Problemas contemporáneos de la Historia

Capitalismo - Crisis - Socialismo[1]

 

Alberto J. Pla[2]

 

 

Este trabajo está compuesto por varias reflexiones que se interrelacionan. Por un lado creemos que LA CRISIS, fenómeno mundial de profundas consecuencias cualitativas que aún no alcanzamos a valorar en su totalidad, es un trasfondo sobre el cual hay que contraponer todos los fenómenos sociales, políticos, culturales, económicos, etc. Está en cuestión la historia del siglo XX y muy específicamente la historia del capitalismo mundial. Creemos que esta es una crisis estructural del sistema y nuestro trabajo será una reflexión teórica e histórica sobre la misma.

 

1. Primera reflexión teórica

 

El capitalismo o sociedad capitalista es un sistema histórico. Surge en cierto momento de la historia en un lento proceso que lo fue conformando con sus heterogeneidades y contradicciones. Heredó formas anteriores que modificó a su beneficio y construyó nuevas modalidades de funcionamiento y conformación social y política. Surgió como elemento central la relación Capital/Trabajo, que se expresa de diferentes maneras: en la sociedad, en la fábrica, en el estado, etc..

Los economistas y sociólogos en general, de mentalidad a-histórica, -incluso muchos de ellos que postulan formalmente una visión histórica, es decir que les permita aprehender el devenir como un proceso multifacético, al momento de sus análisis se olvidan de esta asunción y razonan con igual concepción a-histórica - tienen a concebir al capitalismo como un sistema natural. Y esta visión, por demás generalizada, no sólo es falsa en sí misma sino que genera problemas a resolver que sólo existen en sus propios escritos. Visión que no es escéptica y refleja el profundo influjo de la ideología intra-sistema.

Es de señalar que autores importantes como E. Mandel, al enfrentar este tipo de actitud pretende que la historicidad del sistema se justifica sosteniendo, por ejemplo, que la plusvalía es solo inherente al sistema capitalista y no existió anteriormente. Falsa respuesta que conduce a un error teórico de profundidad a pesar de las buenas intenciones, y que tiene consecuencias en la medida que proyectemos el análisis a lo que algunos denominan la “sociedad post-industrial”. En efecto, la plusvalía, como encarnación de la explotación del hombre por medio del trabajo, existe en toda sociedad de clase, y su historia es mucho más extensa que la del propio sistema capitalista.

La crisis actual es la expresión de la imposibilidad de vivir (o de sobrevivir) en las condiciones anteriores de funcionamiento de la economía mundial, que se ha expresado en este siglo en un ciclo acumulativo de taylorismo, fordismo, internacionalización del capital, endeudamiento, inflación, desocupación creciente, etc.

La comparación con las crisis mayores del sistema que anteriormente lo sacudieron, la de 1870 y la de 1930, nos lleva a señalar que la actual tiene similitudes con la de 1970. Solo similitudes dado que el salto cuantitativo de sus consecuencias es distinto. En efecto, allí se produjo la división internacional del trabajo que ha dominado hasta la actual crisis (el fenómeno del imperialismo, el tipo de independencia establecido por las inversiones directas de capital productivo en las zonas dependientes, la relación metrópoli-periferia, etc.). Ese modelo, que comenzó implementado por Inglaterra y formalizado a nivel mundial por los Estados Unidos, ha entrado en crisis. Y esta crisis estructural actual obliga a reconsiderar la relación Capital/Trabajo y más aún la naturaleza misma del Trabajo, como instrumento de enajenación colectiva. La base social de la crisis es que esa organización social del trabajo y las formas en que se ha organizado la producción, están saltando hechas añicos por las nuevas realidades: internacionalización del capital, nuevas tecnologías, cambio de las relaciones de dependencia, depreciación del Trabajo humano, etc..

En cambio la crisis de 1930, esencialmente económica -sin minimizar las consecuencias en todas direcciones- fue una crisis de readecuación del sistema de valorización del capital dentro del marco ya establecido desde finales del siglo XIX. Hoy, la base social de la crisis predomina, y más aún, se puede demostrar estadísticamente que hay una serie de variables que se comportan de una manera muy distinta en los años 90 que en los años 30. Y si la crisis del 30 fue diferente, también será diferente la salida ya que de lo que se trata ahora es de cambiar la organización del trabajo, las formas de producir y los hábitos de consumo.

Algunos sacan la conclusión fácil que las nuevas tecnologías permitirán este cambio. Sin embargo, la experiencia de hace casi veinte años indica que sólo sirvieron para que sus poseedores obtuvieran ventajas en la competencia, pero la tendencia sigue siendo la de agravar todos los síntomas nocivos.

