El Partido Comunista de Argentina y el Frente Popular en 1935: el inicio de un cambio estratégico y la relación con socialistas y radicales

 

 

Gabriel Omar Piro Mittelman(*)

 

Resumen

 

El objetivo de este trabajo es analizar el impacto político que tuvo la adopción de la estrategia de “Frente Popular”, postulada en el VII Congreso de la Internacional Comunista (IC), en el Partido Comunista de Argentina (PC) durante los meses previos y posteriores a la Conferencia Nacional de Avellaneda, realizada en octubre de 1935, donde se cristalizó aquella orientación. Nos detendremos en los elementos de cambio respecto de la etapa precedente, para contrastar la interpretación de los comunistas sobre el régimen político inaugurado tras el golpe de septiembre de 1930 y los actores que lo involucraban, particularmente el Partido Socialista (PS) y la Unión Cívica Radical (UCR). Así, buscaremos aportar a lo que consideramos una vacancia historiográfica en los estudios sobre el comunismo argentino, aportando un análisis político y discursivo de su desenvolvimiento a partir de la adopción de la estrategia frentepopulista.

 

Palabras Clave: Partido Comunista; Frente Popular; Antifascismo; Partido Socialista; Unión Cívica Radical.

 

 

The Communist Party of Argentina and the Popular Front in 1935: the beginning of a strategic change and the relationship with socialists and radicals

 

Abstract

 

The objective of this work is to analyze the political impact that the adoption of the "Popular Front" strategy, postulated in the VII Congress of the Communist International (IC), had on the Communist Party of Argentina (PC) during the previous months and after the Avellaneda National Conference, held in October 1935, on which that orientation crystallized. We will focus on the elements of change regarding the preceding stage, to contrast the communist interpretation of the political regime inaugurated after the coup of September 1930 and the actors that were involved in it, particularly the Socialist Party (PS) and the Union Radical Civic (UCR). Thus, we will seek to contribute to what we consider a historiographical vacancy in the studies on Argentine communism, providing a political and discursive analysis of its development from the adoption of the Popular Front strategy.

 

Key words: Communist Party; Popular Front; Anti-fascism; Socialist Party; Radical Civic Union.

 


 

El Partido Comunista de Argentina y el Frente Popular en 1935: el inicio de un cambio estratégico y la relación con socialistas y radicales

 

Introducción

 

Desde el punto de vista político, los años de entreguerras fueron moldeando el mapa de alianzas y bloques que se consolidaron en la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, el cambio de rumbo adoptado por la Internacional Comunista (IC) tras su VII Congreso en 1935, a partir de las tesis presentadas por su Secretario General, el comunista búlgaro Gueorgui Dimitrov (1954), significó un hito, un momento de ruptura en la política internacional de aquel momento. En dicho congreso, el comunismo, actor imprescindible en el escenario internacional del periodo, con un fuerte peso sindical y organizativo en los movimientos obreros de la mayoría de los países del mundo, abandonó la política llamada de “clase contra clase”. Esta, basada en la negativa a entablar cualquier compromiso con los partidos socialdemócratas por considerarlos “socialfascistas” (Camarero, 2011), dio lugar a una estrategia que establecía un acercamiento tanto con los partidos “democráticos” como con los sectores “progresistas” de la burguesía, en función de combatir conjuntamente al fascismo.

Este acercamiento se tradujo tanto en la formación de plataformas políticas y electorales con pretensión de gobierno -luego efectivizadas, como en Francia (Guerin, 2013) o Chile (Barnard, 2017), en alianza centralmente con los socialistas- como en la concreción de bloques políticos y militares para combatir al fascismo, como en España durante la Guerra Civil. En segundo lugar, significó la revisión de las políticas locales de cada una de las organizaciones comunistas ante el avance de las ideologías nacionalistas.

En este trabajo se analizará la forma particular en que impactó la adopción de la estrategia frentepopulista en el Partido Comunista de Argentina, durante los meses previos y posteriores a la Conferencia Nacional de Avellaneda, realizada en octubre de 1935, donde se cristalizó aquella orientación.

Para ello, partimos de reafirmar la relevancia de este partido para la vida política y sindical del periodo. Su creciente inserción en el mundo sindical (Durruty, 1969; Godio, 1988; Aricó, 1979 y 1987; Korzeniewicz, 1993; Horowitz, 2004), y en el medio obrero en general (Camarero, 2008; Ceruso, 2015) desde mediados de la década del 20; sus aportes a la conformación de una cultura obrera durante el periodo (Camarero, 2007); sus vinculaciones con el mundo intelectual (Pasolini, 2005; Cattaruzza, 2007; Petra 2018) y el movimiento de mujeres (Valobra, 2015; Norando, 2020), hablan de una organización arraigada en el entramado social del periodo. Por lo tanto, el estudio de sus orientaciones políticas, la medición de su impacto sobre otros actores sociales y políticos, y sus consecuencias en el desarrollo de la organización, aportan a una visión sobre los debates e ideas que circulaban en unos algunos medios sociales, y entre los trabajadores en particular, a mediados de la década del 30.

Respecto del giro frentepopulista del PC en particular, este ha sido analizado en varios casos tangencialmente, respecto de su impacto en el mundo sindical (Godio, 1988; Matsushita, 1986), desde su influencia en las formas de inserción de los comunistas en los lugares de trabajo (Ceruso, 2010); a través de su impacto en el mundo intelectual (Pasolini, 2005; Cattaruzza, 2007; Petra, 2018); desde la formación de un espacio anti fascista en Argentina (Bisso, 2006), o desde una visión más global del desarrollo comunista durante el periodo (Camarero, 2007 y 2008), entre otros.[1] Por lo tanto, existe una vacancia historiográfica en cuanto a investigaciones que aborden específicamente el desenvolvimiento político y discursivo del PC a partir de la adopción de esta estrategia en el medio local.

Para contribuir en esta perspectiva, el objetivo de este trabajo es analizar el discurso y el desempeño político del PC en el inicio de la estrategia frentepopulista. Para ello, escrutaremos los elementos de cambio en relación a la etapa precedente, para contrastar la interpretación de los comunistas respecto del régimen político inaugurado tras el golpe de septiembre de 1930 y de los actores que lo involucraban. Pese a que los rasgos generales del viraje estuvieron dictaminados por las resoluciones de la Internacional Comunista, buscaremos aportar una visión, poco explorada por la historiografía, que enfatice en las fricciones que los comunistas argentinos debieron afrontar para trasladar las directivas de aquel organismo a la realidad local y las variables de la coyuntura nacional que entraron en juego para su desenvolvimiento. A partir de ello, podremos analizar la influencia de las condiciones locales en la formación del discurso comunista en esta etapa y su interacción con otros actores, como el PS y la UCR.

Nuestra hipótesis es que la adopción de la estrategia frentepopulista por parte del PC impactó centralmente en su redefinición del régimen político argentino y de los actores que lo componían, implicando en ello tres aspectos. Por un lado una precisión sobre su definición del fascismo a nivel local, asimilado ya no con las clases propietarias en su conjunto, sino con algunos actores específicos. Junto con esto, una búsqueda por parte de los comunistas de integrarse a ese régimen político, priorizando la táctica electoral como una vía para concretar el “Frente Popular”. Finalmente, el viraje implicó cambios significativos en el desarrollo de sus relaciones con la Unión Cívica Radical y con el Partido Socialista, marcadas en esta primera etapa por el desencuentro entre las expectativas del PC respecto a una alianza con estas fuerzas y las intenciones de las mismas.

