Entre fotografías y experiencias: Género y clase en Propulsora Siderúrgica en los años previos a la dictadura

 

 

María Alejandra Esponda(*)

 

 

Resumen

 

El artículo pretende reflexionar sobre cómo -en los años previos a la última dictadura- la relación entre género y clase intervino especialmente en disputas y construcciones de sentidos sobre el papel de cada trabajador/a en el lugar de trabajo, así como también de los activistas sindicales y políticos. Se hizo estableciendo un diálogo entre fotografías, entrevistas y conversaciones producidas en el contexto de la investigación etnográfica. Esta reflexión se basa en un estudio de caso: los trabajadores y trabajadoras de la Empresa Propulsora Siderúrgica, propiedad del Grupo Techint, ubicada en la ciudad de Ensenada, provincia de Buenos Aires. El texto construye una interpretación que incorpora diferentes puntos de vista, perspectivas y prácticas, tanto de los propietarios y la dirección de la empresa como de las y los trabajadores y activistas, con el fin de arrojar luz sobre aspectos constitutivos de ese momento histórico. Anteriormente, este enfoque no había sido privilegiado en nuestra investigación.

 

Palabras clave: Género; Clase; Fotografía; Experiencia; Siderurgia.

 

 

Between photographs and experiences: Gender and class in Propulsora Siderurgica in the years before the dictatorship

 

Abstract

 

The article aims to reflect on how -in the years leading up to the last dictatorship- the relationship between gender and class intervened especially in disputes and constructions of senses about the role of each worker into the workplace and also of the union and political activists. It was made establishing a dialogue between photographs, interviews and conversations produced in the context of ethnographic research. This reflection is based on a case study: the workers of the Propulsora Siderúrgica Company, owned by the Techint Group, located in the city of Ensenada, Province of Buenos Aires. The text builds an interpretation that incorporates different views, perspectives and practices, both from the owners and management and from the workers and activists, in order to shed light on constitutive aspects of that historical moment.  Previously, an approach like this had not been a privileged in our research.

 

Keywords: Gender; Class; Photography; Experience; Steel industry.

 


 

Entre fotografías y experiencias: Género y clase en Propulsora Siderúrgica en los años previos a la dictadura

 

Introducción

 

En este artículo se pretende reflexionar sobre cómo las relaciones entre clase y género intervinieron, en los años previos a la última dictadura, especialmente en las disputas y construcciones de sentidos sobre el rol de cada uno y de cada una en el lugar de trabajo y de los y las militantes políticas/os y/o sindicales. Se trabaja a partir de un estudio de caso: los y las trabajadoras de la ex Propulsora Siderúrgica,[1] actual Planta Siderar, propiedad del Grupo Techint, radicada en la ciudad de Ensenada, Provincia de Buenos Aires. Se llega a una interpretación propia a partir del entrecruzamiento de miradas y puntos de vistas diversos, algunos especialmente construidos desde la visión empresarial y otros desde las propias prácticas obreras y sindicales.

Como algunos y algunas cientistas sociales vienen planteando, gran parte de los textos académicos sobre la clase obrera, se construyen mayoritariamente desde la voz de los varones. Sin embargo, eso no significa que las relaciones de género no hayan permeado y sido constituyentes de esas experiencias (Power, 1997; Klubock, 1992). Por otra parte, en el caso de Argentina, las mujeres han estado presentes en diversos espacios laborales y oficios desde inicios del siglo (Queirolo, 2019).

Desde la antropología social, se viene realizando una revisión crítica respecto del lugar que ocuparon las mujeres en gran parte de las etnografías clásicas. En ellas, salvo excepciones,[2] fueron valoradas atendiendo a las reglas de parentesco y al sistema económico, como objetos de intercambio o de colaboración secundaria respecto del rol de los varones, en tanto hermanas, madres, esposas, hijas (Stolcke, 2004; Martín Cáceres; 2008). En términos metodológicos se hablaba de ellas y sus roles y/o posiciones a partir de observaciones, o de la voz de “informantes clave” varones, pero no a partir de la propia palabra de las mujeres (Ardener, 1975). Por ello, para quienes, como es mi caso, emprendimos el trabajo de campo inicialmente sin que la dimensión de género se planteara como estructurante de las relaciones sociales, resulta importante revisitar las propias entrevistas y observaciones cuestionando el lugar que ocupa el o la entrevistada en el campo de relaciones que se estudia, cómo la construcción de la memoria y las remenbranzas están construidas a partir de su propio género, y al mismo tiempo cómo el género y la posición de los y las investigadores/as permean el propio trabajo de campo, así como las interpretaciones (Andújar, 2014).

El caso a partir del cual trabajé en este artículo, una gran empresa siderúrgica, es representativo de actividades industriales masculinizadas, en las cuales las mujeres no sólo suelen desarrollar tareas feminizadas dentro del proceso productivo, sino que son invisibilizadas en tanto integrantes de esa comunidad obrera. Quitar estos velos permite comenzar a ver la importancia de las imbricaciones entre género y relaciones capital-trabajo, así como también entender algunas estrategias empresariales en el intento de moldear los colectivos laborales.

Una de las formas que encontré para volver sobre el trabajo de campo, interrogándolo especialmente sobre estas relaciones fue a partir de las fotografías que disponía sobre aquellos años.[3] Esas imágenes habían sido tomadas por actores diversos. Un primer grupo habían sido producidas por fotógrafos de la propia empresa y publicadas en las memorias empresariales. Un segundo grupo, remitía al trabajo de reporteros gráficos en ocasión de una importante toma de fábrica ocurrida en mayo de 1974, posteriormente archivadas en la Biblioteca Nacional. La mirada atenta sobre estas fotografías, me permitió volver con nuevos interrogantes a entrevistas realizadas durante la formación de grado y postgrado, y otras recientes especialmente pensadas para este artículo.[4] Me resultó un gran aprendizaje volver sobre aquellos materiales de campo y descubrir que las interpretaciones a las que llegué en determinados momentos del proceso de investigación, estaban teñidas por preguntas y preocupaciones, claramente limitadas y por tanto en constante transformación.

Antes de continuar, me gustaría realizar una brevísima reflexión sobre la posibilidad de trabajar con las fotografías, los desafíos que conlleva, y más aún cuando las hemos hallado, luego de haber realizado un trabajo de campo de largo aliento. Esto inevitablemente induce a mirarlas con preconceptos y prejuicios profundos, fundados en nuestros propios conocimientos, lecturas, reflexiones y análisis previos. Es por ello que es deseable someterse, o al menos intentarlo, a aquel “psicoanálisis del conocimiento” del que nos hablaba Bachelard, intentando tener una actitud de vigilancia que encuentre en el conocimiento del error y de los mecanismos que lo engendran, un medio para superarlo (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 2000; Bachelard, 1972).

Recurrí entonces a realizar algunas lecturas fundamentales ante la pregunta: ¿cómo debo mirar esas fotografías sin imprimirles automáticamente mis ideas sobre ellas? Un primer paso sería prestar atención a las vestimentas, las expresiones, las posturas, los objetos que aparecen, teniendo en cuenta especialmente cuál ha sido la posible construcción (Burke, 2005). En un paso más allá, fue muy útil pensar en la existencia de tres prácticas en la fotografía: hacer (operator), experimentar (spectrum), mirar (spectator) (Barthes, 1990: 38-40).

El Operator es el fotógrafo, quien decide cómo es la toma, la limita, la encuadra, decide el foco, que objetos entran en ella; Spectator define la práctica de quienes miran esas fotografías, las buscan, las comparan, en periódicos, libros, álbumes o archivos. Y, finalmente Spectrum refiere a aquel o aquello que es fotografiado, el blanco, el referente. Barthes define esta última como una especie de “pequeño simulacro”, de eidolon -que en griego significa imagen, fantasma, aparición, que es emitido por el objeto-. Lo llama spectrum por su relación con el espectáculo, a lo que se añade -dice- “ese algo terrible que hay en toda fotografía: el retorno de lo muerto”. Cada una de estas prácticas tiene diversos aspectos para analizar, sin embargo, me gustaría reparar especialmente en la experiencia de ser fotografiado o fotografiada.

Dice Barthes (1990):

 

cuando me siento observado por el objetivo, todo cambia: me constituyo en el acto de ´posar´, me fabrico instantáneamente otro cuerpo, me transformo por adelantado en imagen. Dicha transformación es activa: siento que la fotografía crea mi cuerpo o lo mortifica según su capricho. (págs. 40-41)

 

Existe una “transformación activa” que tiene el poder de trascender el tiempo y el espacio. Tan es así, dice el autor, que en algunos casos la fotografía ha tenido un poder mortífero, algo que resuena -en la mayoría de los casos trágicamente- en las experiencias de militantes de la década del 70: aparecer en un álbum encontrado en algún “allanamiento ilegal”, en una movilización o en una huelga, podía significar empezar a formar parte de una “lista negra” y posteriormente el secuestro, el asesinato, la desaparición, o la prisión.[5] Es en estos momentos en que el operator, el spectator y el spectrum llegan a relacionarse de manera trágica.

Por otro lado, en las “buenas fotos”, “el objeto habla”,[6] induce vagamente a pensar, “corre el riesgo de ser olfateado como peligroso”, porque las imágenes hacen reflexionar, sugieren sentidos distintos al de la letra. Por eso, en el fondo, la “Fotografía es subversiva y no cuando asusta, trastorna o incluso estigmatiza, sino cuando es pensativa” (Barthes, 1990, p. 81). Dejarse tomar una foto constituye una decisión trascendental. Por eso, cada vez que observamos o nos proponemos incorporar imágenes en las reflexiones históricas, antropológicas, sociológicas, es interesante hacerlo trascendiendo su mera función descriptiva o ejemplificadora de aquello que previamente hemos escrito sobre la situación o experiencia que estamos analizando. Es decir, dando lugar a esa foto ‘pensativa’.

