Modelos de desarrollo: modos de acumulación del sistema capitalista mundial y construcción del espacio. El proceso histórico argentino y su inserción en dicho sistema, Siglos XIX y XX

 

Jorge Víctor Martín[1]

 

Introducción

En este trabajo intentaré realizar desde lo metodológico, a partir de un aporte conceptual económico, una breve descripción de ciertos fenómenos que considero centrales para comprender el funcionamiento y tendencias que ha evidenciado el sistema capitalista mundial en el siglo XIX y XX.

Este proceso que ha sido caracterizado como de “crisis y transformación” dentro de dicho sistema, partiendo de ciertas visiones que considero importantes para interpretar las crisis en función de la dinámica de la acumulación del capital; será abordada desde una perspectiva global, sin dejar de lado una reflexión acerca del mencionado proceso, sobre los países denominados “subdesarrollados”, especialmente en este caso: Argentina.

Ante tal situación haré hincapié particularmente en rasgos que considero particularmente importantes, tales como las tendencias de la división internacional del trabajo, el proceso nacional de reestructuración capitalista y la definición de los espacios en la economía internacional.

 

Consideraciones teóricas:

A lo largo de la historia, las principales contradicciones resultantes del carácter mercantil del capitalismo, las relaciones salariales, las relaciones internacionales, han permanecido constantes. No obstante, históricamente, diferentes soluciones se han estabilizado como modelos de desarrollo; el período de hegemonía de una o varias naciones que adoptan las variantes de un mismo modelo puede ser considerado como el período de hegemonía de tal modelo.

Un modelo de desarrollo puede y debe ser analizado bajo tres aspectos diferentes; el primero, denominado paradigma tecnológico o modelo de industrialización: los principios generales que gobiernan la evolución de la organización del trabajo (principios que evidentemente no están confinados a la industria y no dependen solo de la tecnología); en segundo lugar, el régimen de acumulación: los principios macroeconómicos que describen la compatibilidad, en un período prolongado, entre las transformaciones de las normas de producción y las transformaciones en las normas de consumo del producto social; y, en tercer lugar, el modo de regulación: la combinación de las formas de adecuación de las previsiones y de los comportamientos contradictorios de los agentes individuales a los principales colectivos del régimen de acumulación, pueden incluir tanto las prácticas culturales cuanto las formas institucionales, por ejemplo, leyes, acuerdos, etc.

De esta manera, el régimen de acumulación aparece como el resultado macroeconómico del funcionamiento de un modo de regulación sobre la base de un modelo de industrialización, y esta compatibilidad no es sino un “hallazgo”, el resultado involuntario de conflictos ideológicos, y sociales.[2]

 

Desarrollo

No obstante los antecedentes empíricos que significaron tanto el mercantilismo como la fisiocracia, basamento del posterior desarrollo del capitalismo, el marco teórico del liberalismo es el elemento esencial que va a permitir el desarrollo de un modo de producción que signifique nuevas relaciones sociales de producción que se van a ver plasmadas en realidades concretas a partir del s. XIX. Consecuencia del ascenso de las burguesías regionales europeas al poder político, que podemos denominar la etapa “nacionalitaria”, siendo dichos espacios una necesidad imperiosa donde construir sus propios mercados, generando la concreción de espacios económicos sociales sintetizados en los estados nacionales. Legalizado dicho proceso por un marco escrito que serán los movimientos constitucionalistas que se gestan tanto en Europa, EE.UU., y con fuerte influencia en otras regiones mundiales que se configuran en cierta manera, como imitativas de los centros de poder político y económico, pero en una estrecha y subordinada relación de dependencia.

Podemos caracterizar a partir de este momento como el inicio de una forma de desarrollo del sistema capitalista a nivel internacional, definiéndola como la etapa del liberalismo clásico, donde el modo de acumulación dominante va a ser el que imponga Inglaterra, bajo un modelo macroeconómico basado en la División Internacional del Trabajo, con un paradigma industrial o tecnológico de carácter Manchesteriano, y bajo un marco regulatorio del Laissez-faire-Laissez passer, etapa que podemos hacer extensiva hasta la gran crisis de 1930.

El agotamiento del modelo de libre mercado es reemplazado por un nuevo modo de acumulación, basado en el marco teórico del Keynesianismo, derivando en un nuevo modelo macroeconómico de consumismo y pleno empleo, un nuevo paradigma industrialista y tecnológico que va a ser el fordismo, y un nuevo marco regulatorio que va a ser el Estado de Bienestar, etapa que se va a extender hasta la década del 70 donde podemos avizorar la crisis de este modelo de acumulación.

A partir de aquí y basado en la necesidad de construir nuevos espacios geográficos-mercados, se configura la aparición de un nuevo modelo de acumulación basado en la Globalización de la economía, al cual podemos definir como flexible, ya que combina en la actualidad distintos modos de acumulación, la falta de un modo de regulación homogéneo aunque el marco teórico del neoliberalismo es el que se considera dominante.

