REVISTA DE LIBROS

 

 

GALEANO, Eduardo; Patas arriba. La escuela del mundo al revés; Editorial Catálogos, Buenos Aires, 2000.

 

En la introducción, Eduardo Galeano destaca que Patas arri­ba, tiene muchos cómplices y que es un placer denunciarlos. El único inocente es el artista mexicano muerto en 1913, José Guadalupe Posada, cuyos grabados acompañan el libro, publi­cados sin que el artista se enterara. En la escuela del mundo al revés también es responsable de la edición Santa Rita, la patrona de los imposibles. Presenta un programa de estudios a manera de capítulos y advierte que si Alicia volviera como hace ciento treinta años del País de las Maravillas, metida en el espejo para descubrir el mundo al revés, no necesitaría atravesar ningún espejo; le bastaría con asomarse a la ventana.

En la escuela del mundo al revés, expresa que... "el plomo aprende a flotar y el corcho a hundirse. Las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos"...

Menciona también que la gente ya no respeta nada y la corrup­ción parece ser la única ley. Quedó atrás la verdad, el honor y la virtud. Se desprecia la honestidad. Perduran los más aptos en pos de las grandes empresas que se devoran a las más chicas. Los..."organismos internacionales que controlan la moneda, el comercio y el crédito practican el terrorismo con los países pobres, y contra los pobres de todos los países, ...el arte de engañar al prójimo..."

De este modo sigue el análisis de los alumnos, los niños a los que se les niega el derecho de ser niños. "El mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura".

El capítulo de la escuela del mundo al revés continúa con el apartado que llama Curso básico sobre la injusticia, donde analiza el mundo que iguala las ideas y las costumbres, que impone y desiguala las oportunidades que brinda "...la injusticia, fuente del derecho que la perpetúa, es hoy por hoy, más injusta que nunca...".

En el Curso básico acerca de racismo y de machismo plantea que unos nacen mandones y otros nacen para ser mandados. "...el racismo se justifica como el machismo por la herencia genética: los pobres no están jodidos por culpa de la historia sino por culpa de la biología".

Denuncia la violencia y discriminación contra la mujer a pesar de todos los acuerdos que tomaron todos los gobiernos y las Naciones Unidas en la Cumbre Internacional de 1995 en Beijing. Demuestra cómo los gobiernos predican la igualdad y no la practi­can.

Cátedras del miedo, se inicia recordando las palabras del arzobispo de San Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesi­nado en 1980. "La justicia es como las serpientes: sólo muerde a los descalzos..."

Para el autor hoy por hoy la "razón de estado es la razón de los mercados financieros que dirigen el mundo y que no producen nada más que especulación". "El estado asesina por acción y omisión..."

Propone contrarrestar el miedo, porque admite la industria del miedo: la seguridad privada y el control social. Una demanda firme sostiene el negocio. La demanda crece tanto a más que los delitos que la generan. Florece el mercado de esta industria, y abunda en numerosos ejemplos; barrios privados, cárceles priva­das, cuyos mejores publicitarios son los noticieros de televi­sión.

Clases de corte y confección. ¿Cómo elaborar enemigos a medida? se pregunta Galeano y lo responde recordando que los países que más armas fabrican para la guerra son los encargados de la paz mundial y de fabricar, de la elaboración de enemigos a la medida de sus necesidades. Y manifiesta que en América Latina donde los delin­cuentes pobres son el nuevo enemigo interno de la seguridad nacional, la guerra contra las drogas apuntan a un nuevo objeti­vo.

En otro capítulo, al hablar de la ética, plantea cómo el crimen es el espejo del orden, y el imperio británico, con la Reina Victoria, escondieron que ellos fueron los traficantes más grandes del mundo de la droga y el mercado opio se convirtió en la mercancía más preciada. El cultivo en gran escala de amapolas y la producción de opio se desarrollaron en la India por orden y control británico. Parte de ese mercado entraba a China de contrabando. El emperador chino prohibió el uso del opio por los efectos devastadores en la población, sin embargo, tras los buques de guerra, iban los buques cargados de opio: comenzaba la acción mercantil. A los cañonazos le ganaron a los chinos, que terminaron aceptando el opio. "...se multiplicaron los drogadictos y los mercaderes británicos fueron felices y comieron perdices..."

El autor expresa que "...se castiga abajo lo que se recompensa arriba..." y que las trampas contra el fisco y contra el prójimo están a la orden del día: falsificaciones, vaciamientos, subfac­turaciones, sobrefacturaciones, comisiones fraudulentas, etc..