Hace varios meses me encontré con algunas fotografías del interior de la fábrica tomadas en los años que iban desde su construcción en 1967 y hasta 1979 aproximadamente. Anteriormente, el trabajo de campo y la escritura había estado estructurado a partir de entrevistas etnográficas y observaciones, por lo cual inicialmente me parecieron útiles “para ilustrar” algunas situaciones estructuradas en el texto a partir de esos otros materiales de investigación.

Como se dijo antes, las imágenes a las que pude acceder, se dividen especialmente en dos grupos. Algunas habían sido publicadas en las Memorias y Balances empresariales. Seguramente habían sido elegidas especialmente con el propósito de ser mostradas a un público que valorara los logros de aquel ejercicio y de la cultura empresarial, me preguntaba entonces ¿podrían ser consideradas una especie de imagen publicitaria? Las otras, en cambio, se encontraban archivadas en la Biblioteca Nacional, en un fondo documental de una editorial que posiblemente pertenecía a un periódico local, y seguramente habían tenido otros fines, como dar cuenta de una de las más importantes “tomas de fábrica”[7] en la región. En el conjunto total de imágenes había hombres, mujeres, máquinas, espacios, planos. Todas de alguna manera expresaban relaciones de clase y género, mostraban jerarquías, roles, posiciones; relaciones entre varones y mujeres, pero también entre varones y varones, y entre mujeres y mujeres. En lo que sigue trataré de pensar estos hallazgos en esta clave relacional.

En ese sentido, uno de los autores más importantes para pensar la relación entre estructura y agencia, por un lado, y las relaciones entre cuerpo y género, en el marco de posiciones de clase y relaciones jerárquicas, ha sido Pierre Bourdieu. Sus teorías sobre la generación, reproducción y transformación del hábitus y la importancia de las prácticas, necesariamente corporizadas, invita especialmente a realizar análisis que develan las lógicas constructivas (que pueden tender a la reproducción o al cambio) en diálogo con procesos históricos, culturales, políticos y económicos. Bourdieu afirma que las diferencias sexuales son diferencias sociales naturalizadas y que el sexismo al igual que el racismo, étnico o clasista, busca atribuir diferencias sociales históricamente construidas a una naturaleza biológica. Para él, el sexismo es el esencialismo más difícil de desarraigar, ya que encuentra fundamento aparente tanto en las apariencias del cuerpo como en los efectos enteramente reales que ha producido en el cuerpo y en la mente, es decir, en la realidad y en las representaciones de la realidad (Bourdieu, 1996, p. 28). En otro sentido, la antropóloga Rita Segato ha avanzado en pensar las relaciones entre clase y género, para poder pensar aquellas “estructuras elementales de la violencia” y al mismo tiempo elucidar y dar cuenta de aquellas “pedagogías de la crueldad” (Segato, 2018, p. 11) que se construyen muy especialmente en el marco de las relaciones de clase y promueven esos “mandatos de masculinidad”, que portan en muchos casos mensajes “moralizadores” (p. 59). Algunas de estas nociones y reflexiones estarán presentes a la hora de interpretar las imágenes y sus contextos.

Ahora bien, el presente artículo consta de tres apartados que pretenden sustentar un argumento que va desde el análisis sobre cómo y por quiénes han sido o no visualizadas/fotografiadas las mujeres y varones en Propulsora, hacia un análisis que intenta poner en diálogo estas fotografías con los testimonios sobre experiencias laborales y sindicales, para dar cuenta que muchas veces este entrecruzamiento de imágenes, puntos de vista y experiencias, permite acceder a aspectos no explorados previamente en el propio proceso de investigación, y que ponen en el centro la importancia del género y la clase- como estructuradores de esas relaciones.

 

Las fotografías tomadas por la empresa de “Las mujeres y los hombres de Propulsora”[8]

 

En este apartado se revisan las fotografías aparecidas en las Memorias empresariales publicadas en formato de revista. Hasta el momento de recibirlas, nunca había visto mujeres “en” Propulsora Siderúrgica. Inicialmente, me parecieron fantásticas para dar cuenta de su existencia. Si bien había accedido a algunos álbumes de mis entrevistados, referían a reuniones o eventos en su mayoría fuera de la fábrica, ocurridos con posterioridad a la dictadura y en las que se encontraban únicamente varones.

Cuando en las entrevistas preguntaba a los obreros por las mujeres trabajadoras de Propulsora, hacían referencia a su escaso número (de 10 a 20 mujeres, respecto de un colectivo que había llegado a cerca de 2000 trabajadores) y los lugares en los que trabajaban, especialmente administración y enfermería. Por otro lado, se hacía referencia a que casi nunca se cruzaban con ellas porque estaban en naves separadas, y a varias cuadras de distancia de los talleres más lejanos. La administración, se encontraba ubicada en la entrada al predio, al costado del estacionamiento. Ellas no compartían muchos espacios con los operarios, tampoco estaba permitido y no era bien visto que circularan por fuera de los ámbitos que les correspondía. Más bien se relacionaban con el personal de administración y las gerencias.

Lo que sabía de ellas era que a pesar de ser pocas, tenían roles importantes en la organización: trabajaban en la recepción, estaban a cargo del sector de “beneficios” que recepcionaba pedidos de los operarios (en circunstancias vitales como nacimientos, casamientos, inicio escolar, fallecimientos), o habían sido contratadas como psicólogas en recursos humanos para realizar las entrevistas a los trabajadores ingresantes. Finalmente, habían sido mencionadas en enfermería. Todas tareas que, al decir de una trabajadora de fines de los años 90, eran mayormente realizadas por mujeres por sus características “más humanas”.[9]

Solamente en una de las primeras Memorias de la historia empresarial las de 1971/1972[10] hubo fotos que mostraban a “Las mujeres y los hombres de Propulsora”,[11] todos y todas en su condición de trabajadores y trabajadoras. En las memorias previas, las imágenes referían principalmente a la construcción de la plana y en las memorias posteriores el foco estuvo puesto en el desempeño del personal jerárquico de la empresa en reuniones y mesas de trabajo; o en el proceso productivo específicamente vinculado al laminado y bobinado de chapa donde podía verse algún obrero. Llamativamente, en la Memoria 1976/1977 las mujeres volvieron a estar presentes, pero esta vez como madres, en espacios recreativos promovidos por la empresa, y en campamentos para hijos e hijas.[12]

En plena dictadura militar, y especialmente a partir de 1979 y al menos hasta inicios de la democracia, las Memorias dejaron de incluir fotografías. En ningún momento se explicita el motivo de tal decisión editorial, pero lo cierto es que las imágenes de personas relacionándose entre sí o frente a las máquinas, daban cuenta de la existencia de relaciones sociales de producción. Se mostraba así el sustento del trabajo humano y material que estaba detrás de aquellos números propios de los balances contables que expresaban activos, pasivos, cantidad de toneladas producidas al cierre de la actividad.

Las relaciones sociales, con sus jerarquías y distinciones, sus condiciones desiguales aparecían allí en un movimiento contrario al que Marx definiría como una de las características del fetichismo de la mercancía (Marx, [1975] 1999, pp. 87-88) y que impide el desarrollo de la conciencia de las condiciones de explotación.

Una aclaración necesaria antes de comenzar el recorrido por las fotografías es que opté por una estrategia expositiva donde inicialmente se describen con cierto detalle, para luego poder realizar una interpretación propia.

La mayoría de las imágenes en que aparecían mujeres eran retratos o composiciones donde la presencia humana resultaba fundamental. Los retratos pueden entenderse como una “empalizada de fuerzas”, donde “cuatro imaginarios se cruzan, se afrontan, se deforman. Ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte” (Barthes, 1990, p. 45).

Entonces, frente a estos retratos ¿cuáles habrán sido aquellas fuerzas? ¿cómo se conformaron? más allá del objetivo inicial del fotógrafo empresarial. En la Memoria 1971/1972 aparecían mujeres trabajando solas; otras junto a varones jerárquicos; varones operarios y finalmente, una composición de fotografías del momento de refrigerio de distintos trabajadores y trabajadoras de la empresa.

Las imágenes arriba expuestas muestran mujeres en sus puestos de trabajo. La fotografía en color iniciaba una sección titulada “Las mujeres y los hombres de Propulsora”, en la que se afirmaba que “con su inteligencia, su optimismo, su espíritu de colaboración y su voluntad de trabajo, han permitido a la empresa obtener los resultados que se comentan en la memoria”.[13]

En esa primera fotografía a color hay dos mujeres jóvenes, delgadas, con el pelo suelto, ambas peinadas, levemente maquilladas, y que respondían a un canon de belleza. Visten soleras cortas, estampadas con flores de colores claros (blanco, rosa y rebordes negros), polleras cuadrillé y camisa, zapatos al tono, tacos no muy altos. De mangas largas, por lo que se podría pensar que, si bien están en una estación fresca, el clima de la oficina es templado. Las dos están paradas, lapiceras en mano, escriben algo sobre unos papeles. La oficina amplia parece ser una recepción. Sobre el escritorio llega a visualizarse un teléfono. Las otras imágenes, también muestran mujeres en sus puestos de trabajo. Todas ellas delgadas, elegantes y que responden a un canon de belleza, la mayoría lleva pelo largo y suelto.

