Rosas. Por esto, en las escasas ocasiones en que el escritor efectuó en sus obras descripciones críticas del presente, sus objeciones y diatribas apuntaban especialmente a la tiranía o a las condiciones que permitieron su advenimiento[9].

Es indudable también que Echeverría, consciente del peligro que significaba atacar con sus escritos abiertamente a Rosas, decidiera hacerlo sólo crípticamente, aunque era obvia la alusión que hacía al dictador.

Amedrentado por la política de terror rosista, Echeverría eludió escribir sobre la actualidad, haciéndolo solo indirectamente, para lo cual se valió del pasado y del futuro como medios para referirse al presente. La crítica a los tiempos pretéritos exhibía al presente como una consecuencia del funesto pasado mientras la propuesta de un programa a instrumentar en el futuro denotaba los aspectos negativos que observaba en el presente y que consideraba necesario modificar: inquietudes que ocuparon la mayor parte de sus primeros escritos políticos[10].

De sus ataques a los unitarios y de su crítica a la tiranía se puede inferir que Echeverría adoptó una posición ecléctica para apartarse de la corriente rivadavista (que habría difundido el ideologismo) sin confundirse con la rosista (que se preparaba para restaurar la escolástica colonial)[11].

Pero en los años siguientes a la redacción de estos escritos políticos, el conflicto entre Rosas y Francia, la violencia cotidiana de la vida porteña, la imposición de la divisa punzó y el luto por Encarnación Ezcurra, así como la práctica denigrante y estigmatizante del uso de la verga como instrumento intimatorio dirigido hacia los opositores, dieron origen a un periodo de pasividad y de aislamiento porque, según Echeverría, “la vida en Buenos Aires se iba haciendo intolerable”[12].

Esta situación opresiva provocó que algunos miembros de la asociación se embarcaran hacia Montevideo; Echeverría eligió retirarse a su estancia, un exilio interior, convencido de que emigrar era inutilizarse para el país; “y solo esperando de él la revolución radical y regeneradora”[13] que consistía en el derrocamiento del régimen mediante un largo proceso de ideas, de educación cívica, de reeducación moral, para que las multitudes no vuelvan a caer nunca más en la abyección demagógica y personalista, para que los hombres de las clases privilegiadas, los ciudadanos que habían pasado por los claustros de la universidad no entregaran la dignidad de sus nombres en trueque de una ventaja material”[14].

De ese período de retraimiento Echeverría solo salió escasa y esporádicamente. En 1839 escribió el canto titulado “La insurrección del Sud”, publicado en l846, levantamiento al que consideró el más notable y glorioso acontecimiento de la historia argentina después de la Revolución de Mayo[15].

Pero el suceso que marcó un cambio notable en su pensamiento o por lo menos en la redacción de sus escritos fue, como ya indicáramos, el manifiesto de l840. En él adjudica directamente a Rosas la responsabilidad de usurpar la soberanía popular. Además, esta declaración contenía una de las primeras ocasiones en que Echeverría definió a Rosas con palabras peyorativas o descalificadoras. El poeta definió a Rosas como un “abominable tirano”, sin autoridad legítima para gobernar, razón por la cual nadie estaba obligado a obedecer los mandatos del dictador.

El manifiesto fue escrito en forma simultánea y en adhesión a la Coalición del Norte, como parte de la oposición ideológica a la creciente crueldad del régimen rosista. Por esto, tras el fracaso de Lavalle, Echeverría huyó hacia la ciudad de Colonia del Sacramento, en donde escribió los poemas “El 25 de Mayo” y “A la juventud argentina”. En este último, Echeverría expresaba que la patria no existía debido a la muerte de los principios de Mayo. Pero el dolor que esto generaba no debía tornarse en pasividad o en resignación. Por el contrario, Echeverría demandaba: “todo menos llorar”[16]. Por esto, propone a la juventud “predestinada” el protagonismo de encabezar la acción tendiente a vencer la barbarie ruda que lideraba el audaz tirano, fundando así, la argentina libertad[17].