 

Un primer momento

1. Marco Histórico Internacional:

Durante el siglo XVIII sobrevino en el viejo mundo una nueva etapa expansiva destinada a producir cambios de gran envergadura. En Inglaterra, la revolución industrial significó la aparición de un nuevo tipo de relaciones de producción que tendió a modificar el rol de vastas áreas periféricas. La escasa dimensión del mercado interno británico imponía a la nueva potencia industrial la necesidad de expandir sus mercados externos en detrimento de los antiguos imperios coloniales, lo que la lleva a la afirmación de sus intereses de ultramar, robustecidos por las Actas de Navegación, y una política inteligente, a tono con los progresos económicos de ese país. Con los saldos ampliamente favorables de su balanza comercial, aumentados a la vez por el comercio ilícito y el contrabando, Inglaterra se apropió de buena parte de los metales preciosos extraídos en las colonias americanas de España y Portugal.

Ya en las primeras décadas del siglo XIX con los profundos cambios en la sociedad europea: el ascenso de los sectores burgueses y el desarrollo de una intensa actividad empresarial y competitiva dentro de las economías capitalistas en expansión (donde en ellas comenzaron a actuar grandes compañías particularmente aptas para el comercio ultramarino) la organización de la producción prepara el clima favorable a las innovaciones técnicas.

A partir de mediados de siglo se da un considerable impulso económico que se acelerará notablemente en la década de 1870. Hay varios elementos que confluyen para provocar este fenómeno. Por un lado una mejor organización de la vida económica permite un manejo más ágil de mayores concentraciones de capital en sociedades anónimas (Trusts, Cartels) aptas para las grandes empresas de la época. El sistema bancario crece, se racionaliza y concentra, a medida que aumenta su radio de acción. Empresas navieras, compañías ferroviarias, establecimientos fabriles, son todas organizaciones de gran volumen que trascienden las posibilidades de la antigua fortuna privada.

El desarrollo es creciente en la producción fabril y en la concentración de los grandes centros industriales. Los adelantos tecnológicos[3] son ahora altamente favorables a la expansión ultramarina: navegación a vapor es perfeccionada con la introducción de los cascos metálicos y las hélices; líneas férreas, grandes puertos, depósitos suficientes para el almacenaje de los productos. Más que expansión a ultramar, pura y simplemente, lo que debería decirse es que crece el área de la economía capitalista y su influencia en las regiones periféricas.

El incremento del comercio internacional estuvo acompañado de un aumento de las áreas cultivadas y determinó una especialización entre los países industrializados y las regiones productoras de materias primas y alimentos.

Expansión del capitalismo significa expansión de un sistema económico dominante. Desde mediados del siglo XIX hasta la primera guerra mundial el capitalismo se convirtió en la forma predominante de producción, no sólo en Inglaterra, sino en el mundo entero. El predominio económico de Europa la colocó en posición dominante respecto del resto del mundo y a medida que se perfeccionaban continuamente los medios de comunicación, las regiones más apartadas iban cayendo en una situación de dependencia.[4] El simple juego de mercados realizado libremente aseguró la superioridad europea y promovió la producción de artículos para la exportación en todas las regiones del mundo, en detrimento de las destinadas al mercado interno. Europa se ubicó así en una posición dominante en el comercio y en el transporte de los productos exportados. La expansión del capitalismo industrial no se tradujo en creación de centros industriales en las regiones periféricas.

Es la etapa del imperialismo donde las economías europeas, saturados sus mercados internos, tienen necesidad de nuevos espacios geográficos para expandir dicho mercado, donde adquirir materias primas para sus industrias, colocar sus productos manufacturados y su mano de obra no calificada excedente, producto de la segunda revolución industrial que se va a gestar en el último cuarto del siglo XIX. Liderando este proceso, Inglaterra impulsó una división internacional del trabajo bajo el discurso liberal, basado en que cada región produzca los monoproductos necesarios a dichos centros basado en las ventajas comparativas que poseían dichos marcos geográficos (Ej. Argentina: productora de cereales y carnes, e importadora de los productos industriales ingleses.)

Resumiendo, podemos decir que el impulso económico de esta época desarrolló ciertas formas de producción y acentuó la dependencia de las regiones subdesarrolladas, en medio de la inestabilidad más grande producida por los vaivenes del comercio exterior y las crisis. En este último sentido, las crisis mundiales de 1857, 1866, 1873, 1882, 1890 y 1900 se hicieron sentir profundamente, paralelamente a la consolidación del espacio mundial como ámbito de circulación de los capitales nacionales, la crisis de finales del siglo XIX va a significar un importante proceso de concentración y centralización de capitales en Inglaterra, Francia, Alemania y en EE.UU. donde ya las empresas forman parte de grupos empresariales (corporaciones).

Esta situación va a derivar en situaciones de competitividad por lograr adquirir mayores espacios en el reparto mundial (Latinoamérica, África, Asia), generándose una exaltación de las nacionalidades de parte de las burguesías de los estados nacionales centrales, problemática que va a intentar resolverse en una redefinición de fuerzas (producto de la llegada tarde a dicho reparto mundial de Alemania) a través del estallido del enfrentamiento interimperialista que supuso la Primera Guerra Mundial como una forma de redefinir posiciones en el mapa político- económico mundial.