En la superior izquierda hay dos mujeres sentadas en un escritorio, encargadas de un telecomunicador. En la superior derecha, se ven oficinas contiguas, con separadores vidriados. La imagen principal muestra una mujer parada, y al otro lado del escritorio, un hombre también parado. En el momento de ser fotografiada parece estar hablando por teléfono, con una mano sujeta el tubo telefónico y la otra mano se encuentra apoyada en una abrochadora. En los escritorios llegan a verse teléfonos, un artefacto que pareciera tener botones lumínicos, agendas o cuadernos, lapiceros. Frente a ella, el hombre parado se encuentra en actitud de espera. De fondo, en la oficina contigua, se ven seis o siete hombres sentados alrededor de una mesa de reuniones. Parecen estar en una posición de escucha, mirando hacia uno de ellos.

La foto inferior izquierda, muestra una mujer de expresión risueña, sentada sobre su escritorio, hablando por teléfono. Llegan a verse una máquina de escribir eléctrica, y una máquina que podría ser una calculadora, una agenda abierta, y papeles varios.

Finalmente, en la inferior derecha, se ve a una mujer en un primer plano que pareciera encontrarse en movimiento con una carpeta abierta entre las manos. Mira de frente a la cámara, de fondo un espacio de trabajo decorado con cuadros.

Una segunda serie de fotografías, muestra a varones jerárquicos en plena labor. A la izquierda se ven siete hombres alrededor de una mesa, en una oficina decorada con cuadros de la planta. Uno de ellos en la cabecera, y tres de cada lado de la mesa. Todos tienen una pila de papeles a los que miran y algunos toman notas sobre ellos.  El que está en la cabecera, evidencia tener un lugar destacado, no sólo por encontrarse en la posición central de la fotografía, sino por el rol superior que parece ocupar frente al resto. A diferencia de los escritorios de las mujeres, los escritorios de los varones están llenos de ceniceros, cigarrillos, encendedores, y al menos dos de ellos se encuentran fumando.

 

Cuadro de texto: Composición de fotografías. Fuente: Memoria y Balance 1971/72.

La mesa sobre la que trabajan es una mesa de madera, pero con un vidrio tan limpio, que hasta se refleja el rostro de uno de ellos. Todos, pareciera, están vestidos con traje y corbata. A la derecha, se ve la misma oficina, pero el foco está puesto en el hombre que estaba sentado a la cabecera de la mesa, solo que ahora se le ha acercado una mujer que lo asiste, con una de sus manos se apoya en el respaldo de la silla y con la otra toma el papel, donde él le señala algo con una lapicera. Ella, elegante, con un vestido estampado, se mantiene parada inclinada levemente sobre él, en su mano izquierda llega a verse un anillo que pareciera ser una alianza matrimonial.

En esa misma Memoria empresarial hay otras fotografías de maquinarias y varones. Una vez, durante el trabajo de campo, un obrero expresó una frase muy significativa: “la máquina tiene un operario”.[14] Esta imagen verbalizada transporta, entre otras cosas, a la imponencia de las maquinarias frente a los operarios, rodeados de bobinas que pesan toneladas y son tan altas como personas, puentes grúas capaces de levantarlas, hornos en los que el acero fluye como un río incandescente.  Si bien valdría la pena describir más fotografías en detalle, me voy a limitar a realizar una breve descripción de una de ellas.

Cuadro de texto: Composición de fotografías. Fuente: Memoria y Balance 1971/72.En la imagen izquierda, se ve en primer plano una bobina de acero. Detrás de ella, un operario, sentado en un banco de trabajo. Está vestido con remera y pantalón de tela de mameluco, y lleva casco. Pareciera tener una lapicera en una de las manos, y en la otra, un cigarrillo encendido. Su mirada se dirige al papel que tiene entre sus manos. Frente a él hay una especie de atril donde llegan a verse algunos papeles, que a la distancia parecen ser planos. Está sentado frente a una maquinaria que lo rodea casi enteramente. Llegan a verse al menos 4 relojes y botones lumínicos. Este tipo de fotografías donde sobresale la presencia imponente de maquinarias y procesos productivos complejos, se encuentran muy presentes en aquellas primeras memorias.

Finalmente, otro grupo de fotografías muestran trabajadores y trabajadoras en sus horarios de almuerzo o refrigerio, en los que se intuye la existencia de diversas jerarquías. Del lado izquierdo, se muestra a un grupo de obreros, comiendo pan o un sándwich en lo que pareciera ser un vestuario con bancos de madera. El espacio parece pequeño y da la sensación de que no hay lugar para muchos trabajadores más. Ellos están todos vestidos con mamelucos con el logo de la empresa, cascos, la mayoría parados y no miran hacia la cámara. Las fotografías de la derecha, que en el original se muestran en la página siguiente, muestran un salón comedor, amplio, con mesas y sillas en las que pueden sentarse al menos 4 personas.

En una de las imágenes llegan a contabilizarse 16 mesas. En las mesas hay una mayoría de varones, aunque también pueden verse algunas mujeres. Todos y todas se encuentran vestidas elegantemente, los varones con camisa y pantalón de vestir, las mujeres con sus vestidos, blusas y polleras. En el salón hay parlantes, lo que indica que tal vez sonaba música ambiente o radio. Algunos varones miran hacia la cámara cuando son fotografiados, al igual que algunas mujeres, que incluso, esbozan una sonrisa.

Las fotografías elegidas por la empresa para mostrar las relaciones laborales, dialoga fuertemente con una imagen de “gran familia” construida en aquellos años que fue drásticamente cuestionada en los años previos a la dictadura militar por “los hombres y las mujeres de Propulsora”, algo que retomo brevemente en un apartado posterior. Las mujeres se muestran dispuestas, serviciales, asistiendo a los varones, en muchos momentos paradas junto a ellos. Utilizan pequeñas herramientas adecuadas a sus manos más “delicadas” y a sus aparentemente mejores aptitudes para un tipo de tareas: teléfonos, telecomunicadores, abrochadoras, máquinas de escribir, carpetas, planillas. Siempre, bien vestidas, elegantes, amables, en actitud de servicio (Queirolo 2015).

Entre los varones retratados, distingo, al menos, dos grupos: los jerárquicos y los operarios. Los jerárquicos están rodeados de otros jerárquicos, aunque seguramente con diferentes rangos, llevan papeles, están en actitud de lectura o análisis de documentos, dan indicaciones a mujeres, o esperan la asistencia y/o atención femenina. A su vez, se los muestra almorzando cómodamente en salones ambientados especialmente a tal fin, donde comparten el espacio con las empleadas. A los operarios, en cambio, se los muestra rodeados de maquinarias, sentados en bancos de trabajo, o comiendo algo de parados o sentados en bancos colectivos en lo que pareciera ser un vestuario o un espacio que no está ambientado especialmente a tal fin.

Hay una serie de separaciones que pueden leerse en las fotografías elegidas. En primer lugar, ninguna fotografía muestra operarios y empleadas mujeres juntos. Las mujeres se muestran cercanas a los empleados jerárquicos y en el marco de relaciones armónicas, amables, de convivencia. Sus cuerpos jóvenes y dispuestos sugieren por otro lado el respeto hacia los varones que las circundan. Tampoco se muestra relación alguna entre varones jerárquicos y operarios. Pareciera que no existiera relación entre ellos en el espacio de trabajo. Sí se muestran los claros contrastes de vestimenta, de espacios de trabajo y la disposición de los cuerpos, que asocia a los operarios como dispositivos de las maquinarias, habitando espacios mucho más incómodos que los dispuestos para empleados jerárquicos y mujeres. Las intersecciones y entrecruzamientos entre clase y género construyen una Memoria empresarial con relaciones y jerarquías, con fronteras que parecieran ser impermeables entre un mundo obrero ocupado por varones y un mundo más cercano a la clase capitalista ocupado por jerárquicos y mujeres que conviven en armonía.

 

Otras fotografías de mujeres y hombres “en” Propulsora y el recuerdo obrero de la participación de las mujeres

 

Existen otras fotografías, que presento a continuación, que no han sido sacadas por la empresa, sino por fotógrafos de medios gráficos,[15] que posteriormente han sido archivadas y que expresan otras formas de habitar y relacionarse en el espacio fabril. En ellas, se muestra un espacio de trabajo que ha sido apropiado y resignificado. En este sentido, y retomando las nociones de Barthes éstas podrían considerarse “subversivas”, pensativas, que “hablan demasiado”. Se seleccionaron cuatro fotografías:

 

Fotografías tomadas el 24 de mayo. Fuente: Editorial HOY S.A. Colección Nro.2891 Archivo Biblioteca Nacional

 

Todas las fotografías remiten a uno de los momentos cruciales de la historia sindical de las y los trabajadores de Propulsora Siderúrgica: una “toma de fábrica” ocurrida en el mes de mayo de 1974. Esa medida de lucha se había decidido en una asamblea multitudinaria y reclamaba por mejores condiciones de trabajo y salario, y por el reconocimiento por parte de la empresa de una comisión interna representativa, elegida democráticamente por una gran mayoría de trabajadores, pero que no había podido asumir la conducción, debido a las acciones fraudulentas por parte del oficialismo de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica) y de la empresa.