Sin embargo, posteriormente comenzó para Echeverría una nueva etapa de retraimiento, afectado por su mala salud y el exilio. Con respecto a este último, los escritos del poeta manifestaban sus sentimientos:

 

“No hay cosa más triste que emigrar..., salir del país violentamente, sin quererlo, sin haberlo pensado, sin más objeto que salvarse de las garras de la tiranía, dejando a su familia, a sus amigos bajo el poder de ella y lo que es más, la patria despedazada y ensangrentada por una gavilla de asesinos es un verdadero suplicio, un tormento que nadie puede sentir sin haberlo por sí mismo experimentado... La emigración es la muerte: morimos para nuestros allegados, morimos para la patria, puesto que nada podemos hacer por ellos...”[18].

 

Además, privado de la compañía de Juan Bautista Alberdi y de Juan María Gutiérrez y con la Joven Argentina disuelta, su soledad aumentó desde 1843. Echeverría se aisló de la política, sumergiéndose en tareas estrictamente literarias, actitud que suscitó reproches como los del general Pacheco y Obes, quien le invitó a combatir con la espada o la pluma. El poeta se justificó ante el general por no hacerlo de uno ni de otro modo aduciendo estar en pésimo estado de salud, situación que le impedía tomar el fusil, mientras que guerrear por la prensa le parecía inútil[19].

También fue criticado por Rivera Indarte[20], quien durante el sitio a Montevideo por los rosistas lo acusaba de utilizar su pasividad como un escudo protector ante una eventual represión en caso de producirse la derrota de las sitiadas tropas orientales.

En respuesta, Esteban Echeverría se excusaba nuevamente por no poder participar como soldado, pero replicaba que su falta de inspiración se debía a que no sabía obrar sino con arreglo a sus convicciones y, por lo tanto, no escribía porque hacía mucho tiempo que tenía la presunción íntima que la prensa nada podía, nada valía en la guerra contra Rosas, siendo sólo el plomo y las lanzas las que derrocarían al tirano[21].

Asimismo, le recriminaba a Rivera Indarte la carencia en sus escritos de una doctrina social, contando solo con un apostolado de sangre, de difamación y de inmundicia. Lo acusaba además, de cobarde y de ser responsable por las víctimas que hizo sacrificar inútilmente con sus satánicas delaciones mientras permanecía en Montevideo aterrorizado[22].

No obstante las denuncias que dieron origen a la anterior polémica, y a su confesión de que “cuando se ara no se siembra; cuando la acción empieza, la voz de los apóstoles doctrinarios enmudece”; a partir de la publicación en 1844 de “Mayo y la Enseñanza Popular en el Plata”, Echeverría se había dedicado a analizar críticamente el pasado y el presente, a formular un programa para el futuro basado en la igualdad, la fraternidad, la libertad y la educación popular.

También se abocó a la tarea de formular el método de acción mediante el cual se efectuaría la transición del presente hacia el futuro ideal, primero mediante el apoyo extranjero para derrotar a la tiranía y luego, mediante la unión interna nucleada en un partido nacional, para lo cual incitó a Urquiza y a Madariaga para que se constituyeran en líderes de ese movimiento[23].

 

Echeverría: el constructor de mitos o el fetichismo de Mayo.

Para Echeverría, la revolución de Mayo fue una necesidad lógica: precisaba construir el mito de la revolución de Mayo para oponerlo a los unitarios y a los federales[24].

Por medio de Mayo, Echeverría intentó no identificarse con ninguno de estos dos “partidos”, según el poeta, responsables de la guerra civil que ensangrentaba al país:

 

“Nosotros creíamos que unitarios y federales, desconociendo o violando las condiciones peculiares de ser del pueblo argentino, habían llegado con diversos procederes al mismo fin: al aniquilamiento de la actividad nacional; los unitarios sacándola de quicio y malgastando su energía en el vacío; los federales sofocándola bajo el peso de un despotismo brutal; y unos y otros apelando a la guerra”[25].

 

Echeverría ubicaba a los jóvenes de la Generación del 37 en medio de estas dos tendencias. Estos jóvenes eran repudiados tanto por los unitarios como por los federales por sus posiciones eclécticas:

 

“Los federales la miraban con desconfianza ojeriza, porque la hallaban poco dispuesta a aceptar su librea de vasallaje, la veían ojear libros y vestir frac... Los corifeos del partido unitario, asilados en Montevideo, con lástima y menosprecio, porque la creían federalizada u ocupada solamente de frivolidades”[26].