La globalización del mundo para el autor es sinónimo de boba­lización, la cultura del consumo, condena todo al desuso inmedia­to porque tiene necesidad de vender. El ingreso de los países pobres al Primer Mundo, significará que pierdan su identidad y entren inmediatamente en el despilfarro, para ir a la ruina. De ahí el término, "...nos están envenenando el alma y nos están dejando sin casa..."

Galeano, continúa puntualizando que los medios masivos de comunicación justifican los fines de un sistema de poder que impone los valores en escala planetaria, por lo que aumenta la incomunicación que generan pocas manos.

El trabajo tiene un exhaustivo aporte bibliográfico al final de cada capítulo, que utiliza con creatividad y simpleza. Todos los planteos son absolutamente actuales y se representan como un análisis de la situación mundial de fin de milenio.

"Un mundo al revés, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies..." pone de relieve al final del libro, cuya culminación la enfatiza el autor haciéndose la pregunta, si el mundo está como ahora está, patas arriba, ¿no habría que darlo vuelta para que pueda pararse sobre sus pies?

 

Berta Wexler

 

 

 

REX GONZÁLEZ, Alberto. Tiestos dispersos. Voluntad y azar en la vida de un arqueólogo. Buenos Aires, Editorial Emecé, 2000, 332 páginas.

 

Alberto Rex González nació en Pergamino en 1918. Durante el primer año del secundario comenzó su apasionado acercamiento a la arqueológica leyendo La Antigüedad del hombre en el Plata, de Florentino Ameghino. Interesado primeramente en el conocimiento de la fauna fósil, derivó posteriormente hacia el estudio del hombre. Al año siguiente comenzó sus primeras búsquedas y hallazgos arqueológicos. En las barrancas del río IV encontró algunas puntas de flechas, cuentas de hueso y fragmentos de alfarería. Años más tarde realizó un hallazgo algo menos modesto. En un yacimiento del NO de la serranía cordobesa, en Villa del Soto. Allí encontró puntas de flechas, centenares de tiestos dispersos de variado tipo de alfarería, un hornillo de pipa, una figura humana y cuentas de collar. Esta colección se guarda hoy en el Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires. Su primera excavación la realizó en un montículo hallado en una isla situada en las nacientes del río Paraná-Pavón, casi enfrente de Villa Constitución.

Éstas tempranas recolecciones de piezas de piedra y alfarería y sus primeras excavaciones -realizadas mientras cursaba sus estudios secundarios- revelan la verdadera pasión y vocación de Alberto Rex González. No obstante, su formación académica fue primero de médico antes que de arqueólogo. Esto se debió, por un lado, a la falta en el país de una carrera de arqueología o de antropología y, por el otro, quizás al consejo de que una carrera liberal le permitiría subsistir en un país en donde la inestabilidad política generaba persecución o cesantías en el sistema de Educación Superior.

Alberto Rex González es un autor de una prolífica producción de gran valor académico. No obstante, “Tiestos dispersos” no es un libro sobre teoría, metodología o técnicas arqueológicas. Se trata de un texto casi autobiográfico en el que Alberto Rex González reúne “textos dispersos”, fragmentos parciales de su vida de arqueólogo. En este primer volumen –heterogéneo- fueron seleccionados relatos anecdóticos referidos a aspectos parciales sobre los más de sesenta años de vida académica del autor junto con artículos, discursos y entrevistas.

“En algunos casos los artículos jalonan saberes hoy superados que muestran con claridad el progreso de nuestra ciencia y la permanencia de varios de sus postulados definitorios; los discursos al menos tienen valor como testimonio público de una época; los relatos brindan alguna utilidad a los jóvenes que se inician en esta profesión, como simple documento del momento de nuestra disciplina que nos tocó vivir” (pp. 11-12). Uno de los objetivos de la selección, por lo tanto, no es el de asignarle una coherencia interna al libro sino el de permitir a “algunos conocer lo que pensaba, e incluso sentía, uno de sus colegas de la generación precedente” (p. 12). Pero quizás el propósito más importante que se fijó el autor se infiere de sus propias palabras: “Personalmente siempre lamenté que Eric Borman no dejara testimonio de las vicisitudes de su solitaria y triste existencia a menudo fustigada por la incomprensión de sus colegas nacionales (....). Me lastiman las historias perdidas. Quizá por eso dediqué mi vida a tratar de recuperar la de pueblos hoy desaparecidos” (pp. 12-13). Es decir, por un lado escribir un libro para que las nuevas generaciones de arqueólogos no tengan que lamentarse por la carencia de las memorias de uno de los pioneros de la arqueología argentina y, por el otro, prevenir la herida que podría causarle su propia historia de vida perdida, aunque su vida haya estado plena de sentidos.