 

Fotografías tomadas el 25 de mayo. Fuente: Editorial HOY S.A. Colección Nro.2896 Archivo Biblioteca Nacional

 

 

Fotografías tomadas el 25 de mayo. Fuente: Editorial HOY S.A. Colección Nro.2896 Archivo Biblioteca Nacional

 

Fotografía disponible en: https://www.anred.org/2019/09/02/propulsora-siderurgica-otra-fabrica-senalada-como-centro-clandestino-de-detencion/ Accedido: 17/3/21

 

Diversos trabajos dan cuenta de este momento fundamental en la historia sindical de este colectivo obrero, que no sólo tuvo como consecuencia una profundización de la organización sindical en la planta, sino una profundización de los conflictos entre capital y trabajo. Este proceso de organización fue protagonizado por activistas sindicales que en la mayoría de los casos eran además militantes de organizaciones políticas y organizaciones político militares, y tuvo como corolario una fuerte represión (Palma, 2008; Ducid, 2014; Venero, 2017). Si bien la “toma de fábrica” duró algunos días, los meses de conflicto se extendieron entre mayo y septiembre de 1974: En un documento de DIPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires) se listó a los principales dirigentes sindicales que conformarían la nueva comisión interna y sus militancias políticas. De los 10 trabajadores que se mencionaban,[16] al menos 8 tuvieron que irse de la planta y/o fueron perseguidos en los meses previos o durante la dictadura. Dos de ellos fueron asesinados y uno aún se encuentra desaparecido (Esponda, 2020a).

Volviendo sobre las imágenes, dos fueron tomadas dentro de uno de los galpones de la fábrica y la otra en el exterior, sobre el camino donde se encuentra la entrada principal de la empresa. En la primera, pueden verse claramente algunos rostros de quienes estaban participando en ese momento de la toma de fábrica. Al menos 6 mujeres encabezan un grupo enorme de varones, algunos de ellos apoyados sobre una gran bobina de acero. Por el tipo de iluminación parecen estar de noche. Los rostros de 5 de ellas son claramente reconocibles. Visten sobretodo, chaquetas, vestidos, polleras, aunque se puede ver que una de ellas lleva pantalón, algo que no había ocurrido en las fotos empresariales. Todas, menos una se encuentran sonrientes. Una incluso parece estar gritando o cantando. Detrás de ellas decenas o cientos de obreros, con sus mamelucos y cascos, las rodean. Muchos se encuentran sonrientes. Posan para la foto con sus brazos en alto, sus dedos en V, aplaudiendo o levantando sus cascos, como símbolo característico de su identidad como trabajadores.

La segunda fotografía, tomada desde uno de los lugares más altos de la nave, muestra una gran cantidad de obreros reunidos. Se distinguen cascos, maquinarias, y un vehículo dentro del galpón. También llega a leerse una señalización que indica “Trabajos para máquinas”. Las máquinas y bobinas, han sido utilizadas como tarimas desde donde los obreros miran hacia la cámara, levantan sus brazos, simplemente conversan o probablemente, cantan. Muchos están sonrientes. Al mirar minuciosamente mediante una ampliación la fotografía, llegan a verse al menos dos grupos de 4 o 5 mujeres, mezcladas con los varones, algunas distinguibles con sus carteras colgadas del brazo.

Finalmente, en la tercera se muestran banderas apostadas en medio de la noche en las cercanías de la entrada al predio, de mujeres y otros trabajadores y trabajadoras de la región que dejaron constancia de su participación en la toma. En una de ellas puede leerse un mensaje claro: “Esposas y familiares de obreros de Propulsora presentes. Adelante compañeros. Por 100.000 pesos de aumento”. La otra bandera, expresaba la solidaridad y el apoyo de trabajadores y trabajadoras del Astillero: “Astilleros con Propulsora. Lista Marrón”.[17] La última imagen, de menor calidad, es de origen desconocido, puede haber sido tomada por algún participante o cronista del momento, y tiene la potencia de mostrar una de las banderas sostenida muy probablemente por quienes las pintaron y protagonizan: esposas y familiares de los obreros.[18]

Al mirar estas fotografías surgen una serie de interrogantes, que no habían sido objeto de reflexión previamente. ¿Cómo fue habitado ese espacio laboral durante la toma de fábrica? Las imágenes muestran una utilización casi festiva del espacio: rostros alegres, dedos en V y puños en alto, la utilización de las bobinas como tarimas, la disposición de los cuerpos alegres a posar colectivamente para una foto que inmortalizaba ese momento de lucha. A partir de entrevistas pude enterarme que las asambleas se realizaban cada 4 o 6 horas para “mantener el espíritu de lucha”.[19] Algunas se realizaban en las naves, otras en los jardines, se ocupaban distintos espacios de la fábrica, incluso en algunas imágenes (no incluidas aquí) pueden verse reuniones en pasillos de los edificios de la administración. En aquellos días, además, se burlaron los límites controlados por las fuerzas públicas, entre el adentro y el afuera de la fábrica. Quienes estaban afuera lograban “entrar” del exterior lo necesario para el sostenimiento de la medida, como bolsas de alimentos que eran recolectados y distribuidos por cerca de 40 esposas, que organizaban la logística junto a otros trabajadores y gente cercana, como el reconocido “cura Chicho” que no estaban en la toma o tenían la posibilidad de entrar y salir. Según el recuerdo de los trabajadores, las esposas no habían ingresado a la toma de fábrica.

Los compañeros encargados de entrar las bolsas debían hacerlo por los límites laterales del predio, atravesando los alambrados y el campo, sin ser vistos.[20] Sin embargo, más allá de algunas pocas menciones, y si bien es algo a profundizar en adelante, las referencias a las esposas también eran escasas en las entrevistas y referían principalmente a dificultades de convivencia surgidas a partir de los tiempos excesivos destinados a la fábrica o a la militancia; así como de sus preocupaciones en momentos de lucha que los salarios podrían verse reducidos, o en momentos de crisis económica, en los cuales, incluso habrían tenido que trabajar para complementar los ingresos familiares. Las esposas, en estos casos eran mencionadas especialmente como las guardianas de que las provisiones materiales necesarias lleguen a los hogares, pero escasamente se las consideraba compañeras de lucha. Las pocas esposas con las que había tenido relación tampoco habían considerado que sus historias y experiencias no entraban dentro de mis intereses de investigación, que tenía en el centro las experiencias sindicales de sus maridos.[21] En un primer momento, tampoco se mencionaban mujeres trabajadoras participando de la toma, sin embargo, una vez, sin muchas certezas, un grupo de obreros llegó a contarme que había habido mujeres “adentro”, aunque no recordaban quienes eran, expresando además dificultades colectivas para profundizar en su recuerdo:

 

Omar: ¿vos te acordás el nombre de las chicas, las chicas que se llevaron?

Ramón: ¡la tiene con las chicas!

Omar: ¡yo la tengo porque son desaparecidas y tienen que figurar en algún lado!

Raúl: (…) sí la que llevaron que decís vos era la rubia que manejaba los teléfonos,

Omar: sí, estaba la rubia, estaba la flaca, la flaquita

Raúl: una rubia alta que estuvo cuando tomamos los siete días, se pasó 5 días manejando el conmutador.[22]

 

Esta conversación entre obreros que participaron de la toma, muestra una tensión manifiesta entre los que pretenden recordar quiénes era esas mujeres y que rol habían tenido en la toma, y cierto fastidio por parte de otros ante la insistencia de esa pretensión. Aquellas mujeres que habían cumplido un rol en esa lucha, fueron olvidadas o invisibilizadas, aún a sabiendas o presumiendo de que algunas de ellas habrían sufrido la represión dictatorial. Con la fuerza material de las fotografías donde la presencia femenina es notable e imposible de negar, y frente la pregunta de quiénes eran esas mujeres que participaron de la toma, las respuestas de dos entrevistados fueron disímiles, pero a la vez inseguras, inciertas.

Uno de ellos dijo que seguramente “Esas serían cuadros políticos de algún sector de izquierda, [porque] están muy bien vestidas”.[23] Otro, dijo que habrían ido a apoyar la toma, en un momento crucial, “para la foto”, y que después se habrían ido, porque “las mujeres no tuvieron la menor incidencia”.[24] Sin embargo, surgen otras ideas contradictorias como cuando él mismo la duda respecto de que “no sé si algunas de esas que están ahí no es de las empleadas de recursos humanos, en ese caso por eso las habrán rajado también, no solamente por lo que hicieron sino por estar en la foto”.[25] Poco a poco algunas anécdotas abren interrogantes sobre otras posibles prácticas y roles de las mujeres; o la participación de las mujeres compañeras en algunas asambleas y momentos clave de la toma:

 

Yo llegué a conocer a [nombra a tres compañeras] Y esas sí acompañaron el tema de la toma algunos días , pero no iban siempre adentro de la planta nada y si iban a las asambleas, se quedaban en los costados ellas, pero eran muy pocas porque la mayoría de administración que había no eran muy militantes, digamos, eran muy… algunas con mucha simpatía por la empresa siempre, como prácticamente trabajaban juntos, porque administración estaba pegado a gerencia general, a relaciones laborales, y había una cuestión de cercanía y amistad, todo eso viste?[26]

 

Es notable cómo frente a preguntas que pretendían profundizar la identidad posible de esas mujeres, las respuestas tendieron a posicionar a esas mujeres como a) externas al colectivo laboral, b) apoyando, pero con poca o nula incidencia en la medida de lucha, c) que “no eran muy militantes”, o d) que tenían cercanía y amistad con las jerarquías empresariales. Lo incierto, lo contradictorio retorna al discurso de uno de estos trabajadores al decir de una trabajadora que recuerda “no era militante, pero era muy amiga nuestra, de todos los trabajadores … estaba en la parte donde recibían los bonos de… de sociales, de remedios, de todas esas cuestiones sociales que hacía la empresa, de los campamentos, de las colonias”[27] y además era la pareja de un trabajador que fue delegado en los 80.