 

El mito creado por Echeverría -visión ideal de la revolución de Mayo- cumplía la función de obturar una falla en la legitimación de la práctica política de la oposición contra Rosas. La falencia referida consistía en intentar destituir por la fuerza a un gobierno elegido por el pueblo en nombre de una democracia limitada y sin que apareciera la oposición como contraria a la voluntad popular o benefactora de una minoría.

El pensamiento mítico reclama y fundamenta la práctica mágica como medio de acción sobre la conciencia y la voluntad de esos imaginarios que regulan el curso de las cosas. Al respecto, Echeverría indicaba:

 

“Vamos a sacrificar la vida que nos queda en beneficio de las generaciones venideras. Si triunfamos, ellas bendecirán nuestros nombres; si perecemos antes de tiempo, darán una lágrima a nuestras malogradas pero nobles intenciones, y continuarán la obra que iniciamos”[27].

 

Con el fin de justificar a la oposición armada, Echeverría negó los mecanismos por los cuales Rosas había sido electo, indicando que la ley del 15 de agosto de 1821 que establecía “el sufragio universal, dio de sí cuanto pudo dar: el suicidio del pueblo por sí mismo, la legitimación del despotismo”[28].

El poeta consideraba que el voto popular irrestricto era una ficción y que la base del sistema democrático unitario y de la federación estaba apoyado sobre una falacia:

 

“Una tercera parte del pueblo no votaba, otra no sabía por qué ni para qué votaba, otra debe presumirse que lo sabía. Bajo bellas formas se soplaban una mentira, y no sé que sobre una mentira farisaica puede fundarse institución alguna, ni principio de legitimidad de poder incontrastable”[29].

 

Así, mientras adjudicaba a Rosas el papel de déspota, Echeverría convertía a la revolución de Mayo en la institución creadora de la democracia argentina:

 

“La democracia como institución es Mayo, progreso continuo. La democracia como principio: la fraternidad, la igualdad y la libertad.

La democracia como institución conservatriz del principio: el sufragio y la representación en el distrito municipal, en el departamento, en la provincia, en la república”[30].

 

De lo expuesto, resultan evidentes las contradicciones del pensamiento echeverriano con respecto al sufragio. Pero éstas son producto principalmente, de la consciencia en Echeverría de que “Rosas se apoyaba en las masas populares y de que era la expresión genuina de sus instintos semibárbaros”[31].

Al excluir del derecho a votar a las personas carentes de educación, Echeverría buscaba minar las bases de sustentación del rosismo. Por esto, la limitación del derecho al sufragio servía, por un lado, como crítica al gobierno de Rosas y, por el otro, como táctica futura para obstaculizar la instauración de una nueva tiranía. Esta restricción temporal del derecho a votar -caducaba cuando la persona alcanzaba cierto nivel de instrucción- tendía, según Echeverría, a que

 

“el pueblo no fuese, como había sido hasta entonces, un instrumento material de lucro para los caudillos y mandones, un pretexto, un nombre vano invocado por todos los partidos para cohonestar y solapar ambiciones personales; el pueblo debía ser lo que quiso fuera la revolución de Mayo: el principio y fin de todo”[32].

 

De lo expresado hasta ahora se infiere claramente que Mayo era para Echeverría un fetiche al cual invocaba para que se cumpliera su propósito: la caída de la tiranía rosista. Desde su presente, Echeverría violó el objeto de conocimiento “Mayo” y a pesar de la mezquindad y pequeñez del suceso; lo endiosó, lo constituyó en un objeto de adoración cuya idolatría aún perdura y se promueve. Por lo tanto, podemos indicar que Echeverría creó Mayo como un modo de explicar (de forma ilusoria) y de transformar (de manera imaginaria) al régimen rosista.