Para abordar esta hipótesis dividiremos nuestro trabajo en tres secciones. En primer lugar analizaremos la relación del PC con el régimen político, sus caracterizaciones y cambios de orientación respecto de la política nacional. En el segundo y tercer apartado reportaremos los cambios que se pueden detectar en la visión de los comunistas sobre el Partido Socialista (PS) y la Unión Cívica Radical (UCR) por tratarse de los principales actores interpelados por el comunismo en su cambio de estrategia, y por su peso político, tanto en la escena política nacional, como en el mundo sindical.

Utilizaremos como fuente principal La Internacional, órgano del Partido Comunista en esa etapa, así como las actas y transcripciones de los Congresos y Conferencias comunistas del periodo, que serán contrastados con publicaciones como La Vanguardia, y otras de tirada nacional del mismo periodo.

 

Hacia una redefinición del régimen político

                                                

Colocar la mirada sobre la visión del PC respecto del régimen político, entendido como las formas que adquiere la organización estatal, no sólo desde el punto de vista institucional, sino en cuanto a la dinámica entre las clases sociales en su interior, no es una elección azarosa. Podríamos decir, esquemáticamente, que si el giro hacia la orientación frentepopulista supuso el abandono de la estrategia de “clase contra clase” (Lvovich y Fontichelli, 1999; Camarero, 2008 y 2011), basada en la idea de la “inminencia” de la revolución mundial producto del declive capitalista, y el enfrentamiento decisivo entre fascismo y comunismo (excluyendo a los partidos socialdemócratas y sectores medios considerados reaccionarios), el eje de análisis de los comunistas pasó de lo económico a lo político. Es decir, una transición desde el análisis de la estructura de clases de la sociedad argentina- caracterizada en el periodo anterior como latifundista, dependiente del imperialismo, con una burguesía local subordinada a éste y una pequeño burguesía reaccionaria- hacia un análisis donde el eje empezó a estar puesto menos en las clases sociales, y más en la división entre fascistas y antifascistas, democráticos y dictatoriales y entre progresistas y reaccionarios. O dicho de otra manera, una concepción que dándole continuidad a la idea de “revolución por etapas” del periodo anterior (y por ende al programa político anti latifundista y anti imperialista), avanzaba hacia una aceptación de la colaboración de clases como condición necesaria para la lucha contra el fascismo, reemplazando la oposición fascismo y comunismo, por la oposición fascismo y antifascismo.

La orientación política de “clase contra clase”, aplicada entre 1928 y 1935, supuso el ataque sistemático por parte del PC al resto del espectro político y sindical argentino, denunciándolo como fascista, social fascista o pro burgués. En los términos del periodo, estos epítetos eran equiparables en tanto el fascismo era entendido como un fenómeno de clase, ligado a la descomposición del capitalismo y su decadencia, y no como un fenómeno de masas que modificaba la relación entre los estados, tal como lo definió posteriormente el VII Congreso de la IC (De Felice, 1984). Al mismo tiempo, la democracia era entendida desde su carácter de clase, y definida centralmente como “democracia burguesa”. La defensa de las libertades democráticas estaba centrada no en la defensa del régimen democrático en sí, sino en la denuncia a los límites impuestos por el régimen para desarrollar una actividad política y sindical libre de censura y represión.[2]

En 1933 el PC consideraba que el régimen instaurado por el golpe de Estado de septiembre de 1930 se mantenía inalterado bajo la bandera del uriburismo, incluso tras la muerte del jefe militar, caracterizado como fascista.[3] En su Conferencia Nacional de aquel año, realizada en La Plata, el PC afirmaba que el conjunto de los partidos e instituciones del régimen no eran más que obstáculos para la lucha contra el uriburismo y, por ende, contra el fascismo: “cómo librar a las masas de la influencia radical, socialista y anarquista, que las aleja de la lucha, que las paraliza mediante la infiltración en ella de la ideología burguesa y pequeño burguesa (…) tal ha sido la preocupación de la conferencia”.[4] Pero no solo eran obstáculos, sino que eran socialfascistas, es decir, enemigos, en tanto el PS funcionaba como “una agencia de la política de las clases dominantes en el seno de la clase obrera (…)”,[5] en consonancia con su adhesión a la II Internacional, descripta del mismo modo.

Sin embargo, ya a comienzos de 1935 esta idea empezó a cambiar en el PC. Tras su “Plenum del Comité Central” de mayo, que resolvió la táctica de “la creación de un gran frente nacional y popular anti reaccionario antimonopolista anti feudal”,[6] y con motivo del día del trabajador, La Internacional, planteó sus aspiraciones de realizar una acción unitaria:

 

Si las fuerzas sindicales del proletariado se congregasen en una única central- la CGT por ser la central más fuerte-; si todos los partidos y organizaciones con arraigo en la clase obrera se uniesen en la acción por objetivos que son comunes (PS, PC, Organizaciones anarquistas, clubes básicos radicales, y demócrata progresistas, etc.) (…) entonces el proletariado y todo el pueblo trabajador, nada tendrían que temer al fascismo, de las huestes legionarias, de la reacción.[7]

 

Es decir, se trató de una definición que modificó la concepción del elemento reaccionario: ya no era el conjunto del régimen político, sino las “huestes reaccionarias” (identificadas con la Legión Cívica), y el fascismo local, que de allí en adelante se asociaron con todos aquellos que seguían sosteniendo el legado uriburista, en donde a veces el gobierno de Justo estaba incluido y otras era simplemente un cómplice (Camarero, 2008).

En este sentido, durante el año 1935, aparecieron permanentemente en la prensa comunista referencias a conspiraciones y preparativos para un golpe militar en clave fascista, que para el PC debían ser detenidos con una “acción democrática conjunta”.[8] El PC sostenía que esta amenaza no se debía tanto al peso de esta corriente entre las masas (para distinguirlo del fenómeno europeo, y a modo de justificar la analogía), sino a su fuerte vinculación con el fascismo internacional, identificado con el imperialismo alemán, al que se lo consideraba dispuesto a colaborar mediante sus empresas en el país,[9] sus medios de comunicación y sus vinculaciones en América Latina.

Se puede definir entonces que en estos meses el PC modificó su concepción de fascismo, pasando de ser identificado con la gran burguesía de conjunto, a ser referenciado con la facción uriburista, apoyada por el imperialismo alemán, quienes juntos obstaculizaban la democracia.