Un aspecto que se trabaja más adelante en este artículo, es la idea de la “cercanía” de algunas mujeres con la gerencia, como algo negativo u opuesto a la militancia. Sin embargo, esta idea puede ser resignificada a la luz de otras experiencias. Una de ellas retomada desde la voz actual de una trabajadora de aquellos años, que logró reconstruir de manera generizada su experiencia laboral y militante. En cambio, la voz de los varones que participaron de la toma, hasta el momento, está atravesada fuertemente por una construcción donde la hegemonía masculina en ese momento de lucha, se presenta incuestionable.

Evidentemente, para reconstruir las experiencias y el lugar ocupado por las mujeres, debí buscar y construir otros registros distintos a los que estaba habituada en mi trabajo de campo, y al mismo tiempo, recuperar unos pocos y breves relatos que dejaron colar la existencia de mujeres que cumplieron roles militantes en aquellos años.

 

Disputas ideales, materiales y prácticas “subversivas” en los intersticios de la estructura empresarial

 

Hasta ahora se presentaron una serie de imágenes, se las describió y se ensayaron algunas posibles interpretaciones en diálogo con los diversos puntos de vista de los actores (empresariales y/o obreros). En este apartado me gustaría plantear que tanto unas construcciones como otras constituyen campos de disputas materiales e ideales, luchas por la imposición de la visión legítima (Bourdieu, 1988), pero que, al profundizar en ellas, aquellas visiones cristalizadas comienzan a mostrar grietas y contradicciones propias de este campo de batalla simbólico y material.

Muchos trabajadores han mencionado a Propulsora como una gran “familia” o como “Mamá Propulsora”. Diversos materiales empresariales de los primeros tiempos (publicidades, manuales de comportamiento, boletines, memorias y balances, y registros archivados de juicios laborales) (Esponda, 2020a) dejan rastros de las dinámicas jerárquicas internas pretendidas por la empresa. La empresa se erigió desde el inicio como “dadora” de beneficios y progreso a la comunidad y a las familias. Inicialmente las relaciones laborales se basaron en una idea rectora: si bien existían jerarquías, era posible construir relaciones armónicas y de mutua colaboración entre patrones/jefes y trabajadores, y entre patrones/jefes y trabajadoras.

La idea de la “gran familia” se apoyaba también en la incorporación de nuevos empleados que tenían lazos familiares con los que habían ingresado previamente: hermanos, compadres, cuñados, o algunos hijos. Por otro lado, inicialmente algunas esposas, hermanas o simplemente mujeres conocidas y recomendadas, se incorporaban a los pocos puestos femeninos vacantes. Esta idea de familia también estaba construida a partir de la conducción de Agostino Rocca, que apodado como el “gran viejo”, firme, “viril”, generoso, era la imagen del creador, del padre de Propulsora Siderúrgica.

Una de las herramientas de comunicación para consolidar esta construcción fue un breve boletín llamado “Propulsorito”,[28] cuyo ícono era un dibujo infantil, que representaba a alguien trabajando a un ritmo excesivo, aunque se mostraba casi sonriente. Su cuerpo sugerentemente estaba delineado a partir de la forma de la famosa “cebolla” de Propulsora, tanque de agua característico de la empresa. Es llamativo que, si bien el personaje tenía nombre masculino, vestía una especie de pollera y las actividades que realizaba eran las típicamente encargadas a las mujeres.

 

Estos boletines ofrecían información sobre eventos, beneficios, festejos, capacitaciones y trasmitían una serie de valores promovidos entre sus empleados: la creencia religiosa, el apego a tradiciones criollas, la importancia de la familia, el reconocimiento de la empresa y su fundador, el respeto por las fuerzas policiales y militares, así como la participación obrera dentro de un esquema jerárquico. Esto se reafirmaba en las primeras Memorias y Balances de la empresa donde se exponía que la “situación laboral” y el “clima de relaciones con el personal es óptimo”, y agradecían al personal que no se hayan perdido horas de trabajo por conflictos (Memoria y Balance 1971-1972).

Sin embargo, esta “armonía” se afirmaba en una visión obrera -que posteriormente entró en crisis- que veía las figuras masculinas de mayor jerarquía como una “corte de tipos” a respetar e incluso temer. La estructura piramidal, iba desde la presidencia, pasando por las gerencias, las jefaturas y estructuras de supervisión, hasta llegar a los operarios. Complementariamente, esta configuración familiar se nutrió de una imagen femenina muy fuerte: la empresa, que desde sus inicios fue construida como mujer, “la que te cuida, te protege, te da el camping, ¡te da la teta va! Vos la querés a mama”.[29] Los obreros eran, en algún sentido, los hijos menores de esa gran familia, los “propulsoritos”. El esquema, se realizó especialmente partiendo de dos tipos de subordinación: la de las mujeres frente a los varones, ya que principalmente tenían que dedicarse especialmente a las tareas del hogar o en el esquema empresarial a asistir a los varones; y la de varones de menor jerarquía frente a varones de mayor jerarquía. Si bien se trataba de un esquema ideal, que no siempre se correspondía con la experiencia, parece haber tenido cierta incidencia en trabajadores que afirmaban que no querían que “sus” mujeres trabajaran fuera del hogar, y consideraban que gracias a los “buenos” salarios que cobraban, y que eran una de las principales reivindicaciones sindicales, serían los encargados de proveer a sus familias.

Según la experiencia de una trabajadora que trabajó entre los años 90 y 2000 en la empresa, pero que además se había casado con un obrero tercerizado de Propulsora, cuyo padre había trabajado toda la vida allí, y cuya madre había sido ama de casa, las mujeres trabajadoras de Siderar en general sólo llegaban a trabajar “hasta los 40”, porque la empresa les pedía una disponibilidad de tiempo completo y cuando quedaban embarazadas o tenían mayor carga en el trabajo doméstico eran despedidas o debían renunciar. Además, hasta podían ser consideradas “putas” por algunas de las esposas, ya que existía la fantasía de que ellas podían tener relaciones sexuales con sus esposos (Queirolo, 2015). Por otro lado, y de manera contradictoria, eran convocadas para sectores y tareas más “maternales” como atender a los varones de mayor jerarquía, escuchar o entrevistar a los obreros, visitar a las familias, y contener al dar malas noticias como -podía ser- un fallecimiento en planta por un accidente de trabajo. Esas mismas características “afectivas”, “maternales” eran las que derivaban, tarde o temprano, en su expulsión de la empresa –ya sea directa o indirectamente al no reconocerles sus derechos frente al embarazo, la lactancia, el cuidado de familiar a cargo, etc. Se reforzaba así que ciertos espacios, funciones y/o responsabilidades no eran para ellas, o lo eran en momentos en los que aún no tenían tantas responsabilidades domésticas, reforzando el ideal de domesticidad y de la maternidad como un destino natural e ineludible (Andújar, 2017).

Como planteó Segato (2003), “La moral y la costumbre son indisociables de la dimensión violenta del orden jerárquico” (p. 17) y en este caso ambas, moral y costumbre, operaron de manera ambivalente ya sea para incluir y/o excluir a las mujeres de la estructura productiva. Asimismo, si se acepta que las diferencias sexuales son diferencias sociales naturalizadas que buscan atribuir diferencias sociales históricamente construidas a una naturaleza biológica (Bourdieu, 2000), trabajo y cuerpo resultan indisociables en el campo de las experiencias laborales y en los dispositivos que ciertos poderes, como los patronales despliegan para lograr la reproducción del orden. Estamos en este mundo a partir de mapas cognitivos que condicionan las formas de estar; y que en contextos de trabajo se expresan en las dicotomías: mujer/varón, joven/adulto, madre/no-madre, obrero/a/patrón (Needham, 1963; Mary Douglas, 1973). En este caso concreto, para las mujeres, hasta hace muy poco tiempo, estaba vedado el trabajo en las líneas de producción o talleres mecánicos.[30] Estos mapas que condicionan las formas de estar en el mundo conforman lo que Scheper Hughes y Lock (1987) llamaron cuerpo social, un cuerpo que es un nudo de estructura y acción, de experiencia y economía política.

Lo que quisiera remarcar en este artículo es que si bien este tipo de estructuras naturalizadas, construidas, hechas cuerpo, han sido una de las bases donde pudo apoyarse la empresa para proponer un tipo de relación idealmente armónica y jerárquica, también estaban siendo utilizadas, resignificadas y subvertidas desde un sector de las propias bases.

Si bien en la actualidad muchos obreros no reconocen o pueden identificar de la misma manera que lo hacen con sus compañeros varones, el rol de las mujeres y las relaciones de género en la estructuración de la conflictividad fabril en los años previos a la dictadura, en aquellos años de radicalización política, de politización de jóvenes, esos atributos ideales de género y clase fueron utilizados incluso en acciones de inteligencia contra la empresa. La “cercanía” con la empresa de algunas de aquellas mujeres fue parte de las relaciones de poder y se puso a jugar en los conflictos entre capital y trabajo. Esto, que fue algo inaceptable para el poder empresarial, culminó en un proceso de subordinación del cuerpo individual y del cuerpo social al cuerpo político (Scheper Hughes y Lock, 1987), por medio de la violencia y la represión ilegal, llevada a cabo tanto por estructuras estatales como empresariales.

La consolidación de una organización sindical de base en el lugar de trabajo, en un contexto regional de creciente radicalización política y con una fuerte presencia en la planta de las principales organizaciones políticas revolucionarias comenzó a poner en tensión esa construcción empresarial respecto de que podrían entablarse relaciones armónicas en la compañía. (Esponda, 2020b).

A partir de dos experiencias concretas y relacionadas, la de Beatriz y la del “Gaucho”[31] intento reflexionar sobre el hecho de que más allá de las construcciones pretendidas por la empresa e incluso de los recuerdos actuales de los obreros sobre el pasado, existieron otras prácticas obreras, que desde las bases lograban burlar incluso ámbitos que se consideraban “más cercanos” a la empresa, en términos de las relaciones cotidianas y de clase, como los sectores de trabajo de las mujeres y del personal jerárquico.