La intervención de EE.UU. permitió el triunfo de los estados de burguesías parlamentarias (Francia, Inglaterra, etc.), contra los imperios centrales (Alemania, Austria-Hungría). Dicha contienda representó la decadencia de Europa como centro económico-político-cultural mundial desplazándose el eje hacia EE.UU. que salió acreedora de todos, posicionándose como la potencia que comienza a dirigir muchos de los anteriores mercados dirigidos por Europa, como fue el ingreso de capitales norteamericanos a nuestro país, desplazando al capital inglés.

Simultáneamente a esta situación, nos encontramos con que si bien el proceso de crecimiento económico que alcanza EE.UU., basado en el desarrollo de su mercado interno, también desde fines de siglo se complementaba con el comienzo de una política imperialista. La coyuntura bélica ayudó a generar un acelerado crecimiento y concentración de su economía (monopolios). El fin de dicho enfrentamiento desacelera su crecimiento real, pero no su especulación financiera, generando un desfasaje que derivó por una situación coyuntural interna (malas cosechas), en la mayor y última crisis del sistema basado en marco teórico del liberalismo clásico.

 

2. Marco histórico nacional:

Las consecuencias del desarrollo económico europeo en la periferia, donde las clases altas criollas, si bien no se ciñen al modelo de las burguesías industriales, comparten por lo menos el culto a la riqueza y una clara idea de las posibilidades de disfrute que ella otorga, han ido acrecentando su fortuna y desean más de lo que la tutela metropolitana está dispuesta a permitir, motivados por la difusión del pensamiento ilustrado donde evidencia la decadencia de ciertas instituciones a las que ahora cuestiona un nuevo sistema de valores.[5]

La revolución de 1810 generó un abanico de cambios. La separación del Alto Perú del antiguo ámbito virreinal privó a las economías rioplatenses de su principal mercado consumidor y de la región productora de metales preciosos. Sus sectores comerciales y las ciudades en general entraron en decadencia. El Litoral, cuya ganadería había experimentado un verdadero “boom” durante las últimas décadas del dominio español, quedó desbastado por las sucesivas campañas militares. Su función exportadora fue reemplazada por la campaña de Buenos Aires que desde 1820 iba a explotar exclusivamente los beneficios de su estratégica situación económica y política.

Las economías del Litoral y del interior respondieron a esta grave situación vinculándose a partir de la década de 1820, con los mercados ofrecidos por los países limítrofes. Allí podían ubicar su producción y obtener al mismo tiempo productos importados más baratos que los procedentes de Buenos Aires.

Este nuevo sistema de relaciones descentralizadas, respuesta al aislacionismo económico adoptado por Buenos Aires -que no obstante le sirvió para construir un nuevo centralismo político perdido desde 1820- significaron un alivio para las provincias. Pero la escasa circulación monetaria, las recurrentes guerras civiles y el primitivismo de los sistemas de transporte las mantenían en una crónica postergación. El relativo clima de paz que vivió el país durante los últimos años del régimen rosista y la creciente demanda de los mercados periféricos profundizaron las tendencias centrífugas. Recién en 1852, luego de la caída de Rosas, se dieron los primeros pasos orientados al logro de la unificación económica con la anulación de las aduanas interiores. Desde entonces el comercio pudo desenvolverse en todo el país con mayor fluidez pero el esquema anterior siguió funcionando hasta la llegada del ferrocarril.[6]

Su aparición durante los años 60 y 70 significó una verdadera revolución en las comunicaciones al disminuir los costos de flete y dinamizar espectacularmente los intercambios. El acceso de manufacturas europeas mucho más baratas que las procedentes del Pacífico fueron reorientando hacia el Atlántico a todas las regiones argentinas, revirtiendo las tendencias centrífugas y operando una unificación económica que sentó las bases para la formación de un mercado nacional. El simultáneo fortalecimiento del estado, a medida que fueron desapareciendo las guerras civiles, articuló el proceso de unificación económica con el de centralización política. Pero este nuevo ordenamiento arrojó resultados desiguales para las distintas regiones. Si bien permitió la incorporación plena del país en el mercado mundial merced a la formidable expansión agropecuaria de la Pampa húmeda, la mayor parte del interior fue condenada a un estancamiento aún más profundo, del que solo pudieron evadirse Tucumán y Mendoza a través del desarrollo de complejos agro-industriales concentrados en el abastecimiento del mercado interno.[7]

El consenso de las oligarquías del interior a un sistema que, en última instancia, buscaba dinamizar solamente a las actividades agro-exportadoras de la Pampa húmeda fue posible mediante su participación en los beneficios de la expansión. El régimen político consolidado a partir de 1880 permitió la incorporación de los grupos dominantes locales en la burocracia administrativa nacional.