Con posterioridad a los hechos, en 1938, Orestes Ghioldi, en ese entonces uno de los principales dirigentes del PCA, haciendo un balance del periodo de “clase contra clase” y revindicando el giro hacia la política de “Frente Popular” ilustró este cambio de concepción: “¿Qué había detrás de estas posiciones? La incomprensión de las diferencias que existen entre la tendencia nacional reformista de la burguesía, que aún tiene ciertas posibilidades progresistas en su pugna contra la oligarquía y el imperialismo, y el block feudal-imperialista”.[10] Al mismo tiempo, señalaba de qué manera este cambio fue de la mano de una reconsideración de la democracia, ya no definida simplemente como “burguesa”, sino como una institución a defender frente al avance del fascismo y como parte de un legado de lucha en la historia nacional:

 

No supimos participar en la defensa de la ley Sáenz Peña (…) Tales errores (los cometidos durante el gobierno de Irigoyen) persistieron en los primeros pasos del gobierno de Justo. A la pregunta ‘¿Justo es la legalidad? ¿Es la normalidad constitucional?’ Respondimos que era la simple prolongación del gobierno de Uriburu. Lo real era que siendo Justo un gobierno de tipo reaccionario, no podía sin embargo, ser identificado con el de Uriburu. (…) De principios teóricos justos extraíamos conclusiones prácticas equivocadas y poníamos el signo igual entre democracia burguesa y fascismo. Las libertades democráticas existentes antes del 30 no eran completas. Pero eran una conquista indiscutible de las luchas de 120 años del pueblo argentino.[11]

 

Es decir, las libertades democráticas, que en el periodo anterior eran entendidas solo desde el punto de vista de la actividad del partido y de su acción sindical (libertad de huelga, de reunión, legalidad de la prensa partidaria, libertad de los presos políticos), pasaron a un plano social general, identificándose con el régimen democrático, la lucha contra el fraude y, sobre todo, contra una posible dictadura fascista. De este modo, ciertos sectores de las clases dominantes pudieron ser considerados “progresistas”, en tanto cumplían algún rol en la defensa de esas libertades democráticas.

Ahora bien, partiendo de la descripción de este viraje conceptual, surge la pregunta: ¿Por qué cambió el discurso incluso antes del VII Congreso de la IC y de su X Conferencia Nacional? Centralmente porque la política estatal de la URSS, cuyo eje estratégico había pasado a ser la defensa de la URSS bajo la concepción de “el socialismo en un solo país”, había cambiado. El triunfo de Hitler en 1933 y el posterior rearme en dirección expansionista por parte de Alemania, hizo temer a los líderes soviéticos por un eventual avance alemán desde el Oeste. En 1934 algunos hechos anticiparon el cambio de rumbo: en primer lugar la solicitud de la URSS de incorporarse a la Asamblea de las Naciones, antes descripta como un organismo imperialista, ante el riesgo de que se pusieran en cuestión los acuerdos de Versalles; en segundo lugar, el inicio de negociaciones diplomáticas con Francia para una defensa conjunta de estos acuerdos; finalmente y el más significativo, el acercamiento del Partido Comunista francés, al Partido Socialista de aquel país, en pos de la conformación de un “Frente Popular” (De Felice, 1984; Furet, 1995; Hobsbawm 2018).

Estos elementos, que en nuestro país dieron lugar a una reconsideración por parte de los comunistas sobre el riego del fascismo, se combinaron con hechos de la política nacional. El fraude electoral, la persecución política a los opositores, y la abstención electoral del radicalismo, que había permitido el asentamiento de los gobiernos de Uriburu, Justo y la Concordancia, comenzaron a debilitarse como mecanismos de funcionamiento del régimen. Como explica María Dolores Béjar, la abstención del radicalismo hasta 1935 les había permitido a los conservadores mantener su control sobre el gobierno provincial sin tener que recurrir a prácticas fraudulentas tan violentas como luego de 1935. Sin embargo, como señala la autora, “el abandono de las urnas por parte de los ciudadanos restaba legitimidad a los gobiernos” (Béjar, 1997, p. 86). Esta debilidad, se sumó al creciente consenso sobre los límites puestos por el gobierno de Justo a las libertades democráticas, y la necesidad de enfrentar el fraude electoral. A su vez, las persecuciones e ilegalidad del comunismo, empujaron al PC a ver en la incorporación del radicalismo al escenario electoral, una posibilidad de poner en el centro de su actividad política el reclamo por mayores libertades democráticas, empezando por el fin de su ilegalidad. Finalmente, las divisiones latentes en la Confederación General del Trabajo (CGT), y el aumento de la conflictividad social en 1935, llevaron a un acercamiento entre los sindicatos influidos por los socialistas y los comunistas, aun agrupados en el Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC). Teniendo en cuenta este escenario, podemos mencionar dos situaciones que marcan durante el año 1935 un cambio en la consideración del régimen político por parte del PC y que señalan el viraje en su orientación.

En primer lugar el asesinato del senador santafecino Enzo Bordabehere, tras las denuncias de corrupción en la exportación de carnes hecha por Lisandro de la Torre. Producto del asesinato en el senado, el Partido Demócrata Progresista (PDP) y el PS convocaron a un acto de repudio. La Vanguardia dedicó varias páginas diariamente a aquel mitin, que esperaban fuese masivo y el Comité Ejecutivo del PS resolvió crear una comisión especial para su organización, con el fin de hacer una gran demostración de fuerzas “contra la violencia política y por la paz”.[12] El Comité Central del PC, por su parte, resolvió convocar a ese acto con otras intenciones. Su consigna era: “(…) la necesidad de la conjunción inmediata de las fuerzas de izquierda”, entendiendo que “(…) este mitin no es aun la conjunción de la fuerzas de izquierda; pero puede ser un paso serio en este sentido”.[13] Es decir, el acto de Plaza Once fue aprovechado para exponer públicamente su redefinición del campo político, pues allí el PS y el PDP son calificados como partidos “de izquierda”, y también los simpatizantes radicales.

Sin embargo, esta exposición no ocurrió sin tensiones, ya que aún no se trataba de un discurso que apelase abiertamente a las fuerzas “democráticas” en general, como formulación típica de la etapa frentepopulista, sino a las “de izquierda”, mostrando cierta prevalencia de concepciones respecto del periodo anterior, asimilables aun con la idea de “frente único por la base” (Cattaruzza, 2007; Camarero, 2011). Además, las expectativas comunistas no se condecían con el contenido que terminó ofreciendo el acto. La Vanguardia señaló que los más de 80 mil ciudadanos que participaron del mitin, en donde los comunistas no sólo no tuvieron ningún orador sino que su adhesión apenas fue mencionada en este diario, se movilizaron para “reafirmar su fe democrática”,[14] en donde tanto Mario Bravo como Lisandro de La Torre reclamaron no por la “unidad de las izquierdas” sino por la ausencia radical.[15]

En términos generales lo que se observa con este hecho es un corrimiento del centro de la actividad política del PC hacia la superestructura política estatal, haciendo un claro pronunciamiento a favor de lo que en otro momento podría haber sido calificado como “disputas inter burguesas”, avanzando en una separación entre el fascismo, identificado con los seguidores de Uriburu, y por otro lado sus “victimas”, asociadas al resto del espectro político. Es decir, un cambio en el eje del programa político y en la acción práctica sobre la forma de enfrentar al fascismo. Advirtiendo este cambio, Antonio Gallo, desde el trostskismo, corriente con un desarrollo aún incipiente en el periodo, señalaba sobre la política del PC:

 

¿Y el programa del block? Entre otros puntos - establece el folleto - disolución y desarme de la Legión Cívica, encarcelamiento de los dirigentes del uriburismo. ¿Pero quién los desarma? ¿Quién los encarcela? ¿Y cómo lo hace? De los ruegos de Repetto pidiendo un decreto en ese sentido, a estas posiciones, no hay más diferencia que los horrores gramaticales de estos últimos” (Gallo, 1935, pp. 43-44).