En las obras de Echeverría puede descubrirse la doctrina política y social del escritor. En ella efectuaba una crítica al pasado colonial, al postrevolucionario y a su presente; formulaba un programa para un futuro ideal y proponía la praxis política que los conduciría del presente repudiado al futuro ideal. Dicho en palabras de Echeverría:

 

“El punto de partida para el deslinde de cualquiera cuestión política debe ser nuestras leyes y estatutos vigentes, nuestras costumbres, nuestro estado social. Determinar primero lo que somos y aplicando después los principios buscar lo que debemos ser, hacia que punto encaminarnos. Mostrar en seguida la práctica de las naciones cultas, cuyo estado social tenga más analogía con el nuestro, y confrontar siempre los hechos con la teoría o las doctrinas de los publicistas más adelantados”[33].

 

El pasado colonial constituía la raíz de la tiranía, o dicho en otras palabras, la tiranía era la perduración del pasado colonial.

 

“El gran pensamiento de la revolución no se ha realizado. Somos independientes, pero no libres. Los brazos de España no nos oprimen; pero sus tradiciones nos abruman...La idea estacionaria, la idea española, saliendo de su tenebrosa guarida, levanta de nuevo triunfante su estólida cabeza y lanza anatemas contra el espíritu reformador y progresivo”[34].

 

Por otra parte, la revolución encarnaba a la libertad[35]. Por esto, Echeverría consideraba que la tiranía era también la carencia de los principios de Mayo:

 

“Quitad Mayo, dejad subsistente la contrarrevolución dominante hoy en la Argentina, y no habrá pueblo argentino, ni asociación libre, destinada a progresar; no habrá Democracia, sino despotismo. Mayo es emancipación, ejercicio de la autoridad libre del pueblo argentino, progreso”[36].

 

Otro componente temporal de la tiranía lo constituía la anarquía o guerra civil, resultado del enfrentamiento entre el principio de Mayo y el colonial:

 

“La guerra civil pronto rompió entre nosotros los vínculos de fraternidad, y entronizando hoy un partido, mañana otro perseguidor del primero, turbó el equilibrio de la igualdad y hubo tiranía y desigualdad en la participación de las cargas y goces sociales; -libertad desenfrenada para los unos, y la esclavitud para los otros, cien veces más insufrible y odiosa que el vasallaje colonial”[37].

 

Asimismo, describía al presente mediante el empleo de adjetivos peyorativos o descalificantes. Echeverría planteaba la realidad como una dualidad tácita. Por un lado, la tiranía representaba la parte visible y, por el otro, el espacio vacío era el lugar destinado a los hombres arquetípicos echeverrianos que de todo carecían por estar divididos[38]. Así, el presente aparecía como la falta de Mayo mientras el tirano, como el artífice de un trono de iniquidad construido sobre los escombros de la anarquía. El mundo de Echeverría era una realidad repulsiva donde no había derechos, ni patria, ni libertad; donde el déspota aterrorizaba a la población valiéndose de asesinos. La intimidación basada en la espada, el patíbulo o el destierro era la táctica utilizada por el tirano para atraer hacía sí prosélitos. Echeverría propiciaba la transformación de esta realidad opresiva y cruel y al mismo tiempo constituía la excusa que le permitía justificar la lucha contra Rosas como una legítima resistencia a la opresión.

Finalmente, Echeverría caracterizaba a la sociedad en la época de Rosas como egoísta y vasalla. Esto, junto a la falta de unidad de la oposición, permitieron la persistencia de hechos de crueldad y escenas de dolor cotidiano que ensombrecían su corazón. Echeverría sufría al ver a las madres llorando por doquier los muertos por la mazorca[39]. Una estrofa de “El ángel caído” revela, en l846, el sentir del poeta con respecto al presente de su patria:

 

“La patria es rica presa

que el vencedor se disputa

es la codiciada fruta

El galardón de la empresa

y la infame prostituta”[40]

 

El programa político de Echeverría, como es lógico, proponía instaurar las instituciones, actitudes y políticas de las que carecía el gobierno rosista y que lo hacía un régimen abominable. El poeta aconsejaba la organización democrática, puntualizando que toda política, filosofía, religión, arte, ciencia, industria, toda la labor inteligente y material deberían encaminarse a fundar el imperio de la democracia[41] y propiciaba “descentralizar el poder, arrancándoselo a los tiranos y usurpadores, para entregárselo a su legítimo dueño: el pueblo”[42].