Las nuevas carreras políticas abiertas por el nuevo ordenamiento jurídico-institucional les permitió a los dirigentes provinciales ocupar las más altas funciones desde las cuales podían -entre otras cosas- comprar tierras en las zonas más prósperas del país, o bien tomar parte en las operaciones financieras de Buenos Aires. Sólo así fue posible reestructurar y estabilizar las relaciones entre las distintas regiones del país en el marco de un sistema que definía desarrollos económicos tan desiguales.[8]

Ya a fines del período colonial y sobre todo después de proclamada la independencia, en Argentina se notó la formación y el desarrollo de elementos capitalistas, que en gran medida obedecen a la incorporación del país a la órbita del mercado capitalista mundial. Estos procesos se producían dentro del sistema de economía basado en el latifundio ganadero y la hegemonía de la oligarquía terrateniente y comercial orientada al mercado exterior. El capitalismo avanzaba en la medida que posibilitaba el mantenimiento y la consolidación de la economía exportadora basada en el latifundio.

Durante el período 1880-1916 aunque el núcleo dirigente se mantuvo cuantitativamente reducido, la conducción del gobierno engendro banderías y luchas políticas transitorias que, sin embargo nunca excedieron los límites de la propia clase alta. Esta “oligarquía paternalista” logró estructurar un poder político altamente centralizado que durante treinta y cinco años no admitió participación. Mientras por un lado se declaraba enfáticamente los principios institucionales del liberalismo democrático, por otro se los violaba sin escrúpulos. Pero las mismas transformaciones llevadas a cabo por esta oligarquía iban necesariamente a terminar socavando sus propias bases de poder político. El flujo inmigratorio, la creciente urbanización que fue su consecuencia directa, los nuevos canales de ascenso abiertos por la activación económica y el aumento de la burocracia estatal, produjeron un intenso proceso de diferenciación social y un rápido desarrollo de una pequeña burguesía volcadas a las actividades secundarias y terciarias. Así se conformó un amplio espectro de clases medias que ansiaban tanto el reconocimiento social como la participación política. Marginados por la oligarquía gobernante, pugnaron por incorporarse a la Argentina moderna sin alterar los fundamentos en que se apoyaban.[9]

Aquí se hallan los orígenes y también los límites del radicalismo; movimiento político que expresó ante todo esa exigencia de participación impulsada por los actores surgidos y ampliados durante el proceso de desarrollo dependiente inaugurado en el 80. Las condiciones de relativa prosperidad económica y las posibilidades de ascenso social que se prolongaron hasta 1930 explicaran la actitud distributiva del radicalismo cuando acceda al gobierno. Se transformará como ideario de lucha en la “causa” contra el “régimen”.[10]

Si bien se dieron transformaciones dentro de todos los aspectos de la vida nacional: desarrollo de industrias nacionales, creación de la flota mercante, protección de las riquezas del subsuelo, avances en la educación (Reforma universitaria), pero dentro de la estructura del modelo agroexportador, producto del modo de acumulación del liberalismo clásico, sin cuestionar al mismo.

En 1929 estalló la crisis cíclica más seria del capitalismo mundial. Señaló el límite de la expansión de la economía agroexportadora argentina. Ya la democracia no bastaba para mantener el sistema. A partir de 1930 se demostró de manera decisiva que ese régimen era impotente para ordenar una sociedad cuya economía dependiente iba pasando paulatinamente al control del capital monopolista.[11]

Otra vez era la oligarquía terrateniente que conservaba intacto su poder, su vigor y su vigencia quien retomó las riendas del poder -a través de una dictadura militar represiva- para reacomodar nuevamente siempre en el marco de sus propios intereses la economía argentina, en función de su dependencia del imperialismo Británico.[12]

 

Un segundo momento

El año de 1930 va a marcar la última y mayor crisis que se conoce dentro del modo de acumulación del capitalismo en la faz del marco teórico del liberalismo clásico, donde su máximo representante (Adam Smith) había esbozado el mismo tomando como elementos básico para el desarrollo de dicho sistema, la propiedad privada con sentido absoluto, el espíritu de lucro movido por el egoísmo humano, las leyes del mercado y la libre competencia, representaban las formulaciones teóricas del liberalismo económico. La combinación de libre iniciativa, con el capital y los resultados de la revolución industrial, crearon ingentes capitales en los países de Europa Occidental y EE.UU.. Toda esa riqueza fue acumulada por una minoría que durante el siglo XIX y el XX vio incrementar sus resultados iniciales y fue la base para la formación de las actuales empresas multinacionales. Pero también en rigor de verdad es importante decir que ello no se debió a las leyes del mercado, constantemente violadas por los mismos capitalistas.