 

Un segundo suceso es la pelea por la obtención de la legalidad del PC y su intento de participación en las elecciones de la Capital Federal en 1935. La adopción de una política frentepopulista implicaba aceptar ciertas normas del régimen democrático, sin las cuales era imposible concretar una alianza con el resto de las “fuerzas democráticas”. Una primera tarea era, luego de años de ilegalidad, persecuciones y censura, intentar conseguir la plena legalidad, que le permitiese actuar públicamente y presentarse en las elecciones. Para ello, el PC debió cambiar su concepción sobre la justicia. Si en 1933, tras la muerte de Uriburu, La Internacional planteaba que el único tribunal que podía juzgar su acción era “el tribunal del proletariado y de los trabajadores en general”,[16] en tanto todo el régimen estaba imbuido por el legado uriburista, en 1935 ante el pedido de legalidad sostenía que “nuestro partido, dispuesto a agotar todos los recursos legales, para hacer valer sus derechos, se dirigirá reclamando al senado de la Nación”.[17] Es decir, existió un contraste en relación a la actitud sobre el régimen político y la “justicia burguesa”, mostrando un tono mucho más moderado, sin críticas a la esencia del régimen ni a los organismos de justicia.

Tras algunos fallos favorables, el PC inició una acelerada carrera por aprovechar esas condiciones y llegar preparados a las elecciones de la Capital Federal. En el mes de abril La Internacional planteaba que “es deber de nuestros compañeros, abrir rápidamente los locales, realizar actos, usar ampliamente la legalidad relativa de que disponemos, puesto que las persecuciones no han cesado y ‘la especial’ [en referencia a la Sección Especial de Represión al Comunismo] continúa actuando impunemente”.[18] En pocos meses se realizan tres convenciones provinciales, en La Plata, Rosario, Córdoba, y luego otra en Capital Federal, que son las primeras de carácter público luego de varios años.

En la conferencia de Capital Federal, la resolución principal estuvo centrada en las elecciones, en tanto se las vio como la forma más directa de concreción del “Frente Popular” y por ende: “(…) resolvió apoyar las candidaturas socialistas para diputados y presentarse con lista propias en las elecciones municipales. (…) Las elecciones de noviembre crean una ocasión propicia para materializar el Frente Popular”. Y la forma concreta de realizarlo, teniendo en cuenta que el PC solo podía disputar cargos municipales era:

 

Impulsar al gobierno a un partido burgués de izquierda, que pueda aun dar ciertos pasos en la lucha contra la reacción, es táctica justa, que unifica los esfuerzos de las masas obreras, campesinas y estudiantiles que siguen al Partido, que las impulsan a un combate contra la reacción, del cual no se retirarán mañana, cualquiera sea la posición de sus dirigentes de hoy.[19]

 

Es decir, si en el periodo anterior la concepción sobre la forma de acceso al gobierno era “(…) el derrumbamiento del gobierno actual y a la instauración del poder de los obreros y de los campesinos sobre la base de los consejos”,[20] el PC proponía en 1935 “dar pasos” contra el gobierno, apoyando a partidos reformistas, ya no en comités de auto defensa comunes, sino en el terreno electoral.

En síntesis, los primeros pasos en la adopción de la política del “Frente Popular”, además de una reconsideración sobre el significado del fascismo y de la democracia, implicaron un viraje discursivo alrededor de la concepción comunista del régimen político y su lugar en él. Al entender al fascismo en una clave menos clasista, y más centrada en su capacidad expansionista (desde el punto de vista de la URSS) y por sus elementos autoritarios (por el ataque a las libertades democráticas), se complejiza el análisis que hace el PC del régimen político. Particularmente su interpretación de los actores políticos que lo componen, en tanto el fascismo pasó a estar identificando en el legado uriburista (la Legión Cívica, el gobernador de Buenos Aires Manuel Fresco) y no en todo el espectro político por igual, como suponía la idea de “socialfascismo”. Esto implicó que el PC avanzase hacia una mayor aceptación de las reglas del juego que proponían las instituciones del estado, que anteriormente eran vistas como herramientas de dominación burguesa que debían ser combatidas externamente. En términos de Cattaruzza, podríamos decir que se consolidaba en el PC la perspectiva de “imaginarse un partido más en el escenario nacional y de actuar en consecuencia” (2007, p. 187). A su vez, señalamos que el giro supuso un salto en la colaboración de clases con los partidos burgueses y reformistas.

Por esto mismo, los cambios en la definición del fascismo y la democracia tuvieron un impacto en la caracterización del resto de los actores políticos, sobre el cual nos concentraremos en los siguientes apartados.

 

El PS: de “socialfascistas” a “partido obrero de izquierda”

 

En septiembre de 1935 fueron publicadas en La Internacional las resoluciones del VII Congreso de la IC. Junto a ellas, se planteaba que la tarea urgente que recomendaba la IC a todas sus secciones era liquidar en el menor tiempo posible la supervivencia de la tradición sectaria “que impide encontrar un punto de acercamiento con los obreros socialdemócratas y modificar los métodos de propaganda y acción, hasta ahora abstractos y poco accesibles a las masas”. Y agregaba que:

 

El VII Congreso de la IC al comprobar que los esfuerzos de los trabajadores por la unidad de acción aumentarán en el futuro a pesar de la resistencia individual de los Jefes de la Socialdemocracia, instruye a todas las secciones de la IC en el proceso de la lucha por el frente único del proletariado y por el ‘Frente Popular’ de todos los trabajadores contra la ofensiva del capital, contra el fascismo, contra el peligro de una nueva guerra.[21]

 

Es decir, debían redefinir al enemigo y, por lo tanto, a los aliados y adversarios. Si ya la amenaza fascista no era todo aquello asimilable a una política burguesa, se debía reconsiderar a aquellas fuerzas que potencialmente fuesen aliadas en la lucha por la democracia.

Por ello, PC reconsideró su visión sobre el resto de las fuerzas que intervenían en el movimiento obrero, y en particular el PS. Sólo dos años antes, ante una convocatoria común de radicales y socialistas para denunciar al gobierno de Uriburu, el PC caracterizaba al PS como encaminándose hacia una coalición justista-radical-socialista que tenía como objetivo “la opresión de las masas trabajadoras”.[22] Es decir, lo catalogaba como un partido burgués, cuya retórica democrática era pura demagogia que confundía a los trabajadores sobre su carácter de clase: “(…) nótese que todo se hace en nombre de la democracia, de la que se habla así, a secas, presentándola como algo en el aire, separado de todo, ocultando sistemáticamente su contenido latifundista burgués”.[23] La tarea en ese momento era pelear contra el fascismo, poniendo en pie comités de autodefensa de la clase obrera, junto con estudiantes y campesinos, que al mismo tiempo denunciaran a los “falsos anti fascistas” como los radicales y los socialistas. Es decir, el antifascismo y la identificación de clase estaban mutuamente asociados, como expresa esta imagen de La internacional de julio de 1933, donde la derrota del fascismo queda en manos de las clases oprimidas mientras que los partidos burgueses observan en un plano secundario:

 

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Imagen de portada, La Internacional, 5/7/1933.