Beatriz,[32] una joven nacida en Lomas de Zamora, se radicó en La Plata de niña cuando sus padres decidieron mudarse a esta ciudad. Su madre era maestra, su padre empleado bancario y también le “llevaba los libros” a una empresa local. Beatriz entró a estudiar en uno de los colegios secundarios más prestigiosos de la ciudad. Mientras hacía el secundario concurría a la Parroquia de las Victorias, donde adquirió una formación “tercermundista”. Ese grupo de jóvenes, comenzó a plantearse la militancia e incluso la lucha armada. Su trayectoria integró el estudio con la militancia territorial y sindical.

 

En el 74 empiezo a estudiar psicología. En el 75 sigo psicología e ingreso a medicina, y curso en el 75 psicología y medicina (…) y empiezo a trabajar en Propulsora. ¿Cómo? No sé… No sé, pero yo tengo constancia documentada de que lo hice [nos reímos].

Además, en el año 74, militaba en Villa Detri, Ensenada, donde de hecho había conocido al “Negro”.[33] La propuesta de ir a Propulsora a trabajar, le llegó porque el Gaucho Garín,[34] quien se desempeñaba como supervisor en Propulsora, era muy amigo de su compañero y militaban en el mismo ámbito.[35]

 

Respecto de su ingreso a Propulsora recordó:

 

El perfil que buscaban era gente joven, tenías que saber tipear, yo había hecho a los 14 años en un verano el curso en la Pitman… esto de que el Gaucho fuera supervisor, fuera personal superior, hubieran esos contactos, incluso yo ahora no me acuerdo el nombre, pero era… yo iba de parte de fulano, no decía que era parte del Gaucho, era alguien que pasaba el dato, entonces había que invocar que te habías enterado a través de fulano, que era un poco el que… yo imagino que así como entré yo, debe haber entrado otra gente.[36]

 

Para ella su ingreso en la planta era una “una tarea” que le habían asignado desde su organización política. Fue aceptada para trabajar como secretaria en la gerencia de Techint Constructora, para cubrir a dos secretarias, que se alejaban del ámbito laboral para dedicarse exclusivamente al ámbito doméstico: una iba a tener familia y la otra que se casaba. Recuerda que la consigna era que “ser muy buena trabajando” y ocultar su militancia, “Yo era una señorita que entraba a trabajar como secretaria. La señorita Beatriz”. Su función era asistir como secretaria al gerente, y alguna otra tarea puntual que se le encomendara, siempre cercanas a las jerarquías empresarias:

 

…supongo que el Gaucho tuvo en cuenta, por el perfil, que era importante porque iban a venir unos… un ingeniero francés que venía a hacer un trabajo importante en planta y que iban a necesitar traducciones … Una de mis tareas ahí era traducirle al ingeniero este francés, le leía porque a él le interesaban mucho las noticias… Algunas veces lo tenía que acompañar a planta, a los talleres e irle traduciendo… asique en ese caso salía de la oficina, casco, y me iba a recorrer.[37]

 

Esas eran las tareas oficiales. Sin embargo, paralelamente tenía a cargo otras tareas, que desempeñaba de manera secreta para su organización:

 

…cuando empezó el conflicto con Techint Constructora, yo trataba de escuchar toda la información que podía y pasaba información, contaba lo que yo escuchaba de las conversaciones, lo que podía chusmear de los papeles, toda la información que podía aportar a los compañeros sobre que pasaba con ese conflicto[38]… Digamos en fábrica esa era mi tarea, había volanteadas y demás, pero yo de esas cosas no participaba.[39]

 

Su tarea política pasaba desapercibida en un espacio en el que compartían oficinas, o estaban separadas, como se aprecia en las fotografías por estructuras vidriadas.

 

Estábamos todos en esas oficinas vidriadas que nos veíamos todos, nos escuchábamos, cuando este hablaba por teléfono y puteaba ´¡no! ¡Vamos a aguantar tres días más, a mí no me van a hacer doblar el brazo!´, yo lo estaba escuchando porque el gritaba vidrio por medio. Además, pensá que ahí no había ni intercomunicadores, ni hablaban por celular, era por los internos… yo levantaba el teléfono y escuchaba lo que hablaban del otro lado, si hablábamos por la misma línea, él hablaba bajito, yo levantaba el teléfono y lo escuchaba.[40]

 

Hacia fines del 75, la organización ya había considerado que Beatriz pudiera ser incorporada directamente en la estructura de Propulsora, a partir de un puesto vacante en la secretaría de la gerencia, para lo cual incluso ya había rendido un examen. Su relación con el Gaucho, reconocido militante montonero entre sus compañeros y uno de los dirigentes de la coordinadora de gremios en lucha de La Plata, Berisso y Ensenada, había sido muy puntual. Había tenido una “cita” con él en ocasión de su ingreso a la planta, pero a partir de allí la información se la trasmitía a su responsable. En esas reuniones no estaba el Gaucho, porque “yo calculo que el Gaucho sería el responsable de mi responsable”.  El mecanismo era el siguiente

 

…yo funcionaba en un ámbito, en una unidad, junto con algunos compañeros que eran sí de Propulsora, que trabajaban en Propulsora, que para esa época ya nos reuníamos en lugares a los que llegábamos cerrados, yo no sé en qué casa nos reuníamos.[41]

 

El Gaucho cumplía una función diferencial, entre otras cosas por sus posibilidades y su rol como supervisor. Pertenecía al gremio de supervisores la Asociación de Supervisores de la Industria Metalmecánica de la República Argentina (ASIMRA), pero tenía una vinculación estrecha con los trabajadores y militantes pertenecientes a la UOM. Entre las funciones que la mayoría de los trabajadores militantes le reconocen, estaba la de hacer inteligencia dentro de la empresa:

 

…el perteneció a un sector de ingeniería industrial, donde había varios ingenieros… Para nosotros cumplió una misión muy fuerte que era la inteligencia que se necesitaba para saber cómo eran los despachos y los encargos, la salida y la reserva de las distintas medidas de chapa … bajar la presión de trabajo en un sector y no en otro y nosotros definíamos a qué fábrica iba la chapa.[42]

 

La tarea del Gaucho fue reconocida como importante. Sin embargo, para este mismo trabajador, las mujeres no habían tenido “la menor incidencia”, invisibilizando que el Gaucho se nutría de informaciones que muchas veces le llegaban indirecta o directamente de las “amigas” que tenía en administración:

 

Antropóloga: ¿Y ustedes, cuando estaban como delegados no recibían información de estas mujeres que estaban al lado de la gerencia?

Ramón: [afirma] la relación que tenía el Gaucho Garín, porque el Gaucho era supervisor, entonces el Gaucho entraba ahí a gerencia y administración, alguna amiga tenía ¿viste? Y ahí nos enterábamos si iba a entrar barco, si entraba barco arrancaban los conflictos y si no iba a haber barco no, porque era un conflicto donde íbamos a perder ¿viste? Teníamos información ¿viste?[43]

 

Los recuerdos, permeados por las relaciones de género y las jerarquías que allí se intuían y constituían, impiden la reflexión sobre el rol ocupado por muchas mujeres en aquellos años, como así también las causas por las que muy probablemente sufrieron despidos, represión y cárcel. Es el caso de Beatriz que enseguida retomo, pero también de otras dos mujeres psicólogas, egresadas de la Universidad Nacional de La Plata, que fueron sospechadas de dejar entrar trabajadores con alto grado de conflictividad, por lo que fueron posteriormente despedidas. Sin embargo, aún a pesar de ese recuerdo, se pone en duda el lugar activo y/o “combativo de la vida de aquellas mujeres”.

 

La empresa echó a dos o tres de las que estaban en ese momento en recursos humanos porque eran las que nos hacían los test psicológicos, y las culparon de que ellas no habían detectado que entrábamos todos nosotros, eso ya desde el año 69 en adelante, es como que a ellas se les pasó o de que presentaban dudas de que tenían algún sentido más combativo de la vida y nos dejaron ingresar a propósito … Yo te digo que en general, lo que se les acusa es de que ellas no detectaron el nivel de conflictividad que había en nosotros, como si fuera una enfermedad ¿no? … Entonces ellas o lo hicieron porque era parte de su cultura ideológica o lo hicieron porque se les escapó …  Nosotros no tuvimos ninguna relación con ellas, cero.[44]

 

A pesar de que este recuerdo abre la puerta a una posible participación femenina en la militancia sindical, al mismo tiempo cierra la posibilidad de relación entre los activistas sindicales varones y ellas. En todo caso, se “culpaba” a las psicólogas por haber dejado ingresar trabajadores con un algo “nivel de conflictividad”. Desde esta perspectiva, la mirada se posa en “ellos” y no en el rol que “ellas” pudieron haber ocupado en ese hipotético hecho de “haber dejado ingresar”.

La experiencia de Beatriz y del Gaucho tiene la capacidad de tensionar visiones iniciales sobre las relaciones de género y clase en la planta en aquellos años. En ambos casos, la “cercanía” con la empresa pudo ser utilizada en tareas de inteligencia para definir estrategias de lucha. El Gaucho, como supervisor tenía información y la utilizaba para la organización, al mismo tiempo que podía incidir indirectamente en la incorporación de militantes. Beatriz, con todos los atributos vinculados a su edad, género y pertenencia social, pudo conseguir uno de los pocos puestos para mujeres de este grupo empresario. Junto a un visible y turgente activismo sindical, hubo espacio para que desde aquellos puestos considerados más cercanos a la empresa se realizaran tareas importantes para la militancia. Algo que la empresa no perdonó. Tanto Beatriz como el Gaucho sufrieron la represión en carne propia.