Para alcanzar el logro de ese programa, Echeverría proponía como praxis desistir del uso de las armas porque ellas sólo traerían, en esos momentos, una restauración. Por eso, propugnaba que se difundieran las creencias fraternizadas para así derribar a la tiranía sin derramamiento de sangre[43]. Aconsejaba no salir del terreno práctico, no perderse en abstracciones y observar la sociedad que es el único modo de hacer algo útil a la patria y de atraer prosélitos a la causa[44]. Oponiéndose a las buenas pero anacrónicas ideas, indicaba que

 

“ser grande en política no es estar a la altura de la civilización del mundo, sino a la altura de las necesidades del país”[45].

 

Por último, adjudicaba a la educación la función de regenerar socialmente al país, siendo aquella a la vez, el freno de la tiranía y la fundadora de la democracia, así como de sus componentes: la libertad, la fraternidad y la igualdad[46].

 

El Rosas de Echeverría

Echeverría estaba convencido de que Rosas era un producto social. Por sostener lo anterior, polemizaba con otros opositores al régimen que, como Rivera Indarte, consideraban que a la federación rosista era posible derrotarla con solo hallar un tiranicida. Echeverría exponía:

 

“No nos imaginemos que aniquilando a Rosas, aniquilaremos al principio que sostiene, no, eso es imposible. Se arrancará el poder y la iniciativa social a ese partido infame que ha traicionado a la patria, renegando de Mayo; pero existirán muchos hombres de ese partido, aparecerán otros educados en su escuela, preocupados, apegados a las viejas tradiciones: habrá siempre ignorantes que renieguen por impotencia o envidia del progreso y de la civilización, y especuladores egoístas que sepan explotarlos; y todos estos unidos trabajarán nuevamente por rehabilitar y sostener el principio retrógrado”[47]

 

Debido a sus actos abominables, Rosas aparecía como un monstruo y se lo nombraba como tal. Por la forma de acceder al gobierno, Echeverría consideraba a Rosas un intruso que llegó al poder engañando al pueblo ignorante que lo sustentó. No obstante esto, el pueblo era el que más padecía las injusticias del régimen ya que sus miembros eran los más oprimidos y explotados. Según Echeverría, los sofistas defensores de Rosas engañaban a los sectores más sometidos de la sociedad para que el tirano le bebiera el sudor y lo estimulara a la guerra. El poeta agregaba que si a Rosas se le quitaba el pueblo, sólo quedaba un mal hombre, un gaucho oscuro, sin poder ni nombre[48].

En los escritos echeverrianos, Rosas aparece como un gobernante digno de comparación con aquellos históricos (Nerón), célebres por su crueldad[49]. Asimismo, también aparecía identificado con enfermedades repulsivas como la lepra. Los defensores del rosismo, por el hecho de sostener a la tiranía, recibían la misma caracterización despectiva que Rosas. Algunos eran identificados, con el símbolo cristiano de la traición: Judas; Otros, con oficios poco acreditados como el de verdugo.

Así, los acólitos de Rosas aparecían como personas sin virtudes y con actitudes y defectos despreciables como la traición, la cobardía o el temor; además, los acusaba de ladrones, asesinos y esclavos.

Esto era comprensible porque Rosas lo envilecía todo: los lugares, la poesía, la ciencia. Nada hermoso podía ocurrir durante el gobierno rosista, la estética y la bondad estaban vedadas por los caracteres inherentes del rosismo. Solo podía florecer durante el régimen rosista el degüello, la prensa oficialista tendenciosa y la injusticia[50].

En síntesis, pueden distinguirse en el pensamiento echeverriano dos estrategias para abordar el estudio de Rosas y de la tiranía. En la primera, Echeverría se comporta como un líder que guía la praxis política argentina, apela a la razón y propone un programa de acción. De ella emergía una visión de Rosas consecuente con sus destinatarios: la parte ilustrada de la sociedad, los políticos, los hombres de armas, en fin, los grupos de poder o todos aquellos que encabezarían la resistencia u oposición. Así,

 

“el rosismo sería para Echeverría la objetivación de un estado social barbarizado por la ignorancia, el terror, el desposeimiento, la irracionalidad y los hábitos, de tal modo que la barbarización política encuentra en lo social su causa y éste no solo los ha cristalizado en un estilo de vida, sino que ha transferido tal estilo al ámbito del accionar político. La degradación que ello supone se ve duplicada por la configurada por la obediencia al mandato eclesiástico, forma mediatizada de acato al poder político, acatamiento que embrutece y esclaviza”[51].