El fordismo que caracterizó la producción en masa marcó un modo de vida -para producir en masa se necesita garantizar un consumo masivo- al modificar la organización de la producción. Se transformó bajo su impulso la vida social sin atentar contra el sistema y dio como producto el consumismo, la sociedad opulenta o como se la quiera designar. De allí que el fordismo unido al keynesianismo fueran los dimitentes del sistema para reanimarlo y dinamizarlo. Claro que para ello hicieron falta también dos guerras mundiales.

En realidad el fordismo y el keynesianismo pueden ser considerados como la culminación del proceso iniciado con la crisis de 1870, o sea su estado de madurez; ya que tienen sus antecedentes en el taylorismo que surge a finales del siglo XIX y el descubrimiento de lo que se llamó “la teoría del ciclo” con Wesley Mitchel en los Estados Unidos -una especie de pre-keynesianismo donde ya de incorporó el análisis macroeconómico- en los primeros años del siglo XX.

¿Es que es posible volver a repetir el esquema? A pesar de la voluntad de algunos, las condiciones han cambiado. La crisis es la crisis de ese fordismo, de ese tipo de vida social que generó: la sociedad de masas de alto consumo. No entender esto lleva a un callejón sin salida, y la historia no se repite.

La imagen de la sociedad mundial actual de los años ochenta se puede patentizar en la contrafigura de la existencia por un lado de montañas de mercancías invendibles y por otro de filas interminables de desocupados sin ninguna capacidad ni posibilidad de poder acceder a esos bienes, que se deterioran.

El bloqueo del fordismo a escala mundial hay que buscarlo tanto en los límites intrínsecos del sistema, como en esa misma expansión mundial que tanto ayudó a que se produjera. esa modalidad de organizar la producción ya no puede ser alternativa como forma de organización de la producción a nivel mundial, pues ha sido ella misma y si coronamiento mundial lo que llevó directamente a esta Crisis actual. Es necesario recordar que el triunfo del fordismo de manera generalizada en Europa se produjo después de la segunda guerra mundial de la mano del Plan Marshall en la postguerra y la reconstrucción.

El propio Modo de Producción Capitalista expresa los límites de su potencial expansión, medida por los parámetros de la contradicción Capital/Trabajo. Y no hay posibilidad de un super-capitalismo de nuevo tipo que elimine la competencia. Hasta en esto ha fracasado el proceso más importante de evolución del capital, con lo que se conoce como internacionalización del mismo. El capital transnacionalizado pasa por encima de los estados nacionales, y de tal manera juega un doble rol: de limitar las capacidades de acción de esos mismos estados, esencialmente metropolitanos; y de poner más profundamente en crisis la misma concepción del “estado nacional”. Por otra parte, este estado nacional que ha sido la encarnación de la expresión ideológica de la burguesía en ascenso en el siglo XIX, y que acompañó una etapa de la formación del capital, ya no es herramienta apta para el desafío que hoy tiene planteado. La crisis de hegemonía de Estados Unidos es harto elocuente en este sentido, y el surgimiento de nuevos estados expansivos (capitales expansivos como el de Japón) solamente es posible en tanto sobre la base de ciertas ventajas comparativas transitorias -entre ellas la más importante los bajos salarios pagados durante décadas a sus trabajadores- consiguió durante un cierto tiempo descargar la crisis sobre sus competidores.[3] Pero el mundo es finito y las posibilidades de amortiguar las contradicciones también.[4]

Entonces, ¿quién hace de gerente de la crisis: el estado o el capital transnacional? Mi respuesta es, sin ninguna duda el capital en su nueva modalidad de funcionamiento, que ha objetivizado lo obsoleto del “estado nacional”. Este problema podía hacerse planteado a nivel teórico hace ya tiempo y así lo hicieron algunos representantes del pensamiento marxista, el problema se sitúa, esencialmente, al interior de las transnacionales; y el estado juega cada vez más un papel complementario.

El mercado mundial ya no es únicamente aquello que tanta tinta hizo correr referido al deterioro de los términos de intercambio. Este problema aún subsiste por cierto, pero la industria de punta, en buena medida, está ubicada ahora en la llamada periferia: Singapur, Corea, Taiwan, etc.. Pero es necesario destacar la diferencia entre una empresa Multinacional y una Transnacional. La primera es asimilable a un monopolio grande, que creció saludablemente alimentada por la sustitución de importaciones y el intercambio desigual. La diferencia de la multinacional con el monopolio clásico es de índole cuantitativa. Más aún, la multinacional de cada país se integra todavía intrínsecamente al estado nacional correspondiente (son multinacionales del Estados Unidos, de Alemania, de Japón, etc..).[5]