El liberalismo económico, no se sirvió del libre cambio y si del colonialismo y semi-colonialismo para incrementar las riquezas de las naciones que son consideradas baluartes de la aplicación de sus principios y campeonas de las libertades. El laissez faire fue utilizado en provecho de sectores que monopolizaron la economía, y cuya decisión interesada, reguló los precios del mercado, olvidándose del equilibrio natural que debía producir la competencia y la ley de la oferta y la demanda, que preconizaban los teóricos liberales. Esta acción monopólica no evitó las crisis de superproducción, fundamentadas en el afán desmedido de lucro y en el desorden característico de la producción capitalista, y así el sistema desembocó en la gran crisis de 1929 que se inició en EE.UU. con la quiebra de Wall Street, y tuvo alcances universales. Esta fecha marca el inicio de una nueva etapa con la aplicación del New Deal.

 

1. Marco Histórico Internacional 1930-1970

Es evidente que la crisis de 1930 significó un quiebre en la concepción de la economía, lo que va a generar distintas problemáticas dada la intensidad y expansión de la misma, generándose en los distintos países o regiones a las que afecta crisis o soluciones diferentes.

Debemos considerar como determinante el cimiento intelectual que significa el aporte de Keynes como marco teórico para volver a reciclar el sistema capitalista, que comienza a ser aplicado en EE.UU. y que luego se expande en la mayoría de los restantes países generando un nuevo modelo de acumulación del sistema.

Continuando con el análisis de los modelos de desarrollo del sistema capitalista y sus distintos modos de acumulación podemos decir que: la fase, que históricamente se inicia con el final de la Segunda Guerra Mundial, representa el paso de la hegemonía Inglesa a la hegemonía de los EE.UU. en la estructura jerárquica de relaciones sociales internacionales.

En la fase de hegemonía norteamericana encontramos dos subperíodos, claramente delimitados:

1) Es la época de la expansión económica, asociada al proceso de reconstrucción Europea y de Japón en la posguerra (años cincuenta y sesenta). La característica esencial de esta etapa es el recentramiento del proceso de acumulación en los países desarrollados: el pacto social que se estructura en torno del denominado “ Estado del Bienestar”, síntesis de técnicas Keynesianas (estatales) de control del ciclo económico y de gestión del salario indirecto (seguros sociales y servicios públicos), un paradigma industrial tecnológico que va a ser el “fordismo”, y un modo de acumulación donde el consumismo y el pleno empleo van a ser las premisas fundamentales. Este subperíodo de expansión se caracteriza también por desarrollar mecanismos de regulación económica: el Estado de los países desarrollados asume la función de igualar las tasas de beneficios intersectoriales, arbitrando no solo las relaciones entre el capital y los trabajadores, sino entre los propios grupos monopólicos en que se estructura aquél.[13]

2) El segundo subperíodo coincide con la etapa de la crisis. Los años 70 conocen los primeros signos de la crisis del modelo de acumulación de posguerra: la crisis del sistema monetario internacional en 1971, con la decisión de la administración de Richard Nixon de suspender la convertibilidad del dólar en oro, señala los límites de un sistema financiero internacional basado en una moneda (el dólar) sin el[14] suficiente respaldo productivo, ya que la economía norteamericana ha ido retrocediendo en importancia frente al desarrollo del Japón y la Europa capitalista. En 1973/74, la cuadruplicación de los precios del petróleo pone en cuestión las bases de un sistema económico basado en un elevado consumo energético, que al mismo tiempo se encontraba infravalorado en su coste real.

Esta misma década se caracteriza por sufrir una crisis de regulación: el desarrollo de la tecnología de las comunicaciones y de los métodos de producción flexible facilita a las empresas de grandes dimensiones la descomposición de los procesos productivos en unidades situadas en diversos países, al objeto de aprovechar al máximo las posibilidades de aumentar la rentabilidad, desplazándose entre países, en búsqueda de ventajas fiscales, salariales, laborales o de rentas de situación. La internacionalización del capital marca en profundidad este período, limitando la capacidad para resolver la crisis en los marcos nacionales.[15]

A fines de los 60 se habría producido una crisis expresada en un descenso en la tasas de ganancia en las economías centrales. La causa de esta crisis hay que buscarla en la caída en el ritmo de crecimiento de la productividad del trabajo que ya no compensaba la elevación de la existencia de capital por trabajador; la consecuencia será un descenso en la razón producto/capital y en la tasa de beneficio. Queda claro que en esta concepción el derrumbe del régimen fordista no proviene de “shocks” externos (como el aumento del precio del petróleo) sino que está provocado por la extinción de las posibilidades expansivas de una cierta lógica productiva y social.[16]

Por lo dicho, parece evidente que no estamos frente a una crisis dentro de un modo de regulación; por lo contrario, se trataría de una “crisis orgánica”, esto es una crisis del régimen de acumulación intensiva y en consecuencia, del modo de regulación monopolista característico del fordismo. La salida exigiría no solo la aparición de un nuevo régimen de acumulación y tal vez nuevas relaciones laborales que garantice una nueva de crecimiento estable y sostenido en las economías centrales, sino también la “creación” (socialmente construida) de un nuevo modo de regulación que asegure la reproducción de la acumulación capitalista.

 

2. Marco Histórico Nacional: (1930 a 1970)

La crisis de 1929 plantea al conjunto del mundo capitalista la necesidad de reajustar su funcionamiento a una nueva realidad: el mercado ya no puede ser tenido por más tiempo como el regulador natural a través del esquema de la oferta-demanda.