Beatriz fue secuestrada el 5 de abril de 1976, de su puesto de trabajo en Techint Constructora, ante los ojos de sus compañeros y autoridades. Personas de civil que pasaron sin ningún inconveniente, ni fueron sometidos a los fuertes controles a los que eran sometidos los y las trabajadoras en aquellos días,[45] la esperaron en su oficina, miraron una foto carnet que tenían guardada en un paquete de cigarrillos, comprobaron que era ella, la encapucharon y la metieron en el baúl de un auto apostado dentro del predio. Pasó por Centros Clandestinos de Detención, y varias cárceles, hasta terminar en la cárcel de Devoto, desde donde fue liberada recién en julio de 1980.

El Gaucho tuvo que dejar de ir a trabajar entre fines de 1975 y principios de 1976, pasando a una “semi clandestinidad”.[46] No sólo había sido amenazado por organizaciones de ultraderecha, sino que, en enero de 1976, integrantes de la CNU (Concertación Nacional Universitaria) habían asesinado a dos militantes y trabajadores de la planta, Salvador “Pampa” De Laturi y Carlos Scafide. Un día fue a Buenos Aires y la organización le ordenó quedarse allí porque se encontraba en peligro. Viviendo en Buenos Aires, en plena dictadura militar participó del armado de la CGTR (CGT en la Resistencia). Su compañera, militante montonera, quien había parido en soledad a una beba cuyo padre y su compañero había sido asesinado en Mar del Plata por la CNU, estuvo toda su vida intentando reconstruir el destino del Gaucho. Sabía que había sido secuestrado en el trayecto entre Buenos Aires y Rosario. Muchos años después y gracias a un integrante del Equipo Argentino de Antropología Forense, se supo que pasó por el Centro Clandestino de Detención “Garages Azopardo”. Ella pudo saber por un testimoniante que el día que el Gaucho llegó a ese Centro Clandestino de Detención, las fuerzas policiales festejaron.

 

Conclusiones

 

Este artículo me resultó un desafío y una apuesta. Por un lado, partió de un proceso largo de investigación, pero, sin embargo, me vi involucrada en revisar críticamente cómo había construido y utilizado ciertos materiales de campo, como entrevistas, observaciones y fotografías.

En primer lugar, las entrevistas y observaciones anteriores habían puesto el centro en el espacio fabril y en las formas de organización sindical. Inicialmente había intentado entrevistar a algunas esposas, pero no me había resultado fácil entrar en las casas y conversar con ellas. En muchas situaciones, ellas creían que era poco lo que tenían para contar, respecto de sus maridos, que eran quienes concurrían a la fábrica diariamente. También me resultó difícil que los trabajadores me hablaran de ellas. Las pocas menciones a las mujeres trabajadoras de la empresa eran más bien generales, imprecisas, y por otro lado, indicaban una presencia ínfima, sumada a una falta de vinculación cotidiana. Por otro lado, las referencias a las esposas habían sido escasas y muy puntuales, posicionándolas en muchos momentos como las guardianas de que las provisiones e ingresos lleguen a los hogares.

Asimismo, había subestimado las posibilidades que abrían otros materiales, como las fotografías, especialmente para reflexionar sobre algo que “naturalmente” podría pasar desapercibido por tratarse de una fábrica con mayoría casi absoluta de trabajadores varones: el rol de algunas trabajadoras de la empresa y su relación con el fuerte activismo sindical de los años previos al Golpe de Estado y la represión posterior; como así el lugar que habían ocupado algunas esposas en las luchas sindicales de aquellos años.

Esta revisión me permitió una reflexión renovada sobre intereses de investigación previos: cuáles habían sido las estrategias empresariales para intentar moldear un colectivo de trabajo a sus propias necesidades productivas y cuáles habían sido las prácticas obreras, que en muchos casos, de manera pública, pero en otros de manera oculta, velada, o directamente clandestina, se opusieron y encontraron maneras de construir sus propias estrategias de lucha y acción sobre la base -incluso- de esas estructuras jerárquicas. Pero también, me permitió repreguntar a este caso de estudio y a ese trabajo de campo, por las relaciones, que en el proceso se habían vuelto más claras y visibles, entre clase y género. Volver críticamente sobre entrevistas antiguas, permitió imaginar y emprender nuevas conversaciones y encuentros. Estos encuentros iluminaron las serias dificultades que persisten para poner en el centro que tanto las relaciones de género son estructuradoras de las experiencias de clase, como así también son estructuradas por estas últimas. Sin embargo, los contextos laborales concretos, permiten valorar la mirada relacional, aún en situaciones que, a simple vista, pueden parecer inicialmente opacas.

La utilización de las fotografías, me permitió poner en el centro algo que parecía inexistente. En primer lugar, la presencia de las mujeres en esa planta fabril y, en segundo lugar, la decisión de muchas de ellas de realizar un acto trascendental: posar para el operator. Muchos años después, esas imágenes habían permitido “el retorno de lo muerto”, o peor aún, de lo que parecía casi no haber existido nunca. Aquellas mujeres fotografiadas se convirtieron -al decir de Barthes- en el spectrum, que, a partir de ese momento activo y trascendental, muchos años después, resultó clave para comenzar a reconstruir una escena, una realidad, una experiencia que, en algún punto, había sido mutilada en una de sus partes. Sin embargo, esa reconstrucción sólo es posible, tal vez muchos años después de haber incluso encontrado esas fotografías, a partir de otra de las prácticas fundamentales que definió Barthes y que remite al acto de mirar.

Entre quienes vivieron aquellos años, recorrieron diariamente las oficinas y talleres, o plantaron banderas de apoyo a las luchas obreras, algunos y algunas han podido volver a observar aquellas fotografías con otra mirada, distinta, que permitió comprender un poco más aquellas experiencias y seguramente se preguntó por el rol y la posición de aquellas compañeras y esposas, que aún tras décadas de invisibilización, hacían su aparición nuevamente en aquellas imágenes. Otros, en cambio, persisten en la idea de que nada tuvieron que ver aquellas mujeres “cercanas” en el devenir de la lucha y la represión de aquellos años. Seguramente nuevas miradas serán posibles a través de nuevos diálogos situados en un espacio y en una temporalidad que los hace posible.

En ese sentido, me gustaría realizar una reflexión que está más allá y más acá de los objetivos del artículo. En Argentina, mi generación y las previas, aquellas y aquellos que nacimos previamente o durante la última dictadura militar, hemos vivido el genocidio de madres y padres, hermanos y hermanas, masacradas/os, torturados/as y desaparecidas/os por igual, sin distinción de género. Pero violadas, ultrajas, vaciados violentamente sus vientres nacientes, robados y apropiados sus bebes nacidos/as en cautiverio, las mujeres sufrieron la violencia genocida y la violencia de género. Aún estábamos tratando de develar las profundidades de ese mensaje “moralizador” del terrorismo de Estado -parafraseando a Segato-, cuando entre el protagonismo y la admiración hemos visto surgir un movimiento verde, violeta, naranja que lucha por el fin de la violencia y el comienzo de la igualdad, al grito de consignas cantadas o escritas en pancartas como “Vivas nos queremos”, “ni una menos”, “este cuerpo es mío, no se toca, no se viola, no se mata”; “violencia no es amor”; “abajo el patriarcado”, “ni puta por coger, ni presa por abortar, ni muerta por intentar”, “machismo mata, capitalismo también”, entre tantas otras. Seguramente no es un surgir, sino un resurgir, una re-construcción de algo que viene de muy lejos, desde las mismas estructuras, por fin más iluminadas. Un movimiento semejante, resurgente, convoca directamente al replanteo de nuestras preguntas de investigación y a una revisión crítica del propio proceso de trabajo y aprendizaje.

 

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Recepción: 31/03/2021

Evaluado: 28/04/2021

Versión Final: 18/05/2021

 



(*) Licenciada, Magister y Doctora en Antropología Social (Universidad Nacional de Misiones). Investigadora en el Área de Economía y Tecnología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Docente regular adjunta e investigadora (Universidad Nacional Arturo Jauretche). Argentina. E-mail: aleesponda@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-0516-8721

[1] Propulsora Siderúrgica, actual Siderar Ensenada perteneciente al Grupo Techint, inició sus actividades en 1969. En 1992, formó parte mayoritaria del consorcio que adquirió SOMISA, en el proceso privatizador que tuvo lugar a principios de 1990 y que desde 2001 integra el complejo Ternium. Junto a Acindar, Techint comenzó a monopolizar el mercado del acero, a partir de la última dictadura.

[2] Una de las grandes etnografías influida fuertemente por la corriente de “cultura y personalidad” desarrollada por Ruth Benedict, fue la de la antropóloga Margaret Mead [1939] (1993).

[3] Los nombres de las y los entrevistados han sido cambiados, excepto el de las y los trabajadores que han sido víctimas del terrorismo de Estado.

[4] Quisiera agradecer especialmente al grupo de investigadoras e investigadores presentes en el dossier por los intercambios que nutrieron este trabajo, hicieron que cambiara de rumbo, para encontrar un nuevo camino en el abordaje de las preocupaciones iniciales; y muy especialmente a Andrea Andújar y Victoria Basualdo, que fueron un estímulo constante para repensar nuestros trabajos y enriquecerlos a partir del trabajo colectivo. Agradezco también la generosidad de Felipe Venero -historiador que investiga sobre esta empresa- que compartió conmigo documentos y fotografías hallados en su trabajo de archivo. Agradezco especialmente a Beatriz Horrac con quien nos sentamos horas a mirar las fotografías y conversar sobre ellas, y sobre su experiencia en la planta. Por supuesto agradezco a todos y todas las entrevistadas e interlocutoras sin las cuales sería imposible la construcción de conocimiento. Finalmente agradezco a Daniela Yutzis, por sus aportes y reflexiones a la hora de repensar este trabajo.