La empresa Transnacional implica un capital transnacional, es decir desnacionalizado, transfronterizado. Por ello trasciende en sus intereses al estado nacional, sus diferencias con este son cualitativas y en consecuencia lo subordina en tanto es el Capital lo que caracteriza al sistema, que de esta manera pone en descubierto lo obsoleto del “estado nacional”[6]. Los bancos se transnacionalizan y todo ello quiere decir que pueden no coincidir los intereses de esas empresas con las del estado que les dio origen. El caso más evidente, que golpea la conciencia misma de la burguesía que no atina a dar respuesta lógica y se mueve empíricamente, es el de la impotencia del estado norteamericano para controlar su propia economía, y la crisis de hegemonía que se deriva. Porque la empresa Transnacional, como nunca antes lo hizo el Capital, privilegia sus intereses donde pueda recomponer su tasa de acumulación y crecimiento. Si en un principio la periferia sirvió para generar ganancias marginales a las empresas multinacionales, el desarrollo de la economía mundial terminó por transnacionalizar los intereses, que simplemente dejaron de ser periféricos.

Las empresas transnacionales son las dueñas del mundo económico. Casi el 80 % del comercio mundial está en manos de las transnacionales, pero el 50 % de ese comercio mundial se hace entre las mismas transnacionales, lo cual muestra el poder y la capacidad que tendrían esas transnacionales para encontrar vías de solución a la crisis si así se lo propusieran. Pero la crisis, ya lo dijimos, es también el mecanismo para recomponer al capital, es decir de tirar a la basura el capital constante actual y sustituirlo por máquinas que respondan a las nuevas tecnologías. Pero más aún, en cuanto al comercio mundial, la tercera parte del mismo se hace intra-firma, o sea es interior a las mismas transnacionales.

Los procesos de fusiones a nivel mundial y la concentración de los capitales podría ser un argumento utilizado por los teóricos del super-capitalismo, excepto por los límites que el Capital no puede franquear, y que son los de su misma existencia como tal. La experiencia concreta así lo confirma, y el resultado es un alto grado de virulencia en la economía transnacionalizada. El mundo del Capital es un mundo de confrontación y violencia y no de armonía y convivencia.[7]

Este problema nos lleva a una serie de consecuencias importantísimas, que es necesario profundizar, que se deben estudiar mejor. Pero no vamos a estudiar mejor un problema si no lo podemos enunciar a través de un diagnóstico correcto. Estas reflexiones se inscriben en la línea de contribuir a esta discusión necesaria.

El capital transnacional compite, no bajando los precios de mercancías iguales, sino en base a tecnología y productos nuevos. No se trata entonces de una competencia comercial sino de una inversión diversificada. Con el imperialismo clásico la expansión del capital fue extensiva, pero con la transnacional la expansión es intensiva. Está registrado a través de las estadísticas de actividades de las empresas transnacionales que de 211 grandes empresas de ese tipo, solo 12 son efectivamente controladas por los estados, y en parte ello se explica pues actúan en la esfera de la economía de guerra.

En cuanto al trabajo, las transnacionales al utilizar las nuevas tecnologías de producción (robótica, microcomputadoras, eliminación de la participación de la materia prima a un mínimo en el costo del producto terminado, etc.) agudizan día a día sus propias contradicciones. Desde la revolución industrial se hizo dosificadamente y ello queda mostrado en el tiempo que demora desde que se descubre un nuevo procedimiento hasta su aplicación industrial: la fotografía demoró 112 años, el motor atmosférico 108 años, el motor eléctrico 70 años, el teléfono 56 años, la TV 12 años, PERO el transistor demoró 5 años y el circuito integrado 3 años. Hoy, perder un año en el avance tecnológico es perder la capacidad de hegemonizar. Más aún, las nuevas tecnologías solo pueden aplicarse a nivel mundial (los satélites) y no en un uso restringido. Y por fin la paradoja que mencionamos antes: resultado de la inversión del capital transnacional en la periferia, cuatro países dependientes -Corea, Taiwan, España y Hong-Kong- producen el 45 % de las exportaciones manufactureras del mundo dependiente. América Latina ni figura en un lugar destacado, y si bien es importante tener en cuenta que países como Brasil o Argentina dedican la mayor parte de su producción manufacturera a su mercado interno y no a la exportación, lo cierto es que buscar al mercado mundial como alternativa a la crisis actual, es dirigirse a un medio super-saturado, y de lo cual las exportaciones de los cuatro países antes mencionados son un buen ejemplo.