 

En la segunda, Echeverría apelaba más a la sensibilidad, al impacto, a la reacción emotiva. De este procedimiento surgía una imagen dual de la federación. Por una parte, el rosismo y los unitarios encarnaban los aspectos negativos, mientras los positivos eran representados por el arquetipo echeverriano. Este planteo no difiere mucho del de otros escritores del periodo como José Mármol en “Amalia” o Domingo Faustino Sarmiento en “Facundo”.

 

Conclusión

La organización de este trabajo parece contradictoria, el título es la visión de Rosas en Echeverría y, sin embargo, para el desarrollo específico de este tema se destinaron tan solo unas pocas paginas. Esto no es casual ni un error sino el resultado de la visión echeverriana de Rosas. En efecto, como el poeta no apuntó sus diatribas hacia el tirano sino que se ocupó especialmente en formular una “doctrina social”, Rosas aparecía en los escritos de Echeverría ocupando un lugar periférico. Principalmente en las obras de carácter político, el escritor -que se consideraba a sí mismo un intelectual comprometido con un cambio global de las estructuras del país- centraba su interés en proveer un programa ideal del país que deseaba, así como estrategias y tácticas -muchas veces contradictorias entre sí- que conducirían, por un lado, al derrocamiento de Rosas y, por el otro, al establecimiento de las bases de un gobierno verdaderamente democrático. Por esto, si bien Echeverría brindaba en ocasiones una visión dualista de la Federación semejante a la de otros escritores unitarios o de la Generación del 37; presentaba generalmente a Rosas como un producto social. Por lo tanto, lo que debían modificarse, según el escritor, eran las bases de sustentación de la tiranía porque al dejarlas intactas, los cambios que pudieran producirse sólo se limitarían a mudar de tiranos.

Probablemente esta visión fue resultado, por una parte, de la influencia ejercida sobre Echeverría por las ideas de socialistas tales como Lammenais y Leroux o de Saint Simón, precursor tanto del socialismo utópico como del positivismo. Por otra parte, también fue producto de la conceptualización de la guía de la práctica política propiciada por Echeverría. La estrategia echeverriana no fue oponer una verdad sin poder a un poder sin verdad (la tiranía). Por el contrario, inventó una doble mentira (Mayo y la limitación del derecho a sufragio) que debilitaron su posición desde el punto de vista ideológico, ya que opuso “su mentira” a la “mentira rosista” con el objeto de justificar su lucha por el poder. Dicho en otras palabras, Echeverría optó por una fundamentación tan frágil porque no le interesaba tanto la verdad ni las contradicciones de su pensamiento como el poder. Echeverría no se comportaba como un idealista o un científico que desea conocer y difundir la “verdad” sino como un político que había renunciado o postergado algunas de sus convicciones por el fin que se había fijado. Es decir, Echeverría no se cuestionó los medios empleados mientras éstos le brindaran alguna probabilidad de el objetivo trazado: el derrocamiento de la tiranía.

Asimismo, la visión echeverriana de Rosas también debió adecuarse -como apuntáramos en el primer capítulo- a las diferentes circunstancias históricas que debió vivenciar y al espacio geográfico en el que escribió.

Por otra parte, no sólo Rosas era un producto social, también la visión que nos brinda Echeverría de Rosas se formó a partir de una práctica social. Parafraseando a Foucault, es posible definir simultáneamente como Echeverría aprehendió a Rosas: el discurso echeverriano era como un juego estratégico de acción y retracción, y también de lucha. Los elementos que componían el discurso echeverriano fueron inventados, construidos. Esta invención la realizó, por una parte, para marcar una ruptura con su presente y su pasado próximo y, por otra, para tener un punto de referencia, un fetiche a quien invocar (La Revolución de Mayo) y, aunque ésta tuvo un comienzo pequeño, mezquino e inconfesable; el escritor lo convirtió en un hecho solemne, grandioso, digno de imitar.