 

Por ende, la forma de cambiar la caracterización sobre el PS y permitir un acercamiento, solo pudo suceder sobre la base de un cambio de objetivos. El viraje en la definición del fascismo, junto a la aceptación de la conciliación entre las clases como premisa para la acción, implicaron que la identificación de clase del Partido Socialista pasara a un segundo plano.

Ya antes de las resoluciones de la IC, en abril de 1935, se expresa un primer cambio discursivo. Una de las razones que pudo haberlo impulsado, junto con las ya mencionadas sobre la situación internacional, es el aumento en la actividad del movimiento obrero, y de la conflictividad social, que durante todo el año 1935 fue en ascenso e involucró a gremios con presencia socialista y comunista (Camarero, 2008; Iñigo Carrera, 2012; Ceruso, 2015). Ante esta situación, para los comunistas ya no se trataba de denunciar al Partido Socialista en su totalidad, sino a sus dirigentes, que ante la movilización popular que amenazaba al gobierno - la cual se nutría, entre otros, de obreros que adherían al PS- funcionaba para el PC como una “una banda chovinista y adormecedora de la combatividad de las masas”.[24]

Sin embargo, un clivaje más significativo en la redefinición del PS ocurrió con motivo del 1º de mayo de 1935. No sólo el PC consideró en aquel entonces que se debía realizar una movilización unitaria junto con la CGT y el PS, sino que ante la negativa de estas fuerzas a realizarla, el Comité Central del PC resolvió “recomendar a todos sus afiliados y simpatizantes, que el 1º de Mayo se vuelquen por la mañana al mitin de la CGT, y por la tarde al del PS”,[25] como signo de una voluntad unitaria. Esta misma actitud es la que tuvo el PC respecto del mitin en Plaza Once tras el asesinato de Bordabehere: llamó a movilizar con la consigna propia de “unidad de la izquierda”, pese a que no existió una coordinación con este contenido.

Tras estos intentos, el elemento que aceleró un acercamiento efectivo, o por lo menos una respuesta a este cambio de actitud, fue la preparación de las elecciones. Luego de que el Comité Central del PC anunciase su apoyo a las candidaturas socialistas en la categoría de diputados, el Comité Ejecutivo del Partido Socialista elaboró una respuesta en donde, según La Internacional, saludaba la iniciativa y las buenas intenciones de la convocatoria a un Frente Popular. Estas moderadas palabras, sin embargo, fueron tomadas con júbilo por la dirección comunista que consideró la respuesta como una concreción de la alianza, al punto de plantear que se abría una nueva etapa para el “Frente Popular”: “(…) de la etapa preparatoria y agitatoria, estamos entrando en su faz organizativa”.[26] Esto habilitó al PC a destacar que su llamado al “Frente Popular” no era una “maniobra” para apropiarse de la bandera del antifascismo (lo cual deja entrever que pudo haber sido una crítica común a la que el PC debía responder). Pero para que no existiesen dudas y demostrar una “vocación unitaria” el Comité Central declaró que se comprometía a resolver todas las trabas que pudieran impedir la concreción de esta alianza, incluido el abandono de sus disputas tácticas en el movimiento obrero:

 

Si los acuerdos o pactos preexistentes entre las organizaciones locales o gremiales socialistas y comunistas, constituyen a juicio del C.E del Partido Socialista un obstáculo para que el Partido Socialista pueda coordinar su acción con el Partido Comunista en el orden nacional, o para el “Frente Popular”, el CC del Partido Comunista se compromete a que las organizaciones locales o las fracciones gremiales comunistas, prescindan de su realización.[27]

 

Junto con esto, el Comité Central ordenó abandonar el discurso que distinguía a la dirección socialista de sus bases: “Hoy - mientras dure la situación determinada por este documento valioso sobre el ‘Frente Popular’- hay que cesar las críticas a la dirección del PS- y así laboraremos por el ‘Frente Popular’.[28] Es decir, el PC realizó un conjunto de gestos políticos y concesiones tendientes explicitar su cambio de concepción, en la búsqueda de apartar los prejuicios posibles que el PS, incluyendo tanto a sus afiliados como a su dirección, pudieran haber conservado del periodo previo.

Sin embargo, este entusiasmo y disposición de la dirección comunista respondió más a su expectativa y a la necesidad de reafirmar el cambio de rumbo que a una correspondencia real con las intenciones del PS. La resolución del Comité Ejecutivo del PS no solo era moderada, sino que anticipaba el rechazo a la propuesta y ubicaba al PC como una fuerza menor, cuya única incidencia era sobre los sectores “de izquierda” dentro del socialismo, que se habían sumado al llamado a la conformación de un “Frente Popular” en la voz de Benito Marianetti (Herrera, 2006; Martínez, 2017). La declaración en cuestión, publicada por La Vanguardia, señalaba que la diversidad de fuerzas que podrían ser parte de un movimiento de esas características “(…) quita la posibilidad de dar unidad orgánica al movimiento y lo torna, por esto mismo, en un medio propicio para la confusión y la difusión de todos los extremismos”.[29] Asimismo, rechazaba la idea de comparar a Argentina con Francia, ya que allí los comunistas tenían un peso mucho mayor.

¿Por qué los socialistas daban esta respuesta? Si bien en 1936 hubo avances en la acción unitaria, como lo demostró el acto por el 1º de mayo de aquel año, donde confluyeron comunistas, socialistas, radicales y demócratas progresistas en la convocatoria realizada por la CGT, en 1935 el PS tenía razones para poner reparos a este giro tan brusco de la política comunista. En primer lugar, como sucedió en muchos de los países donde los comunistas ensayaron este cambio de estrategia, existió un choque entre la idea de “unidad de las fuerzas democráticas” y los juicios de los partidos socialistas respecto del régimen soviético, visto como autoritario al mismo nivel que el hitlerismo. Andrés Bisso (2005), señala que incluso en el campo del antifascismo argentino, que empezó a consolidarse durante aquel periodo, existían grandes reparos a la acción conjunta con los comunistas, sobre todo entre intelectuales y profesionales ligados al PS, muchos declarados anti comunistas. Además, el PS venía de años en donde su política hacia el régimen de gobierno había sido oscilante, ya que convivió la crítica al fraude, con la convergencia respecto a la necesidad de poner un punto final al irigoyenismo (Béjar, 1997), y las ventajas de participar en las elecciones sin presencia radical. A nivel de su propia organización, la existencia de un “ala izquierda” dentro del PS, que se pronunció desde un primer momento a favor del “Frente Popular”, supuso también para la dirección socialista un límite, en tanto el Comité Ejecutivo del PS buscó evitar que este sector se desarrolle apañado en aquella política (Martínez, 2017). Finalmente, en la coyuntura en que se da el llamado del PC, los socialistas tenían un problema mucho más concreto a resolver, que hacía inimaginable la posibilidad de una “gran coalición democrática” junto con los radicales y los comunistas: el cambio de táctica de la UCR y su retorno a las urnas tras años de abstención, lo obligaban a defender su espacio electoral, que efectivamente iba a retroceder de 39 diputados a solo 5 en los siguientes comicios, demostrando que el PS se había nutrido de la vacancia radical en el espacio opositor. Es decir, si bien el PS podía aceptar el apoyo comunista en las elecciones, tenía varios motivos para poner grandes límites a la formación de una coalición real tal como la imaginaba el PC.