La estadística muestra acabadamente que el saldo comercial favorable del comercio exterior, sobre la base de importar menos y fomentar la exportación llegó a niveles casi límites en los años 1984-85 y ya en 1986 el saldo favorable cayó, de manera tal que en la actualidad ya no es utilizado en altos porcentajes para pagar los intereses de la deuda externa, sino que sencillamente no alcanza. Hay que buscar fondos adicionales para seguir en proporciones crecientes, y ello también tiene un límite estrecho.

En cuanto a las nuevas tecnologías, es verdad que ellas han sido utilizadas al máximo por las transnacionales, y esto es importantísimo. Estamos asistiendo a una transformación profunda, de dimensiones que se magnifican al ritmo de escalas casi de ciencia-ficción. El hombre ha podido desde hace más de 5.000 años acumular información mediante la escritura. Fue una revolución cultural de significados trascendentes en todas las direcciones. En la actualidad se está llegando a un mecanismo a través del cual hay robots que almacenan inteligencia en forma extrasensorial. El salto cualitativo no es ni marginal ni indiferente para la sociedad en su conjunto. El microprocesador y la minicomputadora equivalen, en la historia de la humanidad y como revolución tecnológica, al descubrimiento de la rueda.

La revolución tecnológica está ahí. El llamado robot inteligente aún es una pieza de laboratorio, pero no así sus antecesores robóticos que han desplazado al trabajo humano de las fábricas. Máquinas que manejan máquinas producen lo que antes producían los hombres. Mientras tanto crece la desocupación. Para el capital comprometido en esa producción, el trabajo humano se convierte en teóricamente descartable a corto plazo (y ya lo está poniendo en práctica en forma limitada).[8]

A ello se une la necesidad de reestructuración que implica esencialmente la necesidad de destruir gran parte del capital constante existente (en especial las máquinas productivas). Esa reestructuracción capitalista se hace lentamente y la crisis es parte de ese proyecto. La acumulación y la recomposición del capital no significa comprar nuevas máquinas; significa eliminar el trabajo humano, como variable incontrolable. Y las nuevas tecnologías permiten hacerlo. La conclusión ideológica modernizadora-tecnocrática es que entonces es posible superar la crisis dentro del sistema. El extremo es la eliminación del molesto ingrediente humano. ¿Lo aceptará la humanidad en una especie de dramático harakiri colectivo, en aras de la sobrevivencia del capital?

Por otra parte, y de consecuencias inmediatas más apremiantes, esta situación nueva en la organización productiva, tiende a disminuir la capacidad de negociación y maniobra de los sindicatos y los trabajadores lo que trae como resultado una crisis del sindicalismo que no ha comprendido, sino en casos muy aislados, que es necesario cambiar la práctica gremial y el tipo de reivindicaciones. Un ejemplo de ello lo da el sindicalismo europeo (el más avanzado en este sentido) cuya consigna central “trabajar menos, trabajar todos”, tampoco se integra en forma cabal a un cuestionamiento de la relación misma entre el Capital y el Trabajo. El tiempo de trabajo (y su reducción estarán cada vez más en el centro neurálgico del problema social, económico y político. No entenderlo es caer en el juego de distracción de los agentes del sistema para garantizar su supervivencia y allí se inscriben los límites de todos los reformismos (nacionalistas o socialdemócratas) que quieren reproducir el compromiso Capital/Trabajo, lo que es cada vez más difícil (por no decir utópico). El problema central es el papel del Trabajo y del Salario en la nueva sociedad en gestación y los reformismos encuentran su gran limitante en la medida en que, con las nuevas tecnologías, la mayor inversión de Capital solo sirve para reducir el empleo (y no para aumentarlo) en una tendencia creciente. Contando solo a los países metropolitanos, si los desocupados eran 10 millones en 1970, eran 30 millones en 1980 y 40 millones en 1985. Y la FAO constata en 1984, que sobre algo más de 4.000 millones de habitantes en el mundo, el 16 % acapara el 70 % del ingreso y el 53 % solo obtiene el 5 %, y el 25 % de la población (unos mil millones de personas) no pueden comprar alimentos.

 

2. Segunda reflexión teórica

 

Las alternativas que nos presenta el sistema mundial no son nada atrayentes:

a) Los monetaristas que ven todos los males en la inflación, recetan medidas que para eliminarla, liquidan también la producción, en definitiva asumen la necesidad de terminar con la era del fordismo dentro del sistema capitalista. Resultado: recesión, volver a un consumo restringido y a una producción restringida con su secuela de desocupación. Se olvidan que las nuevas tecnologías sólo son compatibles con una producción ampliada (más ampliada aún que con el fordismo) con lo que el discurso modernizador encuentra un límite y se agota en el ejercicio financiero y el control de la moneda. A la larga espera otra crisis de mayor envergadura.

b) Los keynesianos que quieren mantener el fordismo, aún a costa de la inflación. Pero ya lo dijo el propio Keynes: el envilecimiento de la moneda es el mejor recurso para herir de muerte al sistema. A lo sumo paño tibios para una economía enferma de cáncer, ya que por otra parte el fordismo no puede convertirse en un régimen mundial de producción, en la medida que no puede eliminar la competencia. Resultado: a la larga también espera otra crisis más grave, pues el mundo sigue andando y el rechazo al intercambio desigual muestra también límites que puede soportar la sociedad.