La oligarquía con su golpe de 1930, y a pesar del pacto Roca-Runciman de 1933, se da cuenta que el orden económico internacional ha cambiado, por lo tanto debe apelar a todo tipo de situaciones de fraude para intentar sostenerse en el poder. El desarrollo autocentrado de los países centrales obliga a la necesidad de adoptar medidas propias para mantener el sistema dentro de los marcos de los estados nacionales, y adaptarlas a las idiosincrasias locales.

Comienza una necesidad de tomar medidas desde el estado para poder paliar la situación de crisis interna producto del desequilibrio del modelo anterior.

El estado con sus juntas reguladores de la producción genera un proceso de migraciones internas, del campo a las ciudades, la que se constituyó en la mano de obra de la etapa del proceso de sustitución de importaciones que necesariamente comenzará a gestarse en esta década, agravada por la coyuntura de la 2º guerra mundial, como así también por la nueva concepción ideológica, reflejo del nacionalismo europeo, y una burguesía industrial apoyado por un sector de las fuerzas armadas, basadas en un concepto de desarrollo de país a través de la industrialización, como un poder estratégico dentro de la región.

A partir de allí se abre una experiencia a la que diversos autores le han asignado rótulos distintos, Perón realiza desde el poder una política que sustenta la instalación de una verdadera industria nacional a los efectos de establecer las bases de una independencia o un enfrentamiento con los centros imperialistas. Es así que, a nivel estructural, la economía sufre una transformación en la línea de la tendencia esbozada desde diez años atrás. Pero con una gran debilidad: el desarrollo industrial es de la industria liviana, de consumo. Ello era así porque el peronismo debió satisfacer las exigencias de las masas obreras y había sólo un pequeño margen para una acción dirigida a establecer una industria de base, por otra parte siempre saboteada desde el exterior. Para ello debió hacer hincapié en la elevación del nivel de vida de la clase obrera, es que estuvo directamente ligado a la formación de una industria nacional cuyos productos se dirigieron a satisfacer a ese mercado interno en expansión.[17]

Como consecuencia de la nacionalización del Banco Central se nacionalizó el comercio exterior, y para instrumentarlo se creó el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio). Éste se convirtió en una pieza clave de la política peronista, monopolizando el comercio exterior de cereales y oleaginosas, al ser el único comprador de toda la producción.

Era el IAPI quién fijaba el precio de compra a los productores y el de venta en los mercados internacionales, y a los procesadores del mercado interno. Estas operaciones le produjeron ingentes ganancias que fueron destinadas en gran parte a la promoción de la actividad industrial.[18]

Pero evidentemente el peronismo había condicionado todo su modelo de crecimiento a las exportaciones y a las reservas obtenidas por el país durante la Segunda Guerra Mundial, invertidas en la adquisición de materiales de desecho de EE.UU. e Inglaterra, como así también a la concreción de obras públicas, más espectaculares que racionales, lo cual muestra su debilidad ante situaciones coyunturales producto de malas cosechas internas, como así también la baja de los productos cerealeros en 1952; lo que lleva a reveer su nacionalismo antiimperialista cuando en 1955 se concretan contratos entre el gobierno Argentino y la California Argentina de Petróleo S.A. subsidiaria de la Standard Oil de California, el que contemplaba la exploración y extracción de petróleo.[19]

No obstante es también en esos años, cuando hacen su aparición en Argentina los monopolios internacionales de la industria automotriz.

Luego de derrocado el gobierno peronista, esta política de inversiones extranjeras es continuada por las autoridades de facto y profundizada después de 1958 por el elenco industrial desarrollista.

La solución se creyó encontrar en encarar el desarrollo de las industrias de base: petróleo, acero, petroquímica, papel. Esto permitió al país un autoabastecimiento sustituyendo de esa manera las importaciones por la producción nacional. El desarrollo industrial permitió además encarar la exportación de productos con alto valor agregado, lo que posibilitó el despegue del país con la consiguiente elevación de las condiciones sociales.[20]

Pero el aspecto fundamental de esta teoría se basó en la forma de lograr el desarrollo. Según el desarrollismo en el país no existió capital suficiente para ello y fue necesario recurrir, además del capital nacional, al capital extranjero. Según el desarrollismo, la coexistencia pacífica, que se inauguró a fines de la década del 50, posibilitó una mayor disponibilidad de capitales extranjeros, en condiciones favorables para el país.

Este ingreso de capitales no limitaría la participación del capital nacional, el que tendría una intervención activa a la vez que a través de una alianza de clases se posibilitaría la coincidencia de objetivos entre el empresariado y los trabajadores.

La experiencia desarrollista iniciada a fines de la década del 50 no eliminó la dependencia, y muy por el contrario contribuyó a una mayor desnacionalización de la economía con un incremento de la deuda externa. Por otra parte el capital nacional importante, se desnacionalizó en función de alianzas con el capital extranjero.[21]

En Argentina, se reprodujeron algunas de las características del modelo bienestarista, sobre todo en lo que se refiere a la intervención del Estado en la economía.