En síntesis, el giro discursivo dado en 1935, denotó el carácter estratégico del cambio de orientación, en tanto el conjunto de las opciones tácticas, desde la acción común en el movimiento obrero, hasta el escenario electoral y el sistema de alianzas para insertarse en él, se subordinaron a un nuevo objetivo. Este implicaba luchar contra el fascismo en alianza con el resto de las “fuerzas democráticas”, en este caso el PS, sin importar ya su política de clase, ni las rivalidades que los comunistas habían tenido y continuaban teniendo con esta fuerza. El cambio discursivo comenzó a tener una aplicación práctica durante 1935 cuya expresión más concreta en el periodo posterior seria la incorporación de los sindicatos comunistas en la CGT, tras la ruptura de esta a fines de 1935. Sin embargo, este giro, debido a la dinámica partidaria propia y al contexto nacional, no fue asimilado con la misma velocidad por el PS, que se mostró más cauto ante la interpelación comunista, al igual que la UCR, como analizaremos en el próximo apartado.

 

La UCR: de “fascistas” a “demócratas”

 

Si la relación con el PS y la caracterización del régimen político expresaron cambios cualitativos en el discurso comunista de estos meses, la ruptura más notoria respecto del periodo anterior se dio en su caracterización del radicalismo. Esta corriente política, que en 1935 venía de años de abstención electoral era, sin embargo, la que más capacidad tenía de competir en las urnas con el gobierno de la Concordancia, como lo habían demostrado las elecciones bonaerenses de 1931, en donde se impuso el candidato irigoyenista y ex canciller Honorio Pueyrredón, finalmente anuladas por el gobierno dictatorial. Pese a esto, para los comunistas, en 1932, tras el encierro de Yrigoyen en la Isla Martin García y el avance del alvearismo en la conducción partidaria, no existía una diferencia sustancial entre el radicalismo y el uriburismo. La Internacional planteaba en aquel entonces que: “(…) El radicalismo no es el punto opuesto del Uriburismo: es el uriburismo con otra vestimenta, es el uriburismo de otro color pero con igual contenido”.[30] Es decir, no se trataba ya de la caracterización de “socialfascismo” como la aplicada a los socialistas, a quienes se consideraba cómplices del avance de la reacción, sino un nivel superior de identificación con el fascismo, al punto de poner un signo igual entre las dos fuerzas. Y si existía una diferencia era simplemente en relación a los diversos imperialismos a los que el uriburismo y el radicalismo estaban vinculados: “El uno marcha hacia Washington y el otro hacia Londres”.[31] Esta apreciación estaba relacionada con el carácter de clase que compartían ambas fuerzas. Si lo esencial de la economía argentina era el atraso producto de la subordinación al imperialismo por la vía de ser un proveedor de materias primas, el radicalismo y el uriburismo no representaban clases o facciones antagónicas. Por eso, las críticas del radicalismo a la dictadura de Uriburu, y luego al gobierno de Justo, eran entendidas como demagogia y ocultamiento de su carácter de clase:

 

El radicalismo quiere aparecer así, como un partido, que no fuera un Partido Feudal-Burgués, al servicio del imperialismo. Trata de tiranía a la abierta dictadura de Uriburu, pero esconde la tiranía feudal-burguesa de Alvear-Yrigoyen, que al servicio de esos intereses, masacró a los obreros y campesinos en la semana de enero y en la Patagonia.[32]

 

Esta caracterización del radicalismo, haría que el cambio de concepción del año 1935 respecto a esta fuerza sea más paulatino que con los socialistas. También puede atribuirse este ritmo diferenciado a los puntos de contacto que tenían en el movimiento obrero socialistas y comunistas, que permiten pensar un proceso más acelerado de adecuación y asimilación de la línea frentepopulista en aquellos terrenos de acción común como huelgas o la manifestación del 1º de Mayo. Lo cierto es que en mayo de 1935 los comunistas aún tenían cautela en referirse al radicalismo en su conjunto y apelaban únicamente a sus bases y a los “clubes radicales”. Queda expresada esta dinámica en la convocatoria al acto contra la violencia tras el asesinato del senador Bordabehere. Como hemos dicho, el mitin de Plaza Once fue visto por los comunistas como la oportunidad propicia para concretar una movilización conjunta de las “fuerzas democráticas” y expresar la unidad de la izquierda. En su declaración de convocatoria el Comité Central del PC, fue cauto respecto del radicalismo, diferenciando a sus seguidores de su conducción: “(…) la masa radical es profundamente democrática. Sus aspiraciones son distintas a las de la dirección del radicalismo (…) La masa radical quiere la conjunción de las izquierdas”.[33] Sin embargo, pese a esta cautela, ya se expresaba un cambio. Para La Internacional la simpatía que causó en la base radical el discurso de Lisandro de La Torre, y el odio por el asesinato de Bordabehere mostraba que las bases radicales también irían al acto de la Plaza de Once, acordes a su espíritu democrático. Es decir, el radicalismo, como movimiento político, ya no era atacado por su esencia de clase ni por su pasado anti obrero, ni por su vinculación al imperialismo, sino porque aún su dirección partidaria no se había adaptado a las intenciones de su base.

El PC termina de precisar su caracterización del radicalismo en la Conferencia regional de la Capital Federal, en septiembre de 1935. Allí, se analizó que: “En la elección nacional la mayoría será disputada por un partido opositor democrático burgués de base popular, la Unión Cívica Radical, y una fuerza obrera, el Partido Socialista”.[34] Es decir, se trataba de un partido burgués, pero de base popular y opositor, o sea, que reunía las condiciones necesarias para ser parte de un frente democrático contra el uriburismo. La Conferencia de Avellaneda, realizada el 20 de Octubre de 1935, lo ratificó definiendo que el objetivo era “(…) llegar ya ahora a un acuerdo entre todos los partidos de oposición sobre la base de un programa común de defensa de las más amplias libertades democráticas” (Partido Comunista, 1947, p. 79).