Por todo esto, en la visión echeverriana de Rosas sólo podía haber una relación de violencia, dominación, poder y fuerza, una relación de violación. El discurso de Echeverría sobre Rosas no fue más que una violación del objeto a conocer por el sujeto cognocente. Es decir, para saber quien fue Rosas analizando los escritos de Echeverría debemos aproximarnos a ellos no como filósofos sino como políticos, debemos comprender cuales son las relaciones de lucha y de poder. Solamente en esas relaciones de lucha y de poder, en la manera como las cosas entre sí se oponían, en la manera como se odiaban entre sí Rosas y Echeverría, como luchaban, como procuraban dominarse el uno al otro, comprenderemos como se constituyó el conocimiento de Rosas y de su época.

Finalmente, la influencia de la visión echeverriana en investigadores posteriores es inobjetable como también lo es en las conceptualizaciones corrientes desarrolladas en los primeros ciclos de la E.G.B, así como en las mantenidas por la mayoría de la población. Estas influencias son notables tanto en lo que concierne a la Revolución de Mayo -aspecto positivo de la visión dual de Echeverría- como a la tiranía -aspectos negativos-. Esto obliga a reflexionar sobre que se estudia, por qué se estudia, cuáles son los objetivos políticos de los que escriben esa historia y cuáles son los objetivos de los que la obligan a estudiar hoy y de quienes la repiten. Desmitificar la historia, una asignatura todavía pendiente en la educación argentina.

 

Bibliografía:

* ECHEVERRÍA, E. Obras completas, Bs. As., ed. Zamora, 1951.

* ESTRADA, José M. La política liberal bajo la tiranía de Rosas, Bs. As., La Facultad, 1927.

* GROUSSAC, Paul. Crítica Literaria, Bs. As., ed. Belgrano, l980.

* INGENIEROS, José. La evolución de las ideas argentinas. Bs As, ed. Problemas, l946, T. VI,

* LYNCH, John. Rosas, Bs. As., Emecé, 1984.

* PAGANO, Nora. “Ideología y discurso literario. El matadero de Esteban Echeverría”. Cuadernos de Historia Regional. Vol. III, Nº 9, Universidad Nacional de Luján, agosto 1987.

* PALCOS, Alberto. Echeverría y la democracia Argentina, Bs. As., Imp. López, l941.

 



[1] Profesor en Historia. Instituto Superior del Profesorado Nº 3. Docente en Institutos de Educación Superior y Media.

[2] Lynch, John. Rosas. Bs As, ed. Emecé, 1984. pág. 9.

[3] Palcos, Alberto. Echeverría y la democracia Argentina. Bs As, Imp. López, 1941, pág. 32-33. Véase también: Ingenieros, José. La evolución de las ideas argentinas. T. IV, Bs As, ed. Problemas, 1946. pág. 240-241, 248 y 289. Gutiérrez, J. “Introducción a las obras completas de Echeverría” en Echeverría, E. Obras completas. Bs As, Ediciones Zamora, 1951. pág. 21.

[4] Ingenieros, J. Op. Cit.. pág. 237.

[5] Echeverría, E. “Instrucciones al vicepresidente de la Joven Generación Argentina” en Op. cit. p. 173.

[6] Ingenieron, J. Op. Cit. pág. 327-328.

[7] Ibid. pág. 332-333.

[8] Ibid. pág. 354-355.

[9] Véase el “Dogma Socialista de la Asociación de Mayo” y “Las palabras Simbólicas” en Op. Cit. pág. 226-270.

[10] Ibid. pág. 226-270.

[11] Ingenieros, J. Op. Cit. pág. 248.

[12] Echeverría, E. “Instrucciones...” en Op. Cit. pág. 172.

[13] Ibid. pág. 173.

[14] Palcos, A. Op. Cit. pág. 37.

[15] Echeverría, E. “Insurrección del Sud de la provincia de Buenos Aires” en Op. Cit. pág. 665.

[16] Echeverría, E. “A la juventud argentina. Op. Cit. pág. 1032.

[17] Ibid. pág. 1032-1033.