Los sucesivos gobiernos que se sucedieron intentaron paliar la crisis que se gestó dentro de este nuevo modelo de acumulación del sistema capitalista. Tanto los gobiernos civiles, como militares o de facto siguieron aplicando más o menos las recetas del sistema de Estado de Bienestar, hasta la década del 70. A partir de aquí la crisis en los países centrales desarrollados, generó una necesidad de romper con el modelo de economía autocentrada que se había gestado en la posguerra, ya que le fue necesario la expansión en todos los aspectos económicos hacia la periferia, utilizando distintos mecanismos para sus fines. América Latina y Argentina en especial debió sufrir un nuevo golpe de estado que no tiene parangón en toda su historia, dado el genocidio que generó para imponer el nuevo marco teórico, que va a gestar un nuevo modo de acumulación dentro del sistema capitalista, y cómo nuestro país se inserta en el mismo.

 

El momento actual

La solución keynesiana se centraba en una gran presencia del estado, que se encargaba de la gestión de los servicios (teléfono, gas, ferrocarriles, etc.), del gasto social (salario indirecto: salud, educación, viviendas, etc.), que intervenían en el desarrollo de la infraestructura con las grandes obras públicas (caminos, escuelas, centrales de energía eléctrica, etc.), y la participación directa en algunos sistemas productivos. Todos estos factores contribuían a generar empleo, con el Estado, las empresas contratistas con las empresas industriales como empleadores de personal, además, la provisión de seguridad social, salud y educación por parte del estado, permitían que gran parte del salario sean destinado al consumo de otros bienes.[22]

El consiguiente aumento de la demanda de productos contribuía al aumento de las ganancias en las empresas nacionales. Esta situación facilitaba el cobro de impuestos, que iban al estado para volver a financiar los gastos. El modelo solo se podía llevar a cabo en una economía cerrada.

 

1. Marco Histórico Internacional: (del 80 a la actualidad)

A principios de los setenta los modelos de economía cerrada entraron en crisis. Confluyen a su desencadenamiento una serie de procesos que se venían gestando desde momentos distintos y con ritmos diferentes. Los principales son: la ruptura del patrón de convertibilidad (del dólar estadounidense); el surgimiento de nuevas potencias que disputaban la hegemonía económica de EE.UU. (Japón, Alemania); la expansión de economías productivas con bajo costo y alta productividad (Corea, Taiwan, etc.); la caída de ganancia industrial, generada por los altos costos y la baja productividad; el desarrollo de nuevas tecnologías; la crisis energética (crisis del petróleo de los años 1973 y 1979) y los cambios en las modalidades de consumo de la población.

Ruptura del patrón de convertibilidad. En la relación entre las naciones capitalistas, la moneda que se utilizaba en el comercio internacional era el dólar, que desde 1944, a partir del acuerdo de Bretton Wood, fue convertible en oro y el resto de las monedas la tomaron como referencia. Esto permitió a ese país el traslado de sus importantes problemas económicos hacia los países europeos, emitiendo aún mas allá de sus propias reservas. A fines de los 60 los bancos europeos contaban con mayor cantidad de dólares que todo el oro disponible en EE.UU. Se generó entonces, una situación insostenible, que obligó al presidente Nixon en 1971 a determinar el abandono de la conversión en oro de sus monedas. Esto significó para todas las economías capitalistas la pérdida de un patrón monetario común, respaldado por un país poderoso.

Paralelamente, se produjo una apertura de las economías al consumo de productos importados, en forma más o menos indiscriminada, lo que significó una retracción de la demanda de bienes producidos en el país y la quiebra de muchas empresas. Con la globalización, los costos de los insumos pasaron a ser una variable de significación y de referencia internacional. A pesar de que algunas empresas siguen teniendo como mercado a los consumidores nacionales, los costos de referencia pasaron a ser los internacionales. Así los salarios de los trabajadores dejaron de ser pensados como una fuente de consumo para pasar a ser considerados como un costo.

A partir del surgimiento de un discurso basado nuevamente en las “bondades” del mercado, denominado neoliberal, que tuvo sus ejemplos más concretos en el EE.UU. de Reegan y la Inglaterra de la Thacher, correlativamente con el proceso de la caída de los socialismos reales, comenzó a gestarse un proceso a nivel mundial que derivó en la transnacionalización de los capitales, y en la construcción de nuevos espacios geográficos basados en la regionalización. La formación de megamercados generó el abandono de los espacios anteriores que había construido el capitalismo en el siglo XIX, el de los Estados Nacionales. De ahí en más produjo una nueva y mayor concentración de capitales y expansión geográfica que forma parte de su intrínseca forma de funcionamiento.

La globalización es la síntesis de un movimiento que expresa la nueva reorganización capitalista, que incide de modo diferente en los centro de la economía mundial como en la periferia del sistema.