El radicalismo pasó a ser concebido como una víctima de las acciones del uriburismo. La comisión organizadora de la Juventud Comunista, por un “Frente Popular anti reaccionario”, explicaba que el plan de la reacción era imponer el fascismo, y que para ello “se restringe la libertad de prensa, de reunión, de asociación, se niega la personería jurídica a partidos políticos como el Comunista o Radical, se anulan elecciones o convocatorias (…)”, y por eso era necesario destacar que: “(…) por encima de las diferencias ideológicas o partidarias nos une el propósito de evitar que se anulen nuestras libertades democráticas”.[35] En el mismo sentido, ya en diciembre de 1935, La Internacional hablaba del radicalismo como una fuerza política en su totalidad, sin distinción entre bases y dirigentes, priorizando la actividad defensiva conjunta frente a los ataques del fascismo como eje exclusivo:

 

Una conjunción de la Unión Cívica Radical, del Partido Demócrata Progresista, del Partido Comunista, de la CGT, de la Federación Universitaria Argentina, o aun de una parte solo de esas fuerzas, representaría el comienzo de un incontenible movimiento popular por las libertades democráticas, que ahogaría a los audaces conspiradores fascistas del uriburismo bajo el peso del número.[36]

 

Pero no era únicamente la acción defensiva lo que había acelerado el cambio hacia un mayor acercamiento al radicalismo. Las elecciones, como hemos dicho, fueron un dinamizador. En este sentido, el intercambio de declaraciones con el PS durante las primeras semanas de diciembre, había generado expectativa en la dirección comunista. Desde su concepción, una vez que avanzase el acuerdo con los socialistas, el siguiente paso sería conquistarlo con los radicales. Para eso, el Comité Central del PC aconsejaba que “(…) con más fuerza si cabe, hay que empujar el movimiento en pro del “Frente Popular” de la UCR [a] nuestra justa posición electoral, la lucha contra los procesos y el sostén a Sabattini, facilitarán esa tarea [sic]”.[37] Al mismo tiempo, La Internacional advertía que para conseguirlo, sería necesario que el radicalismo rompiese sus compromisos[38] con el gobierno de Justo, evitando a este dar legitimidad a elecciones fraudulentas.

Sin embargo, los radicales tenían otra expectativa. Tras el fin de la abstención el primer paso era hacer valer su espacio electoral, ocupado en aquellos años por el socialismo y el PDP. Deodoro Roca, figura de la Reforma Universitaria, que en aquel entonces alentaba por la formación de un frente antifascista desde la revista Flecha, lo expresaba de la siguiente manera:

 

[Sobre las posibilidades de conquistar un Frente Popular] Pero, para eso, es menester hablar antes, y eso es, desgraciadamente, lo que el radicalismo no se resuelve a hacer. Prefiere escuchar en la ribera tormentosa, el ‘canto de la sirena’ presidencial. ‘El fraude y la violencia de ahora no valen’ -se oye-. ‘En marzo será otra cosa’ dicen las sirenas. Y el radicalismo, anheloso del gobierno, lo cree.[39]

 

Por su parte, Antonio Gallo, desde el trotskismo, también advertía sobre la negativa radical y la confusión que entonces generaba el llamado:

 

(…) aliarse a los radicales -¡ay! si los radicales quisieran aliarse- significa alimentar las ilusiones de esas masas en su dirección, unirse a ellas como radicales y no ofrecerles una nueva solución como proletarios, por caminos distintos, a los de la UCR, tarea histórica fundamental, vale decir, arrancar al pueblo del predominio de ese partido (Gallo, 1935, p.37).

 

Es decir, desde la percepción de estos actores contemporáneos a los hechos, incluso desde puntos de vista opuestos sobre el “Frente Popular”, existía una coincidencia respecto a que las intenciones del radicalismo eran distantes de una confluencia de este tipo.

A su vez, la propia idiosincrasia del radicalismo, y sus disputas con la Concordancia y los conservadores, que en aquellos años habían incrementado su retórica anti comunista, implicaron la toma de distancia por parte de los líderes radicales de interpretaciones que los asociaran a una ideología considerada “extremista” y que bregaba por la “dictadura del proletariado”. Las definiciones del radicalismo sobre el comunismo no se basaban tanto en los cambios ocurridos durante aquel año en las concepciones sobre el fascismo y la democracia de estos, sino en una concepción histórica que equiparaba al comunismo local con el régimen totalitario de Stalin. Esto quedó expresado en la declaración del Comité Nacional de la UCR, en septiembre de 1936, en donde argumentaba que:

 

(…) el Partido Comunista aspira a implantar en el mundo la dictadura del proletariado en la organización del Estado y la UCR, por sus antecedentes, por su tradición invariable y por su concepto de la Patria, repudia firmemente toda dictadura, sea burguesa o proletaria, y refirma con serena inquietud en esta hora sus convicciones democráticas, sin perjuicio de su acendrado respeto por la libre emisión de las opiniones, condición esencial del progreso político y social.[40]

 

Pese a estos reparos, vale destacar que el Partido Comunista prestó un apoyo significativo al radicalismo en Córdoba, durante la campaña electoral de Sabattini. Incluso, tras el triunfo de este en las elecciones de noviembre de 1935, existieron diversos ataques al gobernador electo acusándolo de comunista, y de haber obtenido la gobernación con votos aportados por esta fuerza política (Tcach, 1991). También resulta significativo mencionar que en el interior de esta provincia el PC ya había experimentado una política aliancista previa a la etapa del Frente Popular (Mastrángelo, 2011). Lo cierto es que durante los años posteriores al triunfo de Sabattini el comunismo cordobés gozo de mayores libertades democráticas que en el resto del país, lo que le permitió, junto con su reinterpretación favorable de la Reforma Universitaria, hacerse un espacio en el movimiento estudiantil local.

En síntesis, el cambio de concepción sobre el radicalismo se basó en dos operaciones. En primer lugar en resaltar, en muchos casos forzando las analogías con Europa, la amenaza fascista en manos de las fuerzas que sostenían el “legado uriburista”. Esto habilitaba al PC a reforzar la idea de un “campo democrático” igualmente amenazado por la reacción, pese a las muy diversas relaciones con el régimen político que sostenía cada una de las fuerzas involucradas. En segundo lugar, el escenario electoral posibilitó al PC, en aquellos lugares como en Córdoba donde el radicalismo se presentaba como la única fuerza opositora, a reforzar su apoyo a esta fuerza. Tras la cautela inicial por distinguir a la conducción partidaria de sus bases, los comunistas consideraron que la forma de acompañar el deseo democrático de las bases radicales era el triunfo del radicalismo en las elecciones. Es decir, el eje de análisis clasista dio lugar a una caracterización donde el único factor explicativo para formular un sistema de alianzas, pasa a ser una potencial amenaza fascista a la democracia, encarnada en un actor que ya tampoco era analizado en función de sus lazos con la burguesía ni sus relaciones con el imperialismo, sino respecto de sus ataques a las libertades democráticas, y sus simpatías con los regímenes de Mussolini y Hitler.

 

Conclusión

 

Las consecuencias de los debates sobre el “Frente Popular” y los giros de la IC, tendrían una relevancia secundaria si obviásemos que el comunismo fue un actor que se constituyó -en gran parte por el prestigio e impacto de la Revolución Rusa de 1917- en una referencia política para millones de trabajadores, jóvenes e intelectuales en el mundo, organizados en sindicatos, en asociaciones antifascistas o en agrupaciones de intelectuales. En Argentina, las consecuencias prácticas de estos debates se evidenciaron no solo en las decenas de miles de prensas partidarias que el PC argentino distribuía en aquel entonces,[41] sino en la actividad de miles de militantes (con presencia en los principales sindicatos industriales del país) que modificaron su accionar en los lugares de trabajo, generando un acercamiento a sectores antes considerados enemigos o adversarios sindicales; intelectuales que tendieron vínculos con distintos espacios del antifascismo local; y en los propios debates generados al interior del PS y la UCR. Lejos de una visión que pretenda diferenciar la actividad del comunismo en el mundo del trabajo de estos debates políticos, ideológicos y estratégicos, sostenemos una visión que comprenda a esos militantes políticos y sindicales de forma integral, cuya acción cotidiana estaba también atravesada por las definiciones estratégicas y políticas de sus organizaciones de pertenencia.