Por otra parte ninguna de las dos alternativas encara lo esencial: el trabajo, el tiempo de trabajo y las mismas modalidades de relación Capital/Trabajo que están en la base del sistema, y que es lo esencial a resolver, por las mismas características estructurales de la crisis que vivimos.

La revolución tecnológica es la que se postula para dar una respuesta a ese sentimiento generalizado de inseguridad que existe en el mundo. Se no dice que la nueva época de prosperidad vendrá de la mano de la nueva tecnología. Acaso no es una realidad que el precio de los robots baja entre un 25 y 30 % por año y hay fábricas de robots producidos por robots. Acaso en menos de diez años el precio de elementos electrónicos como los chips no ha bajado a la décima parte de lo que era antes. ¡Y el discurso tecnocrático avizora un mundo sin seres humanos y donde no haya crisis!

Para salir de la crisis -aún cuando pueda ser utilizada la tecnología que efectivamente eleva la productividad del Trabajo- la solución no es tecnológica sino social. Y la experiencia de Japón es elocuente. No muestra el camino de salida a la crisis sino simplemente de cómo derivar la misma a sus competidores (Estados Unidos y Europa). Las ventajas diferenciales de Japón le permitieron dar un enorme salto adelante apoyándose en las nuevas tecnologías a la manera de cómo lo hicieron los Estados Unidos después de la primera guerra mundial. Pero la crisis sigue ahí. No se trata aquí de especular en cuanto a su permanencia. La crisis está instalada y sus efectos perniciosos siguen actuando en todos los tejidos de la sociedad, produciendo a veces resultados macabros o subproductos culturales propios de un basurero.

La lógica tecnocrática es producir más para salvar la acumulación del Capital, y no aprovechar el aumento de la productividad para reducir el tiempo de trabajo. Cambiar esta lógica inherente al sistema es buscar la salida en la transformación del mismo, pues se da la situación que cuanto más inversión de capital se produce más desocupación genera, y allí está tipificado el límite de cualquier remedio reformista intra-sistema.

La ideología de la modernización unida al discurso tecnocrático nos quiere hacer creer que con las nuevas tecnologías podemos pasar “del reino de la necesidad al reino de la libertad”. Pero esas tecnologías producen antes que nada desempleo y el sistema social capitalista no puede absorber a ese personal. También se no dice que quién esté en contra de la modernización pretende seguir alumbrándose con velas. Se intenta a través de la ideología modernizadora generar nuevas expectativas y por ello se sostiene que es posible reinventar la economía a través del cambio tecnológico, y para ello el camino que se debe recorrer lleva directamente a proponer de nuevo el carácter aséptico de la técnica de producción. La descalificación del Trabajo en función de la máquina está llegando a niveles críticos.[9]

La tesis central de los ideólogos del post-industrialismo (a veces denominado neo-capitalismo) es de que son “los complejos de máquinas automáticas los que van a abolir la ley del valor”. Coriat, critica con razón este planteo y apela a Marx.

En efecto, para Marx todo el problema de la valorización (creación de valor) es una cuestión de relaciones sociales de producción, y no de cuestiones técnicas ya que concibe al capital como una relación social y al trabajo humano como el productor de la plusvalía. Ahí están implícitos los límites de cualquier alternativa tecnocrática. Y por eso se equivoca J. Habermas cuando sostiene que “El progreso científico-técnico ha pasado a ser una fuente independiente de plusvalía”. Esta concepción solo puede desembocar, en el mejor de los casos, en los intentos reformistas intra-sistema. Sin trabajo humano no hay creación de plusvalía, aunque las máquinas, al aumentar su productividad, puedan aumentar los beneficios porque bajan los costos de producción. Pero las nuevas tecnologías saturan el mercado, dominado por las transnacionales. De lo que se trata, en efecto, no es de rescatar o salvar a la plusvalía, sino de abolirla, al abolir la explotación por medio del trabajo humano.