[18] Echeverría, E. “Introducción”. Op. Cit. pág. 37.

[19] Palcos, A. Op. Cit. pág. 101.

[20] Rivera Indarte como parte de la polémica que mantenía con Echeverría le indicaba “que el modo como ha de probar Ud.. que tiene esos preciosos dotes, que Ud. entiende la revolución mejor que yo, es poniéndose al servicio de la patria, mostrando al público esa capacidad de que blasona. Para eso cuenta Ud. con mi periódico; escriba Ud. en él; vénzame en él siendo útil al país. Op. Cit. pág. 167.

[21] Palcos, A. Op. Cit. pág. 183.

[22] Palcos, A. Op. Cit. “tercera Carta de Echeverría a Rivera Indarte del 6 de junio de l844”, pág. 173-189.

[23] Echeverría, E. “Cartas”. Op. Cit. pág. 271-274.

[24] Véase en Echeverría, E. Op. Cit. las numerosas citas referidas a la revolución de Mayo: 162-5, 189, 202-204, 215, 223, 234, 247, 249, 253, 267, 323-332, 343-4, 365, 368-369, 377, 402, 577.

[25] Echeverría, E. “Instrucciones...” Op. Cit. pág. 163.

[26] Echeverría, E. ‘Ojeada retrospectiva”. Op. Cit. pág. 155.

[27] Echeverría, E. “Palabras...” Op. Cit. pág. 266.

[28] Echeverría, E. “Instrucciones...” Op. Cit. pág. 169.

[29] Ibid. pág. 169.

[30] Ibid. pág. 163-164.

[31] Echeverría, E. “Ojeada...” Op. Cit. pág. 155.

[32] Echeverría, E. “Instrucciones...” Op. Cit. pág. 164.

[33] Ibid. pág. 160.

[34] Echeverría, E. “Palabras...” Op. Cit. pág. 252.

[35] Echeverría expresaba que “antes del 25 de Mayo de 1810, vuestros padres no eran sino vasallos de un rey de España... Sin ese día no tendríais Patria. Os impondrían leyes a su antojo, y os mandarían gobernadores nacidos en España. No os educaríais; seriáis ignorantes. No tendríais, como tenéis, medios suficientes para adquirir bienestar. Borrad de la página de la historia de vuestro país, y vuestra patria no existe; y vosotros, vuestras familias, vuestros conciudadanos no seriáis sino un pueblo sin nombre, ni influencia alguna en los destinos del mundo, una miserable colonia de la España destinada a vegetar eternamente en un rincón oscuro del universo”. Echeverría, E. “Manual de Enseñanza Moral” en Op. Cit. pág. 365.

[36] Echeverría, E. “Instrucciones...” en Op. Cit. pág. 189.

[37] Echeverría, E. “Mayo y la enseñanza popular en el Plata” en Op. Cit. pág. 333.

[38] Echeverría, E. “Avellaneda” en Op. Cit. pág. 722.

[39] Echeverría, E. Op. Cit. Véase las páginas 227, 262, 577, 721-722 y 1032.

[40] Echeverría, E. “El Ángel Caído” en Op. Cit. pág. 577.

[41] Echeverría, E. “Instrucciones...” en Op. Cit.. pág. 187

[42] Ibid. pág. 161.

[43] Echeverría, E. “Ojeada...” en Op. Cit. pág. 157.

[44] Echeverría, E. “Mayo...” en Op. Cit. p. 160

[45] Ibid. pág. 170

[46] Echeverría, E. “Mayo...” en Op. Cit. pág. 337.

[47] Lo que sigue corresponde al segundo período en que dividimos las obras de Echeverría. Ibid. pág. 334.

[48] Echeverría, E. “Avellaneda” en Op. cit. pág. 714. Véase también las páginas 703 a 1051.

[49] Ibid. pág. 714.

[50] Echeverría, E. “El Ángel caído” en Op. Cit. pág. 835. Véase también “Avellaneda” pág. 716.

[51] “Pagano, Nora. “Ideología y discurso literario. El Matadero de Esteban Echeverría”. Cuadernos de Historia Regional, Nº 9, UNLu, EUDEBA, agosto 1987. pág. 69.