En este trabajo nos hemos propuesto analizar el impacto de ese viraje estratégico en el desempeño político del PC de Argentina, particularmente en lo que respecta a su articulación discursiva en la coyuntura local. Escrutando su cambio de visión sobre el régimen político, y el devenir de sus relaciones con el PS y la UCR, hemos observado que, pese a tratarse de un cambio motorizado por causas exógenas (las directivas de la IC), el PC debió articularlo discursivamente y en cuanto a su ubicación política, no sin fricciones y conflictos, con las particularidades locales y con la dinámica del régimen político durante 1935.

Así, detectamos que, a partir de la redefinición que hizo el PC del fascismo, abstrayéndolo de su carácter de clase, se modificó su análisis del régimen político argentino. La Legión Cívica, los políticos como Manuel Fresco, o los ex uriburistas, pasaron a ser el centro de las críticas, mientras que el resto del espectro político fue concebido como una víctima de los ataques de éstos a las libertades democráticas. Al mismo tiempo, este viraje en su concepción sobre los campos “democráticos” y “fascistas” a nivel local, impulsó al PC a considerar las instituciones estatales como vehículos de su prédica democrática, desde una ubicación defensiva frente a lo que consideró una permanente amenaza fascista. La expresión de esto fue su búsqueda por lograr una mayor integración al régimen político, tanto por la vía judicial, en búsqueda de su legalidad, como por la vía electoral, a la cual pasaron a considerar como la preferencial para concretar el “Frente Popular”. Estos elementos se entrelazaron con su cambio de caracterización sobre el PS y la UCR, quienes fueron apuntados como potenciales aliados para aquella confluencia. Sin embargo, las expectativas comunistas se enfrentaron con una realidad local menos guiada por los ritmos de las disputas internacionales. Radicales y socialistas, tanto por sus juicios respecto del comunismo y la URSS en general, como por sus desafíos inmediatos en la coyuntura electoral de 1935, fueron distantes a la iniciativa comunista.

Este giro, a su vez, puede ser entendido como la profundización de lo que Hernán Camarero y Natalia Casola definen como “la deriva seguida por un partido que surgió vinculado al proceso de la revolución rusa para luego convertirse en una organización marcada por un proyecto de conciliación de clases con la burguesía nacional” (Camarero y Casola, 2014, p. 10).

Será motivo de futuros trabajos profundizar en las modulaciones que posteriormente tuvo la política frente populista, y las características que adoptó el discurso comunista en distintos momentos políticos. También queda planteado el interrogante sobre las adaptaciones de este discurso a los distintos ámbitos de inserción de los comunistas, como el movimiento obrero, la juventud universitaria o los intelectuales.

 

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Recibido: 21/10/2019

Evaluado: 14/04/2020

Versión Final: 28/04/2020

 

 

 



(*) Profesor y Licenciado en Historia (Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires). Becario doctoral Universidad de Buenos Aires, proyecto UBACYT: “Historia del movimiento obrero y las izquierdas en la Argentina, 1880-1983: experiencias, identidades y culturas políticas”. Argentina. E-mail: gabrielpiro90@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2352-1194

[1] Para un balance parcial (ya que se trata de trabajos que no abarcan los últimos años de producción) de las elaboraciones historiográficas referidas al comunismo argentino, nos remitimos a: Cernadas, Pittaluga y Tarcus (1997); Campione (1996) Camarero (2005 y 2012).

[2] Es necesario señalar que los años posteriores al golpe de Estado de 1930 la represión al comunismo se había intensificado. Incluso en 1932, el Senador Sánchez Sorondo presentó un proyecto de Ley en el Senado que tenía como finalidad perseguir la actividad comunista en el país por considerarla un ataque al “orden institucional” (López Cantera, 2014).

[3] La Internacional, Buenos Aires, 05/10/1933.

[4] La Internacional, Buenos Aires, 05/10/1933.

[5] La Internacional, Buenos Aires, 05/10/1933.

[6] Soviet, Buenos Aires, III, 04/05/1935.

[7] La Internacional, Buenos Aires, 01/05/1935.

[8] La Internacional, Buenos Aires, primera quincena diciembre de 1935.

[9] A partir de este periodo son comunes los pronunciamientos en Orientación referidos a la necesidad de boicotear a las empresas Alemanas que operaban el país y se las asociaba al fascismo.

[10] “El Partido Comunista en la lucha por la democracia y la Unión Nacional”, Informe presentado al IX Congreso del PCA, 10/01/1938.

[11] “El Partido Comunista en la lucha por la democracia y la Unión Nacional”, Informe presentado al IX Congreso del PCA, 10/01/1938.

[12] La Vanguardia, Buenos Aires, 06/08/1935.

[13] La Internacional, Buenos Aires, 17/08/1935.

[14] La Vanguardia, Buenos Aires, 18/08/1935.

[15] La Vanguardia, Buenos Aires, 18/08/1935.

[16] La Internacional, Buenos Aires, 01/05/1932.

[17] La Internacional, Buenos Aires, 01/05/1935.

[18] La Internacional, Buenos Aires, 17/08/1935.

[19] La Internacional, Buenos Aires, segunda quincena de septiembre de 1935.

[20] La Internacional, Buenos Aires, 01/05/1932.

[21] La Internacional, Buenos Aires, segunda quincena de septiembre de 1935.

[22] La Internacional, Buenos Aires, 05/07/1933.

[23] La Internacional, Buenos Aires, 05/07/1933.

[24] La Internacional, Buenos Aires, 13/04/1935.

[25] La Internacional, Buenos Aires, 01/05/1935.

[26] La Internacional, Buenos Aires, primera quincena diciembre de 1935.

[27] La Internacional, Buenos Aires, primera quincena diciembre de 1935.

[28] La Internacional, Buenos Aires, primera quincena diciembre de 1935.

[29] La Vanguardia, Buenos Aires, 04/12/1935.

[30] La Internacional, Buenos Aires, 01/05/1932.

[31] La Internacional, Buenos Aires, 01/05/1932.

[32] La Internacional, Buenos Aires, 05/07/1933.

[33] La Internacional, Buenos Aires, 17/08/1935.

[34] La Internacional, Buenos Aires, segunda quincena de septiembre de 1935.

[35] “Avanzan. Organicemos el Frente Popular para defendernos”. Folleto. Julio /Agosto 1935.

[36] La Internacional, Buenos Aires, primera quincena diciembre de 1935.

[37] La Internacional, Buenos Aires, primera quincena diciembre de 1935.

[38] La Internacional, Buenos Aires, primera quincena diciembre de 1935.

[39] Flecha, Córdoba, Nro. 4, 12/12/1935.

[40] Hechos e Ideas. Revista Radical, Buenos Aires, Buenos Aires, Nro. 14, Septiembre de 1936.

[41] Según Camarero (2008), entre 1936 y 1943, el periódico multiplicó notablemente su tirada de ejemplares, comenzando con 5.000 y culminando en aquel año con 50.000.