La sociedad post-industrial implica el tipo de actividad productiva que desindustrializa, en la medida que se altera el régimen de funcionamiento de la relación Capital/Trabajo. Al eliminarse el trabajo humano con las fábricas manejadas por máquinas que usan máquinas para producir otras máquinas, nos encontramos con una derivación lógica: la desindustrialización de la economía implica la desindustrialización del trabajo.

Y entonces llegamos al punto crucial: ¿Qué hacer con este sistema que oprime, que produce deformaciones aberrantes, que sacrifica al hombre en aras de un mundo deshumanizado? Los distintos reformismos sostienen que es posible cambiar desde adentro al sistema. En definitiva muestran un voluntarismo de hacer con y dentro del sistema, lo que es antagónico al sistema. ¿Pero es sólo un juego de escape y pasotismo? La izquierda reformista lo cree posible tanto o más que la propia burguesía. El ejemplo más patético lo ofrece la socialdemocracia europea, y su punto más dramático se ejemplifica por el fracaso de la política de Mitterrand en años recientes, para no mencionar igual destino de la socialdemocracia alemana en un periodo anterior. Si bien han gerenciado varias veces las crisis del sistema después de los años treinta, cada vez han sido despedidos amablemente cuando ya no eran necesarios para contener la protesta social.

Y el interrogante vuelve a nosotros: ¿Es posible pensar un contrasistema justo, igualitario, fraternal? Se trata de una ideología en efecto, pero es un objetivo irrenunciable. Su posibilidad se basa en una crítica a la sociedad existente y una valoración de las realidades y las posibilidades concretas. En definitiva, es más realista empezar a caminar este camino que la pretensión reformista señalada más arriba.

La nueva situación mundial en las esferas estructurales socioeconómicas, no es marginal a cambios a nivel político e intelectual. Hemos hecho alguna referencia a la cuestión del Estado y lo obsoleto que deviene el estado nacional, ante el panorama de las nuevas tecnologías y la transnacionalización del capital. Pero también quedan cuestionadas algunas corrientes de pensamiento que han venido dominando en el campo de las filosofías o de las ideologías. Hubo antes y existen actualmente dos planteos contradictorios que quedan fuera de foco frente a las características de la crisis actual. Por un lado, quienes han sostenido que la naturaleza humana es básicamente mala y cuyo destino es llegar a actitudes nihilistas (que alimentan muchos subproductos culturales) y por lo tanto se encuentran incapacitados para proponer cualquier cambio en sentido positivo. Por el otro, quienes parten de que la naturaleza del hombre ha sido buena básicamente pero que luego la sociedad la corrompió y no pueden llegar sino a la conclusión lógica que la crisis actual justifica sus planteos y no se puede hacer nada para corregirlo. En definitiva un nuevo nihilismo con sus propios subproductos culturales.

Y si bien lo esencial es que este problema de la naturaleza humana es un falso problema, permite un fácil manejo ideológico, y de ahí la maniobra. La cuestión misma de la bondad o la maldad del hombre (tan manejado por todas las religiones) es un falso problema porque transciende a todo conocimiento o a todo análisis lógico. Pero permite manejarlo para ubicarse en una actitud negativa, que lleva implícito renunciar a todo intento de cambiar al mundo, en definitiva, de la posibilidad de asumir una conciencia histórica y una política transformadora.

Es evidente que se hace difícil sistematizar el tiempo de cambio que uno mismo está viviendo, precisamente por el hecho de que transcurre junto con nuestra vida. La clase dominante intenta utilizar la Historia para mostrar la otra cara de la realidad: se trata de legitimar el presente a través de la manipulación y la justificación del pasado. Según las tendencias de los que así lo asumen (diversas fracciones de las burguesías, diversas corrientes dentro del reformismo) lo que rescata del pasado es variable, pero en definitiva coinciden en el rescate del pasado del capitalismo.

Y lo que estamos planteando es que sí es posible pensar en salirse del sistema, “desconectarse” de él como dicen algunos: Esta desconexión[10] del sistema mundial solo la ha planteado la izquierda revolucionaria en algunas de sus expresiones. Es un largo camino de la historia de las ideas que arranca del siglo XIX cuando se toma conciencia de lo que significa la estructuración definitiva del sistema. El socialismo revolucionario -marxismo- tuvo un éxito histórico de primera magnitud con el triunfo de la revolución rusa de 1917, y mostró un camino. Este camino ha sido el que con uno u otro matiz ha ido impregnando movimientos de transformación que se han sucedido en el siglo XX. No nos referimos aquí a los diversos matices del socialismo reformista, que a veces gusta de citar a Marx para vaciarlo de su verdadero contenido, y cuya máxima expresión ha sido la socialdemocracia contemporánea ya que su accionar no se dirige a buscar la manera de desconectarse del sistema, sino a una recomposición interna del mismo.