El libro está compuesto por veinte relatos y once artículos, reportajes, entrevistas o discursos. Textos misceláneos que dan cuenta de la voluntad y del azar en la vida de un arqueólogo. Si del número de citas podemos inferir cuál de estos dos conceptos influyeron más en su vida, resulta evidente la supremacía del azar. La voluntad aparece vinculada al mantenimiento de la amistad –virtud que ha tratado de mantener toda su vida y que lo llevaron a situaciones comprometidas como la participación en una operación en un garage- y, planteado en forma de duda, como incide en el breve destello de una vida para forjar un destino. El azar puso en su camino personas que fueron amigos; por azar visitó lugares que terminaron decidiendo de manera inesperada una parte esencial de su destino científico y de su vida; el azar en la formación académica primero como médico y después arqueólogo, tanto en su caso como en el del fundador o no de la arqueología peruana, el doctor Julio Tello; el azar de una comunicación telefónica sobre una foto del trasbordo del barco Río Chubut pocos días después de haber escrito un breve relato de esa aventura; el azar vinculado a la idea de excavar, estudiar y preservar un pucará; el azar en estudios y descubrimientos arqueológicos importantes y el azar que evitó su exoneración de la universidad. Pero también Rex González vincula el azar a la concepción de ciencia, expresando que Prigogine -a quien leyó en profundidad- “regresa a Platón y su concepción de la naturaleza como obra de arte, cuando no encontramos respuestas que nos lleven más allá del big-bang o de los agujeros negros, o expliquen el accionar del azar, o el principio de incertidumbre de Heisemberg” (pp. 15-16).

Los relatos constituyen una mezcla heteróclita en los que el calidoscopio de su vida refleja como en espejos las diferentes facetas de esta, y a los que, en un análisis retrospectivo, les asigna significatividad. Así advertimos que “tiestos dispersos” fueron importantes en su vida: el viaje y sus estudios de doctorado en Estados Unidos; la “antropofagia” reinante entre los antropólogos y arqueólogos, los avatares sufridos por la ciencia y por los investigadores-científicos producto de la inestabilidad política que asoló a nuestro país, las dictaduras y sus secuelas de persecuciones, expulsiones, torturas, desapariciones y muerte, las internas políticas, la lucha atroz y la politiquería que afectan a las universidades, intentos de exoneración por haber trabajado con ahínco y con buenos resultados científicos que, sin embargo, no estaban de acuerdo con las ideas y los intereses de los dueños del poder y la jerarquía, las denuncias de los compañeros trepadores, el ritual del payé; la amistad; sus primeras excavaciones –una realizada en una isla frente a Villa Constitución-; el amor de y por Yi, las cualidades humanas de su esposa, su muerte, depresión y venta de la biblioteca y del rancho de Manantiales; de cómo su fe se derrumbó ante el ímpetu preciso y racional de la explicación científica, la fe en dios reemplazada por la fe en la ciencia; de la insignificancia, el desamparo, la finitud de la vida humana, del olvido definitivo que nos espera centurias más, minutos menos a todos los humanos por igual, inexorable y definitivamente, el del sentirse alguna vez “el otro”; anécdotas de una breve militancia estudiantil, anécdotas de motivos de estudio y excavación arqueológica –excavación para encontrar al segundo del capitán Drake o del elusivo señor de Capayán; origen y vida de los hombres de Pascua y los May; el fraude en arqueología –disco en Tres Arroyos, moai de Pascua-; referencias a absurdos reñidos con la razón y con la ciencia –astronauta en la tumba real de Palenque o los moais- y experiencias en las excavaciones –enfermedad y muerte de amigos, privaciones e incomodidades, separación de la familia, costumbres de las estancias, sublevaciones populares, etc-.

La parte II está compuesta por once parágrafos. Se transcriben artículos publicados por primera vez en la década del ´50, discursos, prólogos de libros, reportajes y entrevistas. Sin lugar a dudas uno de los reportajes más interesantes es el realizado por Guillermo Boido, José Antonio Pérez Gollán y Gabriela Tenner, publicado en la revista Ciencia Hoy de septiembre-octubre de 1990. Este reportaje lleva por título: “Alberto Rex González: Una ruta hacia el hombre”. Este título resume el libro. Una ruta y un mapa que detalla los hitos de un gran hombre que nos desafía a juntar esos fragmentos dispersos e intentar rearmar la vasija que contiene su vida, llena de sentidos y significados.

 

Ernesto J. Rodríguez