[5] Se me ha observado que esta afirmación sobre el “poder mortífero” de ciertas fotografías es imprecisa ya que en determinadas ocasiones reporteros gráficos han ocultado su material, guardándolo por años, teniendo un efecto salvador sobre las personas fotografiadas. Similarmente, cineastas han sacado sus films de circulación pública para resguardar a las personas que allí aparecían. Sin embargo, esos hechos no niegan el “poder mortífero” de algunas fotografías, sino que por el contrario, lo reafirman, al tiempo que el ocultamiento de ese material ha logrado poner al resguardo la integridad de las personas fotografiadas en contextos extremadamente represivos. Por otro lado, sería un error asociar ese poder mortífero del que hablaba Barthes con quien tomó la fotografía. En este sentido podrían encontrarse muy diferentes operators, que no necesariamente tenían objetivos persecutorios. Un testimonio judicial resulta representativo: la hermana de un trabajador de la empresa Propulsora Siderúrgica, secuestrado en su domicilio y asesinado por personal armado y uniformado el 19 de febrero de 1976 contó que su hermano, Daniel Rayson Midon, había viajado a Salta con Carlos Scafide (otro trabajador secuestrado y asesinado el 13 de enero de 1976), y que “su hermano estaba preocupado porque se habían llevado de lo de Scafide un álbum de fotos”, donde posiblemente había fotografías suyas (Esponda, 2020: 155).

[6] Barthes se refiere al sentido, las reflexiones, pensamientos que determinadas fotografías tienen la capacidad de provocar en el spectator, aunque esto no significa negar el carácter activo de quien está construyendo una interpretación, como tampoco se puede negar el carácter activo del operator o del spectrum.

[7] Nos referimos a una medida de lucha en la cual las y los trabajadores tomaron, es decir, ocuparon las instalaciones de la fábrica, para forzar que los empresarios oyeran muchas de sus demandas.

[8] Cursivas mías.

[9] Marisa, trabajadora que se desempeñó durante más de 10 años en el sector de “Beneficios” desde fines de los años 90. Entrevistada por Alejandra Esponda el 28 de julio de 2019.

[10] Las Memorias anuales revisadas comprenden desde el año 1967 hasta 1983. La única memoria que no pudo ser revisada fue la correspondiente al período 1972/73.

[11] Cursivas mías.

[12] Como remarcaron autoras como Filc (1997), Jelin (sin fecha y 2010) y Andújar (2014), la familia ocupaba un lugar central en el régimen militar, y asignaba roles definidos para los varones como proveedores y para las mujeres como madres, en un rol subordinado, obediente, y a la vez guardianas de la moral cristiana. Estas mismas características estuvieron presentes en las biografías empresariales sobre el fundador y padre de la empresa, el ex militar italiano, Agostino Rocca. Sin embargo, tal como lo ha notado esas mismas autoras, como así también Débora D´Antonio (2011 y 2015), la dictadura ha tenido una retórica pública que contrastaba fuertemente con prácticas que promovieron no sólo por la ruptura violenta de los lazos familiares y entre madres e hijos/as, por medio del asesinato, el robo de bebés, o el alejamiento forzado por medio de la cárcel, sino incluso por medio del financiamiento de toda una serie de producciones cinematográficas que proponían una serie de valores y esquemas opuestos a los planteados discursivamente. Estas contradicciones también delinearon un espacio de resistencia y denuncia de la violación de derechos humanos, que tuvo como protagonistas a mujeres y madres, que tejieron otras prácticas y discursos, aún en contextos sumamente represivos.

[13] Memoria y Balance 1971/1972, pag.11.

[14] Marcelo, Trabajador que ingresó en Propulsora desde el año 1973 y tomó el retiro voluntario para formar una empresa luego tercerizada por Siderar en el año 1993. No tuvo militancia sindical en la planta. Entrevista realizada por Alejandra Esponda el 24 de noviembre de 2010.

 

[15] Las fotografías fueron tomadas por un fotógrafo de la ciudad de La Plata, corresponsal de la Editorial Hoy S.A. Archivo de la Biblioteca Nacional.

[16] Archivo DIPBA. Asunto Propulsora Siderúrgica de Ensenada. Caja 1989, carpeta 39, legajo 33, tomo II.

[17] Se trata de una bandera de los y las trabajadoras del Astillero Rio Santiago. La Lista Marrón era una lista combativa que había disputado la conducción del Astillero, enfrentándose a facciones del sindicalismo que no consideraban representativas de la mayoría.

[18] Esta imagen puede descargarse de diversas páginas de internet. Disponible en: https://www.anred.org/2019/09/02/propulsora-siderurgica-otra-fabrica-senalada-como-centro-clandestino-de-detencion/

[19] Ramón, ex trabajador gruista. Trabajó entre 1969 y 1991. Fue delegado fabril e integrante de la Comisión Interna. Conversación telefónica con Alejandra Esponda,  26 de febrero de 2021.

[20] En varias de las entrevistas realizadas surgieron estas anécdotas sobre las prácticas en los días de toma. Entrevista colectiva a 7 trabajadores y entrevistas individuales realizadas por Alejandra Esponda, entre los años 2005 y 2006. Conversaciones telefónicas con 2 trabajadores participantes de la toma en febrero y marzo de 2021, con motivo de la escritura de este artículo.

[21] Una experiencia similar fue retomada por la antropóloga Fernanda Figurelli (2021) en su trabajo de campo en una antigua propiedad rural brasilera.

[22] Conversación entre tres trabajadores. Entrevista colectiva realizada por Alejandra Esponda, año 2006.

[23] Ramón, Conversación telefónica con Alejandra Esponda, 26 de febrero de 2021.

[24] Norberto, ex trabajador e integrante de la Comisión Interna que condujo la toma de fábrica de 1974. Conversación telefónica con Alejandra Esponda, 28 de febrero de 2021.

[25] Norberto, Conversación telefónica con Alejandra Esponda, 28 de febrero de 2021.

[26] Ramón, Conversación telefónica con Alejandra Esponda, 26 de febrero de 2021.

[27] Ramón, Conversación telefónica con Alejandra Esponda, 26 de febrero de 2021.

[28] Los Boletines no están disponibles en bibliotecas o archivos, sino que algunos han sido compartidos por los propios trabajadores de sus archivos personales.

[29] Martín, trabajó en Propulsora Siderúrgica desde el año 79 hasta el 91, formó una de las empresas posteriormente por Siderar, que cerró a principios del 2000.  Entrevistado por Alejandra Esponda el 6 de diciembre de 2006.

[30] Cfr.: https://www.0221.com.ar/nota/2020-9-20-10-18-0-por-primera-vez-en-la-historia-una-mujer-fue-contratada-como-operaria-en-ternium-ensenada

[31] Quedan para futuros análisis materiales de campo que darían cuenta de las relaciones entre este “adentro” y el “afuera” de la fábrica, entre las casas y las fábricas, constitutivas de las experiencias obreras.

[32] Beatriz, ex trabajadora de las oficinas de Techint Constructora en Propulsora Siderúrgica. Entrevistada por Alejandra Esponda el 19 de febrero de 2021.

[33] Su compañero, “el negro”, había trabajado en Propulsora hasta el año 1971 aproximadamente, después fue trabajador de Astilleros Rio Santiago, hasta aproximadamente el año 1973. Actualmente se encuentra desaparecido.

[34] El Gaucho, militante montonero, fue secuestrado y desaparecido el 9 de diciembre de 1976, luego de varios meses de haber dejado de trabajar en Propulsora Siderúrgica por encontrarse amenazado.

[35] Beatriz, Entrevistada por Alejandra Esponda el 19 de febrero de 2021.

[36] Beatriz, Entrevistada por Alejandra Esponda el 19 de febrero de 2021.

[37] Beatriz, Entrevistada por Alejandra Esponda el 19 de febrero de 2021.

[38] Conflicto de la gente de la construcción contra Techint. No fue un conflicto de Propulsora, pero como se necesitaba que esa obra avance, “plantar un conflicto ahí era molestar bastante”.

[39] Beatriz, Entrevistada por Alejandra Esponda el 19 de febrero de 2021.

[40] Beatriz, Entrevistada por Alejandra Esponda el 19 de febrero de 2021.

[41] Beatriz, Entrevistada por Alejandra Esponda el 19 de febrero de 2021.

[42] Norberto, Conversación telefónica con Alejandra Esponda, 28 de febrero de 2021.

[43] La entrada de los barcos indicaba la llegada de materia prima para procesar, una información sensible para iniciar una medida de lucha. Ramón, Conversación telefónica con Alejandra Esponda, 26 de febrero de 2021.

[44] Norberto, Conversación telefónica con Alejandra Esponda, 28 de febrero de 2021.

[45] Los trabajadores debían pasar por varios controles desde que ingresaban al predio hasta llegar a sus puestos de trabajo. En primer lugar, en la puerta estaban apostados militares con una lista. Si estaban en ella, eran directamente detenidos. Si, en cambio, no estaban, eran acompañados hasta sus taquillas, que eran revisadas a punto de fusil. En caso de encontrar volantes, revistas o cualquier material sospechoso de “subversión”, también eran detenidos. (Esponda, 2020b)

[46] Susana, compañera de el Gaucho. Entrevista realizada por Alejandra Esponda el 28 de febrero de 2021.