Samir Amin menciona al fundamentalismo islámico como el único movimiento social que trascendiendo al nacionalismo tradicional, también se plantea una desconexión con el sistema. Y ha tenido un éxito político significativo al establecer su poder en Irán. Si el nacionalismo tradicional no se diferencia, en este sentido, de los objetivos de los otros reformismos ya que ni siquiera a nivel formal se plantea la necesidad de salirse del sistema, el fundamentalismo islámico en cierta medida (superlativamente analizado por Amin) formula un planteo anti-sistema pero mirando atrás en la historia, lo que queda oscurecido en el planteo de Amin. El Corán como pauta para la organización de la nueva sociedad, no llegará ni siquiera a sistematizar una crítica al sistema del capital. El islamismo no puede formular un diagnóstico y recurre a figuras ideológicas de la época del mismo Corán. El enemigo es el diablo, las potencias mundiales son satánicas al igual que cualquiera que critica al fundamentalismo, con lo que la crítica al capitalismo ha sido soslayada. No es extraño entonces que el fundamentalismo islámico sea atractivo para algunas corrientes nacionalistas, ante su importancia de pensar otra alternativa (sin necesidad de pensar todo lo que de atrasado y bárbaro implica la ley coránica, la superexplotación de la mujer, etc.).

En la actualidad ha surgido como corriente ideológica una alternativa distinta para salirse del sistema. Es la representada por los Verdes. Se postulan como alternativa, obtienen cierto apoyo, pero a igual que otras corrientes ideológicas existentes en la actualidad (especialmente variantes del anarquismo) nunca han llegado a tener la capacidad del poder.

Queremos dejar aclarado que no estamos haciendo una discusión de estas ideologías o programas de acción. Se trata de una constatación. Los mencionamos en función del eje central de este trabajo en cuanto a las características de las crisis y la posibilidad de encontrar caminos alternativos a los intereses del Capital. La discusión, muy importante e ineludible, merece otro cuadro de análisis, que aquí es imposible componer.

Si el islamismo pretende superar al nacionalismo, los Verdes pretenden superar la necesidad de la revolución social. Ambos son una clara expresión de voluntarismo sin base de proposiciones alternativas, pues queda soslayada la crítica del capitalismo como sistema social. Si el islamismo propugna la guerra santa, los verdes apelan a la paz y la ecología.

El islamismo simplemente se aparta del capitalismo y mirando atrás en la historia apela a los demonios y a la salida providencial. Los verdes quieren salirse del sistema a través del milagro, ya que el fondo milagroso y protestante de esta solución termina distrayendo la crítica del mundo actual (como si la paz fuera posible y solo espíritus malignos lo impidieran), sin llegar al compromiso de una crítica social específica. Es bueno recordar a propósito de los verdes, que el problema no está centrado en discutir la naturaleza humana, sino en el conflicto social.

El socialismo (Marx) ha planteado el rompimiento o la desconexión con el mundo capitalista a través de la crítica social y ello no es un acto puramente de voluntad -personal o colectiva- sino de subversión social. La contradicción no es entre el bien y el mal en abstracto, en general, sino entre fuerzas sociales antagónicas que es necesario identificar. Y no es posible ubicarse fuera de ese conflicto sino al costo de aceptar la dominación existente.

La burguesía (sus fracciones determinantes) en realidad es incapaz de comprender el fondo de la crisis, su esencia misma se le escapa y no puede ser de otro modo. Como dice Herbig “únicamente le es dado intentar pasar el camello de la sociedad por el ojo de aguja de las economías de mercado”[11] y se refiere este autor, a la perplejidad de la burguesía que ni siquiera cree ya en el éxito de encontrar una salida.

Entonces, ante la impotencia, se genera una maniobra intelectual por la cual se postula la imposibilidad de pensar una salida fuera del sistema. Si no puede haber pensamiento burgués sobre el tema es necesario negar todo tipo de pensamiento, dice Herbig. Las corrientes nihilistas, pesimistas, derrotistas, son en sectores de la izquierda en gran medida, el epígono de esa actitud burguesa. Pero el pensamiento burgués ha calado hondo, y no podía ser de otra manera, y se constituye en un instrumento altamente eficaz para bloquear el pensamiento alternativo.