Sin duda que las economías más desarrolladas estuvieron en mejores condiciones para enfrentar un cambio en su relación con el mundo. La infraestructura industrial, el desarrollo tecnológico y científico, les permitió contar con mayores recursos para disputar mercados a los demás países, lograr una preeminencia temprana en el mundo globalizado, sobrellevando un inevitable fenómeno de exclusión.

Mientras tanto, en la periferia, la magnitud de la deuda externa, las transiciones en curso a la democracia y poca autonomía política de los gobiernos hizo más agudo esta exclusión, con consecuencias en el deterioro de la calidad de vida de gran parte de la población.

 

2. Marco histórico nacional: (del 80 a la actualidad)[23]

El caso argentino se caracterizó por una radicalidad mucho mayor de los procesos privatizadores desreguladores, de apertura externa y desmantelamiento del estado social anterior, ligado a un proceso de democratización formal ya que la misma estuvo enmarcada dentro de la lógica del neoliberalismo que es la del mercado; concentra primero el poder económico y luego el poder político. La lógica de la democracia fue concebida para otra cosa.

A la larga, siempre hubo tensión entre el mercado- cuando actuó sin restricciones- y la democracia. Cuando el mercado expulsó de él a la gente con su lógica concentradora, la acción del poder público debe propender a hacerlo funcionar como un medio y no como un fin en si mismo.

 

Conclusión Final

Es evidente que en el proceso de globalización hay modificaciones que son irreversibles: las nuevas condiciones de producción, el cambio tecnológico, la mundialización del comercio, etc., pero también creemos que, este modelo de Globalización se intentó realizar en forma hegemónica, lo cuál nos muestra la última totalización absurda del siglo XX, ya que la crisis reciente producto del anárquico movimiento financiero, que dejó estragos en el sudeste Asiático, paradigma del modelo neoliberal, y que repercutió en la mayoría de las economías mundiales, puso en evidencia que la naturalidad del mercado no es suficiente para garantizar políticas de desarrollo equitativo, poniendo en evidencia que no es el fin de la historia ni de las crisis cíclicas clásicas del libre mercado, donde el predominio de los gurúes de lo micro basado en la eficiencia y la rentabilidad exacerbada, se contraponen al pensamiento de los intelectuales de la economía que buscan la verdad, que conduzca a encontrar el cimiento intelectual, que permita encontrar un marco regulatorio basado en el “sentido común” a este capitalismo de fin de siglo.

 

Notas



[1] Profesor de Historia. Catedrático en los Departamentos de Historia, Ciencias Económicas y Ciencias de la Educación; Instituto Superior de Profesorado Nº 3 - Villa Constitución.

[2] Danièle Leborgne, Alain Lipietz; “El posfordismo y su espacio”. Realidad Económica. IADE Bs. As. 1993 Nº 120. Pag.120.

[3] Gustavo y Hélène Beyhaut; América Latina De la Independencia a la Segunda Guerra Mundial. Tomo III. Ed. Siglo XXI, México, 1990. Historia Universal Siglo XXI. V 23 . Pags. 31,32.

[4] Beyhaut, op. cit. pág. 32.

[5] Beyhaut, op. cit. págs 9, 10.

[6] Jorge Luís Ossona, “La Evolución de las Economías Regionales en el Siglo XIX. Economía e Historia. Editorial Tesis, Bs. As. 2º Edición 1990. pág. 68

[7] Ossona, op. cit. pág. 69.

[8] Ossona, op. cit. pág 69.

[9] Marta H. Cavillotti, “YRIGOYEN, La causa contra el régimen en la Argentina” Historia de América en el siglo xx. CEAL. Bs. As. 1989 V Y. Pág. 141.

[10] Cavilliotti, op. cit.  Pág. 142.

[11] Cavilliotti, op. cit.  Pág. 163.

[12] Cavilliotti, op. cit. Pág. 163.

[13] Joaquín Arriola, Los Nuevos Paises Industrializados. Editorial Iepala. Madrid 1988. Págs. 48, 49, 50.

[14] Ibídem.

[15] Ibídem. Pág. 50.

[16] Andrés López, José luís Díaz Pérez; “Tristeza y melamncoliía del capitalismo” Realidad Económica. IADE. Bs. As. 1989. Nº 91. Pág. 113.

[17] Pla Alberto J.; “PERÓN, El justicialismo en el poder en Argentina”. Historia de América en el siglo xx. CEAL. Bs. As. 1989. T IV. Pág.163.

[18] De la Vega J. C.; Diccionario Consultor Político. Librograf S.R.L.Bs.As.1994 Pág.275.

[19] Ibídem Pág. 282.

[20] Ibídem Pág. 263.

[21] Ibídem Pág. 263.

[22] Marcela Jabaz, Osvaldo Batistín, Eduardo Menajovsky; “El trabajo, La Globalización y los Desafíos Sindicales hacia el fin del siglo” CTA. C.E.F.S. Los Impresionistas.Bs.As. 1998 Pág. 12.

[23] Temática que será abordada en un próximo trabajo específico desde la historia regional.