Y volvemos, para terminar, a algo que dijimos al principio. El pensamiento histórico permite recuperar el pasado, no para reproducirlo, sino para comprender el presente y replantear el futuro. En síntesis, justifica la preparación para la acción. Por ello coincidimos con Fontana cuando dice “sólo cuando seamos capaces de comprender la coherencia del sistema entero en que vivimos inmersos, podremos llegar a repensarlo, desmontarlo pieza a pieza y plantear su sustitución por otro, basado en un nuevo juego de valores”.[12]

Pero hoy nos abruman con determinismo tecnológicos y pesimismos culturales. Los tecnócratas son, en realidad, los idealizadores de la productividad en abstracto y la mediocridad cultural. Como bien dice Raymond Williams “la alta tecnología puede muy bien distribuir baja cultura, no hay problema. Pero la alta cultura puede persistir con un bajo nivel de tecnología: así fue producida la mayor parte de ella”.[13]

Que el socialismo y las expectativas que abre sea “un viaje a la esperanza” como dice Williams, no opaca el hecho de que esa esperanza, a veces motejada de utópica y otras veces sólo formulada de manera balbuceante e incompleta, sea una respuesta positiva a la desazón y a la desesperación. Por otra parte !cuánto menos utópico es asumir el diagnóstico crítico de nuestra sociedad, que pretender reformarla desde adentro con recetas antagónicas al sistema y que éste no tolera¡ Ni voluntarismo ni ilusiones vanas, actitud crítica y asumir que esta crisis que nos golpea es de una profundidad que hace válido poner por delante el camino de la esperanza del cambio social.

 

 



[1] Una versión de este trabajo fue editada en la Actas del Congreso Historia a debate, Santiago de Compostela, 1993, compiladas por Carlos Barros y Carlos Aguirre Rojas.

[2] Doctor en Historia. CONICET. Universidad Nacional de Rosario. Centro de Estudios de Historia Obrera.

[3] Por ejemplo, según un Informe de 1987, en el ranking de los principales bancos mundiales, los cuatro primeros puestos son de bancos japoneses, y en quinto lugar figura el Citicorp. Y entre los 15 primeros, 10 son japoneses.

[4] Es interesante recordar el problema creado en 1987 por la venta a la URSS de tecnología altamente sofisticada por parte de la Toshiba de Japón. Si este hecho generó un escándalo que lo hizo conocer en el mundo, lo que no interesa es señalar la actitud de la Toshiba por encima del estado japonés y de los compromisos con los Estados Unidos. Si bien hay actitudes semejantes de monopolios y cartels en el siglo XX, este hecho tiene consecuencias directas en el plano militar y de seguridad. La descomposición actual tiene una dinámica peligrosa para los estados capitalistas, que se retroalimenta en forma sistemática.

[5] Este tema de empresa multinacional lo hemos considerado al criticar a las llamadas teorías de la dependencia, en nuestro artículo “Marxismo y teorías de la dependencia en América Latina”, en; Nueva Política, México, 1980, reeditado en PLA, A.; Historia y socialismo, ed. CEAL, Bs. As., 1987.

[6] Las fusiones empresarias (que implican absorción de capitales) es un fenómeno mundial generalizado y que en los países metropolitanos se caracteriza por acentuar el carácter transnacionalizado del capital. Mencionemos a título de ejemplo la Thompson de Francia o la STET de Italia en semiconductores, Philips de Holanda y GEC-PLC de Inglaterra en electrónica y que luego comprara a Berkel gran parte de su paquete accionario, el Airbus europeo, etc.

[7] El capital históricamente convivió y usó distintos tipos de estado desde su aparición, y si bien el estado nacional del siglo XIX fue el modelo coherente con el funcionamiento del capital que podríamos calificar de madura, después de la revolución industrial; eso no significa que la forma y el papel del estado no pueda variar. ¿Podrá el capital transnacionalizado crear otro tipo de estado? Lo dudamos, pero ese tema no solo escapa para su tratamiento en este lugar, sino que se constituye en un problema central para el capital hoy.

[8] Hemos desarrollado este tema con más amplitud en nuestro trabajo La mundialización de la crisis del sistema: más allá de los límites del capital, ed. UNR, Rosario, 1987.

[9] Incluso en la izquierda autores como Paul Boccara por un lado o Mandel por el otro, llegan a conciliar con planteos sobre el carácter neutro de la tecnología. En el caso de Mandel implica una notoria contradicción con otras tesis asumidas en su excelente libro El capitalismo tardío, ed. ERA, México, 1979.

[10] AMIN, Samir; La déconnexion, ed. La Découverte, París, 1985.

[11] HERBIG, Jost; El final de la civilización burguesa, ed. Grijalbo, Barcelona, 1983.

[12] FONTANA, Josep; Historia; ed. Crítica, Barcelona, 1982. Y más recientemente el excelente libro: La historia después del fin de la historia, ed. Crítica, Barcelona, 1992.

[13] WILLIAMS, Raymond; Hacia el año 2000, ed. Critica, Barcelona, 1984.